Extraña Buenos Aires, totalizadora como los dioses que vinieron en los barcos, destotalizada como el tango, esa música del antihéroe que si no llora, no mama y si no afana es un gil. Seductora, filosa, con todo el empuje caótico del siglo nuevo, del mundo viejo, la ciudad envilecida se traga una bengala y vomita el agua negra del subsuelo. Mata doscientos en una sola noche y humilla pibes por chirolas cada día.
Las palabras no inventan la realidad, sólo aluden a ella; algunas veces la niegan, otras la exaltan, o la justifican; casi siempre la disimulan. Algunos quisieran privatizar la vida y reservarse el derecho de contarla. La eliminación del disenso es el sueño esvástico del pensamiento imperial, no importa si es Hitler, Stalin o los Bush quienes levantan la bandera de la unanimidad, ese ideal fascista. Estoy tentado de escribir no pasarán, pero cada vez que escribimos eso, pasaron.
El fulano destotalizado es existencial, agonista. Las consignas le caen pesadas, salvo la de ir por la vida con los ojos abiertos para mirar y ver. Quizá algún día los descomunales asesinos del 76 pasen otra vez. ¿Quién garantiza lo contrario? ¿Acaso los descomunales asesinos de Irak? ¿Acaso Europa, que todo lo consiente por un vaso de petróleo?
Ayer nomás
A Borges se le hizo cuento que empezó Buenos Aires; a Carrizo, que empezó el tango. Si todavía lo tocan a parrilla; si dos cafishos acaban de inventar esa danza de prostíbulo y abulia que todavía no multiplica 2x4; si Carlos Gardel, más francés que el camembert, aún entrena la gola cantando foxtros, pasodobles y rancheras, pero también gatos, zambas y otras canciones criollas que no se llaman folklore; si unos extraviados vecinos de enfrente no habían difundido la fábula de que Carlitos nació en Tacuarembó. Pequeños homeros y su Ilíada trucha del Río de la Plata. Homeros grandes como Manzi, Alsina Thevenet o Expósito jamás convalidaron esa tontería. Tampoco lo hicieron uruguayos derechos como Juan Carlos Onetti, Eduardo Galeano, Alfredo Zitarrosa o Víctor Hugo Morales, por nombrar algunos. Las cosas en su lugar: el tango nació en Buenos Aires y el morocho en Toulouse, como lo demuestra con las escrituras en la mano Enrique Espina Rawson, nuestro gardelista en jefe.
Tango argentino, entonces, ya que también lo hay uruguayo, colombiano, finlandés, japonés y de innumerables geografías. Tango para todos y de todas partes, porteño y universal, aunque todavía no se organizó el mundial de tango, uno de verdad, el que merece y se debe Buenos Aires. Quizá para el bicentenario nos hagan el gusto, total doscientos años no es nada…De tango somos y de tiempo también.
Antonio y el tango
El vínculo de Antonio Carrizo con la música de Buenos Aires se inició en los 40 y llega hasta hoy. Ese amor correspondido atesoró poetas, cantores, músicos, orquestas; la épica sonora del tango, contraseña de los argentinos en cualquier lugar del mundo.
La vasta formación de Antonio nos devuelve, reelaborado, el nacimiento arrabalero del tango, desde las primeras composiciones hasta La cumparsita; desde las guitarras robadas al flamenco hasta el bandoneón de Arolas; desde la maestría poética que alcanzó con Homero y Cátulo (¡qué injustas son las enumeraciones!) hasta el extraordinario desarrollo musical que le dieron Troilo, Di Sarli y más acá Piazzola. Tanto que a mediados del siglo 20 el tango ya ocupaba junto con el jazz un lugar privilegiado entre las músicas del mundo.
Como el jazz, el tango no ha dejado de reinventarse para volver a ser, de un modo secreto, otro y el mismo; el de hoy, el de siempre. No dejó de evolucionar porque nunca dejó de ser, con Buenos Aires, una y la misma cosa.
