viernes, 8 de enero de 2010

Lula vs. O' Globo


A falta de energia para la elaboración, trato de compartir con los amigos algunas perlitas que van apareciendo. Ayer fue la nota de Petras, hoy una historia que nos sonará conocida, y recomiendo muy especialmente su lectura. Fue publicada por la version peruana de Le Monde Diplomatique, lleva la firma de Darío Pignotti, periodista y Doctor en Comunicación, Universidad de San Pablo, dias antes del inicio de la I Conferencia Nacional de Comunicacion realizada en diciembre pasado en esa ciudad, reflejo de un incipiente debate sobre al reformulacion y democratizaciòn del escenario mediático brasileño.

En los albores de la década de 1980, cientos de miles de brasileños corearon “¡Globo, el pueblo no es bobo!” cuando la corporación en que se apoyó la dictadura para anestesiar a la opinión pública a base de telenovelas y fútbol, censuró las movilizaciones populares contra el régimen militar.
Hoy, un segmento creciente del público brasileño expresa su disgusto hacia el grupo mediático hegemónico. Distintas mediciones de audiencia e investigaciones académicas han detectado un dato, en cierta medida inédito, en las relaciones de producción y consumo de información: la credibilidad, durante décadas incuestionable, de la red Globo comienza a mostrar signos de erosión.

Con todo, es posible advertir una diferencia sustantiva entre la indignación actual y el descontento de quienes repudiaban a Globo durante las movilizaciones de hace tres décadas en demanda de elecciones directas (1). En 1985, José Sarney, primer presidente civil desde el golpe de Estado de 1964, obstruyó cualquier atisbo de iniciativa reformista sobre la estructura de la propiedad mediática y el derecho a la información, en complicidad con la familia Marinho –propietaria de Globo– de la que además era socio. El actual jefe de Estado, Luiz Inácio Lula da Silva, parece resuelto a iniciar la aún pendiente transición hacia la democracia comunicacional.

A principios de 2009, en el Foro Social Mundial celebrado en la ciudad amazónica de Belem, Lula convocaba a una Conferencia Nacional de Comunicación. Desde entonces, más de 10.000 personas discutieron en asambleas realizadas en todo el país los rumbos de la comunicación y elaboraron las bases sobre las que discutirán los delegados que se reunirán el 14 de diciembre en Brasilia. “Es la primera vez que el gobierno, la sociedad civil y los empresarios discuten la comunicación, eso es en sí una derrota para Globo y su política de mantener ese tema en la penumbra. (…) El presidente Lula demostró estar determinado a instalar en la sociedad un debate sobre la democratización de las comunicaciones, creo que eso tendrá un efecto pedagógico y puede convertirse en uno de los temas de la campaña” para los comicios presidenciales de octubre de 2010, señala Joaquim Palhares, editor del sitio Carta Maior y delegado a la Conferencia.

Medición de fuerzas

Al embate entre Lula y Globo se lo podría resumir como una disputa por la verosimilitud, un bien escaso en el mercado noticioso brasileño. A fuerza de participar casi a diario en actos o eventos públicos, el Presidente dialoga de forma directa con la población, estableciendo un contrato de confianza que contrasta con la obstinación de los medios dominantes en montar un discurso noticioso divorciado de los hechos, a veces al borde de la ficción.

Lula configura un “fenómeno comunicacional singular, el pueblo le cree, no sólo porque habla el lenguaje de la gente sencilla, sino porque las personas más carenciadas se han beneficiado con sus programas sociales; eso es concreto, la Bolsa Familia atiende a 45 millones de brasileños que no le prestan mucha atención a lo que dice Globo”, plantea la profesora Zelia Leal Adghirni, doctora en Comunicación y coordinadora del programa de investigación sobre Periodismo y Sociedad de la Universidad de Brasilia.
“¿Por qué Lula ganó dos veces las elecciones (2002 y 2006), una de ellas contra la abierta voluntad de Globo? ¿Por qué Lula tiene una popularidad del 80%?”, se pregunta Leal Adghirni (2), para quien “las teorías de comunicación clásica que estudiábamos en la universidad no son aplicables al fenómeno Lula. Desde la teoría de la ‘aguja hipodérmica’ hasta la de la ‘agenda setting’, se decía que los medios forman la opinión o pautan el temario del público, pero con Lula eso no pasa, los grandes medios están perdiendo el monopolio de la palabra”.

