sábado, 11 de noviembre de 2017

Octubre Rojo: balance con futuro



La revolución de octubre se liga no solo a una historicidad sino al paradigma de un anhelo y al mismo tiempo a la evidencia de las contingencias sociales: todo puede pasar, incluso lo más desafiante. Y todo puede pasar –incluso hoy o mañana—porque hay ejemplos de que ya ha pasado.
Nota de Jorge Elbaum,  sociólogo, docente universitario, y muy querido amigo, entre otros varios títulos, publicada en la revista Hamartia.

No es el socialismo el que fracasa en Rusia
No se trató del fin del “socialismo”, de su “colapso”
(aunque el clamor capitalista lo haya hecho verosímil).
Menos que menos, un traspié del pensamiento marxista.
Mario Toer

   Toda la experiencia del sujeto –biográfico o colectivo– contiene luces y sombras. Pero los matices de su interpretación, con concesiones o atribuciones de oscuridad, dependen del enfoque. La nostalgia puede llegar a ser un atributo productivo, si se liga al deseo colectivo, no a la procesión a su sepultura, instalado en los confines del pasado arqueológico. Todavía “suena” en el imaginario humano, en la sucesión de datos históricos, la revolución de octubre. Todavía atraviesa como fantasma a memoriosos y también sus detractores. Ese atravesamiento se liga no solo a una historicidad sino al paradigma de un anhelo y al mismo tiempo a la evidencia de las contingencias sociales: todo puede pasar, incluso lo más desafiante. Y todo puede pasar –incluso hoy o mañana—porque hay ejemplos de que ya ha pasado.

   ¿La revolución rusa es parte de un proceso o un salto aislado en la continuidad histórico- social? Esa es la pregunta central del análisis teórico. Dado el déficit de humanidad provocado por el capitalismo, su inmanente incapacidad para incorporar a una gran porción de los seres vivos (a una vida plena), su fetichismo de los mercados y su engolamiento por la violencia y las guerras, pareciera que no es una cuestión del pasado. Lenin —llamativamente— sigue “funcionando” como un recurso programático permanente. Pensar “octubre” como un hecho aislado, una gota hundida en el mar de la historia, parece ser más un deseo ingenuo que una entidad operable.
La Comuna de Paris: primer intento por conquistar la identidad completa
de lo humano.
   Luego de la Comuna de París ha sido el segundo intento por conquistar la identidad completa de lo humano, en la magnitud de un desafío aún pendiente. La larga lista de intentos no suele incorporar –salvo en las investigaciones de larga duración– las derivas parciales de sus efectos. ¿Fracasó la revuelta de los esclavos, liderados por Espartaco, contra el Imperio Romano? ¿Qué dejó como impulso volitivo, como “principio de deseo” su derrota a manos del Imperio? Las victorias pírricas, o su dialéctica de sentido hacen de las luchas sociales algo más que triunfos o fracasos. Son jalones apropiables por generaciones venideras que recogen el guante de la historia. Capítulos que servirán para forjar la mística (siempre necesaria) del enfrentamiento, el homenaje a los caídos, pero también el ejemplo de lo posible, de lo ya iniciado, de lo accesible, aunque sea en lo imaginable. No ha habido experiencia de cambio social –consensuado o bélico—que no haya sido guiado en paradigmas previos.

   La Revolución Rusa sigue siendo hoy el paradigma –entre los dueños del mundo– de aquello que es temido. He ahí su constante desesperación e insistencia para hablar de su “fracaso” y su derrota. La paradoja básica de los sucesos de 1917 es que su eco inició el periodo de las “revoluciones triunfantes” algunas de las cuales fueron sus herederas y hoy permanecen. Octubre supone la persistente amenaza de un cambio que en su momento admitió la posibilidad de enfrentarse a un relato único de desarrollo económico y, simultáneamente, a las extorsiones de los designios imperiales. Supuso, además, una reconfiguración del capitalismo –su versión keynesiana y el “estado de bienestar”— como respuesta defensiva frente a los “peligros” revolucionarios. El leninismo no solo produjo efectos por acción. También generó ecos por defecto: los “treinta gloriosos”, el periodo de mayor extensión de derechos en occidente fue la opción que asumieron las democracias en occidente ante la esperanza subversiva que imponía la revolución rusa. 
La Revolución Rusa sigue siendo hoy el paradigma --entre
los dueños del mundo-- de aquello que es temido.

                                                 
   Otra de las consecuencias que permitió la revolución rusa –hoy llamativamente olvidadas—es la liberación de la mitad de la humanidad del yugo colonial. De no haber existido la URSS, los movimientos de liberación nacional hubiesen tenido que enfrentarse en solitario a la lógica imperial extractiva y monopólica que controlaba dos tercios de la geografía del mundo en la época en que se desarrollaron los sucesos de octubre. Una de las dimensiones menos nombradas en los espacios de la nobleza académica es el “efecto conceptual” que devino de la revolución: cuáles fueron los cambios en las sensibilidades de época y las democratizaciones simbólicas que devinieron de su victoria. El mundo de 1917 cambió con su irrupción. Pero lo menos nombrado es que el mundo actual –principios del siglo XXI continúa latiendo con su fantasma.

   En términos evolutivos, el recorrido cronológico es una combinación yuxtapuesta de regularidades y rupturas. Los sujetos, tanto los individuos como los actores colectivos, son expresión y al mismo tiempo expresiones de esos procesos y de sus creadores y/o sintetizadores. Solo que no eligen el ritmo de sus continuidades ni de sus cambios. Lo que sabemos de la historia humana incluye quiebres abruptos que al mismo tiempo son hijos y nietos de pequeñas mutaciones a veces imperceptibles. Esos “saltos”, esas reconfiguraciones –los que expresan el “derrame” de los cambios anteriores–, producen nuevas formas de entender la realidad (el pasado, el presente y el futuro), y suponen la reorganización de los dispositivos materiales disponibles en una época.

   Muchos de esos cambios están precedidos por impulsos previos cuya conclusión final obnubila su gestación. No es posible prospectivamente dar por muerto un hecho o una acción social colectiva si ese dato no está anulado por las condiciones de su productividad: la revolución de octubre no feneció simplemente porque las causas que la produjeron están hoy presentes. Tanto los materiales como las simbólicas. La humanidad sigue estrechando su círculo de privilegiados y excluidos. Los procesos migratorios, la crisis de la “noción de trabajo”, los conflictos producidos por el extractivismo, las cíclicas crisis financieras generadas por las caídas de las tasas de ganancia, y las guerras avaladas por las imposiciones neocoloniales actualizan permanentemente los espectros de los soviets. En el nivel “simbólico” la revolución otorgó –sin fecha de vencimiento atraviese o no a generaciones— una “tabla de salvación” esperanzadora para quienes viven en la ignominia y quienes no soportan la idea de convivir (portándola u observándola) con ella.
 
