lunes, 23 de marzo de 2009

Por Román


En el post que publiqué el 21 de marzo pasado, titulado “Ley de Radiodifusión: indignante campaña”, trate de relatar desde mi experiencia personal, que es la de tantos militantes y dirigentes del campo popular silenciados durante años por los medios de difusión del sistema, como actúan los supuestos adalides de la libertad de prensa y de expresión. Preocupado por seleccionar hechos que pudieran ser significativos para el lector, como lo fueron para sus protagonistas, mi memoria me jugó una mala pasada, o quizá se apiadó de un dolor que no cesa, al omitir la historia que relato abajo, y que también incorporé al texto definitivo del post.


Casi dos años después, el 28 de noviembre de 1979, un joven periodista, Román Mentaberry, fue asesinado en la redacción clandestina del periódico Informe. Román partencia a la “Fede” y fue literalmente ahorcado con su propio cinturón, y hallado en condiciones que no quiero recordar. Luego de confirmar el crimen, coordinar con Francisco “Cacho” Álvarez y Eduardo Duchatsky para impedir que nadie llegara a las redacciones, tuvimos la difícil tarea de lidiar con las “preocupaciones” de una parte del aparato partidario por el tono de la denuncia que redactamos para los semanarios del PC, Eduardo, y la FJC , yo mismo, finalmente zanjada por el apoyo que mi padre nos dio en el primero, y –más allá de las profundas diferencias que tuvimos después—Patricio Echegaray en la segunda. Otro periodista, Arturo Marcos Lozza tuvo que “dar la cara” para denunciar el crimen y rescatar el cuerpo de nuestro compañero, siendo encarcelado e interrogado por mucho tiempo. No era la primera ni la última victima por la que salíamos a dar pelea: fueron 1500 detenidos, 500 secuestrados, más de 100 de los cuales permanecen desparecidos, además de los miles de compañeros de otras organizaciones, y aún sin militancia alguna. Pero en este relato cuenta que era un periodista. Hicimos la denuncia judicial, hicimos el comunicado de prensa, lo entregamos personalmente en las redacciones. Ni siquiera en este caso, la ahora tan sensible Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), tuvo la dignidad de pronunciarse, como no lo hizo con ninguno –salvo puntuales casos aislados-- del más de un centenar de periodistas secuestrados y asesinados. Parece que, entonces, no había “hostigamiento” ni “presiones” ni “peligro para la libertad de prensa y expresión. Ninguna linea de Clarín ni la Nación .

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