domingo, 24 de mayo de 2009

Crisis y alernativas en latinoamérica



Comparto con los amigos del blog la desgrabación de mi intervención en el Encuentro de Partidos Populares y Movimientos Sociales del continente, realizado el 27 y 28 de abril para debatir la “Crisis internacional y alternativas populares en América Latina”.

Es una alegría poder encontrarnos nuevamente, cambiar ideas, animarnos a diseñar políticas comunes entre los partidos políticos populares del continente, pues estoy convencido que en los nefastos años de dominio ideológico del neoliberalismo estuvimos lejos, más allá de aportes dispersos, de ponernos a la altura del aporte teórico, de la búsqueda de consensos y acciones coordinadas que los tiempos exigían.

Más allá del nivel de acuerdo que alcancemos, es francamente alentador estar con los compañeros de los países hermanos que nos acompañan, y por supuesto los de la propia Argentina, con quienes encaramos un camino que no es lineal, pero que recorremos con la convicción de que debemos fortalecer el campo nacional y popular, y en concreto empujar los ejes del rumbo emprendido en la Argentina a partir de 2003.

Para entrar en el tema del Encuentro, quiero compartir con Uds. la lectura de unas pocas líneas: “No cabe duda de que las mil libras esterlinas que uno deposita hoy en A pueden reinvertirse mañana y constituir un depósito B. Al día siguiente, remitidas por B, pueden formar un depósito C… y así hasta el infinito. Y las mismas mil libras esterlinas en dinero pueden multiplicarse de tal manera, por medio de una sucesión de transferencias, en una suma de depósitos absolutamente infinita. Es posible, entonces, que las nueve décimas partes de todos los depósitos del Reino Unido no tengan otra existencia aparte de su registro en la contabilidad de los banqueros, respectivamente responsables por ello”.

Más allá de las cifras que descubren en parte el paso del tiempo, pocos podrían imaginar que esta definición es parte de los apuntes con los que luego Federico Éngels dio forma definitiva al capítulo XXV del tercer tomo de El Capital de Carlos Marx, publicado después de su muerte en 1883. Bajo el título de Capital ficticio, ya marcaba la tendencia, que ha sido permanente en el desarrollo del capitalismo, del uso y el abuso del capital especulativo.

Ya lo han dicho los compañeros de Venezuela y Cuba: para plantearnos alternativas a la crisis actual, primero debíamos definir de qué crisis estábamos hablando, y es nuestra opinión que no es solamente financiera o bancaria, ni siquiera sólo económica, como se pretendió simplificar en la reciente reunión del G-20, sino energética, alimentaria y ambiental, dado el rumbo depredador del sistema. Como lo desarrolló ampliamente el representante del PI, la crisis tampoco es simplemente cíclica, de las que habitualmente desarrolla el capitalismo. Aquí se ha coincidido en que estamos ante una crisis general del sistema capitalista a nivel planetario, la que, a nuestro juicio, pone en riesgo la propia sustentabilidad de la humanidad en su conjunto.

Personalmente quiero profundizar en esta definición porque entiendo que cuando caracterizamos una crisis como sistémica es necesario precisar que se manifiesta brutalmente lo que habitualmente permanece oculto en las relaciones de producción capitalistas: esto es que la producción de los bienes y de la riqueza de la humanidad es siempre social y su apropiación es siempre privada. Esta es la contradicción fundamental del capitalismo, que se asienta en la propiedad privada de los medios de producción y que, con el desarrollo de las sucesivas crisis y los acomodamientos, fue dando como resultado un retroceso cada vez mayor del sector productivo y el avance del componente financiero y, dentro de este último --en esta etapa-- del capital especulativo.
No es una casualidad que la crisis haya estallado en los Estados Unidos y en el sector especulativo (las hipotecas sub-prime). Hace 30 años que viven a costa del ahorro y el crédito externo. Primero al violar de hecho los acuerdos de Bretton Woods que impusieron el dólar como moneda única internacional, sobre la base de su convertibilidad con el oro, y --cuando el engaño de la emisión sin contrapartida metálica se hizo insostenible-- Nixon decidió unilateralmente el fin de la convertibilidad, con lo que mantuvo la maquinita de fabricar billetes y letras con las que EE.UU. ha financiado sus déficits a costa de la humanidad, es decir a su complejo militar industrial y las guerras de rapiña y agresión que lo mantienen fuerte y poderoso, pero que provocan el 80% del déficit público.

Posiblemente Marx no hubiera imaginado en su tiempo los extremos especulativos a los que hemos llegado ahora. Esta relación entre bienes reales (fábricas, casas, campos) y bienes simbólicos o ficticios (dinero, letras, hipotecas), que no debería sobrepasar la relación de 3 ó 4 por 1, y que al momento de la crisis había llegado a 20 por 1. Es decir que por cada dólar respaldado por bienes reales que circulaba, la timba internacional, on line las 24 horas, hacía circular 19 sin ningún respaldo. Dicho gráficamente, la relación entre una pelota de básquet y una de golf.