El tango es el sonido de esta ciudad nacida Santa María del Buen Ayre, en homenaje a la virgen que empujaba los barcos en los que navegaban hacia América los marineros andaluces, a fuerza de sextante y audacia, arrastrados por la pasión del oro. El puerto de Palos, de donde zarpó Colón, y las ciudades de Cádiz y Sevilla, sedes de organismos imperiales que regían estas tierras, son territorio andaluz. Así llegaron a Buenos Aires los Fernández, Pérez, Rodríguez, González, Gómez, Díaz, descendientes de los moros a quienes Madrid ya les había endilgado sus apellidos castellanos. En esa tropa diversa también vinieron judíos como Saavedra y algún que otro esdrújulo como Alvarez. Pero los argentinos decidimos que en vez de andaluces eran gallegos. Con la expulsión de los árabes del Al Andaluz, el bisabuelo de bisabuelos Abdul Nadim fue obligado a llamarse Juan Fernández, a casarse por iglesia, a bautizar a sus hijos y a ir a misa los domingos. Si entonces ya no era moro, aún con nombre castellano siguió siendo andaluz, y en esa condición se subió al barco que lo trajo a la Argentina.
Los apellidos gallegos tienen otra música: Longueira, Seoane, Oreiro.
Sur
El tango nació en esta geografía de metrópoli austral, sureña del sur, y se largó a vivir en una cultura portuaria hecha de fragmentos, de sobras, de retazos. Después creció hasta convertirse en uno de los fundamentos de identidad de Buenos Aires, la ciudad que en 300 años pasó de ser el fuerte perdido de sus dos nacimientos a la capital cultural de Sudamérica.
Esas extrañezas, esas encalladuras, esas contradicciones prepararon el humus que abonaría el nacimiento del tango, un sentimiento que se baila, y así entraría en la vida de todos, porque el tango es de todos, incluso de aquellos que aún no descubrieron lo mucho que les gusta. Los espero después de los 30, le dijo Osvaldo Pugliese a un grupo de estudiantes que admiraban su compromiso militante pero que aún no habían sido alcanzados por el tango.
Esas extrañezas, la de los inmigrantes por ejemplo, que en realidad fueron exiliados, porque si bien entre nosotros encontraron tierra y sustento nunca pudieron superar ese estigma de origen. Inmigrante es una palabra escondedora, demasiado neutral para ser justa, un eufemismo que encubre el sentido más duro de expatriado, y aún el lúgubre de desterrado, que definen mejor la vivencia de quienes han debido abandonar su país a pesar suyo, para no morir de hambre, como hace un siglo fue el caso de los abuelos, o simplemente para no morir, como hace treinta años ocurrió con sus nietos, quienes entonces pudimos comprender el dolor de aquellos tanos y gallegos, de aquellos turcos, de aquellos “rusos” y franchutes empujados a vivir bajo otro cielo.
Para los rioplatenses el tango es tierra propia, embajada y embajador al mismo tiempo, no importa el país dónde se escuche. Y es bueno recordarlo porque el tango se nutrió de esas injusticias viejas y nuevas, de esas lágrimas cruzadas, de esas idas y vueltas por todos los océanos.
Por eso su instrumento emblemático no fue inventado por los quilmes o los quechuas sino por un gringo rubio, europeo del centro y no del sur. Ese instrumento fue inventado en Alemania por un luthier llamado Band, que nunca estuvo en la Argentina, que nunca escuchó un tango y que ya había muerto hacía mucho tiempo cuando Mi noche triste se tocó por primera vez. A Band se le dio por inventar un instrumento basado en la mecánica del fuelle, de ahí el apodo. Así nació ese hijo natural de la acordeona y el órgano, una especie de cajón manuable --amable para las manos-- con el que se podía tocar música religiosa en las procesiones ya que los órganos eran demasiado grandes para sacarlos a la calle, y las acordeonas demasiado mundanas. Ese híbrido pudo llamarse banda, bandeja, bandido, bandeirante, pero fue bandoneón.
Y el bandoneón --un inmigrante más-- fue trasplantado del incienso de las novenas al humo espeso del cabaret; de los velorios europeos a la triste alegría de los arrabales; de la mitra y el capelo a las alegres mascaritas. Una noche tosió en un patio alumbrado a querosén y fue adoquín, farol, Alumni; después madame Ivone, muñeca brava y Mimí como Ninón; de arranque Cumparsita y al final Corrientes, el puerto y otra vez los océanos, viaje a viaje y barco a barco. Gardel lo cantó en París para el asombro; Borges lo llevó en secreto a su Palermo de esquinas y cuchillos.
El tango está poblado de personajes más trascendentes que los hombres y mujeres que lo difundieron por el mundo, en el sentido de que Gardel fue más grande que su voz, que sus tangos, que sus películas, que su sonrisa y que su pinta. Por eso el plus, el mito.
