jueves, 31 de marzo de 2011

«Elogio del amor»: Amar sin fin


En un mundo que cada vez es más trivial y egoísta, Badiou se pregunta por el papel del sexo y defiende el amor en su esencia más pura. Inaudito: "Elogio del amor", un polémico libro de filosofía que en Francia bate records de ventas.

Es conocida la leyenda que Platón recoge en «El banquete» sobre el origen del amor. En un ambiente de ebria camaradería, todos los participantes se atreven a filosofar sobre el asunto. Pero, llegado el turno de la disquisición de Aristófanes, éste apunta, quizá, al asunto decisivo: la relación entre el deseo y la ausencia. Al principio, cuenta, existían seres andróginos. Pero ante la provocadora imagen de felicidad que desprendían, Zeus se enfureció y, como castigo, los debilitó dividiéndolos en dos. Por eso, desde entonces, cada mitad busca su complemento. El amor es el deseo de volver a la situación originaria: hombres y mujeres desde entonces vagan a la deriva en incesante busca de la mitad que les falta. ¿Está muy lejos de este imaginario la «agencia de contactos» actual, que permite superar la soledad? ¿Y si fuera este ilusorio mito de la «media naranja» la gran ficción que ha desvirtuado el genuino poder del amor? Ésta es una de las ideas sobre las que reflexiona el libro que reseñamos: «Elogio del amor», una conversación entre el filósofo francés Alain Badiou y el periodista Nicolas Truong que se ha convertido en el país vecino en todo un «best-seller».

Obsesión por el sexo

Badiou no cree que el encuentro amoroso, entendido como acontecimiento imprevisto, sea una idea romántica. Si la idea romántica del amor es una idea de predestinación –«estábamos hechos para encontrarnos»–, se imposibilita la idea de encuentro. «El encuentro es que, justamente, no estábamos hechos para encontrarnos. Y eso no es una idea romántica porque el encuentro es absolutamente contingente. Si lo prefiere, estoy convencido de que hay que admitir una contingencia del amor».

Como pone de relieve esta conversación, de todos los intelectuales contemporáneos, ha sido Badiou quien más ha avivado en los últimos tiempos, desde la filosofía y el compromiso político, el debate sobre el amor. Y lo ha hecho poniendo en duda la húmeda alianza entre genitalidad y emancipación.

A Badiou no se le escapa que, apagados los ardores utópicos de la liberación sexual de otras décadas, los albores del siglo XXI están evidenciando no poca perplejidad ante las nuevas relaciones y demandas del cuerpo. Y es que, si bien, por una parte, seguimos insistiendo en conocer nuestra identidad a través de la sexualidad (¿por qué los occidentales, desde hace dos siglos, seguimos buscado «conocimiento» sobre nuestro sexo individual y no, por ejemplo, otros tipos de comunicación?), por otra, del armario de la opacidad y la indefinición, no paran de salir nuevas voces que claman por redibujar el tradicional paisaje de la sexualidad.

Y eso por no hablar de las relaciones de pareja, cada vez más frágiles y violentas. Badiou tiene la sensación de que el amor se hace más necesario y, al mismo tiempo, más imposible que nunca. En este contexto, parece que hayamos pasado de la lucha de clases a una lucha privada por el sexo donde sólo hay ganadores y perdedores.

Ante este panorama de «amor a la carta», Badiou propone nada menos que una apología intempestiva del compromiso y la fidelidad en contra del narcisismo rampante. Desde esta verdad violenta del amor no sólo clarifica la sutil complicidad entre sexualidad vacía, consumismo y capitalismo. En cierto modo, el elogio del amor al que nos invita tendría como contramodelo el universo literario de J. G. Ballard.

Un accidente de coche

En su novela «Crash», Ballard nos describe un mundo alienado en el que los «únicos» contactos posibles de intensidad vital entre seres humanos se producen como consecuencia de violentos choques automovilísticos provocados. Sólo el éxtasis de la autodestrucción del sujeto mediado por las posibilidades tecnológicas logra hoy derrumbar los muros del aislamiento individual. En una sociedad compuesta únicamente por átomos impenetrables y por espacio vacío, «Crash» sería para Badiou la metáfora perfecta de nuestro paisaje tecnológico-sexual: tan estéril como pornográfico. Contra esta sexualidad encapsulada, atómica, incapaz de abrazar la relación personal y el compromiso, se rebelan los argumentos del filósofo francés, quien comparte el diagnóstico de la trivialización egoísta de la sexualidad. Por todo ello, independientemente de su temática específica, su propuesta «comunista» sobre el amor es un sugerente alegato contra un resentimiento global que tiñe y anega en la impotencia relaciones y encuentros. De ahí que la alargada sombra psicoanalítica de Lacan se cierna sobre todo el diálogo. «En el sexo, a fin de cuentas –escribe Badiou–, uno está en relación con uno mismo en la mediación del otro. El otro te sirve para descubrir lo real del goce. En el amor, en cambio, la mediación del otro vale por sí misma. Y eso es el encuentro amoroso: uno parte al asalto del otro, a fin de hacerle existir con uno, tal como es».
Badiou se pregunta si la liberación sexual no ha terminado siendo el vehículo inconsciente de una «economía» más ágil que asfixia los encuentros interpersonales realmente fecundos.

Además, pone de manifiesto cómo, tras la fachada de la indiferencia posmoderna, se esconden venenosas intenciones o, directamente, las garras de un poder cada vez más flexible y jovial, pero no menos peligroso. Complicada propuesta la de Badiou en un mundo cada vez más obsesionado por el bienestar narcisista.

Una vaga diferencia

«No hay relación sexual», dijo Lacan de forma provocadora hace unas décadas. Pese a ser interpretada esta frase como una declaración cínica, Badiou considera que lo que quiso decir el psicoanalista no fue que el amor no existiera, sino algo más simple: que no hay ciencia exacta del amor. La particularidad del sexo humano, contradiciendo a Aristófanes, radica en que coloca a la razón en conflicto consigo misma; es el lugar donde el saber se siente impotente. En otras palabras, el escándalo del amor es que posibilita la creación de un «Dos» inédito donde nunca hubo un «Uno». De ahí que el amor sea inexplicable. «Estar enamorado –escribió Bernard Shaw– significa exagerar desmesuradamente la diferencia entre una mujer y otra».

domingo, 27 de marzo de 2011

Al Divino Botón


Seguimos con nuestra selección dominical de Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, de Héctor Zimmerman, Editorial Aguilar.

“…Después de una hora perdida al divino botón…” escribe Marco Denevi en su cuento Charlie. Esta expresión, común en el habla de los argentinos, se aplica a lo que se hace o se dice sin objeto definido o sin resultado. Menos usual es una variante de la misma frase, “al santísimo botón”, que también relaciona la botonería con lo místico y con la inutilidad de una acción. Dos datos sugieren que no se trata de un botón cualquiera, el de una camisa, por ejemplo. En italiano, butonelle son las cuentas del rosario. En francés, la frase filer le chapelet, desgranar el rosario, equivale a hablar mucho y sin sentido, como quien pasa las cuentas en vano y porque sí. Si la expresión se refiere a las cuentas del rosario, es posible que ella naciera de alguien que perdió la fe a fuerza de orar sin ser escuchado. Con el tiempo, esa actitud se borró de la frase, y lo de “divino” perdió su sentido original. Hoy tanto da que obramos al divino o al santísimo botón como afirmar que hemos hecho las cosas al cohete.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Guitarra Negra




Fragmento de Guitarra Negra, del gran Alfredo Zitarrosa, para estas horas, estos recuerdos, estas ausencias que desgarran el alma pero nos empujan a seguir adelante, inevitablemente, hasta el fin.

Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra... Cómo haré para que sientas mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera y mía... Cómo se toca tu carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas... Cómo se puede amarte sin dolor, sin apuro, sin testigos, sin manos que te ofendan... Cómo traspasarte mis hombres y mujeres bien queridos, guitarra; mis amores ajenos, mi certeza de amarte como pocos... Cómo entregarte todos esos nombres y esa sangre, sin inundar tu corazón de sombras, de temblores y muerte, de ceniza, de soledad y rabia, de silencio, de lágrimas idiotas...

Allanamiento
Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... Hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco... Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma... Hoy anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía, mis amigos, sus nombres, las noches del Café Montevideo, las encomiendas por la Onda con olor a estofado, revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre, su hemiplejia, al Uruguay batllista, a Arístides querido, a mis anarcos queridos bajo bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables... Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión... Y no halló nada... No pudo hallar a Batlle, ni a mi padre, ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie... ni a los muertos Fernández más recientes... A mí tampoco me encontró... Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida... Pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles... Pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la hora iba la vida, junto con su almuerzo... Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa abiertas... y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales... la noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra a la luz del farol... y se echará en el piso como un perro... y aguardará hasta la madrugada... Hoy... dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para siempre...

martes, 22 de marzo de 2011

Lo que Obama debió haber dicho en Chile...


