domingo, 19 de julio de 2020

¿Fuego amigo?


                                                                                
    En medio de la pandemia que azota al mundo, la disputa de la conciencia popular en Argentina es descarnada, con una fuerte ofensiva anticomunista y antiperonista, hoy bajo la forma de “antikirchnerismo”, impulsada políticamente por la coalición Juntos para el Cambio, pero motorizada desde los grandes grupos económicos y amplificada por los medios de prensa y comunicación hegemónicos.
    A la par, dentro del propio movimiento nacional y popular, se agudiza un debate acerca de las decisiones, los tiempos y la fuerza de sustentación que permita llevar adelante el rumbo de independencia económica, justicia social y soberanía política prometido por el presidente Alberto Fernández.
    Dos ejes destacan del conjunto. Uno, para definir si la catástrofe económico social en que sumió al país la administración de Mauricio Macri, agravada ahora por la pandemia, la pagará nuevamente el pueblo trabajador, o si lo hará el bloque dominante, que a su costa se enriqueció brutalmente durante el dominio neoliberal. El otro, en torno a la orientación de la política exterior frente a las presiones del imperio y sus socios nativos.
    Para encarar y decidir en relación a estos ejes, ¿hay que adaptarse a la actual relación de fuerzas o apelar al protagonismo popular organizado para modificarla?