Pero Antonio fue amigo de la persona y no del mito, de Pichuco antes que de Troilo, del polaco antes que de Goyeneche. Muchos lo admiran por los incontables logros de su carrera; otros lo recuerdan como presentador de aquellos bailes de carnaval en los que la gente se apiñaba para escuchar a las orquestas populares, o como adelantado del tango en televisión; en fin, como bonaerense que llegó de Villegas a los 22 años y se quedó a vivir como porteño.
La radio fue testigo del interminable diálogo de Antonio con todos los grandes, ya fueran directores, poetas o cantores. Fueron célebres los reportajes que realizó en radio El Mundo durante las décadas del 40 y el 50 y los que difundió por radio Rivadavia desde La vida y el canto. Material de una riqueza extraordinaria que sólo fue emitido una vez y permanece inédito en gráfica, virgen.
Su discoteca es parte de una vasta biblioteca en la que conviven incunables, fotografías, cartas, retratos, carátulas, portadas: la innumerable gráfica del tango. Estas líneas no son siquiera un índice de esa inmensa riqueza.
Final
No hay tango sin ciudad. Arisca, imprevisible, víbora o ardilla según te vaya en la conquista, Buenos Aires aprendió a pedir cada vez más por hacerte un favor, a darte todo porque sí, y a quitártelo de un solo manotazo. Le sobra carpeta: va de la farsa al dolor y del llanto a la alegría como quien mueve un caramelo dentro de la boca. Hoy juega el cuatro del desprecio, mañana la sota de la compasión y nunca le adivinás el juego. Sabe aplaudir aunque no corresponda y sobre todo cuando corresponde. El siglo nuevo la hizo pragmática: tiene buen gusto pero negocia con el mamarracho. Buenos Aires es al mismo tiempo lo que hace de vos, lo que hace con vos y lo que te deja hacer.
No nos une el amor sino el espanto. Será por eso, Antonio, que la queremos tanto. (Norberto Colominas, Caras y Caretas, Abril de 2009).
Las palabras no inventan la realidad, sólo aluden a ella; algunas veces la niegan, otras la exaltan, o la justifican; casi siempre la disimulan. Algunos quisieran privatizar la vida y reservarse el derecho de contarla. La eliminación del disenso es el sueño esvástico del pensamiento imperial, no importa si es Hitler, Stalin o los Bush quienes levantan la bandera de la unanimidad, ese ideal fascista. Estoy tentado de escribir no pasarán, pero cada vez que escribimos eso, pasaron.
El fulano destotalizado es existencial, agonista. Las consignas le caen pesadas, salvo la de ir por la vida con los ojos abiertos para mirar y ver. Quizá algún día los descomunales asesinos del 76 pasen otra vez. ¿Quién garantiza lo contrario? ¿Acaso los descomunales asesinos de Irak? ¿Acaso Europa, que todo lo consiente por un vaso de petróleo?
Ayer nomás
A Borges se le hizo cuento que empezó Buenos Aires; a Carrizo, que empezó el tango. Si todavía lo tocan a parrilla; si dos cafishos acaban de inventar esa danza de prostíbulo y abulia que todavía no multiplica 2x4; si Carlos Gardel, más francés que el camembert, aún entrena la gola cantando foxtros, pasodobles y rancheras, pero también gatos, zambas y otras canciones criollas que no se llaman folklore; si unos extraviados vecinos de enfrente no habían difundido la fábula de que Carlitos nació en Tacuarembó. Pequeños homeros y su Ilíada trucha del Río de la Plata. Homeros grandes como Manzi, Alsina Thevenet o Expósito jamás convalidaron esa tontería. Tampoco lo hicieron uruguayos derechos como Juan Carlos Onetti, Eduardo Galeano, Alfredo Zitarrosa o Víctor Hugo Morales, por nombrar algunos. Las cosas en su lugar: el tango nació en Buenos Aires y el morocho en Toulouse, como lo demuestra con las escrituras en la mano Enrique Espina Rawson, nuestro gardelista en jefe.
Tango argentino, entonces, ya que también lo hay uruguayo, colombiano, finlandés, japonés y de innumerables geografías. Tango para todos y de todas partes, porteño y universal, aunque todavía no se organizó el mundial de tango, uno de verdad, el que merece y se debe Buenos Aires. Quizá para el bicentenario nos hagan el gusto, total doscientos años no es nada…De tango somos y de tiempo también.