Sin embargo, como es sabido, la construcción de consensos sociales no se galvaniza sólo con mensajes racionales o versiones creíbles de la realidad, también es necesario trabajar en el imaginario de masas, un territorio en el que Globo sigue siendo prácticamente imbatible. La empresa del clan Marinho controla el patrimonio simbólico brasileño: es la principal productora de melodramas y detenta los derechos de transmisión de los principales partidos de fútbol y del carnaval carioca (3).

Frente a la gigantesca industria del entretenimiento de Globo el gobierno es prácticamente impotente. No obstante, la imagen del Presidente-operario probablemente ganará contornos míticos el año próximo, cuando se estrene el largometraje Lula, o filho do Brasil (Lula, el hijo de Brasil), cuya exhibición se realizará en el circuito comercial y en otro alternativo (sindicatos e iglesias). El productor Luiz Carlos Barreto prevé que unas 20 millones de personas asistirán a la biografía del ex tornero mecánico devenido Presidente, lo que sería la mayor taquilla de la historia brasileña.

El balance provisorio de la política de medios de Lula indica que ésta ha sido errática. En su primer mandato (2003-2007) impulsó la creación de un Consejo de Ética informativa, iniciativa que archivó ante el lobby empresarial. Luego de ese intento fallido el gobierno no volvió a poner en aprietos a las “cinco familias” propietarias de la gran prensa local hasta el final de su primera gestión.

En su segundo gobierno –iniciado el 1º de enero de 2007–, Lula nombró como ministro de Comunicaciones a Hélio Costa, un ex periodista de Globo que actúa como representante oficioso de la empresa en el gabinete. Pero mientras la designación de Costa enviaba una señal conciliadora hacia los grupos privados, Lula seguía una línea de acción paralela.

En marzo de 2008 el Senado, con la oposición cerrada del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, aprobó el proyecto del Ejecutivo para la creación de la Empresa Brasil de Comunicaciones, un conglomerado público de medios que incluye a la interesante TV Brasil, y al que en 2010 el Estado destinará unos 250 millones de dólares.
Ese generoso presupuesto y la defensa de la nueva televisión pública que hicieron los congresistas del Partido de los Trabajadores (PT) indicaban que Lula había decidido romper lanzas con las derechas política y mediática. Al tiempo que medía fuerzas con Globo –aún no se trata de una batalla abierta–, Lula acercó posiciones con las empresas de telefonía (interesadas en participar en el mercado de contenidos, y disputar terreno con Globo) y algunas televisoras privadas, como la evangélica TV Record (4).

La estrategia fue tomando más consistencia a fines del mes de octubre cuando Lula abogó, durante una ceremonia por la inauguración de nuevos estudios en Río de Janeiro de la TV Record, por el fin del “pensamiento único” pregonado por algunos formadores de opinión (en obvia alusión a Globo) e instó a construir un modelo más plural. Días más tarde, el mismo Lula afirmaba: “Cuantos más canales de TV haya, cuanto más debate político haya, más democracia tendremos (...) y habrá menos monopolio en la comunicación” (5).

Legitimidad continental

Con un discurso monolítico y teñido de resonancias ideológicas propias de la Doctrina de la Seguridad Nacional (como asociar cualquier objeción a la libertad de prensa empresarial con ocultas maquinaciones “sovietizantes”), el grupo Globo cargó a través de sus diversos órganos –gráficos y electrónicos– contra la incipiente intentona del gobierno para estimular el debate sobre el actual orden informativo, que algunos definen como un “latifundio” electrónico.

El primer paso en ese sentido fue, según Palhares, “vaciar y boicotear la Conferencia Nacional de Comunicación, renunciando a ser parte de ella, dando un golpe en la mesa y saliendo intempestivamente, para deslegitimarla”; una prédica a la que se suman otros grupos mediáticos.

El segundo movimiento consistió en articular un discurso institucional para tender un cordón sanitario contra el contagio de iniciativas adoptadas por gobiernos sudamericanos como los de Argentina, Ecuador o Venezuela, orientadas a una reformulación del escenario mediático.

La Asociación Brasileña de Radio y Televisión (ABERT) y la Asociación Nacional de Diarios (ANJ), “temen que lo que ocurrió en Argentina se repita acá; ellos ven esa ley como una amenaza, y comenzaron a manifestar su solidaridad con la prensa de Argentina”, afirma Zelia Leal Adghirni.

El recelo expresado por las entidades representativas de los conglomerados periodísticos es plausible: si el descontento regional contra la concentración informativa se hace carne en la opinión pública brasileña, podría romperse una inercia de conformismo que lleva décadas y, quién sabe, iniciarse un gradual –nunca abrupto– proceso de democratización.