...y por supuesto no dijo ni hizo. Hoy se difundió una reflexión de Ariel Dorfman, el célebre autor de "Para leer al Pato Donald", nacido en Buenos Aires, aunque chileno de adopción, hasta que debió marchar al exilio perseguido por la dictadura de Pinochet

Cuando Barack Obama desembarque en Chile por una visita de 24 horas, algo crucial va a faltar en su agenda. Habrá mariscos suculentos y discursos que elogien la prosperidad de Chile, acuerdos bilaterales y encuentros con los poderosos y los pomposos, pero no hay planes, sin duda, de que el presidente de los Estados Unidos tome contacto con lo que fue la experiencia fundamental de la reciente historia chilena, el trauma que el pueblo de mi país padeció durante los casi diecisiete años del régimen del general Augusto Pinochet.

Y, sin embargo, no sería imposible que Obama se asomara a una pequeña muestra de lo que fue la aflicción de Chile. A escasas cuadras del Palacio Presidencial de La Moneda, donde ha de ser agasajado por Sebastián Piñera, 120 investigadores se dedican asiduamente a recoger una lista definitiva de las víctimas de Pinochet para que se les pueda entregar alguna forma de reparación. Este es el tercer intento desde que terminó la dictadura, en 1990, para enfrentar las pérdidas masivas que ocasionó. Dos comisiones establecidas oficialmente ya habían escrutado una inmensa cantidad de casos de tortura, ejecuciones y prisión política, pero se fue haciendo claro, en la medida en que pasaban los años, que innumerables abusos de derechos humanos seguían sin identificarse. Y, de hecho, la indagación corriente ha recibido 33.000 solicitudes adicionales, horrores que todavía no habían sido registrados.

Aunque Obama no tiene derecho a leer ninguno de los informes confidenciales acerca de aquellos casos, unos minutos robados de su estricto calendario para hablar con algunos de los hombres y mujeres que llevan a cabo las pesquisas le informaría más sobre la escondida agonía de Chile que mil libros y reportajes.

Podría, por ejemplo, conversar con una investigadora llamada Tamara. El 11 de septiembre de 1973, el día en que Salvador Allende fue derrocado, el padre de Tamara, uno de los guardaespaldas de Allende, fue detenido, sin que jamás se supiera su paradero ulterior. Yo trabajaba en La Moneda en la época de la asonada militar y salvé la vida debido a una cadena de coincidencias milagrosas, pero el padre de Tamara no fue no tan afortunado, como no lo fueron varias buenos amigos míos, cuyos cuerpos todavía están sin sepultura.

O podría Obama auscultar los ojos de un abogado que conozco, al que lo secuestraron una tarde y que fue torturado durante semanas antes de que lo dejaran una noche en una calle desconocida, tan lejos de su hogar que fue inmediatamente arrestado de nuevo por romper el toque de queda. O por ahí Obama podría conversar con una antropóloga que tuvo que marcharse al exilio durante 14 años, perdiendo su país, su profesión, su idioma, y cuyo retorno a Chile fue tan angustioso como el destierro original, puesto que sus hijos, a raíz de su prolongada ausencia del país donde nacieron, habían decidido permanecer en el extranjero, lo que significa que esa familia estará para siempre escindida.

O si el presidente Obama se siente más cómodo conociendo lugares en vez de seres humanos de carne y hueso, podría familiarizarse con Villa Grimaldi, una casa de tormentos donde ahora se yergue un centro para la paz, o ceder diez minutos para visitar el Museo de la Memoria, donde hay exhibiciones que denuncian el terrible pasado de Chile.

Una razón por la cual tiene sentido que Obama haga todo lo posible por vislumbrar, aunque fuera a través de un vidrio oscuro, nuestra vasta y devastadora pena, es que los norteamericanos fueron, en gran parte, responsables de aquella tragedia. Washington ayudó y alentó y financió la caída del gobierno democráticamente elegido de Allende y la trayectoria dictatorial de Pinochet. En un momento en que la revuelta en Egipto, como en tantos otros países que se sacuden el yugo autoritario, le recuerda al mundo las consecuencias de sostener regímenes brutales, sería aleccionador para un presidente tan inteligente y compasivo como lo es Obama ver, de cerca y en forma personal, algunos de los hombres y mujeres que han sido destruidos por esa política.

Y Chile también ofrece un ejemplo de lo difícil que es confrontar los crímenes contra la humanidad, cuán difícil y también cuán necesario. En mi país hemos aprendido que si nuestra comunidad, nuestro pueblo entero, no mira de frente el pasado aterrador y arrastra hasta la luz su pesadumbre, si los responsables no reciben castigo, corremos el riesgo de que se corrompa nuestra alma misma.

Es una lección que Obama y sus compatriotas deberían imponerse. Dos años después de su inauguración, Guantánamo sigue abierta y no hay señal de que se proponga un enjuiciamiento de las violaciones de los derechos humanos bajo la administración de Bush ni tampoco una insinuación de que se les pediría perdón a las víctimas. Una comisión norteamericana que tome como modelo una como se ha establecido en Santiago podría constituir un primer paso hacia un ajuste de cuentas que, como bien lo sabemos los chilenos, no debería postergarse en forma indefinida.

Por importante que fuera esa experiencia para Obama, hay otra que sería aún más significativa. Por la noche va a cenar en el mismo Palacio Presidencial donde murió hace muchos años atrás Salvador Allende, en defensa del derecho de su pueblo a elegir su propio destino. Allende está enterrado en un cementerio no muy lejos de donde la elite del país va a estar brindando por la amistad eterna entre Chile y los Estados Unidos. En 1965, durante un viaje notable a Chile, Bobby Kennedy se salió del escrupuloso protocolo que se le había armado y se encontró con mineros expoliados y estudiantes universitarios hostiles y se sumergió en los problemas del país para conocerlos, para preguntarse cómo llegar a su resolución. ¿Y si Obama decidiera seguir el ejemplo de Kennedy –su ídolo, Bobby Kennedy– y se saliera del guión para hacer algo sin precedentes como una visita a la tumba de Allende? ¿Si muy simplemente se parase en ese lugar, estuviese a pie ante los restos de quien fue, como él, un presidente elegido por su pueblo, si le dedicara un par de minutos solitarios?

No sería imprescindible que pidiera perdón o expresara remordimiento por la intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de Chile ni por haber sostenido a Pinochet durante tanto tiempo. Bastaría ese gesto sencillo. Ese homenaje a un presidente que entregó su vida luchando por la democracia y la justicia social mandaría un mensaje a América latina, y de hecho a todo el planeta, que sería más elocuente que cincuenta discursos retóricos. Sería una señal de que quizá de veras sea posible una nueva era en las relaciones entre los Estados Unidos y sus vecinos al sur del río Bravo, que el pasado tan amargo e injusto nunca más ha de volver, nunca, nunca más.

domingo, 20 de marzo de 2011

Darse dique


Seguimos con nuestra selección dominical de Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, de Héctor Zimmerman, Editorial Aguilar.

Cuando una persona hace ostentación de algo o se da una importancia exagerada decimos que se da dique. La expresión nada tiene que ver con dique alguno (palabra que viene de Holanda, país experto en ponerle barreras al agua). El dique de nuestro dicho surgió por alteración y posterior inversión del término gitano diquelar –que la Academia registra--, la que, al igual que dicar, en jerga de los zíngaros quiere decir ver o darse cuenta. Diquelar fue mal interpretada por los porteños, quienes la oyeron como diquedar. De Diquedear o dar dique no había más que un paso que los habitantes dieron muy pronto. A fines del siglo pasado dar dique se aplicaba en lunfardo a una estafa que consistía en dejar un objeto en venta para cambiarlo rápidamente sin que el sujeto lo advirtiera. La idea de falsa apariencia dio lugar a la de exhibir, hacerse ver, que el dicho expresa hoy. Vanidad de vanidades. No existe obra hidráulica capaz de oponerse al afán de darse dique.

Cuando veas arder Libia


Un enfoque del dificil cuadro libio, como lo fue el de Irak y el de Afganistan, aunque el balance final de ganadores y perdedores no deja lugar a dudas. Por Luis Britto García, en "Rebeliòn", de Nicaragua.