La Revolución de Octubre no feneció simplemente porque
las causas que la produjeron están hoy presentes
   La Revolución Rusa ha sido un salto en la posibilidad de conquistar la vida para nuestra especie. Un múltiple impulso que las biografías históricas apenas pueden divisar en su real espesor. Cuando se habla de la revolución francesa se suele nombrar su etapa de “Terror” sin advertir que su visibilidad y epicentro no son comparables al pánico, exclusión, persecución, vasallaje, hambruna y genocidio al que estuvieron sometido los campesinos y los obreros durante milenio del feudalismo y el “viejo régimen”. ¿Cuál ha sido la causa de una exposición obsesiva del detalle histórico a la hora de observar los cambios revolucionarios y su respectiva ceguera a nominar el sufrimiento social acumulado previo a su explosión? ¿Qué tipo de historiografía interesada muestra en primer plano la guillotina y oculta el potro, el despellejamiento y la pira de la inquisición? Foucault muestra en “Vigilar y Castigar” que el médico Joseph-Ignace Guillotin propuso su invención para proscribir de una vez y para siempre la muerte por tortura, que incluía sufrimientos inenarrables para las víctimas. Muchos analistas interpretaron esta evidencia histórica como una muestra de cinismo o concesión a la deshumanización, sin advertir que “la suma de dolor acumulado” por todos los cambios emancipatorios no alcanzan a equiparar –en el daño producido, en sus víctimas, en sus efectos trágicos—los genocidios seculares que los provocaron. Solo la reforma agraria de la revolución francesa supuso el acceso al alimento a casi la mitad de la población la de la época, hecho que posibilitó, a su vez, evitar una de cada dos muertes campesinas en los siglos posteriores a la toma de la Bastilla. Los millones de muertos crepitados en el nombre del santo oficio, los pogroms, los traslados forzados de población, las hambrunas inducidas, las matanzas masivas y los genocidios coloniales han sido –y continúan siendo— tratados y definidos como parte integrantes de la lucha “civilizatoria” de la modernidad.

   Los procesos revolucionarios requieren, para su comprensión, del “gran angular” de la teoría con la cual se los describe y se lo juzga. “Octubre” empoderó a “siervos” cuyas vidas no tenían valor para el Estado. Entregó ciudadanía a millones de “apátridas” –como gitanos, judíos, musulmanes y otros grupos sociales—al tiempo que replanteó las relaciones de género. Por primera vez en la historia se conoció la figura de la mujer-combatiente integrada a una milicia. La Unión Soviética, incluso a pesar de su burocratización y su nefasta deriva estalinista, supuso un dique de contención al genocidio nazi: los treinta millones de soviéticos muertos en la segunda guerra mundial (el Estado que pagó con más víctimas) y la larga batalla de Stalingrado no son datos de una estadística militar sino la evidencia de un poderío viable para enfrentar a los esquemas más deshumanos de la historia.

   ¿Naufragó la revolución neolítica en sus primeros intentos porque necesitó miles de años para que la especie humano se apropiara de la tierra como espacio sedentario de reproducción? La evolución en sus diferentes versiones, tanto biológicas como sociales no es lineal ni tiene destino confirmado. No hay una contingencia teleológica. Todo se resuelve en el marco de apuestas y conflictos sin resolución garantizada. La empresa liderada por Lenin ha dejado una huella que condiciona hasta el día de hoy –incluso después de la implosión de la URSS—los imaginarios y los desafíos humanos y sociales. La vida humana sigue acumulando déficit de realización homologable a los existentes a principios del siglo XX: una gran porción de la humanidad permanece en situación de vulnerabilidad crítica. Las guerras continúan acumulando cuerpos en los campos de exterminio militares y civiles. Simultáneamente la ciencia y la tecnología han logrado alcances inimaginables.

   Evaluar el quiebre de una época supone comparar los elementos que implicaron sus continuidades en relación a aquellos que quedaron superados por innovaciones estabilizadas. La revolución de octubre cambió –sin dudas– las expectativas posibles de todo accionar político, y ese cambio llega hasta hoy, incluso después de la Unión soviética: a partir de ella se pudieron ejercitar prácticas socialistas más o menos contaminadas. Desde su irrupción, incluso con los componentes viciados de la militarización y la burocratización impuestas por las deformaciones estalinistas, se abrió la “caja de pandora” de una ingeniería social aun presente en el imaginario social.
 
La Revolución  permanece como una ultimátum posible y real
contra la explotación del trabajo humano y su supervivencia como especie.
Incluye una ética de la solidaridad y del bien común que
abreva en las condiciones reales de vivir en libertad 
   La Revolución —desde una subjetividad compartida— permanece como una ultimátum posible y real contra la explotación del trabajo humano y su supervivencia como especie. Incluye una ética de la solidaridad y del bien común que abreva en las condiciones reales de vivir en libertad y no solo “formalizarse” como autónomos. Su irrupción fáctica, pero también sus efectos en la significación, se inscriben en la larga lista de acciones colectivas emancipadora, todas ellas portadores de los atributos más benignos que nuestra especie ha sabido ofrecer. Todas ellas implican una esperanza de apropiación, por parte de los subalternos, de un destino histórico. Lenin propuso la consumación de una teleología que incluyó dos alcances complementarios: la simbolización de un mundo desconocido y viable, y al mismo tiempo, la advertencia al resto del planeta de su potencialidad contaminante. Desde las relaciones sociales de producción, o sea desde el entramado productivo-objetivo, “octubre” implicó la evidencia fáctica de que era dable organizar el trabajo en formas alternativas, cuestionando la unidireccionalidad sacralizada que estipulaba el capitalismo, con su fatalismo pesimista. Y desde la significación, el amparo en una emocionalidad –pensada desde Spinoza—capaz de sustituir a las viejas “estructuras del sentir”.

   Los orígenes de las revoluciones burguesas muestran que fueron necesarios casi trescientos años de fracasos para que se impongan los programas del capitalismo, superando –política, social y productivamente– el viejo régimen feudal. El triunfo de la acumulación originaria contuvo revueltas burguesas fracasadas y más de dos siglos de tensiones y redefiniciones acerca de los modelos productivos sostenidos por sus clases más legitimadas, antagónicas a las nacientes burguesías. Si el foco sincrónico se desplazara por los inicios de esas revueltas fracasadas, se podría inferir –a mediados del siglo XVII—que el capitalismo nunca acecharía la fortaleza del absolutismo monárquico con sus poderosas alianzas con el clero y las noblezas rentistas. Sin embargo, fueron necesarias centenas de fracasos –en distintas ciudades-estados y en grandes extensiones geográficas- para completar el circuito experiencial que dotó a la burguesía de su triunfo final. Si bien no hay teleología garantizada, lo que sí se puede afirmar en términos fácticos es que la revolución rusa ha sido parte de esos desafíos al orden burgués. Y que esos amagos continúan hasta el día de hoy en las experiencias de Cuba, Venezuela y Bolivia, para citar solo los relativos a nuestro sub-continente. Estas nuevas experiencias son parte de la ola de disputas iniciada en la Comuna de París y continuada durante todo el siglo XX en pos de modelos alternativos de organización social. No podemos evaluar con certeza empírica –porque la voluntad social colectiva es un datum prospectivo– si son excepciones de una trayectoria histórica sinuosa u origen de posteriores expresiones de confrontación. Lo que sí podemos aseverar es que —al igual que la revolución francesa— nada es pensable socialmente sin su secuela.