Como más de una vez ha señalado nuestra Presidenta refiriéndose al modelo de los ‘90, creían que el dinero produce dinero. Pero no. Lo que produce son ganancias extraordinarias y salvajes para el sector financiero especulativo que está hegemonizando el capitalismo en estos momentos, al tiempo que descarga la desocupación, la precarización del trabajo y en definitiva el hambre de millones de hombres y mujeres en el mundo.

En última instancia, algo que los economistas neoclásicos omiten, y aún algunos “progres” que solemos leer también eluden: la política es economía concentrada y en el centro de todos los problemas está el problema del poder. Por eso Estados Unidos impuso sus condiciones, cedió o las multiplicó según la relación de fuerzas. Nosotros no podemos pensar más que en estos términos, en términos de poder, porque es la única manera de construir una perspectiva nacional y popular transformadora, a nivel nacional y continental.

Esta disputa no va a ser fácil ni corta. Tengamos en cuenta que, cuando se produce la crisis de 1873 (colapso de la Bolsa de Viena, precedida por una burbuja especulativa de tierras en París luego de las exigencias alemanas a Francia después de su derrota en la guerra franco-prusiana, y otra especulación de tierras en EE.UU. después de la Guerra Civil, con eje en la traza del ferrocarril) se tardó veintitrés años en salir, casi hasta el final del siglo XIX.

De la crisis de 1929 -que para nosotros es muy ilustrativa porque es de la que más se habla- se tardó diecisiete años en salir. Debemos plantear también una polémica que es importante: no es cierto que se superó con la receta keynesiana. Obviamente que las medidas keynesianas fueron imprescindibles y un instrumento importante para desarrollar el proceso económico, dentro de un modelo productivista que no prevalece en el actual capitalismo, mediante la intervención del Estado y la obra pública. Pero nos parece necesario detenernos en una repetida tergiversación: la salida jamás se hubiera logrado sin la II Guerra Mundial. De hecho, fue la II Guerra y la posterior reconstrucción de Europa y Japón (vía Plan Marshall) lo que permitió poner en marcha el aparato productivo estadounidense, pero esa es otra historia.

Es decir que el enfoque que afirma que con el keynesianismo (o con el neokeynesianismo) vuelven el equilibrio capitalista y la justicia es, como mínimo, riesgoso, lo que no implica desconocer que tenemos recetas mucho más agresivas y destructivas que impulsa el establishment.

Una es la que están aplicando los señores del poder económico mundial, socorriendo a los que generaron la crisis con esta ayuda a bancos y a financieras que, posteriormente, premian con millones de dólares a los personajes que dirigieron la catástrofe. En cambio, ¿por qué no estatizar, y a la vez dinamizar la producción, para que por lo menos hagamos menos pesada la carga de los sectores populares, y pasada la crisis, revalorizadas las acciones que hoy se compran a un valor depreciado, recuperar algo de lo robado?

También escuchamos o leemos en nuestros esclarecedores medios de prensa -o medios de comunicación concentrados- que esta es una crisis más, que se resuelve con la vieja máxima de Joseph Schumpeter, aquel economista austríaco que -miren si será cruel el término y el proceso que describe- acuño la definición de destrucción creativa, necesaria cuando se acumula demasiado valor simbólico. En ella, el mercado premia a los mejores, castiga a los ineficientes que no han sabido ponerse a la altura de las circunstancias de la revolución científico-tecnológica y pone las cosas en su lugar quemando esos valores ficticios. Pues bien, lo primero es falso. El mercado no premia a los eficientes: premia solamente a los poderosos. Este es un concepto central para el análisis político y las alternativas que nosotros podemos plantear en América Latina.

Perdonen si, enfrentando estas dos brutales propuestas del capital, insistimos con una nueva crítica al keynesianismo, pero sucede que entusiasma a a muchos amigos en el continente, los que desgraciadamente pierden de vista dos fenómenos novedosos pero decisivos.