1

En 1984 viajo durante horas por desiertos libios que parecen paisajes lunares hasta complejos de cabrias y refinerías semejantes a estaciones espaciales. De allí salen cada día 1.600.000 barriles de petróleo que mantienen funcionando a Europa. Libia tiene reservas estimadas en 42 mil millones de barriles. Las potencias hegemónicas viven del constante derroche de la energía fósil que no poseen. En lugar de habilitar energías alternativas, la saquean a países que sí la tienen. Cuídate de la malignidad de aquél a quien favoreces, reza el proverbio libio. La primera condición que debe cumplir hoy un país para ser invadido es tener hidrocarburos o ser zona de paso de éstos.

2

En 1836 Libia es asaltada por turcos, en 1912 invadida por italianos, en 1943 conquistada por ingleses, en 1951 ocupada por tropas británicas, estadounidenses e italianas que sostienen al títere rey Idris, quien acapara los crecientes ingresos petroleros. En 1969 Muammar Kadafi, un coronel de 27 años, comanda una rebelión militar que expulsa las bases extranjeras, crea en 1970 la Compañía Nacional de Petróleo que domina la mitad de la producción, y en 1977 proclama la Gran República Popular Socialista Árabe de la Jamahiriya. Cuando el ganado cae, lucen los cuchillos, advierte el refrán libio. La segunda condición para que un país sea invadido es que asuma el control de sus recursos naturales.

3

En 1984 asisto en Trípoli al 15 aniversario de la Jamahiriya. Presencio multitudinarias asambleas populares donde se debaten y aparentemente se resuelven problemas. El Libro Verde se presenta como la Tercera Teoría Universal, y proclama la iniciativa y primacía de las organizaciones de base. Afirma que “la democracia es el poder del pueblo y no el poder de un sustituto del pueblo”. Asevera que “la representación es una impostura”. Proclama que “el partido representa sólo a una fracción del pueblo, mientras que la soberanía popular es indivisible”. Aduce que “los congresos populares son el único medio de la democracia popular”. El pueblo se divide en congresos populares de base; cada congreso elige un comité que lo dirije y el conjunto de comités forman los congresos populares. En las calles las damas usan velo, pero en los desfiles batallones femeninos lucen magníficos rostros y cabelleras; hay mujeres científicos y muchachas pilotos de aviones de combate. Libia tiene para 2010 un PIB estimado de unos 76.557 mil millones de dólares, con incremento anual de 6,7%. Actualmente sus exportaciones anuales de unos 63.050 millones de dólares comparadas con sus importaciones de 11.500 millones le otorgan una balanza comercial ampliamente favorable y le posibilitan acumular reservas por unos 200.000 millones de dólares, que respaldan una insignificante deuda externa de 5.521 millones de dólares. Ello le reporta el mayor PIB per cápita (14.534$) y el mejor Índice de Desarrollo Humano en África. La expectativa de vida es de 74 años, la mortalidad infantil de 18 por l.000 y el analfabetismo de 5,5%; el gasto en Educación es del 2,7% del PIB mientras que el de Defensa no excede de 1,1% del PIB. Sin embargo, subsiste un 30% de pobreza. Quien no ayuda a su familia, no ayuda a nadie, enseña el proverbio libio. La tercera condición para ser invadido es apoyarse en las bases populares y redistribuir la riqueza social.

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La Jamahiriya no sólo aboga por la democracia directa. Es nacionalista, porque expulsa bases militares extranjeras y apropia recursos naturales. Es integracionista, pues apoya la Unión Africana y predica la coordinación o confederación del Mundo Árabe, una comunidad cultural de 339.128.336 habitantes distribuidos en tres continentes sobre 13.707.811 kilómetros cuadrados y que posee la mayoría de los recursos energéticos del planeta. Libia defiende estos recursos apoyando con firmeza las decisiones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. En sus primeros tiempos la Jamahiriya es internacionalista. En la Conferencia sobre el 15 aniversario de Al Fatah en Trípoli intervienen un gigantesco dirigente de los indígenas en Estados Unidos, quien denuncia duramente el genocidio contra su pueblo; el reverendo afroamericano Farrakah, quien amenaza a la potencia norteña con tormentas, granizo y guerra nuclear; el comandante Tomás Borge, quien rechaza humanísticamente cualquier hipótesis que lleve al holocausto atómico, delegados de Al Fatah que nos reúnen en sesión aparte para explicarnos las diferencias internas en su movimiento. Esta solidaridad atrae la condena unánime de las potencias que luchan por desintegrar el resto del planeta. Una mano sola no aplaude, reflexiona el aforismo libio. La cuarta condición para ser invadido es predicar la integración del Tercer Mundo.

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En un oasis frecuentado por camelleros almuerzo cordero asado. El 90% de los seis millones de libios son musulmanes. Como en los restantes países islámicos, a las diferencias entre clases e ideologías se superponen las de parcialidades religiosas y a éstas las de sectas y clanes y etnias y regiones y generaciones, más las divergencias con más de medio millón de inmigrados. Demasiados capitanes hunden el barco, reza el dicho libio. La quinta condición para ser invadido es que los agresores dividan para imperar.

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Durante el 15 aniversario de la Jamahiriya veo pasar a poca distancia a Kadafi. Es para entonces un joven con sobrio uniforme verde, que habla y discute animadamente con la multitudinaria asamblea. Pocos seres han sido más adulados por las potencias para comprarle petróleo, pocos más satanizados por los medios de ellas para despojarlo de él. Tribunales internacionales sordos, ciegos y mudos ante la impunidad del terrorista Posada Carriles condenaron a Libia por la supuesta voladura de un avión en Inglaterra. Kadafi pagó bajo protesta las indemnizaciones del caso. Sin previa declaratoria de guerra, la administración Reagan viola el espacio aéreo en el golfo de Sirte en 1981 y en 1986 bombardea Trípoli, arrasa la residencia de Kadafi, le asesina una hija y cerca de un centenar de compatriotas. Las mismas agencias noticiosas que celebraron ese genocidio deploran ahora supuestos bombardeos contra manifestantes. Telesur envía dos equipos al área, que no encuentran rastros de bombardeos. El ejército ruso demuestra con imágenes satelitales que tales ataques no ocurrieron. Sí hay nutridos intercambios de fuego entre leales y sublevados. Éstos no son, por tanto, manifestantes inermes. Las agencias de Estados Unidos, cuyo ejército es de mercenarios, mienten que los defensores del gobierno son “mercenarios”. Entre su repertorio de disparadores de pánico no dejan de invocar las “armas químicas” ya atribuidas a Irak. Quien replica al león, tiene mal aliento, advierte el proverbio libio. La sexta condición para ser invadido es ser demonizado por las agencias internacionales.

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La tormenta informativa se traduce en falta de información ¿Qué sucede realmente en Libia? ¿Siguen funcionando las organizaciones populares, o son desplazadas por clases políticas? ¿Sustituye la representación a la participación? ¿Es creíble que aumenten al unísono el Índice de Desarrollo Humano y el descontento social? ¿Ha cedido Kadafi ante el acoso de imperios y transnacionales? ¿Es sincera la enemistad con Libia de potencias que durante cuarenta años le han comprado petróleo y vendido armas? Durante ese lapso los omnipresentes medios omiten toda explicación. Mientras mandatarios de Estados Unidos y monopolios mediáticos se deshacen en elogios a favor de los sublevados ¿qué defienden éstos? ¿qué planean? ¿qué proponen? Las únicas credenciales del FNSL consisten en haber realizado un “Congreso Nacional” en Estados Unidos en 2007, financiado por la NED. Todos los medios del mundo esperan para difundir sus planes. Si no los declaran, es porque no los tienen o son inconfesables. Si se oponen a Kadafi ¿privatizarán los hidrocarburos? Si en verdad tienen apoyo popular ¿para qué necesitan la aplastante intervención de la primera potencia militar del mundo? Si desean el bien de su país ¿por qué lo exponen a la aniquiladora invasión de imperios extranjeros? No busques el placer en la desgracia de otro, aconseja la máxima libia. La séptima condición para ser invadido es ser falsificado por la desinformación.

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Estados Unidos bloquea con portaaviones nucleares la costa libia y confusos despachos afirman que desembarca “asesores” armados hasta los dientes, mientras pacta contubernios de salteadores con la Unión Europea y un helicóptero militar de la OTAN es capturado en flagrante violación de la soberanía del país árabe. Walter Martínez revela que la London School of Economics preparaba el relevo de la dirigencia del país agredido: cuatrocientos becados libios eran adiestrados en las excelencias del neoliberalismo salvaje. Como en una pesadilla vemos repetirse la situación iraquí. El plan es robar el petróleo libio para con él lanzar un dumping que arruine y desarticule los gobiernos de la OPEP. La única política estadounidense es el saqueo global de hidrocarburos, lo cual a la larga conduce al bloqueo energético de las restantes potencias y a la Guerra Mundial. Venezuela propone una mediación, que Kadafi y la Liga Árabe aceptan, y el ALBA convoca una reunión plenaria para discutir la situación. La carga compartida pesa menos que una pluma, reza el apotegma libio. Cuando veas un país del Tercer Mundo arder bajo la agresión imperial, pon tu solidaridad en remojo

domingo, 13 de marzo de 2011

Dar la lata


Seguimos con nuestra selección dominical de Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, de Héctor Zimmerman, Editorial Aguilar.