Antonio y el tango
El vínculo de Antonio Carrizo con la música de Buenos Aires se inició en los 40 y llega hasta hoy. Ese amor correspondido atesoró poetas, cantores, músicos, orquestas; la épica sonora del tango, contraseña de los argentinos en cualquier lugar del mundo.
La vasta formación de Antonio nos devuelve, reelaborado, el nacimiento arrabalero del tango, desde las primeras composiciones hasta La cumparsita; desde las guitarras robadas al flamenco hasta el bandoneón de Arolas; desde la maestría poética que alcanzó con Homero y Cátulo (¡qué injustas son las enumeraciones!) hasta el extraordinario desarrollo musical que le dieron Troilo, Di Sarli y más acá Piazzola. Tanto que a mediados del siglo 20 el tango ya ocupaba junto con el jazz un lugar privilegiado entre las músicas del mundo.
Como el jazz, el tango no ha dejado de reinventarse para volver a ser, de un modo secreto, otro y el mismo; el de hoy, el de siempre. No dejó de evolucionar porque nunca dejó de ser, con Buenos Aires, una y la misma cosa.
El tango es el sonido de esta ciudad nacida Santa María del Buen Ayre, en homenaje a la virgen que empujaba los barcos en los que navegaban hacia América los marineros andaluces, a fuerza de sextante y audacia, arrastrados por la pasión del oro. El puerto de Palos, de donde zarpó Colón, y las ciudades de Cádiz y Sevilla, sedes de organismos imperiales que regían estas tierras, son territorio andaluz. Así llegaron a Buenos Aires los Fernández, Pérez, Rodríguez, González, Gómez, Díaz, descendientes de los moros a quienes Madrid ya les había endilgado sus apellidos castellanos. En esa tropa diversa también vinieron judíos como Saavedra y algún que otro esdrújulo como Alvarez. Pero los argentinos decidimos que en vez de andaluces eran gallegos. Con la expulsión de los árabes del Al Andaluz, el bisabuelo de bisabuelos Abdul Nadim fue obligado a llamarse Juan Fernández, a casarse por iglesia, a bautizar a sus hijos y a ir a misa los domingos. Si entonces ya no era moro, aún con nombre castellano siguió siendo andaluz, y en esa condición se subió al barco que lo trajo a la Argentina.
Los apellidos gallegos tienen otra música: Longueira, Seoane, Oreiro.
Sur
El tango nació en esta geografía de metrópoli austral, sureña del sur, y se largó a vivir en una cultura portuaria hecha de fragmentos, de sobras, de retazos. Después creció hasta convertirse en uno de los fundamentos de identidad de Buenos Aires, la ciudad que en 300 años pasó de ser el fuerte perdido de sus dos nacimientos a la capital cultural de Sudamérica.
Esas extrañezas, esas encalladuras, esas contradicciones prepararon el humus que abonaría el nacimiento del tango, un sentimiento que se baila, y así entraría en la vida de todos, porque el tango es de todos, incluso de aquellos que aún no descubrieron lo mucho que les gusta. Los espero después de los 30, le dijo Osvaldo Pugliese a un grupo de estudiantes que admiraban su compromiso militante pero que aún no habían sido alcanzados por el tango.
Esas extrañezas, la de los inmigrantes por ejemplo, que en realidad fueron exiliados, porque si bien entre nosotros encontraron tierra y sustento nunca pudieron superar ese estigma de origen. Inmigrante es una palabra escondedora, demasiado neutral para ser justa, un eufemismo que encubre el sentido más duro de expatriado, y aún el lúgubre de desterrado, que definen mejor la vivencia de quienes han debido abandonar su país a pesar suyo, para no morir de hambre, como hace un siglo fue el caso de los abuelos, o simplemente para no morir, como hace treinta años ocurrió con sus nietos, quienes entonces pudimos comprender el dolor de aquellos tanos y gallegos, de aquellos turcos, de aquellos “rusos” y franchutes empujados a vivir bajo otro cielo.
Para los rioplatenses el tango es tierra propia, embajada y embajador al mismo tiempo, no importa el país dónde se escuche. Y es bueno recordarlo porque el tango se nutrió de esas injusticias viejas y nuevas, de esas lágrimas cruzadas, de esas idas y vueltas por todos los océanos.
Por eso su instrumento emblemático no fue inventado por los quilmes o los quechuas sino por un gringo rubio, europeo del centro y no del sur. Ese instrumento fue inventado en Alemania por un luthier llamado Band, que nunca estuvo en la Argentina, que nunca escuchó un tango y que ya había muerto hacía mucho tiempo cuando Mi noche triste se tocó por primera vez. A Band se le dio por inventar un instrumento basado en la mecánica del fuelle, de ahí el apodo. Así nació ese hijo natural de la acordeona y el órgano, una especie de cajón manuable --amable para las manos-- con el que se podía tocar música religiosa en las procesiones ya que los órganos eran demasiado grandes para sacarlos a la calle, y las acordeonas demasiado mundanas. Ese híbrido pudo llamarse banda, bandeja, bandido, bandeirante, pero fue bandoneón.
Y el bandoneón --un inmigrante más-- fue trasplantado del incienso de las novenas al humo espeso del cabaret; de los velorios europeos a la triste alegría de los arrabales; de la mitra y el capelo a las alegres mascaritas. Una noche tosió en un patio alumbrado a querosén y fue adoquín, farol, Alumni; después madame Ivone, muñeca brava y Mimí como Ninón; de arranque Cumparsita y al final Corrientes, el puerto y otra vez los océanos, viaje a viaje y barco a barco. Gardel lo cantó en París para el asombro; Borges lo llevó en secreto a su Palermo de esquinas y cuchillos.
El tango está poblado de personajes más trascendentes que los hombres y mujeres que lo difundieron por el mundo, en el sentido de que Gardel fue más grande que su voz, que sus tangos, que sus películas, que su sonrisa y que su pinta. Por eso el plus, el mito.
Pero Antonio fue amigo de la persona y no del mito, de Pichuco antes que de Troilo, del polaco antes que de Goyeneche. Muchos lo admiran por los incontables logros de su carrera; otros lo recuerdan como presentador de aquellos bailes de carnaval en los que la gente se apiñaba para escuchar a las orquestas populares, o como adelantado del tango en televisión; en fin, como bonaerense que llegó de Villegas a los 22 años y se quedó a vivir como porteño.
La radio fue testigo del interminable diálogo de Antonio con todos los grandes, ya fueran directores, poetas o cantores. Fueron célebres los reportajes que realizó en radio El Mundo durante las décadas del 40 y el 50 y los que difundió por radio Rivadavia desde La vida y el canto. Material de una riqueza extraordinaria que sólo fue emitido una vez y permanece inédito en gráfica, virgen.
Su discoteca es parte de una vasta biblioteca en la que conviven incunables, fotografías, cartas, retratos, carátulas, portadas: la innumerable gráfica del tango. Estas líneas no son siquiera un índice de esa inmensa riqueza.
Final
No hay tango sin ciudad. Arisca, imprevisible, víbora o ardilla según te vaya en la conquista, Buenos Aires aprendió a pedir cada vez más por hacerte un favor, a darte todo porque sí, y a quitártelo de un solo manotazo. Le sobra carpeta: va de la farsa al dolor y del llanto a la alegría como quien mueve un caramelo dentro de la boca. Hoy juega el cuatro del desprecio, mañana la sota de la compasión y nunca le adivinás el juego. Sabe aplaudir aunque no corresponda y sobre todo cuando corresponde. El siglo nuevo la hizo pragmática: tiene buen gusto pero negocia con el mamarracho. Buenos Aires es al mismo tiempo lo que hace de vos, lo que hace con vos y lo que te deja hacer.
No nos une el amor sino el espanto. Será por eso, Antonio, que la queremos tanto. (Norberto Colominas, Caras y Caretas, Abril de 2009).
soy una ferviente seguidora de antonio carrizo desde niña, contando que tengo 61 años,hace unos cuantos!!!y querria saber sobre el estado de salud de antonio, es un hoombre público y como yo debe haber mucha gente en la misma situación. por favor que llegue este comentario a su flia. que aunque mantengan reserva deben comprender que sus fieles seguidores de la radio y la tele estamos muy preocupados por él. mucha fuerza Antonio!!!
ResponderEliminarPara quienes queremos y admiramos a Antonio, ha sido conmovedor leer esta columna. Muchas gracias.
ResponderEliminarCelina Fabregues, desde General Villegas