   El 15 de febrero de 1676 Isaac Newton escribe una carta a Robert Hook en la que afirma que “si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes”. Con esa famosa frase, el científico inglés se refería a que había logrado plantear algunas de sus más afamadas hipótesis influido por Copérnico, Galileo y Kepler. De alguna manera, los comuneros de París, Lenin, Trotsky, Mao, Ho-Chi Min, el Ché y Fidel –y muchos otros, anónimos o nombrados en canciones de esperanza– son algunos de los gigantes que tendremos que escalar para dotar de un poco más de ilusión, armonía y felicidad potencial al trayecto de lo humano por esta vida.
“Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes”

lunes, 11 de septiembre de 2017

Tras las garras de El Condor

11/9/1973: La Moneda bombardeada
Agradezco profundamente a  los compañeros de la indispensable publicación Socompa, la difusión del testimonio de Isidoro Gilbert, en el documental la “Conexión Buenos Aires”, historia de la gestación del programa de Radio Moscú “Escucha Chile”, que “sacó de quicio al genocida Pinochet y su Junta Militar y que reproduje en este mismo blog el 18 de julio.
Se trata de un hermoso y altamente profesional trabajo de Alejandro Andam y Daniel Iglesias, embarcados en un proyecto que rescata las vivencias del diario Sur (“SurVive”).
Por mi parte, aporto hoy por primera vez un capítulo, “Tras las garras del Cóndor”,  de mi libro “SECRETOS EN ROJO. Un militante entre dos siglos”, de Ediciones Corregidor.
Relata cómo paralelamente a esa tarea de “solidaria”, por decisión de los PC de Argentina y los países hermanos, así como el aporte fundamental de los de la entonces Unión Soviética, Checoslovaquia y la República Democrática Alemana, una parte de los argentinos, chilenos, uruguayos y paraguayos desarrollamos secretamente, aún para Isidoro y nuestros propios camaradas periodistas, una red de contrainteligencia, y en caso de acciones de contraofensiva, ante el Plan Cóndor.

Valentín Mashkin fue el primer autor que sistematizó y reveló al mundo, con fundamentada información, la coordinadora criminal de las dictaduras del cono sur en los años ’70, la llamada Operación Cóndor27.
Este trabajo fue profundizado y completado por Stella Calloni en una investigación que incluye desde testimonios del Nunca Más, hasta las pruebas de los “Archivos del Terror”, en Paraguay, documentos oficiales descubiertos gracias a una temeraria investigación de Martín Almada28.
Poco antes, en 1998, aparecieron pruebas contundentes de la complicidad de las dictaduras y el apoyo estadounidense, con desclasificación parcial de documentos estadounidenses.
Pero hasta hoy nadie contó parte de la trama secreta de la primera investigación, la de Valentín Mashkin, que vamos a relatar.
Se trató de un meticuloso trabajo de los servicios de inteligencia de la entonces Unión Soviética, alimentados en gran parte por lo que se dio en llamar “Córdoba 652, 11 E”, calle, número, piso y departamento en donde, desde los años ’60, se coordinaron los esfuerzos de recopilación de las denuncias y la solidaridad con el cerco de dictaduras que se iba cerrando.

El equipo
¿Los nombres de aquella increíble epopeya?
Isidoro Gilbert, responsable del PC local y corresponsal de la Agencia TASS, que fue la “cobertura” de esta estructura que agrupó a las corresponsalías de las agencias de noticias de los entonces “países socialistas”, así como de matutinos de gran impacto europeo como L’Unitá, L’Humanité, Neues Deustchland.
Arturo Lozza, Rodolfo Nadra, Adolfo Coronato y yo mismo, la “mascota” del equipo, hasta que me “destinaron” a Prensa Latina, luego del golpe de 1976, con lo que sumamos, de hecho, otra agencia y vía de transmisión al exterior.
Y con ellos paraguayos como el escritor y poeta Elvio Romero; chilenos como José Madlavsky, hoy notable documentalista, Enrique Martini, o Luis “Lucho” Córdoba; el miembro del Comité Central de PC Uruguayo, Nicko Scwartz, actualmente embajador uruguayo en Vietnam.
Párrafo aparte merecen tres poetas, entre los mejores contemporáneos de Latinoamérica, que se jugaron en esos años: Jorge Ricardo Aulicino y Daniel Freidemberg, argentinos; Hernán Miranda Casanova, Premio Casa de las Américas (La Habana, Cuba, 1976) con el libro “La Moneda y otros poemas”, chileno.
Ellos y otros muchos que colaboraban en la periferia o en el interior de cada territorio, varios de los cuales perdieron su vida salvando la de otros o llevando la verdad al mundo.
Recuerdo a Lozza, casi un gigante, desgarbado, mirándome a través de sus lentes como lupas. Mi primera “tarea” en 1970, con 18 años y título de “cadete” oficial, fue preparar una de las infinitas rondas diarias de café para “los muchachos”. Cuando saboreó la que sería una adicción compartida por locales y visitantes, me vaticinó con su humor corrosivo: “Albertito, ahora sí, no tengo dudas; vas a ser un gran periodista”.
Hoy, es él quien me recuerda que el período que siguió al golpe en Chile fue un tramo más en “el largo camino de Córdoba, pues allí atravesamos no solo la dictadura genocida sino además todas las anteriores. Los encuentros con muchos que hoy ya no están entre nosotros porque están desaparecidos. Recordemos las vigilias informativas del Cordobazo, del golpe y la caída de Onganía, nuestros despachos diciendo verdades que los medios dominantes no daban, los análisis que salían de Córdoba y que se publicaban en Europa”.