El primero parte de la creencia de que estos cambios de matriz permiten resolver algunas de las crisis del capitalismo. Durante la revolución industrial se reemplazó a la mano del trabajador por la máquina; hoy la revolución científico-tecnológica no sólo produce el reemplazo de la mano sino también del cerebro humano mediante la informática. Es decir que la capacidad de generar puestos de trabajo industrial incorporándolos a la producción en un esquema de apropiación privada de las ganancias se ha frenado, la producción social es cada vez menor, generando menos plusvalía. Si toda crisis es, en principio, una crisis de superproducción, da lo mismo que el detonante sea industrial o financiero. La crisis de superproducción también podría llamarse crisis de subconsumo, porque se produce cuando la oferta supera a la demanda, o enunciado de otro modo, cuando los potenciales demandantes no tienen el dinero suficiente para comprar lo que necesitan. Dicho sea de paso, el problema del subconsumo podría resolverse en buena medida si los dineros de los rescates se distribuyeran entre la población mundial para que pudiera gastarlo a voluntad. Pero el capitalismo prefiere mantener el subconsumo mediante bajos salarios y financiar la reconversión del aparato productivo. La paradoja creciente es que los bajos salarios permiten extraer poco jugo del trabajo, es decir que cada vez hacen falta más dólares para crear un empleo del que extraer plusvalía, lo que golpea particularmente a las Pymes, agudizando la concentración.

Como fuere, la tendencia del capitalismo al desempleo y a la precarización tiene que estar en el centro de nuestras preocupaciones. El modelo fordista-taylorista que impulsaba la industrialización no es la tendencia actual que podemos esperar para el desarrollo y para las supuestas correcciones que produzca el capitalismo en el mundo, ya que el capitalismo industrial ha perdido el comando, que ahora está en manos del capitalismo financiero. Por eso es tan peligrosa, al margen de buenas o malas voluntades, la seducción del canto de sirena del keynesianismo en este aspecto.

El segundo fenómeno que se requiere –como ya le exigió a los Estados Unidos durante el New Deal- es un déficit fiscal muy importante durante por lo menos cinco años. Y lo grave, lo impracticable, es que EE. UU. se permita un déficit fiscal mayor durante ese tiempo, por la sencilla razón de que el que ya tiene es gigantesco, 80% del cual, como dijimos, es generado por el complejo militar-industrial. Por eso, en la Cumbre de las Américas (que no será tal hasta que Cuba ocupe su lugar) de Trinidad y Tobago, Obama muestra un rostro cordial y hasta humilde, pero lo vemos poco apurado en retirarse de Afganistán o de Irak, Y francamente vemos improbable que, si realmente lo deseara, pudiera resistir semejante presión, por lo que nos parece más probable que vaya cediendo, para finalmente entonar, con distintos acordes, la misma melodía que Bush. El aparato militar-industrial es el corazón del poder estadounidense, principal sospechoso del asesinato de John Kennedy, quien pretendía evitar la guerra de Vietnam, ese formidable negocio.

Desde que se nos murió el viejo topo de la historia, el futuro está abierto para todas las posibilidades, incluso las peores pesadillas. Lo que se viene es una fuerte presión para aumentar la desocupación, precarizar el empleo, reducir los salarios reales, y ni que hablar del futuro combate, que en otras partes del mundo ya se está dando, por los recursos naturales. Para nosotros, la verdadera alternativa pasa por el derrocamiento del poder exclusivo de los oligopolios, el cual es inconcebible sin, finalmente, su progresiva nacionalización democrática. No estamos hablando del fin del capitalismo, más allá de nuestros deseos. Creemos en cambio que son posibles unas nuevas configuraciones de las relaciones de fuerzas sociales que obliguen al capital a ajustarse a las reivindicaciones de las clases populares y los pueblos.

El compañero uruguayo señalaba, con razón, que Immanuel Wallerstein estimó que el estallido de esta burbuja y esta crisis llevaría todavía un tiempo, pero también lo es que Samir Amín la predijo para el cortísimo plazo. Es justamente Amin quien reafirma que en los países del Sur, la estrategia de los oligopolios mundiales lleva consigo volcar el peso de la crisis sobre los pueblos: desvalorizar sus reservas de cambio, bajar los precios de las materias primas exportadas y encarecer los precios de los productos importados. Y esto impondrá a los gobiernos que plantean rumbos nacionales y populares definirse (lo que no implica caer en la vieja trampa exportar-importar tal o cual “modelo”), pues creemos que, en nuestra región, o se profundizan los procesos o se corre el riesgo cierto del estancamiento, y aún del retroceso, bajo la brutal presión de la derecha.

Al mismo tiempo la crisis ofrece la ocasión del renacimiento de un desarrollo nacional, popular y democrático autocentrado, que someta las relaciones con el Norte a sus exigencias, esto es, la desconexión, siempre en las condiciones concretas y las relaciones de fuerza propias de nuestros países, pero conscientes de que es prioritario construir la fuerza política y social que necesitamos para enfrentar semejante desafío.

No dudamos que parte de esa construcción implica profundizar en temas --que no voy a desarrollar ahora-- como oponer a la globalización la regionalización e integración (desarrollar el ALBA, el MERCOSUR, el UNASUR, incluida la elaboración de una concepción propia de la defensa continental y mecanismos como la desdolarización del comercio exterior); la absoluta prioridad del mercado interno sobre el externo, siempre con sesgo de incorporación de valor agregado a las materias primas; una dirigencia condicionante, conciente de su papel transformador de nuestros países y del continente, frente a una dirigencia condicionada (por las nuevas oligarquías, al estilo la patronal rural argentina, los separatistas bolivianos o los golpistas venezolanos, además de los mascarones de proa del imperio como la colombiana) y el fortalecimiento del papel del Estado, tema que será tratado en un panel especial de este Encuentro.