Lo inverso también se aplica: si Brasil, liderado por Lula, finalmente asume como propias las tesis del derecho a la información y la democracia comunicacional, es indudable que esa corriente de opinión, por el momento dispersa en América del Sur, podrá adquirir una vertebración y legitimidad de proporciones continentales. ♦

REFERENCIAS

(1) Ese objetivo finalmente fue frustrado por el régimen, socorrido por Globo, que montó un simulacro electoral prohibiendo el voto directo gracias al cual los generales se replegaron sin sobresaltos ni investigaciones sobre violaciones a los derechos humanos.

(2) Respecto de la victoria de Lula en los comicios de 2006 véase Bernardo Kucinski, “O antilulismo na campanha de 2006 e suas raízes”, en Venício Lima (compilador), A mídia nas eleições de 2006, Perseu Abramo, San Pablo, 2007.

(3) En 1989 el entonces aspirante a la Presidencia Lula fue objeto de un golpe mediático, perpetrado por Globo, que para impedir su victoria fabricó la candidatura de Fernando Collor de Mello, quien dejaría el mandato en 1992 hundido en escándalos de corrupción. Véase Darío Pignotti, “Globo: el partido más poderoso de Brasil”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2007.

(4) En los últimos años TV Record, que pertenece a la neo-pentecostal Iglesia Universal del Reino de Dios, arrebató parte de la audiencia cautiva de TV Globo, contra la que entabló una guerra de denuncias. Record puso en el aire un programa especial sobre Globo donde repasó sus vínculos con la dictadura. Por su parte, Globo reveló las estafas cometidas por Record, que según investigaciones judiciales, desvía dinero del diezmo de los fieles.

(5) Luiz Inácio Lula da Silva, declaraciones en la inauguración de la nueva sede del canal Rede TV, en Osasco, área metropolitana de San Pablo, 13-11-09.






miércoles, 6 de enero de 2010

EE.UU. y China: Uno pierde, el otro gana



Interesante, como siempre, menos esquematico que lo habitual, ineludible artículo de James Petras, profesor emérito de la Binghamton University, State University of New York

Introducción

El capitalismo asiático, en particular el de China y Corea del Sur, está en competencia con EE.UU. por el poder mundial. El poder asiático global es impulsado por un crecimiento económico dinámico, mientras que EE.UU. aplica una estrategia de construcción del imperio por medios militares.


Lectura de un número del Financial Times
Incluso una lectura superficial de un solo número de The Financial Times –el del 28 de diciembre de 2009– ilustra acerca de las divergentes estrategias de construcción del imperio. En la página uno, el artículo principal sobre EE.UU. trata de los conflictos militares en expansión y su "guerra contra el terror", bajo el título "Obama pide una revisión de la lista de organizaciones terroristas". En contraste, hay dos artículos, en la misma página uno, sobre China, en los que se informa de la inauguración en este país del tren de pasajeros más rápido del mundo y de su decisión de mantener su moneda vinculada al dólar de EE.UU. como un mecanismo para promover su dinámico sector de exportación. Mientras que Obama se centra en la creación de un cuarto frente de batalla (Yemen) en la "guerra contra el terror" (después de Irak, Afganistán y Pakistán), el Financial Times informa en la misma página de que un consorcio de Corea del Sur ha ganado un contrato de 20.400 millones dólares para el desarrollo de centrales nucleares para uso civil, en los Emiratos Árabes Unidos, superando a sus competidores de EE.UU. y Europa.

En la página dos del FT hay un artículo más largo sobre la nueva red de ferrocarriles china, destacando su superioridad sobre el servicio ferroviario de EE.UU. El ultramoderno tren de alta velocidad chino transporta a los pasajeros entre dos ciudades importantes, a 1.100 kilómetros de distancia, en menos de tres horas, mientras que el tren “Express” de la compañía Amtrack, de EE.UU. "tarda tres horas y media para cubrir los 300 kilómetros entre Boston y Nueva York.” Mientras el sistema ferroviario de pasajeros estadounidense se deteriora por la falta de inversión y mantenimiento, China gastó 17.000 millones de dólares en la construcción de su línea de alta velocidad. China planea la construcción de 18.000 kilómetros de nuevas vías de su ultramoderno sistema para el año 2012, mientras que EE.UU. gastará una suma equivalente en la financiación de su ofensiva militar en Afganistán y Pakistán, así como para abrir un nuevo frente bélico en el Yemen.