Un rastro sangriento
Horroriza, hoy, a más de cuarenta años de los hechos repasar las acciones de la Operación Cóndor, dirigida por la CIA de George Bush padre y el secretario Henry Kissinger, con sicarios cubanos, de la antigua OAS francesa o la Triple A nativa, todos a su servicio.
Chile, mediante el golpe organizado por Estados Unidos, se convierte en pieza clave, y se une a los regímenes sangrientos de Paraguay, Brasil, Bolivia, Uruguay; antes y después, las distintas dictaduras argentinas.
Bajo su coordinación las Fuerzas Armadas del Cono Sur coordinaron el crimen del ex presidente boliviano Juan José Torres en Buenos Aires el 2 de junio de 1976; antes el del ex jefe del Ejército de Chile, General Carlos Prats y su esposa, el 30 de octubre de 1974; y el de secuestro, tortura y muerte de los ex legisladores Zelmar Michellini y Héctor Gutiérrez Ruiz, el 21 de mayo de 1976; todos en Buenos Aires, bajo la dictadura, y antes durante el gobierno de Isabel Perón.
Planifican y concretan, nada menos que en territorio de los Estados Unidos, el asesinato de Orlando Letelier, ex ministro y embajador de Allende, y su secretaria; con la activa participación del agente de la CIA Michael Townley, el 21 de septiembre de 1976. Y el brutal atentado al vuelo CU-455 de Cubana de Aviación, sobre la isla de Barbados, en el que perdieron la vida 73 personas, el 6 de octubre de 1976.
También hubo intentos fallidos en 1975: el vicepresidente chileno Bernardo Leighton en Italia, el socialista Carlos Altamirano y el comunista Volodia Teitelbom.
Hay otras muertes sospechadas, aunque no probadas como asesinatos, en la lista: el presidente de Ecuador, Jaime Rolós, y el líder panameño Omar Torrijos, ambos considerados “peligrosos” por los Estados Unidos, y ambos víctimas de “accidentes” aéreos en 1981.
En octubre de 2011, abierto nuevamente en Argentina el rumbo para la Verdad, la Justicia y la Memoria, Sergio López Burgos, sobreviviente uruguayo de la Operación Cóndor y ex detenido de Automotores Orletti29, denunció penalmente ante la justicia argentina a un centenar de funcionarios civiles y militares de su país por su participación en la coordinación del plan de represión ilegal.
La denuncia comprende a ex dictadores, diplomáticos y militares acusados de secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones de 120 uruguayos que residían en el país, y revela la participación esencial de la embajada oriental en Buenos Aires en la inteligencia sobre exiliados uruguayos en el país.
Sobre la denuncia de Burgos, en mayo de 2012, el fiscal federal Miguel Ángel Osorio registró 160 crímenes con la marca de El Cóndor. De los casos contemplados, 16 corresponden a ciudadanos argentinos; también hay un español, dos ítalo-uruguayos, una argentina-uruguaya y una hispano-uruguaya. Los restantes 139 son personas nacidas en Uruguay. El listado incluye 20 hechos ocurridos con anterioridad al golpe de estado de 1976.
Martin Almada y los "Archivos del Terror": cuatro toneladas de
pruebas, fichas, fotos y grabaciones de torturas y
desapariciones.

Todos ellos forman parte de la legión de miles –miles– de hombres y mujeres secuestrados, cada uno de ellos con su nombre y apellido, su familia, su historia, a quienes en distintos territorios se torturó bárbaramente, y –“remitidos” a sus países de origen– finalmente fueron asesinados en su mayor parte.
El “rastro sangriento” de El Cóndor, al decir de Mashkin, es imposible seguirlo en unas líneas, pero puede insinuarse al citar que en 1992, el juez paraguayo José Fernández y el abogado, pedagogo y víctima de Stroessner, Martín Almada, descubrieron los llamados “Archivos del Terror”, y de esta forma quedó probado, con documentación de sus autores, el plan sistemático de persecución y eliminación a los adversarios políticos –comunistas, socialistas, izquierdistas, con un sentido amplísimo del término– con independencia de las fronteras nacionales.
Hay dos maneras de percibir la magnitud del horror.
Una, por las cuatro toneladas (literalmente cuatro toneladas) de fichas de detención, grabaciones y fotos de torturas, registro de apresamiento y traslado entre los países integrantes.
Otra, espeluznante, esas toneladas de documentación permiten probar al menos los casos de 50.000 personas asesinadas, 30.000 desaparecidos y 400.000 encarcelados.

Prensa Latina
Recuerdo vívidamente un caso concreto, en 1976, cuando yo era Jefe de Redacción de Prensa Latina.
El 9 de agosto secuestran en Buenos Aires a dos jóvenes diplomáticos cubanos, Crescencio Nicomedes Galañena Her­nán­dez y Jesús Cejas Arias, de quienes mucho más adelante supimos murieron torturados en el CCD Automotores Orletti.
“¿Nadra? ¿Alberto? ¿Cómo anda ‘Pepe?”, apodo de José Bodes Gomes, entonces corresponsal de la agencia de noticias cubana, donde yo trabajaba por la mañana, en el Edificio Safico, en la Avenida Corrientes 456.
Me estremecí. No era la primera ni sería la última amenaza.
“Aquí va un saludito de María Rosa. Seguí atacando al país, hijo de puta, que con cada nota que mandes le subimos unos voltios”.
A continuación escuché los gritos desgarradores de una mujer.
Informé, apabullado, en días que realizábamos “resúmenes” matutinos y nocturnos de “muertos en enfrentamientos” de miembros de “la organización subversiva declarada ilegal en primer lugar” (ERP) o de “la organización subversiva declarada ilegal en segundo lugar” (Montoneros), en casi todos los casos víctimas de la “ley de fuga”.
Horas después, la Fede me informa que el 3 de agosto de 1976, la camarada argentina María Rosa Cancere, que por referencia del Partido realizaba trabajos de limpieza en la Embajada de Cuba, Virrey del Pino 1810, dejó su trabajo a las 16.00 como todos los días, para dirigirse a su casa.
Nunca llegó.
Seis días después del secuestro de María Rosa se produjo el de los diplomáticos cubanos.
El Cóndor los arrastró con sus garras.
Automotores Orletti: Aquì, dos diplomáticos cubanos y dos militantes
comunistas argentinos, que trabajaban en mantenimiento de la Embajada,
fueron torturados ya asesinados.

Hace unos meses leí en Página/12, del merecido homenaje que la Embajada rindió a sus dos antecesores asesinados en Buenos Aires.
El 2 de agosto de 2012 la tapa del mismo matutino me golpeó con la foto de uno de ellos, Crescencio Nicomedes Galañena Hernández, cuyo cuerpo fue hallado por un grupo de niños en un barril relleno de cemento, y fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense. La nota es estremecedora30.
Da cuenta como la Cancillería de la dictadura “informó”, con la metodología habitual, que los diplomáticos había “desertado para buscar la libertad”. Se cita una investigación del periodista estadounidense John Dinges, según la cual el ya nombrado agente de la CIA, Michael Townley, y el cubano-estadounidense Guillermo Novo Sampoll habrían viajado a la Argentina para interrogar a Cejas Arias y Galañena Hernández. “Ellos cooperaron en la tortura y el asesinato de los dos diplomáticos cubanos”, declaró ante la jueza María Servini de Cubría el represor Manuel Contreras Sepúlveda, ex jefe de la DINA, la policía secreta pinochetista.
En ninguna de las dos ocasiones leí referencia alguna a María Rosa.
Sólo sus gritos, nuevamente; siempre, hasta que me vaya.