Aunque estemos hoy habituados a asociar las latas con el metal y las conservas, lata era para los romanos un palo grueso o un tablón de madera. Por su peso y contundencia tomó el sentido metafórico de algo capaz de aturdir, difícil de soportar. Una asociación de ideas similar a la que inspiró la denominación de tronco que se aplica al jugador muy torpe o al individuo apático. Al inventarse la hojalata, ésta sumó el ruido propio de ese material a las connotaciones anteriores. Desde entonces lata tomó también el significado de cosa que estorba, como los envases vacíos. El latero, o latoso, es parte de la contaminación ambiental. Tan capaces de arruinarnos el paisaje como el laterío de los baldíos o los cilindros de hojalata que desde el techo de un auto pregonan que su dueño ya no quiere verlo más. Roberto Arlt le dedicó íntegra una de sus Aguafuertes Porteñas, que con su acierto se titula “Psicología simple del latero”. “Resulta absurdo que un tipo de esta clase tenga siempre un stock de pavadas para desembaular”, se indigna allí Arlt, para agregar más adelante: “En cuento suelta la lengua se olvida que existen el tiempo y el aburrimiento”. Tablón u hojalata, el abuso de la palabra siempre encontró, por lo visto, sus cultores y sus víctimas.

sábado, 12 de marzo de 2011

David Viñas y las armas de la crítica


Mi mejor homenaje a uno de los mayores intelectuales argentinos del siglo XX, hombre de carácter pero sin rencores secundarios, como me tocó comprobar, en un reportaje --e interesante introducción-- que le realizó Néstor Kohan hace casi ocho años.

Alguna vez Marx, en una formulación famosa, pidió conjugar las armas de la crítica con la crítica de las armas. En la cultura argentina David Viñas ejerce desde hace décadas ambas modalidades de crítica. Mantener esa actitud, sin plegarse a las modas del momento, no resulta fácil. Fundamentalmente en nuestra cultura, siempre tan proclive a dejarse cautivar por “el último grito” académico de París y a acomodarse rápidamente con la onda política del momento.

Como alguien que se siente fuera de lugar y como un aguafiestas -¿qué es un intelectual crítico sino un aguafiestas?- Viñas nunca ha tenido miedo de impugnar los consensos superficiales de último minuto. Esta entrevista no es una excepción a la regla.

Conviene recordar, por ejemplo, que durante los primeros años de la llamada “transición a la democracia”, cuando varios intelectuales vernáculos volvían del exilio mexicano renegando de sus fervores marxistas de los ’60 y ’70 y se abrazaban, entusiastas, arrepentidos y conversos, a las becas socialdemócratas europeas y a los millonarios subsidios de las fundaciones norteamericanas, David Viñas rechazó una beca Guggenheim que le otorgaba más de veinte mil dólares. Cuando le preguntaron las razones de ese “inexplicable” rechazo, teniendo en cuenta que ni siquiera era dueño de su casa y tenía que pagar un alquiler, Viñas apenas susurró el nombre de sus hijos desaparecidos durante la dictadura (María Adelaida y Lorenzo Ismael) y el del escritor Haroldo Conti…

Se sabe. En el ámbito de la crítica literaria, la aparición de su Literatura argentina y realidad política (1964, reeditado, modificado y ampliado en varias ocasiones) revolucionó este campo impugnando al mismo tiempo el formalismo académico y la despolitización de los cánones oficiales. Aquella obra hoy clásica comenzó a escribirse en 1953, en tiempos de Contorno (la mítica revista donde David Viñas participó junto con León Rozitchner, Ismael Viñas y Ramón Alcalde, entre otros). Sus arriesgadas hipótesis marcaron a fuego la crítica nacional. Lo que caracterizó su originalidad fue el descubrimiento de la impregnación política que tiñe la teatralización de la escritura. Una lectura de nuestra literatura entendida como texto único, corrido, donde hablan las clases dominantes y sus intelectuales. La sociedad y los conflictos políticos de una época condensados en la ciudad, entendida a su vez como texto abierto y en disputa.

Aquel libro precursor se prolongó en toda una serie de investigaciones sobre nuestra literatura que, en la obra de Viñas, acompañaron sus varias novelas, obras de teatro y textos de historia. Entre los textos críticos e históricos merecen destacarse Laferrère y la crisis de la ciudad liberal, De Sarmiento a Cortázar, De los Montoneros a los anarquistas, Fascismos en América Latina, Anarquistas en América Latina, De Sarmiento a Dios (Viajeros argentinos a USA) y Menemato y otros suburbios. Entre las novelas: Cayó sobre su rostro, Los años despiadados, Un dios cotidiano, Los dueños de la tierra, Dar la cara, Hombres de a caballo, Cosas concretas, Jauría, En la semana trágica, Cuerpo a cuerpo, Prontuario y Claudia conversa, entre otros. Entre las obras de teatro: Maniobras, Lisandro, Túpac-Amaru y Dorrego.

La entrevista adoptó como punto de partida la reedición de Indios, ejército y frontera (Buenos Aires, Santiago Arcos, 2003; primera edición de México, Siglo XXI, 1982), ensayo que prolonga la zaga punzante iniciada en Contorno y en la controvertida obra de 1964.

Siempre coherente con su voluntad de incomodar, de patear el tablero y la complacencia acomodaticia de un medio sumergido —desde 1976 a la fecha— en sospechosos edulcorantes dietéticos, en esta entrevista Viñas hace referencia con nombre y apellido a diversos intelectuales argentinos. Cuando ya nos estábamos despidiendo, le pregunté si mantenía esos nombres en la edición o los quitaba. “Compañero”, nos advirtió, “la polémica tiene que ser ad hominem. No se puede polemizar en abstracto y cómo haciéndose el distraído”. Esa fue, seguramente, la mejor definición de su labor crítica.

El diálogo tuvo lugar en el bar de la librería Losada de la calle Corrientes, en la noche de un frío viernes de junio del año 2003.

Exilio y dictadura

Néstor Kohan: ¿Cómo se gestó la investigación de Indios, ejército y frontera ?

David Viñas : Yo estaba en España y allá llegó la noticia de la celebración oficial en la Argentina de Videla de la “Campaña al desierto”. ¡Un escándalo! Eso coincidió con mi estadía en Berlín durante cuatro o cinco meses —fui para dar unas clases— y allí pude consultar esa descomunal biblioteca donada por Ernesto Quesada que hoy está en la Biblioteca Iberoamericana de Berlín.

N.K.: ¿Tu libro fue un intento de respuesta a la dictadura?

D.V.: Desde el comienzo está planteada la polémica. Aparecía claro que en 1879 se superponían las dos figuras: el civil y el militar encarnados en el general Roca, responsable del aniquilamiento de 20.000 personas, aproximadamente.

N.K.: ¿Y en 1979, un siglo después?

D.V.: Bueno, entonces los desaparecidos fueron 30.000… La información que recibíamos en el exilio era que los militares estaban matando gente “por la libre”. Yo creo que por entonces le adjudicaba mayor importancia —eso era lo que se veía, y en el exilio ni te cuento…— a los militares. No articulaba suficientemente y de manera explícita el proyecto económico subyacente y determinante. Si tengo que hacer autocrítica, creo que en este libro queda sesgada esa articulación de clase en función de una visión más civilista, donde el eje está en la crítica de los militares.

N.K.: ¿Qué público tenías en mente cuando lo escribiste?

D.V.: Buena pregunta. Esto se escribió en España, el público era europeo (aunque luego se publicó también en México). Ellos, en España, no entendían bien la política argentina. ¿Cómo era que el golpe de Estado de 1976 se lo habían dado a Isabel Perón…? Ellos tenían en mente el modelo de Chile: un gobierno socialista derrocado por militares. Para explicar la situación argentina de 1976 hacían falta años de explicación…Nosotros decíamos: “Ni Isabel Perón ni Videla”. ¿Con qué me quedo? ¡Con nada me quedo!

Modernización represiva

N.K.: En Indios, ejército y frontera vos planteás como hipótesis que en la historia argentina del siglo XIX se verifica una trayectoria que va desde “la nación romántica” que proponía la generación de 1837 de Sarmiento y Alberdi al “Estado liberal” del general Roca y la generación del ’80. También sugerís la idea de una modernización autoritaria. ¿Qué papel jugó allí el Ejército?