En este cuadro, con la hegemonía cultural de las clases dominantes, las cuñas que la dictadura y el neoliberalismo dejaron en la conciencia popular, es central seguir planteando la batalla ideológica, y en nuestro caso, al menos, la necesidad de una sociedad de nuevo tipo, post capitalista, que todavía creemos que será una sociedad socialista, convencidos de que el socialismo jamás ha sido aplicado en este planeta, al menos si lo entendemos no solamente como la propiedad estatal de los medios de producción sino como la propiedad social de los mismos, con participación popular, democracia plena y autogestión.

jueves, 21 de mayo de 2009

“Los paraguas de Kirchner”


Tal el titular de una nota de la sección Del Editor al Lector, Pág. 2 de Clarín, firmada hoy por el Editor General Adjunto, Ricardo Roa, que permite sumar pruebas de la manipulación, ya no superficialidad de algunas de las plumas insignia del grupo.
Escribe Roa que “Kirchner abrió el paraguas. Por primera vez aceptó que la elección viene peleada. Dijo en radio (del grupo.AN) Mitre: ‘Lo más importante es ganar. Por un voto, por dos, por cien o quinientos mil’. Obvio, lo más importante en cualquier comicio es ganar. Pero no es lo mismo hacerlo por un voto que por muchos. Más cuando está en juego el destino del kirchnerismo. Hay una segunda lectura añadida: aún si gana por poco, Kirchner venderá el resultado como una victoria plebiscitaria. No es lo que interpretarán otros, incluso dentro de su propia cofradía. Sobre todo por lo que puso en juego”.
Contundente, sin duda. Claro que cuando uno accede a las citas textuales se suelen desarmar los más brillosos, y aparentemente agudos, análisis. En este caso, la desgrabación de la entrevista es publicada completa en la la contratapa de Ámbito Financiero, en este caso para demostrar que es “un candidato que habla mucho todos los días pero dice poco”. Sin embargo, a los efectos de este análisis su aporte es invalorable.
Accedemos a la pregunta, que motiva la respuesta, por parte del periodista Samuel “Chiche” Geblung, quien le indica –el tono no puede captarse de la reproducción escrita-- si “Por un voto ganan las elecciones”. Y, conocido que la respuesta que analiza el matutino de Magneto-Noble contiene desde el vamos la pregunta del periodista, nos encontramos que la respuesta dista de la citada. El ex presidente responde: “Bueno, obviamente, por 1, por dos, por 10, por 100, por 400 mil, por 500 mil, se puede ganar por muchos votos las elecciones”. Difícil reflexionar a partir de una visión tan sesgada de opiniones, a cuya versión textual desgraciadamente poca gente accede. Sin embargo, contando con los elementos, el balance es incuestionable: más que paraguas, resulta que había sido un bastonazo…

Otros matutinos, sin las pretensiones interpretativas de Clarín, citan, también manipulada, la respuesta y sacan parecidas conclusiones acerca de lo que sería una reacción defensiva de Kirchner en el sentido que “el que gana por uno o dos votos, igual gana la elección”, pero curiosamente no se aplica el mismo criterio para una definición no menos significativa de Elisa Carrió: “Kirchner ya perdió, porque aunque gane, no va a tener mayoría propia”. Flor de paraguas.

lunes, 18 de mayo de 2009

Fernando Iglesias: se piden adjetivos


¿Oportunista?, si, sin dudas. Ya le contestamos con toda seriedad a uno de los tantos despropósitos que nos tiene acostumbrados Fernando Iglesias, como se puede ver en nota de febrero de este blog. Pero luego de presentar ¡¡¡ante la Justicia Penal!!! una denuncia por "usurpación de la Presidencia de la República" a Néstor Kirchner, en "perjuicio" de Cistina Fernández, habría que añadir algun/os adjetivo/s: egocéntrico, desde ya, pero más específicameante ¿payaso?, ¿estupido?...Se aceptan sugerencias.

viernes, 15 de mayo de 2009

Sin palabras...


Un joven Luis Juez, el inefable Schiaretti, y "todos con Menem".

miércoles, 13 de mayo de 2009

Krugman juega a las escondidas


Paul Krugman criticó la falta de agresividad de los planes de estímulo para la economía de su país y advirtió que, como Japón en los años 90, Estados Unidos podría sumergirse en una prolongada recesión después de décadas de fuerte crecimiento. El premio Nobel de Economía afirmó que Barak Obama se arriesga a propiciar una década perdida con retracción o estancamiento de la economía si no emprende medidas agresivas para estimular la actividad y sanear el sistema bancario. Es decir, keynesianismo puro y duro.,
"Estamos tomando iniciativas a medias que ayudan a que la economía se arrastre sin recuperarse, y estamos viendo medidas que ayudan a que los bancos sobrevivan sin expandirse", dijo Krugman.
No estoy de acuerdo con Krugman por una razón capital: ¿están el pueblo norteamericano y el Capitolio dispuestos a aceptar un déficit del doble del actual en el próximo lustro? Si fuera así --que lo dudo mucho-- la pregunta del millón es quién se haría responsable entonces por el valor del dólar ante la brutal emisión que haría falta. ¿Obama? ¿El Capitolio? ¿Wall Street?
Se me ocurre más útil recordar que el 80% del déficit público de EEUU lo generan el Pentágono y el aparato militar-industrial con sus políticas belicistas. Si eso no cambia no importará el color de piel del Presidente y dará lo mismo que gobierne George Bush o Barak Obama. En cambio, si eso se corrigiera se podría cambiar el déficit malo –provocado por el negocio de la guerra-- por el déficit bueno que se utilizaría para financiar una audaz política keynesiana.
"Estamos haciendo lo que hicieron los japoneses en los años noventa", dijo el Nobel ante un grupo de periodistas durante una visita a Pekín. "Lo que más me preocupa es que Estados Unidos y la zona del euro puedan tener décadas perdidas al estilo de lo ocurrido en Japón", añadió. Y a continuación sostuvo que preveía una expansión del empleo entre escasa y nula para este año y el próximo en Estados Unidos, donde la tasa de desocupación de abril fue de 8,9 por ciento, récord en los últimos 25 años.
"Cada vez es más claro que se torna urgente un segundo estímulo. Se necesita un estímulo muy, muy fuerte", dijo el economista, que se desempeña como profesor de la Universidad de Princeton y escribe en el diario The New York Times.
Krugman añadió que las pruebas de tensión realizadas sobre 19 bancos de Estados Unidos habían comprado tiempo a la administración del presidente Obama, pero que no habían respondido a la pregunta clave de si los bancos tienen suficiente capital para resistir la crisis.
Recordemos que 10 de esos 19 bancos no superaron aquella prueba porque sus carteras todavía están infectadas por un rojo de miles de millones de dólares (los denominados "activos tóxicos"). Esas pérdidas --calculadas de manera conservadora por el FMI en 2,8 billones de dólares para EEUU y en un total de 4,2 billones para EEUU y la zona del euro-- no podrán ser absorbidas por el Tesoro sino a riesgo de derrumbar la cotización del dólar por la brutal emisión que haría falta.
Si bien Krugman reconoció las medidas adoptadas por China para aplicar un vigoroso plan de estímulo económico, dijo que no había detectado ningún compromiso de parte de Pekín para impulsar la demanda interna con el fin de reducir su elevado ahorro.
"Es muy difícil ver en el mundo una recuperación completa si China sigue con superávit en cuenta corriente del 10 por ciento del PBI", sostuvo. "Si los grandes superávit externos de China persisten junto con un alto desempleo en Estados Unidos y un bajo crecimiento en Europa, habrá mayor tensión política", afirmó.
O sea: parte de la culpa la tiene China por producir mucho, consumir poco y exportar bastante. Aunque esto último es cierto, la imputación es falsa. Bastante contribuye el gobierno de Hu Yintao a la estabilidad de la economía estadounidense (y mundial) con mantener en cartera una enorme millonada de dólares en forma de bonos del Tesoro norteamericano. Si China los volcara al mercado el dólar caería en picada y ruido que haría Wall Street se escucharía hasta en la Patagonia.
Reclamarle a China que vuelque al consumo interno buena parte de las mercancías que ahora exporta (y alivie así el déficit norteamericano y en menor medida europeo) es pedirle que se auto flagele, y desde luego que no lo hará.
Lo previsible es que China aplique algo que conoce bien: políticas de dumping para sostener sus exportaciones y vender cada vez más barato, aún a riesgo de ganar poco o nada. Previsiblemente también volcará más recursos al área de investigación espacial y al desarrollo de nuevas armas estratégicas. Pero es difícil que pase de allí.
Obama tiene una buena opción: reducir a la mitad el presupuesto militar de su país y volcar esa enorme masa de dinero al estímulo de la economía mediante políticas keynesianas. Esa sería una gran noticia para la democracia en el mundo. Y para la paz. Y sería también una lúcida recomendación que podría hacerle Krugman a Obama. Y ya que está, contarnos después qué cara puso el Presidente (Norberto Colominas).