     La pregunta es pertinente, ya que asistimos a una creciente alarma de funcionarios y dirigentes ante el surgimiento de cuestionamientos internos a ciertas definiciones (o acciones y omisiones) del gobierno, pero en lugar de opinar acerca de su justeza se opta por poner en duda las motivaciones del emisor e irritarse por el solo hecho de haberlas formulado.
    Algunos directamente anteponen sus prevenciones al hecho de que quienes aportan criticas puntuales son parte dinámica de quienes han votado al Frente de Todos (FdT) y apoyan la orientación general del gobierno.
    Hay también quienes distraídamente toman una noción impuesta por los medios hegemónicos para socavar la base de sustentación del gobierno, el concepto de “fuego amigo”.
   Las sobresaltadas advertencias son todavía más amplias, y van desde la convocatoria a “cerrar filas” para “bancar” o “acompañar” pasivamente, hasta obvios llamados para “sumar y no restar”, pasando por cuestionar el “narcisismo de las pequeñas diferencias” en las propias filas, lo que entiendo consideran parte de una inadecuada “autoafirmación” del yo, cuya búsqueda compulsiva pondría en peligro el objetivo por todos deseado.
    Siempre es aconsejable atender la cuota de razón que pueden tener estas recomendaciones, pero a la vez precisar que no es pequeño el erróneo supuesto que los disensos “dividen”, que poco y nada aportan las propuestas alternativas dentro de las propias líneas, y en su lugar proponen que esperemos confiados en una suerte de inteligencia superior depositada en unos pocos que ejercen cargos.
    No faltan quienes se alejaron por derecha entre 2003/15 y ahora ocupan nuevamente posiciones destacadas, desde las cuales juzgan que el disenso (el que se produce por izquierda, claro) es sinónimo de “divisionismo”, o “canibalismo”, “le hace el juego al enemigo” o, dicho con mayor delicadeza, es “funcional” al neoliberalismo, para colmo en estos difíciles momentos.
    Con mayor o menor acuerdo con algunas propuestas críticas, en principio las considero políticamente positivas si provienen constructivamente de la militancia, la dirigencia o personalidades de los distintos ámbitos del FdT.
    En estos días se amplió el debate acerca de qué hacer, y en mucho menor medida del cómo hacerlo, aunque lamentablemente se reduce casi exclusivamente a las redes sociales, por razones que van mucho más allá de la cuarentena o el entusiasta eco que encuentra para la prédica desestabilizadora de la oposición y sus carapintadas mediáticos.
    Lo cierto es que no hay canales institucionales de participación de la militancia y que tampoco está institucionalizada la intervención de partidos y movimientos que integran la alianza gobernante.
    No lo están como necesidad, mucho menos como objetivo, ubicándonos a la defensiva, limitando la iniciativa y aún la respuesta ante una derecha que presiona, busca arrancar concesiones e incluso comienza a disputar un terreno que siempre hemos considerado propio: la calle.
    Parece que desde la cúpula no se escucha a nadie que no posea una cuota de poder, y aun así todo indica que cuando lo hacen es más por su capacidad de daño (como es el caso de la centroderecha explícita dentro del gobierno) que por su representatividad o la justeza de las reflexiones.
    En política, ningún debate ni confrontación con el adversario, externo u interno, se define a favor del movimiento popular si no contribuye a modificar favorablemente la relación de fuerzas, así sea parcial o temporalmente. La inmovilidad o el estancamiento llevan irremediablemente al retroceso.
    “Ellos” tienen todo el poder económico y buena parte del estatal, así como el aparato de construcción de sentido común, la fábrica de consenso antipopular que da la maquinaria cultural hegemónica, de la cual forman parte esencial, aunque no única, los medios masivos de difusión.
    “Nosotros”, si apelamos a él, disponemos principalmente el poder de la militancia movilizada y su saldo organizativo, por lo que sería un error reducir la disputa a los terrenos que ellos dominan, aunque igualmente haya que dar la pelea allí.
    No se trata, entonces, de “apoyar” callando, ni de tan solo plantear la crítica desde el enojo, la frustración o la impotencia, en ocasiones más que comprensible. Tampoco de pretender que los que tienen responsabilidades institucionales son depositarios únicos de la sabiduría popular, en realidad acumulada y transmitida con sacrificio por generaciones de luchadores.
    Hoy urge que la alianza gobernante supere la etapa de coalición electoral para convertirse en un frente real, por lo que es necesario institucionalizar la presencia y aporte plural de partidos, movimientos y organizaciones que la integran o apoyan.
    Los acuerdos superestructurales del FdT se agotan si no van acompañados de la constitución de sus núcleos organizativos de base, con participación y poder de decisión en los territorios, barrios, casas de estudio y lugares de trabajo de la ciudad y el campo.
    La historia argentina y de la patria latinoamericana demuestra que la ofensiva del privilegio siempre busca voltear a las administraciones que ponen en algún riesgo sus intereses; que desgastan y desestabilizan mediante una fuerte campaña de desprestigio y presionan para arrancar concesión tras concesión, con lo que logran unificar tanto a enemigos como adversarios, a la vez que desgastar y minar la base de sustentación del gobierno.
    Ese es el juego de pinzas que desemboca en los golpes de Estado, los desplazamientos seudoparlamentarios, o incluso la creación de un consenso capaz de expresarse en lo electoral.
    No es con buenos modales con el establishment, y menos con la pasividad que le deja el campo libre a la presión revanchista, que se mejoran las posibilidades para derrotar la oposición destituyente. No es así que se evita una nueva frustración y se “banca” realmente un rumbo en favor de las mayorías.
    Se necesitan objetivos precisos, transformar en patrimonio colectivo la comprensión del camino a seguir para alcanzarlos, en tanto frente a la resistencia derechista hay oponerle el poder de la calle, un fuerte protagonismo popular y la construcción de la fuerza político-social organizada del pueblo.

jueves, 16 de julio de 2020

Cacho Antinori, uno de los imprescindibles

Antinori, en el círculo, junto al CHE y Alberto Granado, durante un "picado"
en Cuba.



    Cacho Antinori, “Aníbal” su nombre de guerra, fue uno de esos héroes anónimos que dio el Partido Comunista a nuestro país y la patria latinoamericana, aunque el anonimato fue su propia decisión ante una indicación partidaria para encubrir sus tareas.

    Néstor Kohan acaba de recordarlo en este relato, donde cuenta algunos (sólo algunos) de los muchos hechos memorables que protagonizó, en ocasiones junto al oficial médico del frente militar del PC Abram Kohan, en apariencia “solo” el jefe del Servicio de Hemoterapia del Hospital Clínicas (UBA), acerca del que una vez escribí y volveré a hacerlo en breve.

    Este es el texto de Néstor, académico marxista e hijo de Abram:

    Nació y murió el mismo día, quizás para no dejar pistas [12 de julio de 1917- 12 de julio de 2005]: Oscar Antinori, conocido por sus amigos como “Cacho”, alias “Aníbal”.
    Militante revolucionario argentino.

    No figura en las historias oficiales.

    Siempre borró sus pasos y sus huellas.

    Aníbal era un personaje no sólo entrañable, sino que tranquilamente podría haber protagonizado una película de “Misión Imposible”. Pero no era yanqui ni universitario. Tampoco vivía rodeado de la super-tecnología. Simplemente era un obrero con conciencia de clase. Con mucha humildad, habitualmente repetía “yo solamente terminé séptimo grado de la escuela primaria”.
  
    Comenzó su militancia en el anarquismo revolucionario del grupo «Espartaco». A los 19 años participó activamente de la huelga general de 1936 incendiando carros y haciendo sabotajes contra los patrones. Más tarde se integró al comunismo. Como militante comunista, con 47 años, dirigió en 1964 un grupo de más de 100 combatientes de Argentina que se fueron a entrenar a Cuba. Allí el Che Guevara lo intentó reclutar para la estrategia guevarista de alcance continental. Cada noche el Che Guevara lo sacaba del campamento para hablar personalmente. Aníbal le respondió “yo simplemente soy un combatiente. Eso no me lo tenés que plantear a mí, sino al Comité Central. Si el partido me da la orden, pasamos todos a la lucha armada”.

   
Antinori, de lentes, junto a Fernando Nadra en Varsovia, 1950,
durante el Primer Congreso Mundial por la Paz. Mas a la
izquierda, Alekséi Marésiev, cuya historia fue inmortalizada
por Boris Polevoi en la novela “Un hombre de Verdad”.
Ya asesinado el Che en Bolivia, el 26 de junio de 1969 Aníbal participó de los incendios de los supermercados «Minimax», cadena de empresas pertenecientes al millonario norteamericano David Rockefeller. Más tarde, en las navidades de 1975, a través del contacto con Benito Urteaga, Aníbal (junto a mi padre) trató de socorrer a los heridos y sobrevivientes del ataque al cuartel militar de Monte Chingolo, por parte del PRT-ERP. Hizo también otras cosas y recibió otros entrenamientos. Sospechaba que los servicios secretos checos le venderían información suya a la CIA.
   
Lo conocí en su vejez. Casi siempre lo veía junto a mi padre (años después de la muerte de ambos me enteré porqué andaban juntos). Aníbal me regaló las Obras Completas de Lenin. ¡El mejor regalo! Viejito y con bastón, pero fuerte como un roble, recordaba con cariño, amor y admiración al Che Guevara. También me contó la cantidad de veces que la policía argentina lo había picaneado (tortura con electricidad).

Antinori, en los años '80.
    En sus últimos años seguía discutiendo con su viejo vecino y camarada Enrique Israel sobre la herencia de Lenin y Trotsky y las polémicas de la revolución bolchevique. Entre algunas de las infinitas anécdotas que me contó, recuerdo que cuando era niño, junto con su madre, Aníbal había llegado a conocer a la gente del grupo anarquista revolucionario de Severino Di Giovanni.
    En silencio, Aníbal, internacionalista convencido, constituye un pedazo de la historia argentina desconocida.
    Un compañero formidable.

   ¡Hasta la victoria siempre, querido Aníbal!

PD: El texto homenaje de Kohan a Cacho Antinori ratifica, entre otras,  dos cuestiones que me gustaría subrayar.
1) La voladura de 13 supermercados Minimax, en junio de 1969, que varios se AUTOADJUDICARON al amparo del secretismo del Partido Comunista, que se mantiene hasta hoy, fue realizada conjuntamente por el frente militar el PC y la FJC, dentro de los cuales hubo ALGUNOS que LUEGO emigraron a otras organizaciones armadas.

2) El sector médico-militar del PC (Kohan/Antinori, en coordinación con Urteaga por el ERP) fue fundamental para salvar la vida de los pocos sobrevivientes del ataque al cuartel de Monte Chingolo, en diciembre de 1975. Una cosa era condenar políticamente la acción y otra dejar que el Ejercito masacrara a quienes ya estaban indefensos.