D.V.: Totalmente decisivo. Ya lo vemos en Lucio V.Mansilla, que es el discípulo, el máximo de heterodoxia respecto del discurso del poder. Concretamente en su libro Una excursión a los indios ranqueles, que es una polémica implícita pero que se explicita mucho a medida que él se va alejando de Río Cuarto…Mansilla tiene un problema personal que recorre toda su disputa interna al discurso del poder. Pero, el discurso del poder, con todas las inflexiones que pueda tener en términos cronológicos y diacrónicos, las impregnaciones, etc, se va perfilando cada vez más. Incluso explícitamente él y otros se reconocen como herederos de este punto de partida que puede ser la generación romántica del ’37. Con momentos contradictorios, desde ya. Pero se va refinando en el pasaje del momento romántico al momento positivista de 1870 y sobre todo 1880.

N.K.: ¿Ese pasaje está marcado por un proyecto político que en el 1837 carecía del Estado y en 1880 ya se ha adueñado del Estado?

D.V.: Desde ya. En el caso de Sarmiento es evidente, eso se puede verificar entre lo que puede significar el Facundo y su Campaña en el Ejército Grande —que corresponden al período 1845-1852— hasta Conflictos y armonías de las razas en América y Condición del extranjero en América. Incluso en términos estrictamente productivos, de calidad crítica, de agresividad, de dramaticidad, es mucho más fuerte todo aquello de los años en los que Sarmiento está en la oposición hasta cuando está instalado y cultivando, de una manera o de otra, un discurso del poder.

N.K.: ¿El año 1880 marca la culminación de ese proyecto?

D.V.: Yo creo que sí. Incluso, no nos olvidemos, hay elementos de Roca como ahijado de Sarmiento. Éste lo va levantando a Roca en términos estrictamente profesionales y militares. Roca es un hijo de Sarmiento. El mismo Roca se reconoce explícitamente con esto. Hay una línea, con altibajos zigzagueantes, sí, pero cuyo núcleo, cuyo carozo, sigue siendo cada vez de modo más explícito el componente complementario de una elite suburbana argentina respecto del centro inglés.

N.K.: ¿Ese proceso de emergencia y consolidación del modelo del ’80 expresó la conformación en Argentina de una modernización esencialmente autoritaria?

D.V.: Sí, ese fue el proceso, incluso frente al proceso de modernización que implica la campaña al desierto con su eliminación sistemática de los indios…

N.K.: Modernidad que se encuentra hasta en los métodos de represión entonces empleados…

D.V: Por supuesto. Son los métodos de “la civilización” que se definen frente a “la barbarie”. Lo que hasta ese momento era “civilización y barbarie” a partir de entonces, en Argentina, se transforma en “civilización o barbarie”. ¡Hay que eliminar a esos otros!... en la medida en que no entran dentro de mi retícula de racionalidad… ¿Cómo podían ser involucrados antes? Mansilla lo ve con claridad. Lo exótico como manera de visualizar a la barbarie. Lo “exótico”, por ejemplo, adscrito a las mujeres. En otras situaciones, la mujer exótica es esclava, bailarina, etc., etc., hasta que el blanco se puede dar el lujo de comprarse una esclava, pero siempre rodeada del misterio y el prestigio de “lo oriental”. En cambio en nuestra sociedad, en la obra de Mansilla, por ejemplo, encontramos algo diverso: esa visión del otro articulada de manera muy distinta a la seducción que ejerce sobre el discurso orientalista. En el avance blanco sobre la frontera argentina, sobre los indios, no se da ese ejercicio de seducción por “lo exótico”. En el caso del general Roca la conclusión es sencilla: “Hay que eliminarlos”.

Ejército y genocidio

N.K.: En tu obra vos planteás que la construcción de un orden nuevo, en lo social, en lo político, en lo cultural, presupuso en la Argentina de 1880 un genocidio. En el siglo XX, más concretamente en 1976, sucedió algo análogo…

D.V.: Sí, esa podría ser una de las tesis centrales. Dos desapariciones en función de las necesidades de eliminar a todo aquel otro que desbordara las retículas racionalistas del poder.

N.K.: Siempre mediante el Ejército argentino como el protagonista central…

D.V.: Precisamente, en Indios, ejército y frontera se alude al “Dios oculto”…Quizás, haciendo autocrítica, este libro —escrito en 1979 durante la dictadura del general Videla— esté un tanto impregnado de una perspectiva liberal, en la medida en que cargo las tintas sobre la dimensión militar, que era lo más visible. Quizás tenga un vacío de clase. Tendría que haber preguntado en aquel momento, cuando lo escribí, en 1979: “¿Qué aparece junto a lo militar?”. Lo que aparece y está presente en un documento fenomenal que envía la Sociedad Rural argentina en el año 1879 pidiendo que avancen sobre las tierras. El primero que firma ese documento es José Martínez de Hoz, de la misma familia del ministro de economía de Videla. Ahí tenés una continuidad de clase, casi paradigmática.

N.K.: Pero en Indios, Ejército y frontera vos planteás la alianza entre el ejército y las oligarquías provinciales…

D.V.: Sí, una alianza en el caso específicamente político. Una alianza que se reproduce hoy en día con los gobernadores de las provincias argentinas con Juárez, la provincia de La Rioja, etc. En tiempos de Roca y la campaña al desierto el gran operador de esas alianzas que acompañaron el genocidio está en la provincia de Córdoba. Es Juárez Celman. Pero ahí tenemos que recuperar, permanentemente, la línea teórica que se va realizando desde los años 1850 hasta la década de 1880 y hasta el fin de siglo: el pensamiento liberal victoriano, es decir, el liberalismo clásico.

N.K.: ¿Se podría concluir, entonces, que en Argentina el liberalismo no fue la oposición a un pensamiento autoritario sino que fue parte sustancial del proyecto autoritario?

D.V.: Todo eso formaba un mismo paquete en el cual la dimensión represiva se iba desarrollando en forma implícita. Frente a la Campaña al Desierto: ¿quiénes cuestionan esto? Desde la marginalidad del mismo proyecto y la misma clase: los católicos. Sucedió algo análogo a lo que pasa ahora. De pronto se puede coincidir con posiciones católicas frente al liberalismo. Entonces los que se oponen son católicos, curas, misioneros que denuncian el proceso desde una perspectiva totalmente paternalista. Son misioneros dentro de un proyecto que es parte del proyecto liberal. ¡Es la cruz y la espada!

N.K.: Habitualmente se afirma que, en el siglo XVIII de Europa, el liberalismo y el proyecto represivo eran alternativos o incluso dicotómicos. Suele decirse que la modernidad venía a desplazar y barrer todo ese proyecto monárquico, autoritario, despótico, represivo…Sin embargo, en la Argentina el liberalismo aparece impregnado, ya en la segunda mitad del siglo XIX, de un impulso represivo y fuertemente autoritario…

D.V.: Ese pasaje es precisamente el que marca la trayectoria del liberalismo romántico al liberalismo positivista. Los personajes más lúcidos que llevaron a cabo la política de Carlos II son algunos de los virreyes, como Vertiz. La fundación del virreynato del Río de la Plata es modernista. Esa gente estaba impregnada del pensamiento fisiocrático, del pensamiento de Jovellanos…

N.K.: Pero en el siglo XIX eso ya era imposible…

D.V.: Sí, asumía otras características y por eso ese liberalismo se transformó en algo completamente represivo.

N.K.: ¿Hay un paralelo entre ese modelo represivo de la generación de 1880 en la Argentina, donde la sociedad se estructura desde el Estado y desde arriba hacia abajo, con el modelo bismarkiano y prusiano que aparece como emergente de la sociedad europea de ese entonces?

D.V.: Hay permanentes desplazamientos y reemplazos. Hay seducciones por los modelos exitosos. A fines del siglo XIX ese modelo prusiano aparecía como exitoso de la misma manera que en la segunda mitad del siglo XX la aparición exitosa del Ejército israelí terminó siendo seductora para los militares argentinos. Hasta 1870 el modelo a imitar era el francés, pero paulatinamente ese modelo pasó a ser reemplazado por Bismark Incluso en elementos decisivos como la unificación del país y la centralización.

N.K.: Y los propietarios agrarios, los junkers, como sujetos sociales predominantes en Alemania…

D.V.: Exactamente, aquí también el sujeto eran las oligarquías propietarias de la tierra. La crítica historiográfica señala la crispación de este corrimiento de clase en materia de modelo. Ernesto Quesada, cuya biblioteca era más grande que la del propio general Mitre, regala esos libros a Prusia. De igual modo, el general Ricchieri compra una cantidad enorme de fusiles mauser a la casa Krupp…

N.K.: ¿Esa cultura argentina de fines del siglo XIX, donde la modernización y el liberalismo eran centralmente represivos, era virtualmente prusiana?