Valentín Mashkin
Isidoro Gilbert fue el responsable de Córdoba 652. En ese carácter hay muchísimas historias, datos y directivas que jamás nos comentó, ni debía hacerlo. Nosotros siempre lo aceptamos, pues era el jefe. Lo curioso es que él no supo que algunos de nosotros también conocíamos otros datos, establecíamos otras relaciones y recibíamos otras directivas –que expresamente no contradecían las que él recibía, simplemente eran otras– pero que se cumplían en estricto secreto, en primer lugar para el propio Isidoro.
Gilbert, en su libro LA FEDE, lo relata así: “La agencia TASS daba cobertura al funcionamiento de corresponsales de otras agencias o diarios comunistas. Todo el grupo integró ese equipo con contactos permanentes con el interior de Chile, etc. El PC de ese país envió periódicamente periodistas para trabajar en el servicio, como José Madlawsky y Enrique Martini. Ese informativo fue la base del famoso programa que transmitió Radio Moscú: ‘Escucha Chile’, y que mucho disgustó a la dictadura trasandina. El equipo envió informaciones de todo lo que ocurría en Argentina, pero la misma emisora actuó de manera diferente frente a la dictadura argentina, pese a los esfuerzos de los periodistas argentinos Arturo Lozza, Rodolfo Nadra y José Andrés López. Todo se inició con un telegrama de Mijaíl Artiuchenko, jefe para América latina de TASS envió hora después del golpe de Augusto Pinochet. ‘Necesitamos periódica cobertura de los acontecimientos en Chile’, ordenó. Un día después del golpe me llamó desde Roma el redactor del diario L’ Unitá, Guido Vicario. El autor era corresponsal ad honorem del matutino comunista. ‘Están reunidos los secretarios de los partidos comunistas de Italia, España y Francia y quieren saber que pasa en Chile’, le dijo. Le contó que tenía informes militares locales de radios del Ejército chileno dando cuenta de operaciones de fusilamiento contra opositores. Supo después que con esos y otros informes, se conoció el documento de solidaridad con Chile del ‘eurocomunismo’”31.
Logo de lo que fue Radio Moscú

Conocí a Valentín Mashkin a fines de los ‘70, en un encuentro casual en Radio Moscú, hoy absurdamente rebautizada La Voz de Rusia.
Uno de mis hermanos –que centralizaba la información que provenía del equipo y las transmisiones de la radio– le había comentado de mi participación en el rescate del último poema de Víctor Jara, el trovador comunista asesinado en el Estadio Nacional de Chile el 16 de septiembre de 1973, a los 40 años. También de la transmisión, en este caso ya desde Prensa Latina, de la ahora célebre Carta Abierta a la Junta Militar de Rodolfo Walsh, que recibimos el mismo marzo de su secuestro, en 1977.
Este, creo, fue un dato central.
El intercambio de informaciones entre el PCUS y el PC Cubano era tan fraternal, como mutuamente prudente, receloso tal vez.
Mashkin, siempre fue presentado como “periodista y escritor”. Pero sus estratégicos contactos e información, permiten arriesgar alguna hipótesis más. Estuvo siempre en lugares precisos en los momentos exactos. Fue el primer traductor y crítico de Ernest Hemingway, quién lo distinguió con su amistad. Viajó a La Habana, donde fue corresponsal, cuando la primera exposición Soviética en Cuba, en los ’60. El periodista, lo supe después, estaba particularmente interesado por el trabajo de Córdoba 652, que seguía hace años.
Un viernes de enero de 1979, casi congelado caminé, casi corrí con Rodolfo las seis cuadras que separaban el departamento de mi hermano (en la “torre” de Ploshiad Vostania en Moscú) de la agencia TASS, donde llegaban nuestros despachos de Buenos Aires.
Luego, el entonces deslumbrante, pero para mi incomprensible subterráneo moscovita, nos llevó a Radio Moscú, donde vi la grabación de La Semana Argentina, que se emitía los viernes, y nos presentaron a Mashkin.
Regordete, gruesos anteojos y barbita a lo Lenin, pareció particularmente interesado en el trabajo al interior de nuestros países. Centró sus preguntas en los métodos de acopio de la información y solicitaba determinadas precisiones, tanto de los despachos como de los materiales que –no lo mencionó, pero se refirió a casos precisos que yo conocía– se enviaban por valija diplomática.
Equipos de "Escucha Chile" y "Radio Magallanes":  Arriba (izquierda a derecha):
 René Largo, Natacha Smirnova, José Miguel Varas, Babkén Serapioniánts,
Volodia Teitelboim, Guillermo Ravest y Eduardo Labarca.
Abajo: Pilar Villasante, Guennadi Sperski, Ligeia Balladares y Ekaterina Olévskaya.


Ploshiad Vostania
Rodolfo y su familia vivían en Ploshiad Vostania (Casa 1, piso 11 cuartira 371), o Plaza de la Insurrección, en homenaje a la “Barricada Roja” levantada en la Revolución de 190532. No era un edificio más, ni cualquiera podía acceder a un departamento. Era una decisión política.
Las torres, símbolos de Moscú, popularmente conocidas como “Los siete caprichos de Stalin”, son impactantes y exteriormente idénticas de un estilo entre neogótico y barroco, con muchos pináculos y torreones y ventanas que parecen aspilleras de una fortaleza medieval, sobresaliendo sobre elevaciones en los distintos puntos cardinales de Moscú.
Con arquitectura similar a la de Nueva York de los años 50, entre los más conocidos están los que albergaban a la Cancillería, la Universidad Lomonósov o el Hotel Ucrania, donde paré en otro de mis viajes, ya en tiempos de Mijaíl Gorbachov, en lo que fue una de las últimas conferencias de la historia del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).
En el ascensor, o en un pasillo, podían suceder sorpresas.
Como saludar amablemente a un hombre de cuidado impermeable blanco, un vecino al que Rodolfo me presenta y responde en claro castellano, entre risas e invitaciones mutuas a tomar “unos tragos”: Harold Adrian Russell Philby, o “Kim” Philby, el alto jefe de la inteligencia británica (MI6), que en realidad fue parte del servicio secreto soviético. Philby se refugió en Moscú y contrajo (segundo) matrimonio con Rufina Ivanova Pujova, veinte años menor que él y que lo acompañaría hasta su muerte, a la edad de 76 años, en 1988.
En él, ex amigo de su juventud, se inspiró para varios de sus relatos Graham Greene. Es el caso de El Tercer Hombre, una sus obras de espionaje que fue llevada al cine, donde el novelista basó parcialmente en Philby el personaje de villano, interpretado por Orson Welles. También miembro de MI6, Greene reinició su amistad con Philby tras recibir, a finales de los setenta, una postal suya desde Moscú que tan sólo decía «A nuestro hombre en La Habana».
En ese particular edificio, días después de nuestra visita a Radio Moscú, recibimos a Valerián Goncharov, encargado de Argentina por el CC del PCUS, por lo que con cierto esfuerzo me deshice de los abrazos y saltos de mis sobrinos: entonces, Santiago y Javier, pues la “moscovita” de la familia, Valeria, llegaría un 9 de julio de 1980.
Goncharov nos explicó lo que –dijo– era el inicio de una investigación básica: una operación clandestina de asesinatos de figuras latinoamericanas, con orientación y financiamiento de la CIA, y plan de intercambio y exterminio sistemático de prisioneros entre las dictaduras del cono sur.
Era La Operación Cóndor, aunque todavía no supiéramos su nombre.
Al responder varias preguntas que le realicé a partir de las “inquietudes” de Mashkin, nos señaló que estaba realizando un “trabajo periodístico” sobre la base que la URSS veía con “enorme preocupación” la creciente agresividad de Estados Unidos, en actividades encubiertas a las que calificó de “inédito terrorismo internacional”.
Citó al luego director de la CIA, William Colby y la implementación del “Plan Fénix” en Indonesia, que culminó con el derrocamiento de Achmed Sukarno, a mediados de los 60, con un millón de asesinados. Su continuidad en Vietnam, con los llamados “pelotones de exploración provincial”, bandas paramilitares –estadounidenses y survietnamitas– que asesinaron 40.000 personas por fuera del enfrentamiento bélico.
Los hitos continuaron con el “Plan Fulbert”, para impedir la asunción de Salvador Allende, y luego su desestabilización hasta el sangriento golpe de septiembre de 1973. Subrayó las similitudes de las metodologías utilizadas, como las distintas variantes de “escuadrones de la muerte”, y se detuvo particularmente en lo que consideraba una seria escalada internacional, con los crímenes del general Carlos Prats, el coronel Ramón Trabal, Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, el general Juan José Torres, y –principalmente– Orlando Letelier.
De la charla, nos quedaron algunas ideas claras, de varios ejes no dichos: las fuentes que estaba utilizando Mashkin eran, básicamente, tres: un “trabajo intenso” (sólo esas dos palabras) de la Inteligencia soviética, los partidos comunistas y otras fuerzas del continente y Europa, y el flujo informativo desde Buenos Aires.
“Como ustedes saben –dijo, como al descuido– las primeras sospechas con fundamento que elaboramos le fueron comunicadas a TODOS los partidos de la región, en 1977”, demoledora revelación siendo, como era un hombre que solía poner cara de nada y mirar al vacío ante cualquier manifestación de insatisfacción con la línea política de nuestro partido.
Lo cierto es que esa “comunicación” no se registró, ni antes ni después de esta entrevista en la posición política del PC en la Argentina, a la que Goncharov, es necesario aclararlo, jamás realizó mención directa, como sí lo hizo sobre el resto de los países. Estaba claro que toda la responsabilidad caía sobre nuestros dirigentes.

Rodolfo Nadra, junto a su esposa, Marta Alsina, coordinaron las tareas
desde Moscú. En la foto, enero de 1979, con dos de sus tres hijos (la
tercera nació en la capital soviètica) de la mano. Atrás, de "visita" , los
acompaño cerca de Ploshiad Vostania.

Dos hombres, un continente
Rodolfo (con características distintivas por su particular preparación) como antes Lozza, como luego López y otros, mantenía los contactos con los partidos de Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay, y Uruguay, con sus máximos líderes, largas charlas con Luis Corvalán y Antonio Maidana33 a quien despidió en el Aeropuerto de Sheremetyevo cuando, luego de 20 años preso, y apenas recuperada un poco su salud, regresó al continente decidido a entrar clandestinamente en Paraguay para dirigir la lucha, pero fue secuestrado en Buenos Aires, el 27 de agosto de 1980.
Para mí, particularmente, hay dos encuentros imborrables.
Uno, con uno de los dirigentes que más valoré de nuestro continente, Roodney Arismendi34. Me lo presentó Ricardo Saxlund, orgullo charrúa –con sus once hijos– para quien todavía espero un homenaje en las calles de su querido Montevideo, el de su “paísito” por cuya libertad trabajó, vivió y murió en Moscú, desde donde durante la dictadura emitía Quince minutos con Uruguay.
Arismendi me sorprendió, pero no gratamente, tal vez por una visión sesgada, o hipersensible, de mi parte; pero luego percibiría algo similar, ya en los años de democracia en Buenos Aires, donde coordiné con él la redacción de un documento de los Partidos Comunistas de América Latina y el Caribe. Cuando nos encontramos por primera vez, tenía público, y descubrí que había más de un Arismendi. Ante sus compañeros, hubo un tibio reconocimiento a nuestro trabajo, y muchas indicaciones de lo que no se hacía y debía hacerse, mechadas con largas reflexiones que ratificaban su formidable formación y reflexión teórica.
Recuerdo la mirada incómoda de Ricardo, que lo admiraba profundamente, y una segunda reunión, esta vez sólo los tres, donde quizás la falta de un auditorio abrió canal hacia un clima más fraternal, más cargado de humor y de menos ironías.
El otro encuentro constituye la imagen de mayor calidez y afecto que atesoro: la de Luís, “Lucho” Corvalán, entonces secretario general del PC Chileno. Me recibió en su más que sencillo departamento alejado del centro de Moscú, desde donde dirigía al partido en el exterior, luego de su larga prisión en su país, deportado a la isla Dawson, al campo de concentración Ritoque y Tres Álamos, para finalmente ser “canjeado” por el “disidente” ruso Vladimir Bukovsky en septiembre de 1976.
Sereno y contenedor, me preguntó con mucho cuidado acerca de la posición del Partido frente a la dictadura, nuestra visión de Chile, al que volvería en 1980 para dirigir su partido desde la clandestinidad, apenas unos meses después de nuestra entrevista.

Sin embargo, estoy convencido de que el centro de su preocupación era transmitir un emotivo y afectuoso mensaje a todos y cada uno de los miembros del equipo. Particularmente para los camaradas chilenos que trabajaban en Córdoba 652, o eran enlaces y eslabones en la cadena de la solidaridad, que el brillante periodista, y premiado escritor, José Miguel Varas transmitía por Radio Moscú en “Escucha Chile”, con la mítica Katya Olévskaya, la primera voz femenina de las emisiones en español.
El programa, que no pudo ignorar la prensa ni el régimen, fue una pesadilla de la dictadura chilena, luz de esperanza y transmisión de información para la lucha clandestina.
Arismendi y Corvalán, como el brasileño Luis Carlos Prestes35, o el héroe paraguayo Antonio Maidana me honraron en esos años con su hospitalidad.
Fueron y serán símbolos trascendentales de la resistencia a las dictaduras del continente. El abrazo de los que luchábamos por un mundo mejor, pero para enfrentar el peor de los imaginados.
Eran, aunque no lo supiéramos cabalmente, los años que fuimos tras las garras de El Cóndor.