China construye un sistema de transporte que une a los productores y los mercados laborales de las provincias del interior con los centros de fabricación y puertos de la costa, mientras que en la página cuatro del FT se describe cómo EE.UU. sigue aferrado a su política de enfrentar la "amenaza islamista" en una “guerra sin fin contra el terror". La ocupación y las guerras contra los países musulmanes han desviado cientos de miles de millones de dólares de fondos públicos hacia una política militarista sin ningún beneficio para el país, a la vez que China moderniza su economía civil. Mientras que la Casa Blanca y el Congreso subvencionan y satisfacen al Estado militarista-colonial de Israel, con su insignificante base de recursos y mercado, alejándose de 1.500 millones de musulmanes (FT, pág. 7), el producto interno bruto (PIB) de China se multiplicó por diez en los últimos 26 años (FT, pág. 9). Mientras que EE.UU. asignó más de 1.400 millones de dólares a Wall Street y los militares, aumentando el déficit fiscal y de cuenta corriente, la duplicando del desempleo y perpetuando la recesión (FT, pág. 12), el gobierno chino lanza un paquete de estímulo dirigido a los sectores interiores de las manufacturas y la construcción que ha producido un crecimiento del 8% del PIB, una reducción significativa del desempleo y el "relanzamiento de las economías vinculadas” en Asia, América Latina y África (FT, pág. 12).

Mientras EE.UU. malgastaba su tiempo, recursos y personal en la organización de "elecciones" para sus corruptos estados satélites de Afganistán e Irak, y participaba en las inútiles mediaciones inútiles entre su intransigente socio israelí y su impotente cliente palestino, el gobierno de Corea del Sur apoyó un consorcio liderado por la Korea Electric Power Corporation en su exitosa puja de 20.400 millones de dólares para la instalación de la central nuclear, abriendo con ello el camino a otros contratos multimillonarios en la región (FT, pág. 13).

Mientras EE.UU. gastaba más de 60.000 millones de dólares en vigilancia interna y multiplicación del número y el tamaño de sus organismos internos de seguridad en busca de potenciales terroristas, China invertía más de 25.000 millones de dólares en consolidar sus intercambios energéticos con Rusia ( FT, pág. 3).

Lo que nos relatan los artículos y noticias de una sola en la edición de un solo día del Financial Times refleja una realidad más profunda que ilustra la gran división en el mundo de hoy. Los países de Asia, encabezados por China, están alcanzando el estatus de potencias mundiales, a base de grandes inversiones nacionales y extranjeras en la industria manufacturera, el transporte, la tecnología, y la minería y el procesamiento de minerales. En contraste, EE.UU. es una potencia mundial en declive, con un deterioro de la sociedad resultado de su construcción del imperio por medios militares y de su economía financiera especulativa:

1. Washington busca clientes militares de menor importancia militar en Asia, mientras que China amplía sus acuerdos comerciales y de inversión con importantes socios económicos: Rusia, Japón, Corea del Sur y otros.

2. Washington drena su economía nacional para financiar las guerras en el extranjero. China extrae minerales y recursos energéticos para fomentar su mercado interior de trabajo en la industria.

3. EE.UU. invierte en tecnología militar para luchar contra insurgentes locales que se enfrentan a los Estados satélites EE.UU.; China invierte en tecnología civil para crear exportaciones competitivas.

4. China comienza a reestructurar su economía para desarrollar el interior del país, y asigna un gasto social mayor a la corrección de sus grandes desequilibrios y las desigualdades, mientras que EE.UU. rescata y refuerza el sector financiero parasitario, que saqueó la industria (reduciendo sus activos por medio de fusiones y adquisiciones), y especula sobre objetivos financieros sin impacto sobre el empleo, la productividad o la competitividad.

5. EE.UU. multiplica las guerras y la acumulación de tropas en Oriente Medio, Asia Meridional, Cuerno de África y Caribe; China ofrece inversiones y préstamos de 25.000 millones de dólares para la construcción de infraestructuras, la extracción de minerales, la producción de energía y la construcción de plantas de montaje en África.

6. China firma acuerdos comerciales de miles de millones de dólares Irán, Venezuela, Brasil, Argentina, Chile, Perú y Bolivia, con lo que se asegura el acceso a la energía estratégica y los recursos minerales y agrícolas; Washington proporciona 6.000 millones de dólares en ayuda militar a Colombia, consigue del presidente Uribe que les ceda siete bases militares (para amenazar a Venezuela), apoya un golpe militar en la pequeña Honduras, y denuncia a Brasil y Bolivia por diversificar sus vínculos económicos con Irán.

7. China aumenta las relaciones económicas con las dinámicas economías de América Latina que representan más del 80% de la población del continente; EE.UU. se asocia con el Estado fallido de México, que tiene el peor desempeño económico del hemisferio y en el que poderosos cárteles de la droga controlan amplias regiones y han penetrado profundamente en el aparato estatal.


Conclusión
China no es un país capitalista de excepción. Bajo el capitalismo chino, se produce la explotación del trabajo, las desigualdades de riqueza y acceso a los servicios abundan, los pequeños agricultores se ven desplazados por megaproyectos de embalses, y las empresas chinas extraen minerales y otros recursos naturales en el Tercer Mundo sin demasiadas contemplaciones. Sin embargo, China ha creado decenas de millones de empleos en la industria, y ha reducido la pobreza con más rapidez y para más personas en el lapso más breve de la historia. Sus bancos financian sobre todo la producción. China no bombardea, no invade ni saquea otros países. En contraste, el capitalismo de EE.UU. se halla enfeudado a una monstruosa máquina militar mundial que drena su economía nacional y reduce los niveles de vida del país para financiar sus interminables guerras en el extranjero. El capital financiero, inmobiliario y comercial socava el sector manufacturero, y obtiene sus beneficios de la especulación y las importaciones baratas.

China invierte en países ricos en petróleo; EE.UU. los ataca. China vende bandejas y tazones para los banquetes de boda afganos; EE.UU. bombardea las celebraciones con sus aviones teledirigidos. China invierte en industrias extractivas, pero, a diferencia de los colonos europeos, construye ferrocarriles, puertos, aeropuertos y proporciona crédito accesible. China no financia ni arma guerras étnicas, ni organiza “revoluciones de colores” como la CIA estadounidense. China autofinancia su propio crecimiento, su comercio y su sistema de transporte; mientras, EE.UU. se hunde bajo una deuda de varios billones de dólares para financiar sus guerras sin fin, rescatar sus bancos de Wall Street y apuntalar otros sectores no productivos, mientras que muchos millones de personas permanecen sin empleo.

China crecerá y ejercerá poder a través del mercado, EE.UU. entrará en guerras sin fin en su camino a la bancarrota y la descomposición interna. El crecimiento diversificado de China está relacionado con interlocutores económicos dinámicos; el militarismo de EE.UU. se ha vinculado a narco-estados, regímenes dirigidos por señores de la guerra, supervisores de repúblicas bananeras, y al último y peor régimen racista y colonial declarado: Israel.

China atrae a los consumidores del mundo; las guerras globales de EE.UU. producen terroristas en el interior del país y en el extranjero.

China podrá hallarse ante crisis e incluso ante rebeliones de los trabajadores, pero tiene los recursos económicos para darles solución. EE.UU. está en crisis y puede enfrentarse a una rebelión interna, pero ha agotado su crédito y sus fábricas están en el extranjero, mientras que sus bases e instalaciones militares representan pasivos, no activos. Hay menos fábricas en EE.UU. que vuelvan a contratar a sus trabajadores desesperados: un levantamiento social podía mostrar a los trabajadores estadounidenses ocupando los esqueletos vacíos de sus antiguas fábricas.

Para convertirnos en un Estado "normal" tenemos que empezar desde el principio: cerrar todos los bancos de inversión y las bases militares en el extranjero, y regresar a América. Tenemos que comenzar la larga marcha hacia la reconstrucción de una industria al servicio de nuestras necesidades nacionales, a vivir dentro de nuestro propio entorno natural, y a abandonar la construcción del imperio en favor de la construcción de una república socialista democrática.

¿Cuándo vamos a tomar el Financial Times, o cualquier otro diario, y leer acerca de nuestra propia línea de alta velocidad que transporte pasajeros estadounidense de Nueva York a Boston en menos de una hora? ¿Cuándo van nuestras propias fábricas a suministrar nuestras tiendas de ferretería? ¿Cuándo vamos a construir generadores de energía eólica, solar y oceánica? ¿Cuándo vamos a abandonar nuestras bases militares, y vamos a permitir que los señores de la guerra los traficantes de drogas y los terroristas hagan frente a la justicia de su propia gente?

¿Llegaremos a leer acerca de todo esto en el Financial Times?

En China, todo comenzó con una revolución...