D.V.: No, lo que sí había era corrimientos, coincidencias, superposiciones, sobreimpresiones en función del éxito. Empiezan a venir a la Argentina oficiales prusianos. La trayectoria va desde Mansilla, siempre afrancesado, al general Uriburu, pasando por el coronel Falcón. Estos dos últimos eran totalmente germanófilos.

La campaña al desierto y la dictadura de Videla

N.K.: ¿Dónde estaría el paralelo con el genocidio de 1976?

D.V.: Evidentemente en el modo como en 1976 sigue funcionando el Ejército. En el caso del general Roca y la generación de 1880, se trata de alguien que viene del éxito militar: conquistador del desierto y conquistador de la ciudad de Buenos Aires por parte de un provinciano. Hay que ver lo que escribía el diario La Nación cuando se dio la elección entre Roca y Tejedor: “es un militar tosco, provinciano, etc.”. Después advierten que tiene una lucidez fenomenal. Desde 1880 hasta 1904 el poder militar y el poder civil se superponen sobre una misma figura: la de un general.

N.K.: ¿Cómo ves hoy al Ejército argentino?

D.V.: De algún modo arrinconado. Por eso el presidente Kirchner puede pasar a retiro a tantos generales. Pero habrá que ver con calma cómo sigue esto cuando Kirchner llegue a la entrevista con el “compañero” Bush…

N.K.: ¿Se podría trazar una secuencia entre 1879, 1976 y 2003?

D.V.: Pienso que sí. Yo creo que esa secuencia está marcada por la trayectoria de esta institución y este grupo social que hoy pretende ir recomponiéndose pero que, a lo largo del tiempo, su carozo viene representando en su esencia lo mismo. Martínez de Hoz es el ministro de economía de la dictadura de Videla en 1976. Y no tan casualmente encontramos el mismo apellido Martínez de Hoz en el primer lugar de la lista de la carta que la Sociedad Rural le envía al general Roca en 1879. Hay una evidente línea de continuidad. Lógicamente con vaivenes, sino terminaríamos pesando que la oligarquía argentina es un caño sin costura.

La burguesía argentina

N.K.: ¿No hay diferencias entre la burguesía argentina de aquella época y la actual?

D.V.: Seguramente. La burguesía de aquella época y aún su liberalismo represivo tenía todavía elementos de positividad, por ejemplo en el plano anticlerical. Eduardo Wilde lo expulsa a Matera. No era sencillo expulsar al nuncio apostólico. Rompen las relaciones con el Vaticano hasta la segunda presidencia del general Roca. Es el itinerario de la clase dirigente y su discurso hegemónico. Sí, con variantes. No es un caño sin costuras.

N.K.: ¿La burguesía argentina de hoy tiene un proyecto de país como lo tuvo la burguesía de aquella época?

D.V.: La burguesía actual tiene tan sólo un proyecto de sobrevivencia. La burguesía actual tiene un pensamiento que es un antipensamiento. Sólo apuesta a la sobrevivencia. Entonces, en 1880, la burguesía tenía una elite que en la Argentina nunca más se ha repetido. Pensemos en Eduardo Wilde y su correspondencia con el general Roca. Se tutean, porque habían sido compañeros de colegio. Para ver el circuito del poder, de la hegemonía de una clase, pensamos qué ministro de economía tenían. Recordemos que acercándonos al 1890 el ministro era Carlos Pellegrini. En ese momento ese proyecto —que se extiende hasta 1930— entra dentro del mapa mundial británico y hay una reciprocidad de intereses: producimos lo que no consumimos y consumimos lo que no producimos.

N.K.: En aquel momento tenemos, entonces, un liberalismo positivista, represivo y al mismo tiempo anticlerical. ¿Y hoy?

D.V.: Habrá que ver hasta dónde las postulaciones de este neo-camporismo al que estamos asistiendo, con todos los recaudos del caso, hasta dónde llegan a concretarse. En letra chica: hasta dónde llega a concretarse nada menos que Lula que ya tiene a los compañeros Sin Tierra en la calle. Un hombre que tiene 50 millones de votos, con una trayectoria bien distinta a la de Kirchner... Me pregunto ¿qué campo de posibles tiene actualmente esta postulación en Argentina? A riesgo de cierta ortodoxia que puede asociarse al simplismo —me hago de cargo de ello— uno podría asociar la distancia entre el barrio de Puerto Madero y el barrio popular con los piojos más grandes que los cocodrilos…la polarización es entre carnaval y favela. Eso a nivel urbanístico. En los otros niveles también se comprueba esto. Por eso me pregunto: ¿hasta dónde puede operar una propuesta intermedia como la que en estos momentos encarna el gobierno del señor Kirchner? ¿Hasta dónde tiene posibilidades reales? Incluso, para entendernos bruscamente, analicemos simplemente los ministros de economía: ¡de Carlos Pellegrini a un Domingo Cavallo o incluso Roberto Lavagna! Con todo lo que era Carlos Pellegrini… cuando advierte que ya no iba más el modelo de aquel momento y que hay que abrir el juego al voto secreto y libre… es decir, que tenía elementos modernistas y de positividad. 1880 era un momento especialmente privilegiado para un proyecto de semicolonia dependiente... como lo llama Lenin, ¿sí? Puede parecer muy grueso. Es que así era. Donde se ponen de acuerdo, en función del intercambio posible la elite local y la elite central. Por eso hoy, frente a Kirchner, pienso: está muy bien lo que dice en las provincias argentinas. Ahora bien: ¿qué se dirá cuando se llegue a Washington? Ya se está adelantando que entre el ALCA y el MERCOSUR no hay antagonismo…

N.K.: Vos planteás tus dudas, incertidumbres, inquietudes, frente al llamado neo-camporismo. Esta “primavera camporista” ¿no expresa la continuidad de un discurso y una ideología populista?

D.V.: Populismo, sí, pero para hacer populismo en serio y que sea eficaz políticamente tenés que tener un sustento económico con una coyuntura mundial como la que tuvo el primer peronismo.

N.K.: ¿Hoy hay viabilidad para volver a ese proyecto? ¿O expresa la autonomía de un discurso sin bases reales?

D.V.: Está muy bien enunciado. Yo diría, como dicen los italianos, parolacha… y concreción. Espero a ver qué pasa con Colin Powell que viene a ver cómo viene la historia y la entrevista entre el amigo Kirchner y el “compañero” Bush. ¿Vos creés que Bush no le va a pasar la película de Fidel en Argentina? Ahí tendríamos que ver las tensiones interburguesas. Yo creo que en este momento en la Argentina los voceros periodísticos del “revival camporista” —pienso en Miguel Bonasso o en José Pablo Feinmann— están tergiversando, están tapando la realidad. Si Lula tiene que hacer concesiones, con el país que tiene, con la cantidad de votos y con su propia trayectoria en juego… Yo solamente me pregunto qué pasa cuando Kirchner llegue a la entrevista con Bush.

N.K.: ¿Bush? ¿El supuesto dueño del mundo?

D.V.: Ese mismo. Hay que leer lo que dice en el diario La Nación el subsecretario de Defensa estadounidense, Paul Wolfowitz … ¡la guerra de Irak era por el petróleo! Ellos mismos lo reconocen. Pero volviendo a Kirchner, recién hablábamos de la liga de los gobernadores que sostuvieron en sus provincias al general Roca. Pues bien: ¿cuáles son los rasgos de la provincia de Santa Cruz, hasta ayer nomás gobernada por Kirchner…?

N.K.: En Indios, ejército y frontera apuntás que José Hernández, el autor del Martin Fierro, comienza con la protesta y luego se integra. En el resto de tu obra siempre planteás críticamente la figura del intelectual que se sube al caballo por la izquierda y se baja por la derecha. ¿Te parece que el gobierno de Kirchner hará ese mismo movimiento?