NOTAS
27      Valentín Mashkin, Operación Cóndor, su rastro sangriento, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1985 (traducción de la edición en ruso de 1983).
28    Stella Calloni, Operación Cóndor: los años del Lobo, 1999, Buenos Aires, Peña Lillio/Ediciones Continente.
29    Fue uno de los primeros Centros Clandestinos de Detención (CCD) que funcionó bajo la órbita del Primer Cuerpo del Ejército durante la última Dictadura Militar. Los testimonios y datos brindados por los sobrevivientes indican que operó desde mayo de 1976 hasta noviembre del mismo año. Ubicado en Venancio Flores 3519/21, casi esquina Emilio Lamarca, en el barrio porteño de Floresta, este antiguo taller de automotores fue la base principal de las fuerzas de inteligencia extranjeras que operaban en la Argentina en el marco de la Operación Cóndor, coordinación represiva ilegal entre las dictaduras de países del Cono Sur.
30    Victoria Ginzberg. En un barril de metal lleno de cemento, en Página/12, 2 de agosto de 2012, págs. 2 y 3.
31    Isidoro Gilbert. LA FEDE. Op. Cit. p. 613.
32    Expresión en Moscú del estallido obrero campesino acaecido luego del “Domingo Sangriento”, cuando 200.000 personas, desarmadas –obreros, campesinos, mujeres y niños– dirigida por el pope (sacerdote) “Gapón”, posible confidente de la policía y colaborador del régimen, se encaminó hacia el Palacio de Invierno, residencia del Zar en San Petersburgo. Fueron asesinados más de mil personas, pero se la consideró un “ensayo general” de la “Revolución de Octubre” de 1917. Surgieron los primeros soviets de obreros y campesinos y se produjo la célebre rebelión de la marinería del “Acorazado Potemkin”.
33      Secretarios de los Partidos Comunistas de Chile y Paraguay, respectivamente.
34    Secretario del Partido Comunista del Uruguay.

35    Secretario General del PC de Brasil. Entre 1925 y 1927 encabezó la llamada “Columna Prestes” rebelión político militar brasileño que se produjo entre los años 1925 y 1927. El movimiento contó con líderes de las más diversas corrientes políticas, pero la mayor parte del movimiento era compuesta por capitanes y tenientes de clase media, donde se originó el ideal de “Soldado Cidadão” (Soldado ciudadano). Su máximo exponente, y de ahí el nombre, fue el capitán Luiz Carlos Prestes, de tremenda popularidad conocido como El Caballero de la Esperanza (Cavaleiro da Esperança), inmortalizado por una novela de Jorge Amado, que lleva ese nombre.

sábado, 2 de septiembre de 2017

El movimiento indígena y la nueva resistencia


Juan Rosales, escritor, docente universitario, director de la Cátedra Abierta de Estudios Americanistas-Filosofía y Letras-UBA, escribió esta nota hace más de una década en la revista “Tesis XI”. Las reflexiones, con alguna actualización, siguen vigentes, y ayudan a una lectura equilibrada de un proceso complejo, y diferenciado, en Latinoamérica. Rosales plantea que la lucha de los Pueblos Originarios, por la protección del patrimonio natural y cultural, por formas colectivas y fraternales de sociedad refractaria a la deshumanización capitalista, no solo es en defensa de sus derechos sino de los de todos.

  Dentro de la estrategia “antiterrorista” global diseñada por las élites del poder de EE.UU. para norteamericanizar al mundo, un capítulo esencial está dedicado a las tramas  económicas y políticas, culturales y militares destinadas a mantener y profundizar el control de su  “patio trasero”, puesto en peligro por la creciente insurgencia de los pueblos de Nuestra América.

  Resumiendo las prevenciones y previsiones de los organismos estatales de inteligencia y las fundaciones (think thank) de las  corporaciones USA con la colaboración de expertos latinoamericanos a su servicio, el National Intelligence Council (Consejo Nacional de Inteligencia) destacó en su Informe del año 2004 “Tendencias globales 2015” y en el Proyecto “Global Trends 2020”, del año 2005, la emergencia, en medio de un clima social y político peligroso para los intereses yanquis, de los movimientos radicales indígenas en el hemisferio.

  “Tales movimientos –dice el Informe para el 2015- se incrementarán, facilitados por redes transnacionales de activistas de derechos indígenas, apoyados por grupos internacionales de Derechos Humanos y ecologistas, bien financiados”.

   El Proyecto para el 2020 se muestra a su vez muy inquieto por el progresivo encuentro entre el movimiento de los Pueblos Originarios y el movimiento popular latinoamericano. “El ascenso a gran escala –dice- de movimientos indígenas radicalizados, políticamente revolucionarios, en varios países de la región, podría incluir la convergencia de los indigenistas con algunos o varios de los movimientos sociales no indigenistas, pero con frecuencia radicalizados (‘sin tierra’ brasileños, campesinos paraguayos y ecuatorianos, piqueteros argentinos, grupos antiglobalización, etc.), que existen en la actualidad”. Y añade: “La internacionalización de los conflictos étnicos constituye una amenaza latente”, puesto que, explica, estas luchas y convergencias son incompatibles con la Seguridad Nacional y “el orden político y económico occidental”.

  La historia moderna del movimiento indígena del continente, en particular desde su reactivación y visibilización confrontando con las celebraciones oficiales del 5º Centenario del pretendido “Descubrimiento de América”, y de batallas tan resonantes como el levantamiento zapatista en Chiapas, las grandes movilizaciones en Ecuador, los espacios de resistencia abiertos por los indígenas en Colombia, de los mapuches y otras comunidades  en Chile y Argentina, del proceso revolucionario aymará-quechua en Bolivia, expresado hoy en el primer gobierno indígena  de Indoamérica, explica la alarma de los  neocolonialistas y sus cómplices locales ante la voluntad de lucha  de los pueblos secularmente oprimidos que le dicen basta al colonialismo interno y externo, al racismo y la  exclusión, a la  imposición de la cultura homogeneizadora y etnocida de los Imperios, a la destrucción de nuestro ecosistema y al  saqueo  de nuestros recursos. Al  genocidio de cinco siglos.

  El intelectual norteamericano Noam Chomsky, analizando cómo “5 siglos después de las conquistas europeas, Latinoamérica reafirma su independencia” merced al vibrante conjunto de movimientos populares, asevera: “Como si volvieran a descubrir su herencia precolombina, las poblaciones indígenas son mucho más activas e influyentes…” (The New York Times Syndicate, octubre 2006).

