“Forma muy común de expresar desconfianza ante cualquier asunto que no aparece del todo claro. Su protagonista no es el simpático felino que conocemos también como minino o micifuz. En el Siglo de Oro español, se llamaba gato al ladrón, nombre que evoca muy bien el sigilo y los movimientos ágiles y furtivos de los profesionales de ese oficio. Entre nosotros también, como explica José Gobello, el gato es un ladrón: ‘Aquel que se desliza en los comercios sin ser advertido y aguarda la hora propicia para cometer el robo’. Tiempo atrás los bolsos y talegos se hacían con la piel de estos animales, de modo que, en la jerga de los delincuentes, gato es el sitio en el que un individuo oculta el dinero que lleva encima y, por extensión, el dinero mismo. La frase hoy se ha generalizado y se aplica a modos de actuar que nos resultan altamente sospechosos. Las razones escondidas, los manejos secretos al servicio de causas no muy transparentes, despiertan la inquietud de que la malicia o el fraude estén a punto de dar el zarpazo. De que en algún escondrijo y, entre sombras, el gato del engaño, esté relamiéndose los bigotes”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario