martes, 29 de junio de 2010

Si Obama siguiera a Stiglitz ¿terminaría como Kennedy?


Para ejecutar lo que recomienda el Premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz, Barak Obama tendría que recortar el gasto militar (retirar a EEUU de Irán y Afganistán, como mínimo); eliminar los subsidios a la industria petrolera y estimular con créditos sin intereses la inversión industrial y el consumo de bienes durables, ya que el costo del dinero es muy bajo. Eso provocaría un avance de la producción y permitiría recuperar los empleos caídos. Entre otras cosas, con una pequeña porción de los 700.000 millones de dólares con que Washington "socorrió" a Wall Street se podrían rescatar dos millones de hipotecas que serán ejecutadas en los próximos doce meses, dice Stiglitz. Además esa medida le daría un fuerte impulso a la construcción.

El capitalismo está en manos de la banca y de las industrias militar y petrolera, en ese orden. Aunque no lo afirma explícitamente, Stiglitz propone cambiar el centro de gravedad de la economía norteamericana y mundial, que hoy ocupa la banca. Su paradigma es la industria como nuevo sector hegemónico del capitalismo, basado en la tecnología, con bancos al servicio de la producción, petroleras sin subsidios y un aparato bélico --que consume formidables recursos y sólo produce guerras-- limitado a los mínimos necesarios para la defensa. Estos ahorros serían compensados en parte con un aumento de la inversión pública en infraestructura, en investigación y desarrollo, en salud pública y en educación. Esta iniciativa reduciría paulatinamente el déficit sin enfriar la economía. Stiglitz llama a esto "redireccionar el gasto".

Si Obama llevara a la práctica las ideas del premio Nóbel, o la mitad de ellas, no sería de extrañar que terminara como JFK, quien fue sacrificado por oponerse a la escalada militar en Vietnam, negándole así a los contratistas del Pentágono la posibilidad de ganar toneladas de dólares. Por eso lo primero que hizo el sucesor, Lyndon B. Johnson, fue autorizarla. A partir de entonces la industria bélica obtuvo fortunas y Estados Unidos perdió la primera guerra de su historia.

Hoy el problema número uno del capitalismo --y la primera explicación de la crisis global-- es la hegemonía de las finanzas sobre la producción en una proporción de 20 dólares especulativos por cada dólar de PBI. Ese predominio abrumador es el producto de una combinación de causas y efectos, acaso previsibles, que se han ido amasando en el último medio siglo.

Primero Nixon abandonó el patrón oro, que por su propia naturaleza restringía las maniobras especulativas. Esto significa que hasta entonces el patrón de la economía era el oro, que siempre es caro y escaso, y no el dólar, que se puede fabricar a voluntad. El déficit de las cuentas públicas norteamericanas se volvió intratable desde el momento en que empezó a ser cubierto con emisión de billetes y bonos, es decir con papeles sin respaldo. Los numerosos conflictos de la posguerra (Corea, Vietnam, los Balcanes, Irak dos veces, Afganistán) hicieron que la mayor parte del déficit fuera una consecuencia directa o indirecta del gasto generado por el aparato militar-industrial.

Para imaginar el volumen del déficit estadounidense basta con sumar las emisiones que durante medio siglo se utilizaron para cubrirlo. Con buena parte de esa masa monetaria se puso en movimiento una fenomenal bicicleta especulativa, porque, junto con fuentes diversas (petrodólares, euros y otras monedas, dinero sucio) fueron los recursos que los consorcios financieros --testaferros de los bancos-- y los fondos buitre utilizaron para especular, incluso generando o aprovechando los desequilibrios financieros de varias economías, como se vio en la crisis del euro. En todos los casos se mezclaron el dinero relativamente limpio con el proveniente del tráfico de drogas, de la venta ilegal de armas, de la evasión impositiva mundial y de la fuga de divisas, que montan 5,5 billones de dólares/año. Este es el bolsillo negro del capitalismo, que los bancos primero lavan y después manejan en las mesas de dinero. A esta hipertrofia especulativa contribuyeron en gran medida Reagan y Clinton, quienes en el último cuarto del siglo 20 eliminaron las restricciones que mantenían en caja a Wall Street desde la Gran Depresión. En Europa hicieron otro tanto. En la práctica (aunque no en la ideología de Francis Fukuyama) el neoliberalismo es el pasaporte político para que las finanzas manejen la economía.

El FMI monta esa bicicleta y con ella recorre el mundo imponiendo sus programas contractivos, ahora en detrimento de Grecia, España, Portugal, Irlanda y los bálticos, que financiaron sus déficits con deuda externa porque no cuentan con la máquina de fabricar dólares, como Estados Unidos, ni con la fortaleza económica de Alemania y Francia. Previamente aquellos países habían sido atacados por fondos especulativos que aprovecharon a fondo, con la complicidad del poder político, sus debilidades internas (déficit público) y externas (deuda). El euro no les hizo ningún favor a las economías secundarias que ya añoran sus monedas nacionales, inmoladas en el altar de la integración. Inglaterra, que mantuvo la libra, es el único país de Europa que puede devaluar. Nadie puede enseñarle a Londres cómo se manejan estas cosas.

En la crisis del euro el único objetivo del FMI es que los deudores puedan pagar. Por eso recomienda una vez más el ajuste del gasto público, el recorte de los salarios y la humillación de las leyes laborales. La depresión de las economías menores de Europa no es su problema, como no lo fueron las crisis social, económica y política de la Argentina, México y Rusia, sacudidas hasta los cimientos cuando llegó el fin del ciclo liberal. Ahora más de media Europa deberá pasar por el mismo purgatorio.

En el futuro muchos países necesitarán nuevos préstamos, lo que prefigura nuevas deudas, aunque los acreedores seguirán siendo los mismos. Quien maneja las deudas de los países maneja el mundo, dicen en Wall Street. El buitre sigue en el aire. Comparado con la conducta de "los mercados", Shylock, el usurero, parece apenas un viejo cascarrabias.

martes, 15 de junio de 2010

Unión Europea: ¿Quién paga la cuenta?

La Unión Europea inició hace dos décadas cambios estructurales que provocarían regresiones en el equilibro económico y social de posguerra. Caído el comunismo, y el consecuente temor occidental, la próxima víctima sería el estado de bienestar, que fue un producto de ese temor. A veinte años de la caída del muro de Berlín dos crisis diferentes condensan hoy aquellos cambios, anuncian el entierro de la justicia social y advierten, por si hiciera falta, que la socialdemocracia tambalea porque no ofrece alternativas al neoliberalismo.
El origen de esas crisis está en la paulatina subordinación de la producción al capital financiero, consecuencia de la expansión incesante del déficit estadounidense financiado con emisión. A principios de los 80' Ronald Reagan eliminó las regulaciones que controlaban a Wall Street y les dio piedra libre a los especuladores; después Europa lo imitó. Un tercer afluente de dinero fueron los petrodólares, producto de la cuadruplicación del precio del petróleo entre 1973 y 1975. Esta suma de contribuciones permitió reunir la enorme masa monetaria que se utilizaría para prestar o especular.

El ejemplo más claro es que en 2008, cuando estallan las hipotecas sub-prime en Estados Unidos, por cada dólar de valores reales (edificios, autos, alimentos) había en circulación 20 dólares de valores simbólicos (préstamos, títulos, acciones, bonos de deuda, etc). Esta relación de 20 a 1 muestra la dimensión de aquel sometimiento y revela que el primer paso de la globalización fue mundializar los mercados financieros.

La segunda crisis fue provocada por el endeudamiento público que, traducido en déficit crónico, terminó desbordando la relación entre deuda y PBI. Con subterfugios y ocultamientos algunos gobiernos europeos se las arreglaron para eludir las restricciones presupuestarias incluidas en el Tratado de Maastrich, y las deudas se dispararon. Con varios países al borde del default, ese desbalance arrastró al euro y generalizó la crisis.