  Es que el combate de los Pueblos Originarios en defensa de su patrimonio natural y cultural, de su identidad y dignidad, viene de lejos. Los movimientos indígenas no son actores recientes en el escenario histórico de América Latina y el Caribe. Hace 514 años la Conquista y Colonización de nuestro continente por el capitalismo europeo que nacía entonces, según Carlos Marx, “chorreando sangre y lodo por todos sus poros, de la cabeza a los pies”, impuso por la violencia armada y la violencia espiritual un sistema de dominación, saqueo y explotación inmisericorde de las diversas comunidades nativas y de los africanos cazados como fieras, todos ellos despojados de su libertad, su identidad, sus peculiares y asombrosas culturas y reducidos a ser “indios” y “negros”, despreciados e inferiorizados, convertidos en simples mercancías, combustible biológico para las minas, plantaciones y encomiendas de los que sólo codiciaban el oro, la plata y  los cultivos comerciables para enriquecerse y expandir la “civilización occidental y cristiana”.


  José Martí dijo que no habría poema más triste y hermoso que el que se podría sacar de la historia americana. Triste, porque se trata de una historia de sufrimientos inauditos, de exterminio humano y pillaje sin límites. Pero también hermosa, porque desde la llegada de los conquistadores la de los Pueblos Originarios es una historia  de abnegación (el rey Felipe II contaba asombrado en 1581 que “las madres matan a sus hijos para salvarlos del tormento de las minas”), de resistencia cultural y humana, de sublevaciones  incesantes, desde Hatuey y Rumiñahui a Lautaro y   Chelemin, a Túpac Amaru, Micaela Bastidas y Túpac Katari.

   El escritor cubano Alejo Carpentier supuso que si se encendiera una lamparilla roja por cada insurgencia de los negros con sus palenques y quilombos – y, agreguemos,  de los indígenas y luego de los mestizos y criollos anticolonialistas- desde el siglo XVI  a nuestra época, no habría  pasado un día sin que en alguna parte de América brillara inextinguible la luz de la liberación.

  La tristeza no tiene fin, como dice la canción brasileña. No terminó tras  las guerras por la Independencia, en las que amplias masas de indios y de negros  esclavizados  derramaron su sangre generosa por la libertad y la justicia.Las oligarquías criollas y sus mandantes extranjeros mantuvieron e incluso profundizaron la servidumbre, la cristianización compulsiva y la  extinción  de los pueblos indígenas, con las Conquistas del Desierto, el hambre y las enfermedades. El racismo se arropó en los argumentos “científicos” del socialdarwinismo, la historia oficial los arrinconó en el olvido y la cultura dominante en el desprecio o el pintoresquismo.

  En nuestros días, el Norte imperial se abalanza no sólo sobre el oro que aún no han podido arrebatar, sino también sobre la tierra, cultivada  en duras condiciones  por indígenas y campesinos, sobre los bosques, tras el petróleo, el gas, el agua potable, los recursos naturales devenidos en objeto de lucro y depredación. El neocolonialismo, con el ALCA y los Tratados de Libre Comercio, sus bases y estrategias militares, sus misioneros  y publicistas que colonizan las almas,  no reconoce fronteras, soberanías, identidades. Como el carro mitológico de Juggernaut, pisotea y aniquila todo lo vivo.

  Frente a la Nueva Conquista, la Nueva Resistencia. Nuevas no en el tiempo largo del sistema capitalista en sus distintas fases de expansión y de crisis, ni en el más largo todavía  de la cultura de resistencia  de los pueblos – donde las “viejas” tradiciones y movimientos  surgidos en el combate  de ayer, lejos de contraponerse, necesitan  articularse con los movimientos y concepciones que emergen de la lucha de hoy -, sino en el carácter renovado de estas  luchas, de los dinamismos sociales y políticos que implica, de las lecciones de la historia. Lo realmente nuevo son las culturas populares que se vienen configurando, ya no como ese “ajedrez suicida” de nuestros pueblos fragmentados de que hablara Julio Cortázar, empantanados en estrategias aisladas de supervivencia, sino como  un saber plural y multiforme, enraizado en las mejores tradiciones del pasado y en la conjunción de ideas y acciones de las  diversas fuerzas populares que se oponen al colonialismo e impulsan el protagonismo de las masas.

  Se trata de un proceso, de un camino que se hace al andar, y por lo tanto sembrado  de obstáculos; y no sólo de los que promueven los grupos dominantes. La América popular está plagada de disensiones y desencuentros, de disputas por hegemonías retóricas y de enfrentamientos trágicos, de la persistencia de una mirada hacia el Otro, el prójimo con su identidad propia, deformada por las anteojeras elitistas, racionalistas y eurocéntricas  instaladas por  la cultura del poder.

  Durante mucho tiempo la izquierda dogmática concibió a las comunidades indígenas como un residuo del pasado “bárbaro” condenado a desaparecer, o como un campesinado que, al decir de Darcy Ribeiro, cualquier día, tras una buena reforma agraria, dejaría la manía de ser indio para integrarse a la sociedad criolla. Así abordado, el enfoque clasista se contraponía al cultural, la lucha de clases a la lucha  por la identidad étnico-cultural, cuando en la realidad histórica capitalista ambos aspectos marchan juntos.

  En su análisis marxista y revolucionario desde la realidad peruana y latinoamericana, J.C. Mariátegui comenzaba por reivindicar el derecho indígena a la tierra, y planteaba desde allí los temas de la autonomía nacional de los Pueblos Originarios y el desarrollo de su conciencia y su cultura como parte integrante de la lucha general obrera y popular por el socialismo.

  Martí sabía muy bien que “hasta que no eche a andar el indio, no andará la América”.
Hoy, fundado en la experiencia de siglos de derrotas y frustraciones, pero también de tenacidad militante, el movimiento indígena,  aún con las discrepancias  propias de su heterogeneidad  social y  de fines políticos  que confrontan en su seno, se ha venido convirtiendo en una fuerza determinante en la pelea tanto por sus reivindicaciones cuanto en la batalla emancipadora conjunta de los pueblos contra el enemigo común, aportando a la misma sus valores y cosmovisiones.


  Al encabezar la lucha por la tierra, el agua, la biodiversidad, la armonía del hombre con la naturaleza y los demás hombres, al sostener la primacía de la espiritualidad y proponer las formas colectivas de vida frente a la deshumanización capitalista globalizada, los movimientos indígenas no sólo defienden sus derechos y sus sueños sino los de todos. No se trata, para los distintos luchadores por una nueva vida, de un mero asunto de solidaridad, con todo lo que ésta importa, sino de esa “fraternidad de los oprimidos”, de esa conjunción de “todas las sangres” con que soñara José María Arguedas.