D.V.: Yo creo que en este momento existe cierto exitismo, que por otra parte atraviesa a la cultura argentina desde el modelo de 1880 y el 900. Recordemos la vieja consigna “Argentina potencia” o cuando se decía en 1909 “La Argentina séptimo país del mundo”. ¿Qué sucedía? Era la coyuntura histórica… El exitismo atraviesa desde el populismo con que el diario La Nación cubre las noticias del tenis o “las leonas”, las jugadoras de jockey, hasta un escritor como Ernesto Sábato o aquellos que hablan de “Argentina: Hermana mayor” y otro tipo de tonterías. Siembre bajo el discurso hegemónico. Lo que tendríamos que preguntarnos es ¿cuál ha sido aquí, en Argentina, el discurso hegemónico, desde la articulación maciza del Estado con Roca hasta la actualidad? Ese discurso ha impregnado a múltiples variantes ideológicas, incluyendo a la izquierda. Pensamos en José Ingenieros… es cierto que fue positivista y hasta secretario de Roca pero también es innegable que en 1918 hacer un acto y pronunciar un discurso a favor de la revolución rusa marca una inflexión. Ingenieros muere en 1925. Preguntémonos ¿cómo hubiera seguido ese corrimiento? ¿hacia dónde? Lo mismo encontramos en la izquierda socialdemócrata, con clara impregnación del discurso hegemónico. Pensemos en el historiador José Luis Romero, por quien yo tenía, dicho sea de paso, un gran respeto y afecto. Llegó a decir que “América no tiene historia”… Él empezaba por los griegos, por Roma, por la Edad media europea y luego pasaba a América Latina y a la Argentina. ¿Cómo dice que América no tiene historia? ¿Qué es la historia para usted, señor Romero? ¿Napoleón?

La izquierda pendiente

N.K.: ¿La izquierda no logró desembarazarse de ese discurso hegemónico?

D,V.: No, la izquierda nunca logró una autonomía real. No tuvimos un [Luis Emilio] Recabarren…

N.K.: No tuvimos un [José Carlos] Mariátegui…

D.V.: Tampoco a Mariátegui… Hubo impregnaciones del discurso hegemónico sobre la izquierda. Desde Anibal Ponce hasta la actualidad, hasta ciertos edificios culturales de la izquierda que por su misma arquitectura faraónica expresan la hegemonía del poder. Desde la izquierda tenemos que proponer algo que no está, algo que tenemos que hacer, pero a partir de la práctica crítica y del pensamiento alternativo. ¿No podemos? ¡Sí podemos! ¿Estamos condenados? ¡No! ¡De ninguna manera!

N.K.: Quizás la izquierda en la Argentina cargó en sus espaldas con dos mochilas que no le pertenecían: el liberalismo progresista y el nacional-populismo…

D.V.: Desde ya. Aunque suene paternalista —voy para los 80 años— tienen que hacerlo las nuevas generaciones. Es una tarea a hacer: construir un pensamiento alternativo desde la izquierda. Ajustar las cuentas con el liberalismo democrático y el nacionalismo populista es complicado, desde ya. En el andarivel político, ni te cuento…

N.K.: En tu libro De los Montoneros a los anarquistas de 1971 vos trazabas una secuencia que iba desde las masas de gauchos alzados del siglo XIX hasta los primeros obreros inmigrantes anarquistas. En Indios, ejército y frontera vuelve a emerger otra secuencia que nace con los pueblos originarios, inasimilables, a tal punto que fueron masacrados. ¿Hoy en día existe un sujeto social que ocupe ese lugar y prolongue esa secuencia histórica?

D.V.: Lo más visible son los piqueteros duros, es decir, los piqueteros que no se dejan asimilar. El gobierno recibe a los llamados “piqueteros dialoguistas”, los piqueteros conciliadores: D’Elía y Alderete. Pero los inasimilables son los piqueteros duros. Éstos últimos están “out”, no entran dentro de la retícula de la racionalidad del poder. Hoy existe un vacío notorio. Los piqueteros vienen a cubrir la no actividad de las confederaciones sindicales tradicionales.

N.K.: Si esa secuencia histórica se verifica en el ámbito del poder, con la centralidad del ejército genocida en nuestra cultura política acompañando siempre a las clases dominantes, y también la encontramos en el campo popular, con los pueblos originarios, con los gauchos alzados, las montoneras, los obreros inmigrantes anarquistas, los desaparecidos de 1976 hasta los piqueteros en la actualidad, ¿qué sucede en el campo intelectual?

D.V.: Yo creo que en el campo intelectual hay una tarea por hacer. Tenemos que hacer, es todavía una deuda pendiente, una historia de los intelectuales argentinos, periodizando, por supuesto. Analizando siempre, en forma crítica, esa figura del intelectual que se sube al caballo por la izquierda y se baja por la derecha. Aclaro que esa es una frase de Arturo Jauretche, era lo mejor que tenía, a pesar de toda la ideología antizquierda y anticomunista de Jauretche. Su modelo era el APRA peruano de Haya de la Torre, ¿no? Creo que el paradigma de ese tipo de intelectual es Leopoldo Lugones, alguien que viene de la izquierda, de la revista La Montaña. El discurso lugoniano de 1924, esa pasión fascistoide por el ejército, la volvemos a encontrar en 1930, 1943, 1955, 1966, 1976… en cada uno de los golpes de Estado. El otro paradigma, el crítico, opuesto a lo que representó Lugones, es sin duda Rodolfo Walsh.

N.K.: Además de su militancia política revolucionaria ¿Qué producción de Walsh, como escritor, vos rescatarías?

D.V.: Rodolfo Walsh dejó una serie de cuentos formidables. Por ejemplo “Esa mujer” o también “Nota al pie”…

N.K.: En “Nota al pie” Walsh destaca la emergencia del sujeto, ¿no?, de un sujeto que va apareciendo desde las sombras de las notas al pie hasta desbordar los límites…

D.V.: Y también aparece allí, en “Nota al pie”, el elogio del pobre diablo. Exactamente la antítesis de Jorge Luis Borges, quien se reía siempre del pobre diablo. Por ejemplo en “El Aleph” Borges se ríe del argentino Daneri, ese pobre diablo. Y en Borges también encontramos, como contrapartida, la exaltación complementaria del héroe…

N.K.: Del héroe y del ancestro. Borges siempre vivía recordando sus ancestros ilustres…

D.V.: Obviamente. Por ese lado también encontramos la contrapartida permanente…

N.K.: Los detectives de los cuentos policiales de Walsh son, también, pobres diablos, gente común y silvestre…

D.V.: Desde ya, en Borges, en cambio, encontramos la evocación y la exaltación homérica.

N.K.: ¿Por qué se congeló la figura de Rodolfo Walsh, separando al intelectual, al escritor del militante? ¿No hubo un intento de congelarlo, reverenciándolo, pero congelándolo al mismo tiempo?

D.V.: Obviamente está presente el riesgo de canonización. Tendríamos que preguntarnos ¿quién canoniza y cómo canoniza? En ese sentido debemos preguntarnos cómo ha operado la canonización de Walsh en tanto periodista y desde qué ángulo se hizo esa operación.

N.K.: ¿Rodolfo Walsh dejó una herencia como crítico radical?

D.V.: Yo creo que sí hay críticos radicales. Algunos podrían ser León Rozitchner, de mi generación, o María Pía López, de una generación más joven y muchos otros. Pero yo creo que la herencia de ese lugar de crítica radical es colectiva, no individual.

N.K.: ¿La de un intelectual colectivo?

D.V.: Sí, hablando gramscianamente, la de un intelectual colectivo. La de una izquierda con una propuesta seria en el plano cultural. Hay que leer toda esta historia en forma polémica, con la tradición liberal, desde ya, y también con la tradición populista. Es, simplemente, una tarea pendiente. Y también leer críticamente al peronismo a partir de Juan Domingo Perón y de Eva Perón. Sin decir que “Eva era una puta” ni tampoco “Rosa Luxemburg rediviva”. Hablemos en serio.

N.K.: ¿Cómo se inscribe Indios, ejército y frontera dentro de esa historia intelectual que todavía está por hacerse?

D.V.: Como parte de la cultura de izquierda. Y cuando critico a la izquierda, me incluyo en primer lugar. No sólo crítica sino también autocrítica, compañero. Por ejemplo, Indios, ejército y frontera fue escrito en 1979 en plena dictadura militar. Yo creo que adolece de civilismo.

Método, historización y oportunismos

N.K.: En toda tu obra de crítica literaria vos tomás como tema central a la ciudad en tanto espacio político en disputa y a su vez ponés en el primer plano del abordaje de la literatura a los gestos de cada escritor entendiéndolos como parte del teatro de la vida política. Y allí no dudás en utilizar una categoría central como la de “imperialismo”, cuando se supone que ya no está de moda… Por eso, si se compara tu obra crítica con la de Edward Said en libros como Cultura e Imperialismo o en Orientalismo se pueden encontrar muchas convergencias de perspectiva…

D.V.: La obra de Said me parece muy considerable. Esos temas me caen especialmente simpáticos, por decirlo de algún modo. Para expresarlo polémicamente podría decir que resulta lamentable que quien difundió en Argentina la obra de Edward Said —como también la de Fredric Jameson— haya sido una revista como Punto de Vista de Beatriz Sarlo... En Indios, ejército y frontera, por ejemplo, aparece allí el tema del exotismo oriental y el exotismo fronterizo de la pampa y de los indios ante la mirada de los blancos. He leído con mucha atención Orientalismo, por ejemplo. Incluso recuerdo que había marcado un fragmento para ponerlo de epígrafe, pero luego me pareció demasiado coyunturalista. Creo que la gran polémica de Said es, en los Estados Unidos, contra todo el formalismo norteamericano. Lo que más rescato es la historización de la literatura.