Sobre Europa pende ahora una espada de Damocles que no sólo apunta al cuello de los menos competitivos como Grecia y Portugual, entre otros, y a los intermedios como Italia y España, sino que afectará también a Alemania, Francia e Inglaterra, las mayores economías de la zona. El torniquete a los PIGS y a los medianos fue decidido por el FMI, que es el estado mayor de la gran banca, pero el ajuste de los grandes será autoinfligido para evitar males mayores.

La primacía del capital financiero sobre la producción, así como el descontrol de las deudas y los déficit públicos --que son caras de la misma moneda-- confluyeron para redondear algo más que un negocio formidable. En Wall Street saben que en definitiva no son las armas ni la tecnología ni las multinacionales los que manejan el mundo, sino quienes controlan las deudas de los países.

Ambas crisis se asociaron con las viejas recetas de ajuste para armar el escenario perfecto que le permitiera al gran capital embestir contra los programas sociales. Esto provocará una regresión irreversible de la calidad de vida porque esos recursos serán utilizados por los gobiernos para rescatar acreencias devaluadas en poder de los bancos. La otra parte saldrá de la emisión de deuda nueva, lo que augura la continuidad del negocio. Paradójicamente, esa formidable suma de dinero ayudará a capear la crisis generada... por los propios especuladores. Es que el capitalismo también tiene su lógica, aunque no se basa en el sentido común ni en la justicia.

Las sociedades no merecen que los gobiernos afronten con dineros públicos los quebrantos bancarios provocados por las deudas impagas, las hipotecas devaluadas y otros activos tóxicos, que son el resultado de una especulación desenfrenada. Y menos que lo hagan a costa de la seguridad social. Pero la banca es el mandamás del capitalismo y en consecuencia cobrará, sí o sí, por lo cual el consumo sufrirá y aumentarán los impuestos. Todos perderán, unos menos, otros mucho, pero no la gran banca, que ganará otra vez toneladas de dinero.

Por si esto fuera poco, los principales bancos privados del mundo lavan el dinero sucio de la evasión impositiva (3 billones de dólares/año), del tráfico ilegal de armas (1,5 billón) y de la venta de drogas (1 billón), que son los tres mayores negocios ilegales del mundo. Estos 5,5 millones de millones de dólares son el corazón negro del capitalismo. La comisión de la banca por el servicio de lavado es del 16 por ciento. Haga la cuenta, amigo lector, y piense que esto es apenas la frutilla del postre.

lunes, 7 de junio de 2010

Encuestas: imagen presidencial y expectativas


Tiempo Argentino titula hoy que “El 60% de los argentinos afirma que está mejor que hace un año”, datos de una encuesta de al consultora CEOP, puntualizando en volanta que para ocho de cada diez, su situación económica se mantendrá estable o crecerá en 2010. Más de la mitad de los consultados, añade, asegura que su estado de ánimo se modificó y lo evalúa como altamente positivo, considerando la encuestadora que “la clave radica en la mayor expectativa de progreso”.

Si bien alguno puede aducir el tinte oficialista del matutino, lo cierto es que fue la propia La Nación, la que ayer sorprendentemente publicó como titular central que “Después de dos años mejoran las expectativas sobre el país”, en este caso en base a una encuesta de Poliarquía, según la cual un 35% cree que 2011 será más favorable, reduciéndose 22 puntos la percepción negativa de la realidad.

De todas maneras el matutino del grupo Szpolski publica otro anticipo de impacto en su portada, según el cual “La imagen positiva de la presidenta mejoró y ya se ubica en el 53,5%”, superando a la negativa, que de todas formas se ubicó en el 42,1%, una tendencia que va en aumento desde antes del Bicentenario, una conclusión –con distintas cifras—en las que coinciden las consultoras Aresco (Julio Aurelio), Equis (Artemio López) y CEOP (Roberto Bacman). La consultora mencionada en primer lugar evaluó que luego del conflicto por la “125” la presidenta apenas contaba con un 31,6% de imagen positiva frente al 62,5% de la negativa.