2011 encuentra a la Argentina con algunas deudas estructurales que persisten incluso luego del ciclo de crecimiento económico que desde 2003 a la fecha solo fue interrumpido por la crisis internacional de 2009. La informalidad laboral es sin duda una de las deudas más difíciles de saldar, y sobre esto alerta el economista Emmanuel Agis
Según la última información disponible, en el tercer trimestre de 2010 el 35,8% de los asalariados no hacía aportes jubilatorios. Este porcentaje se ha venido reduciendo desde 2003 a la fecha. En la comparación regional la Argentina se ubicaba en 2009 en el cuarto puesto de países con menor informalidad, con una tasa de 39,9% contra un promedio latinoamericano de 48,4%. No obstante, resulta importante discutir algunas de las implicancias que tiene la informalidad, sobre todo en un contexto en el cual la economía estaría supuestamente aproximándose al “pleno empleo”.
De hecho, para algunos analistas económicos la Argentina se encuentra “peligrosamente” cerca del pleno empleo de la fuerza de trabajo. Con una tasa de desempleo de 7,2% para el tercer trimestre de 2010, pareciera que todo intento por continuar reduciendo el desempleo sería contraproducente. Si la hipótesis del pleno empleo fuera cierta, los estímulos al crecimiento presionarían sobre una oferta de mano de obra plenamente utilizada y se traducirían en aumentos de precios, sin producir mejora alguna para los sujetos involucrados. Sin embargo, estos argumentos omiten una de las consecuencias macroeconómicas más importantes de la informalidad laboral, esta es, que la tasa de desempleo no constituye un indicador del grado de proximidad respecto del pleno empleo de la fuerza de trabajo.
El fenómeno de la informalidad es extremadamente complejo y las simplificaciones pueden inducir a errores. En la Argentina, la informalidad laboral está afectada por la heterogeneidad de su estructura productiva. Esto implica que dentro de la informalidad conviven fenómenos heterogéneos que responden a distintas causas y tienen distintas soluciones.
La principal causa de la informalidad en la Argentina es que la economía presenta una deficiencia estructural para generar suficientes empleos formales. Esta deficiencia estructural genera, a su vez, dos tipos de fenómenos. Por un lado, el déficit en materia de generación de empleos formales genera una lógica de refugio por parte de los trabajadores. Muchas de las actividades que se desarrollan en la informalidad son el resultado de estrategias de supervivencia implementadas por individuos que no acceden al mercado de trabajo formal. ¿Cuál es la solución para este tipo de informalidad? La reducción de las actividades de refugio solo puede provenir de una solución de carácter macroeconómico y estructural. La necesidad de sostener el crecimiento económico y las capacidades de generación de empleos dignos son centrales para permitir que los individuos afectados encuentren empleos en el sector formal de la economía. Al mismo tiempo, la superación de la heterogeneidad estructural es una condición necesaria para que la reducción de la informalidad sea sostenible. La existencia de este “ejercito industrial de reserva” que hoy se refugia en actividades de subsistencia explica por qué la tasa de desempleo no constituye un indicador satisfactorio del grado de rigidez del mercado de trabajo: la oferta potencial de trabajadores es mucho más alta que lo que se puede deducir a partir de la simple observación de la tasa de desempleo.
Por otro lado, existe lo que se puede denominar como informalidad “de costos”, que se genera como consecuencia de la baja productividad de cierto tipo de empresas (en general PyMEs y microempresas) y que deriva en estrategias que hacen de la evasión fiscal su principal recurso de subsistencia económica.
En este segmento de la informalidad existe una profunda heterogeneidad. Mientras que en algunos casos la informalidad es efectivamente el resultado de una baja productividad, en otros, aquella constituye un mecanismo adicional de reducción de costos, utilizado por empresas donde conviven trabajadores formales e informales. La identificación y separación de estos casos es central para el correcto diseño e implementación de soluciones de carácter integral, que otorguen esquemas de incentivos a las primeras y castigos a las segundas. En último lugar aparece la informalidad que aquí denominaremos “triple i”, que es aquella informalidad que es, a la vez, ilegal, inaceptable e indignante. Dentro de este tipo de informalidad se encuentran actividades que explotan a trabajadores en condiciones que se asemejan a la esclavitud. Si bien estas prácticas resultan ilegales e inaceptables, existe una característica adicional que las vuelve indignantes: los recientes casos de trabajo esclavo en el sector agrícola (que en el período 2003-2008 empleó al 67% de sus trabajadores de manera informal) resulta indignantes por provenir de uno de los sectores con más alta productividad y, en parte gracias a estas prácticas, también de más alta rentabilidad de toda la economía. Es claro que para este tipo de informalidad las soluciones “económicas” carecen de sentido. En estos casos, el control por parte del Estado y de los respectivos sindicatos constituye una herramienta ineludible para combatir un fenómeno que no tiene causas estructurales, sino que responde a lógicas arcaicas, absolutamente repudiables y condenables.
Muy bien. Es el enfoque de Hernando de Soto. Hay que leer a Vargas Llosa en el Prólogo del Otro Sendero.
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