domingo, 3 de mayo de 2009

Elecciones: el verdadero debate


“El kirchnerismo ha consolidado el rumbo de su táctica de la antinomia letal. Según Néstor Kirchner, el estratega principal, y la presidente Cristina Fernández, su ejecutora, lo que está en juego el 28 es mucho más que una elección de medio término. Lo que ese día se decidirá, dicen, es si el oficialismo conserva o no la mayoría. Si la conserva, el "modelo" sigue adelante; si la pierde, el ‘país explota’ o ‘peligra la estabilidad democrática”.Ricardo Kirschbaum, Clarín,3-5-09

“Sólo la terquedad o el ensimismamiento podrían explicar tantos errores. Néstor y Cristina Kirchner parecen convertir la campaña electoral en un callejón sin salida para ellos. Han repetido que la Argentina volará por los aires si el último domingo de junio una derrota golpea al Gobierno. Han repetido que necesitan de la mayoría parlamentaria para garantizar la gobernabilidad”. Eduardo van der Kooy, Clarín, 3-5-09

“La sombra de un relevo inevitable es ahora lo más parecido a la catástrofe de 2001. El peronismo, baqueano en el vertiginoso serpenteo del poder, entrevé que un liderazgo se extingue. Es sólo el problema de un partido, que no debería extenderse al conjunto de la sociedad argentina. Néstor Kirchner es el que quiere ampliar y socializar su drama personal; en los últimos días, ha mostrado todos los fantasmas y ha escondido todas las diferencias con la gran crisis. De él depende, no obstante, que la ejecución de aquel relevo respete los mandatos actuales sin colmar la paciencia social (…) Sólo los Kirchner están en condiciones de repetir la crisis política de 2001, entendida ésta como la culminación inmediata de un gobierno luego de una derrota electoral. Ellos podrían ponerle fin al Gobierno ante la necesidad forzosa de cambiar las formas del gobierno, que es la única obligación que tendrán. Nadie les dirá, en ese caso, que no”.Joaquín Morales Solá, La Nación, 3-5-09.

Son apenas tres citas, pero demuestran –como venimos señalando– que la mayor claridad en el análisis y las propuestas destituyentes proviene de los grandes medios concentrados de comunicación, en tanto la oposición se debate en el “consignismo” y como éste puede ser funcional a aquella corporación para que les permita seguir “apareciendo” y, por lo tanto, disputando espacios políticos públicos.

Son los medios, como bien se autodefine La Nación del mitrismo, la “Tribuna de doctrina”. Lamentablemente para la “calidad institucional” que pregonan, la función de los opositores es repetir en términos más efectistas sus líneas de pensamiento y acción, como la hipócrita definición de “terrorismo verbal”, adjudicada a la Presidenta y al titular del PJ, o el cinismo de Mauricio Macri anunciándonos que “el país explotará, pero de alegría”, si el gobierno elegido por el pueblo sufre una derrota en las elecciones del 28 de junio, sobre todo si pierde la mayoría parlamentaria.

En cambio, en sus extensos análisis, sobre todo lo dominicales, vemos en los grupos económicos dedicados a la comunicación un enfoque político global que expresa lo que el bloque dominante pretende. Se ningunea significativamente la importancia de los comicios, casi despectivamente llamados de “medio termino”, y se llega a la conclusión que de perder la mayoría parlamentaria la única consecuencia para el oficialismo será tener que negociar con la oposición en el Parlamento. Sin embargo, desde ese punto se pasa a la convocatoria descarnada a “Derrotar a los Kirchner”, pues de esta manera es posible –como alegremente “chichonearon” Grondona y Biolcatti—desplazarlos y que asuma como Presidente Julio Cobos. Suena gracioso, si no fuera de una contundencia casi golpista, que Joaquín Morales Solá lo plantee en términos de que serian los propios Kirchner los que abandonarían el poder al no poder asumir que en “democracia” se trata de dialogar y alcanzar consensos. La frase final de la tercera cita que consignamos al principio queda para la antología de la audacia y la impunidad: “Nadie les dirá, en ese caso [que se vayan solos], que no”. ¿Esta claro a dónde apuntan?

Algunos amigos y antiguos compañeros no creen, sinceramente, que el 28 de junio se enfrenten dos modelos de país: el de rapiña y renta financiera o agraria, que nos llevó al 2001, y el productivo, con sesgo en la producción nacional, el mercado interno y la exportación con valor agregado (ninguna propuesta revolucionaria, por otra parte, salvo que toca profundamente el sensible bolsillo del bloque dominante). Hablo de compañeros que tienen tradición en el campo popular, pero niegan, o minimizan, los cambios producidos desde 2003, o por el contrario hacen centro en sus insuficiencias, y aún deformaciones.

