Impotentes, los gobiernos dejan caer sus cartas ante un formidable póquer de crisis: la económico-financiera, la energética, la alimentaria y la ecológica. Por razones de espacio, en esta nota nos ocuparemos sólo de la primera.
Cuando comenzó la crisis, en septiembre de 2008, el movimiento financiero era veinte veces mayor que el Producto Bruto Mundial. Gráficamente, la diferencia entre una pelota de fútbol y una de golf.
Se llegó a este punto por una lógica interna del capitalismo y porque durante el período de predominio liberal el Estado fue reducido a la impotencia. Los bancos y bolsas del mundo no tienen la intención de regular su actividad y resisten la regulación estatal, simplemente porque es mala para los negocios. El poder político tiene la voluntad de regular pero ya no cuenta con los instrumentos ni con los recursos necesarios para poner en caja a los díscolos. La economía mundial, hegemonizada por los bancos, responde ahora a una dinámica distinta de la que mostraba durante la etapa industrial. Por eso, si bien el origen de la crisis hay que buscarlo en el avance de las finanzas sobre la producción, su magnitud es directamente proporcional a la subordinación del Estado al Mercado.
La autorregulación presunta del mercado financiero ha demostrado ser una falacia. Y el keynesianismo tradicional --herramienta de un Estado clásico-- es impotente porque el capitalismo en la etapa de la globalización, dominado por la actividad financiera, es muy diferente del capitalismo industrial. Por eso las herramientas que fueron útiles entonces ya no lo son ahora.
En Estados Unidos, en particular, el keynesianismo ya no funciona porque, para hacerlo, debería ser capaz de convivir por lo menos durante un quinquenio con un déficit muy alto, pero el problema es que ya tiene un déficit muy alto, originado por el aparato militar-industrial y la política guerrerista que son responsables por el 80% del déficit público. Sin embargo Barak Obama insiste en Afganistán y nadie sabe cuándo se retirará de Irak. No importa el color de la piel del Presidente: sigue mandando el aparato militar-industrial.
Aunque el avance de las finanzas sobre la producción comenzó en los años 70 y se aceleró en los 80, durante las dos presidencias de Ronald Reagan (y el mandato de su homóloga Margaret Thatcher), fue en la década de los 90 que se produjeron grandes saltos tecnológicos, que fueron aprovechados por la actividad financiera para vivir on line, es decir para extender su jornada durante las 24 horas.
Uno de sus resultados en que la evasión impositiva mundial ya es del orden de los 3,5 millones de millones de dólares y el lavado de dinero (por la venta ilegal de armas y drogas) no es inferior a 1,5 millón de millones. Esto significa que unos 5 millones de millones de dólares, que en buena medida provienen de la producción, se suman cada año al circuito especulativo. Y esto viene ocurriendo desde hace bastante tiempo.
El predominio de las finanzas significa que la mayor parte de los capitales se vuelcan hacia actividades especulativas, lo que, no obstante el avance tecnológico, resta recursos al desarrollo industrial. Sin embargo, este no pudo resolver aún la sustitución de lasmaterias primas no renovables, el petróleo en primer lugar. Paradójicamente, en plena revolución tecnológica aún carecemos de la tecnología necesaria para garantizar la provisión de energía en el futuro cercano. Aunque un mundo sin petróleo todavía es inimaginable por el capitalismo, ese es, inexorablemente, el mundo que vendrá.
La crisis energética y la crisis alimentaria son dos caras de la misma moneda, y ambas explican la crisis ecológica. Visto en perspectiva, el salto que va del capitalismo industrial al capitalismo financiero es el mismo que fue de la destrucción creadora schumpeteriana del siglo
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