N.K.: Una historización que, paradójicamente, descentra la mirada predominante en la Academia argentina…

D.V.: Totalmente a contrapelo de esa mirada. Desde 1976 hasta hoy…en nuestra Academia se sigue insistiendo con la pura lectura interna de los textos. Toda aquella cosa que viene del formalismo norteamericano y de la neorretórica norteamericana. Me parece que lo de Said es muy interesante, aunque por momentos tiende a exagerar en la presencia del imperialismo en alguna que otra novelita inglesa del siglo XIX. Creo que demostrar esa presencia requiere más trabajo en la dialéctica del texto y el contexto… Podríamos pensarlo para el análisis de la literatura argentina en tiempos de la dictadura militar. Hagamos una crítica en serio y tomemos, por ejemplo, a dos emergentes de aquel momento analizando lo coyuntural allí: Jorge Asís y Ricardo Piglia. ¿A qué está respondiendo esto? ¿Cuál es el escenario, la dramaticidad, el vaivén? ¿Para quiénes están escribiendo? ¿Qué lectores? ¿Qué público? Creo que en el caso de Piglia eso respondía a un público que estaba esperando una obra que se hiciera cargo, con sutileza y destreza literaria, de la problemática de la dictadura.

N.K.: ¿Respiración artificial, por ejemplo, en el caso de Piglia?

D.V.: Sí, exactamente. Un poco después sucede algo análogo con la aparición de “Teatro Abierto”, ya en una etapa posterior a la guerra de Malvinas. Esa coyuntura es también un vector para tener en cuenta al analizar la aparición de este tipo de libros. Los militares ya no estaban entonces quemando libros. Habría que periodizar con precisión hasta cuándo hacen eso. Creo que ese ejercicio —el de la quema de libros— se agota con Videla.

N.K.: En el caso de Asís ¿a qué respondía?

D.V.: Creo que en el caso de él, más que a una destreza y una sutileza literaria, a una astucia, a un oportunismo. Habría que hacer un recorrido de su trayectoria desde la izquierda a la derecha y de allí en más sus sucesivos acomodamientos. El mismo acomodamiento lo encontramos en los libros de Félix Luna o incluso en Pacho O’Donnell, con toda la parafernalia publicitaria y marketinera de su reciente —y apurada— biografía sobre el Che Guevara. Digo, astucia, oportunismo y acomodamiento. ¿Se entiende?

domingo, 6 de marzo de 2011

El convidado de piedra


Seguimos con nuestra selección dominical de Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, de Héctor Zimmerman, Editorial Aguilar.Según los diccionarios, el calificativo se aplica “al invitado que permaneces silencioso durante una reunión social”. Alguien que, entre sorbos y bocados, no va mucho más allá del monosílabo.

Su origen se remonta a una vieja leyenda sevillana que inspiró dos obras teatrales de fama universal. El convidado de piedra, de Tirso de Molina, y Don Juan Tenorio, de José Zorrilla. El convidado es don Gonzalo de Ulloa, comendador de la orden de Calatrava. Cuando Don Juan le pide la mano de su hija, lo rechaza airadamente. Sintiéndose insultado, el arrepentido libertino da muerte a quien quería por suegro y huye a Sevilla. Al regresar años después, visita el sepulcro del comendador y, como broma, de ultratumba, invita la estatua a cenar a su casa. El convidado de mármol comparece y ocupa el lugar que le han reservado en la mesa. Así nació el dicho que hoy se ha generalizado. Describe también la situación de cualquiera que en un grupo no tiene ni arte ni parte. Como si fuera el monumento al Invitado Sobrante.

martes, 1 de marzo de 2011

Agro, industria y salarios


Interesante reflexion de los economistas del capítulo argentino de la Sociedad Internacional para el Desarrollo, Enrique Aschieri y Damian Dalle, sobre este tema que históricamente cruza el debate nacional, refutando lugares comunes y proponiendo alternativas no convencionales, al menos para el análisis de los grandes medios

Más allá de los desapacibles avatares de la coyuntura en el debate público sobre la cuestión agraria, existen también algunos conceptos sobreentendidos en los que conviene detenerse. Son nociones que conducen a formar juicios ampliamente aceptados –o rechazados a regañadientes–, sin que los fundamentos sobre los que se erigen sean puestos en duda. Detengámonos en aquellos arquetipos que dan cuenta del origen de la especialización agraria de nuestro país.

Algunos sostienen que la especialización proviene de la mayor productividad del agro respecto del resto de las actividades. Otros, en cambio, apuntan a que, en términos relativos, había más tierra que seres humanos. Son explicaciones mal fundadas porque, entre otros aprioris muy restrictivos, parten del axioma de que en el mundo no hay movimiento de capitales. En la realidad, el movimiento de capitales del centro a la periferia –que viene ocurriendo hace tres siglos– modeló de manera decisiva la actual división internacional del trabajo; a veces, a través de procesos pacíficos, otras no. Otro de los postulados es que los precios internacionales determinan el ingreso nacional. Es al revés.

Y así nos hicimos una nación. Y así cuando quisimos y queremos evolucionar hacia un estadio superior, la combinación entre la falta de claridad de objetivos del movimiento nacional y el peso muerto de los resabios de la vieja superestructura revitalizada, en cierta medida, por el black-out que vivimos entre 1976 y 2003 nos detiene. El cuento que se narra es que existe un “destino natural” dado por la especialización agropecuaria y que, por ser violado, nos mandó al fondo del tacho. Como si al sistema en el que vivimos le importara el valor de uso cuando, en rigor, lo único que interesa es el valor de cambio.

En relación con el valor de cambio, en un mundo con marcadas diferencias salariales –muy bajos en la periferia y muy altos en el centro– y con una tasa de ganancia igualándose a escala internacional, la llave que abre la puerta del desarrollo es justamente ese precio político: el salario. En consecuencia, la especialización de un país, por caso la Argentina, tiene que estar en función de elevar el poder de compra de los salarios. Debe resultar de la decisión nacional de pagar altos salarios.

En términos más prácticos, la transferencia de la agricultura a la industria no se produce a raíz de que la agricultura es atrasada en sí y la industria avanzada por naturaleza (de hecho, la Argentina tiene una agricultura muy adelantada respecto de su sector manufacturero), sino porque la gama de bienes industriales es más extensa que aquella proporcionada por el agro, y su participación en la canasta familiar sanciona una función creciente del nivel de vida. Podemos ver, entonces, que la industrialización no es la condición estructural del desarrollo, es el síndrome.

Examinemos una hipótesis irreal para comprobar la verosímil raigambre de este abordaje. Supóngase que las otras actividades en los Estados Unidos –país que históricamente pagó los más altos salarios en términos comparativos a escala internacional– producen menos valor por trabajador activo que su agricultura, que el resto del mundo acepta abandonar completamente las actividades agropecuarias e importar del país del norte todos los bienes agrícolas que deseen a cambio de bienes industriales, que los factores naturales son ilimitados en los EE.UU., que la transferencia de un sector al otro no presenta problemas y que los costos de transportes son nulos. En estas fantásticas circunstancias, para los EE.UU. no será beneficiosa tal situación de especializarse el 100 por ciento en agricultura, por la simple razón de que los 200 millones de activos norteamericanos se pondrían a trabajar en una agricultura tan productiva que generaría un volumen de productos agropecuarios dos o más veces superior a lo que consume actualmente la totalidad del planeta.

No es entonces porque la agricultura sea atrasada que cada vez significa menos como porcentaje del PIB. Al contrario: debido a que es relativamente más productiva en relación con la escala de las necesidades. Así, lo que el desarrollo presupone no es la industrialización sino, en primer lugar y antes que nada, una elevación de la productividad de la agricultura. Ese papel histórico ya lo cumplió largamente la agricultura argentina. Hará falta que todos los intereses en presencia resulten equilibrados por el interés nacional, que en esta etapa pasa por avanzar decisivamente en la sustitución de importaciones. Es decir, completar el ciclo de la industria pesada. Resta entonces, también, que el resultado político de la resolución 125 que fijaba un esquema de retenciones móviles a las exportaciones deje de significar una mella.