Este gobierno no solo promovió una Corte Suprema de Justicia independiente y el juicio a los genocidas cuando ninguna conveniencia política lo aconsejaba; por la resistencia de los poderosos intereses afectados, y porque nadie, pero nadie –salvo las organizaciones de derechos humanos—lo tenía en su agenda. Esta es una posición de principios que no puede cuestionarse. Y este avance sufrirá un fuerte revés si cambia la correlación de fuerzas en el parlamento. La oposición ya anuncia una ofensiva contra el Consejo de la Magistratura, instituto promovido por Raúl Alfonsín en la reforma constitucional de 1994, cuestión que pocos homenajeadores recuerdan, pese que el caudillo radical sabía que iba a ser implementado por el menemismo. Pero la institución perdura, al igual que los órganos de control en manos de la oposición, y otras modificaciones que se impusieron pese al vendaval neoliberal.

Este gobierno también enterró el concepto de relaciones carnales con los EE.UU cuando, a tono con la ola de avances de movimientos nacionales populares en América Latina, contribuyó de forma decisiva a que se diga no al ALCA en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata. Junto a los gobiernos de varios países hermanos promovió la necesidad de un desarrollo autónomo e integrado, que en buena parte nos puso a salvo de los efectos más graves de la crisis internacional que vive hoy el capitalismo. Pues bien, uno de los instrumentos básicos para enfrentar esa crisis es hoy promover la integración económica, política y aún militar de nuestros Estados, dejando atrás el sesgo meramente comercial que tuvo en su valioso comienzo. Los acuerdos con Brasil para desdolarizar el comercio, el crecimiento de Unasur, los acuerdos realizados en el área de la Defensa (avanzar en la elaboración de una doctrina común en Latinoamérica en lugar de adoptar las recetas estadounidenses, la recuperación de Atanor, de la fábrica militar de aviones de Córdoba, los acuerdos con Embraer), son exponentes de la necesaria creación de un bloque latinoamericano. También, de promover el multilateralismo frente al mundo unipolar que impuso la política agresiva y hegemónica de Estados Unidos, y defender el interés nacional en forma mancomunada con nuestros hermanos latinoamericanos. Todos estos ejes son omitidos por los analistas de los medios, y la oposición los ignora porque en realidad ha votado en contra de cualquiera de estas políticas que haya pasado por el Parlamento.

Este gobierno, sin que nadie marchara por las calles para pedirlo –y mucho menos hablara en el Congreso para proponerlo– decidió poner en el centro de la escena el papel del Estado en el desarrollo económico y social de un país. Se estatizó el Correo, que no solo remontó el déficit crónico que le dejó Macri, sino que logró ganancias en épocas en que la informática le ha dado un duro golpe a los rubros que mayor rentabilidad le otorgaban. Se estatizó Aysa, Aerolíneas Argentinas, antes se constituyó Enarsa y luego se recuperó la mencionada fábrica militar de aviones en Córdoba. Se dio el trascendente paso de estatizar los miles de millones de dólares de los aportes provisionales de los argentinos, que no solo estaban siendo manejados por un grupo de poco más de una decena de bancos, en su beneficio, llegando al extremo de prestarnos con intereses exorbitantes nuestro propio dinero, el que criminalmente se les entrego para que especulen. Todo esto fue votado sistemáticamente en contra y aprobado gracias a la mayoría parlamentaria gubernamental. En ocasiones, escuchamos argumentos patéticos como que “podría ser”, pero no “a este gobierno”, porque con su “corrupción” generalizada sólo haría “Caja”. Justamente “caja” es lo que necesitamos para enfrentar la crisis, crear empleo y distribuir el ingreso con justicia. Ni siquiera negamos la posibilidad de corrupción en algún sector. Pero cuando analizamos la futura relación de fuerzas en el parlamento, no podemos ignorar que este es un modelo, y el que defenderá otra mayoría será otro; tanto el que ejecutó el menemismo como luego la Alianza, primero con López Muphy, y luego con Cavallo, que llegó de la mano del inefable “Chacho” Álvarez, pero fue aceptado por figuras de ese gobierno que hoy están en la oposición y, naturalmente, resistido por otros dirigentes y funcionarios que integran el actual Gobierno o defienden sus posiciones desde las bancas.

Si de criticar se trata, como marxista no se me escapa el carácter de clase del Estado, la hegemonía de la clase dominante o, en todo caso, como ahora, que la correlación de fuerzas entre proyectos de capitalismo con marcadas diferencias, sean viables a largo plazo o no. Tampoco, que los que soñamos para nuestra Patria una sociedad poscapitalista –un nuevo socialismo como todavía no conoció el mundo– hemos vivido en carne propia cuánto daño en el aquí y ahora puede causar la acción de este mismo Estado cuando responde al sector más concentrado de la economía; como contrapartida, las posibilidades que ofrece cuando, en disputa –incluida aquella con sectores del propio gobierno que sabemos a que juegan– se lo pone parcialmente en beneficio del pueblo, como en los casos que tomamos sólo a manera de ejemplo en el párrafo anterior. En todo caso, el Estado es parte de la superestructura de la sociedad y por lo tanto permeable a la presión y acción de la voluntad política consciente y organizada del pueblo, que en todo caso es lo que nos está faltando para asegurar que este rumbo deje de ser un rumbo para convertirse en un destino.

Por lo tanto, no estamos acercándonos a unas “simples elecciones de medio término”. Aún más, nada es simple en este camino: en cada batalla –las ya señaladas u otras –como la ruptura con los condicionamientos del FMI o la decisión de “aumentar el gasto público” para otorgarle jubilación a 1,8 millones de trabajadores que nunca la hubieran tenido sin una decisión política— es una batalla por el tipo de modelo que queremos para nuestra Patria; esto mal que le pese a comentaristas para los cuales del “autoritarismo” del gobierno ya llegó al lenguaje, al que ha tornado militar. Graciosa crítica para quienes todos los días nos atosigan con términos como “bunker” para describirnos un local o lugar de encuentro partidario o sindical, “incondicional soldado K”, para algunos funcionarios o lideres sociales, “deserción”, “frente de combate” o “madre de todas las batallas”, para citar sólo algunos de los que leemos a diario, fruto de la simplificación o la escasa imaginación de muchos escribas.

Y un par de reflexiones finales acerca de las teorías acerca del “todo o nada” y la “lógica del miedo” que querría instalar el Gobierno, como lógica reacción de su “autoritarismo” ante la posibilidad de perder la mayoría parlamentaria.

Personalmente, no concibo la política sin diálogo con la oposición. Es más, me parece que la falta de dialogo –y por lo tanto de políticas consensuadas con los pequeños productores– favoreció el fortalecimiento del bloque que hegemonizó la patronal ruralista, al hacer creer a una parte importante de la sociedad que “sus” intereses eran los del pueblo todo, para citar el caso más resonante. Pero nunca –aún con las más prolijas, atinadas y reflexivas propuestas gubernamentales– hubiera habido consenso con los enemigos conscientes, de clase, de este modelo. Sencillamente no es posible. Quieren otro modelo de país, de renta extraordinaria a costa de la miseria y el hambre de la inmensa mayoría de los argentinos. Se puede, mientras nos dejen, y no tengan fuerza para masacrarnos como tantas veces en la historia, mantener relaciones civilizadas; pero no hay que engañarse: no hay consenso posible.

No vamos a caer en el juego, aunque lo propongan nuestros propios aliados, de considerar que toda la oposición es parte, o servil vocero, del privilegio; así como no todo el gobierno, y todos los parlamentarios que se cobijan a la sombra del poder, pretenden llevar este modelo hasta el fin. Por lo tanto, puede haber dialogo con aquellos que, desesperados por lograr su cuota de poder, repiten los argumentos de los que han sido sus enemigos, y han contribuido a voltearlos cuando fueron gobierno, o avalaron la represión a sus luchas cuando protestaron.

Por ejemplo, decirle a los radicales que no honran su origen nacional y popular, ni a Raúl Alfonsín, cuando anuncian junto a personajes como De Narváez que acordarán una agenda parlamentaria para “el día después”; cuando tratarán, por ejemplo, de restarle poder a la Presidenta, rebajar o eliminar las retenciones, que es como decir liquidar buena parte del futuro de la obra publica, la salud, la educación y la vivienda. Decirles que si eso no es poner en juego la gobernabilidad y empujar al gobierno a gobernar con decretos de necesidad y urgencia (DNU) nacimos en un repollo. Y esto es lo que advirtió la presidenta cuando habló del deterioro de la calidad institucional y la estabilidad democrática, a las que mostró su decisión de fortalecer al no haber firmado más de tres DNU. Francamente, nos duele ver luchadores de toda la vida omitiendo semejante dato de la realidad, repitiendo como loros los mismos argumentos del diario de los Mitre y la corporación mediática, cuando los personajes que citamos ya han dicho que esperan para y a partir del recambio legislativo.

¿Qué hacemos, entonces? En mi caso, en el de Izquierda Democrática y muchos militantes, aún los que apoyamos este proceso enfrentando más trabas que aliento, sin dudas apoyarlo electoralmente el 28 de junio, porque es el que más cerca conduce al país que soñamos: justo, libre y soberano. Y, a la vez, apostar a la construcción de la fuerza que necesitamos: homogénea, que apoye todo lo positivo que se ha hecho y brinde la base de sustentación social y política; para corregir lo que se ha hecho mal y encarar los cambios que faltan o, eventualmente, no se quiere realizar. Tampoco creemos que sea fácil. Hay quienes enfrentan esta perspectiva en el propio oficialismo. Pero es el único camino posible para el campo nacional y popular.