martes, 2 de agosto de 2011

¿Qué pasa con la crisis mundial?


A modo de síntesis de las notas publicadas a fines de julio en el blog ofrecemos el siguiente panorama a nuestros amigos

No obstante el agónico acuerdo alcanzado por el Congreso de los Estados Unidos para evitar el default, el peso de las deudas está provocando una fuerte retracción en todo el sistema económico, pero más en el centro que en la periferia, habida cuenta de que la industria tiene mejores perspectivas en el hemisferio sur que en el norte, donde domina ampliamente la renta financiera. Por ejemplo, Estados Unidos, que debe 2 de cada 5 dólares que se deben en el mundo, es acreedor de 3 de cada 5 dólares. Si bien gana mucho dinero, su déficit comercial se ha vuelto crónico y su economía se estanca, porque renta no es igual a desarrollo. En paralelo estamos viendo los problemas que enfrentan las economías europeas más atrasadas, y aún Japón, de modo que salvo los tres fuertes de Europa, el BRIC (Brasil, Rusia, India, China) y los de rápido crecimiento como Sudáfrica, Australia y la Argentina, el resto de los países soporta severas dificultades. ¿Por qué sucede esto?
Decíamos que renta no es igual a desarrollo. Esta realidad puede verse también en Venezuela, que tiene un ingreso anual de 50 mil millones de dólares por el petróleo pero sigue siendo un país subdesarrollado. Aunque en otra dimensión, el quebranto de los Estados Unidos se produce como consecuencia del dominio de las finanzas sobre la producción, que al cabo de treinta años ha terminado subordinando a la industria. A diferencia de China y Alemania, EEUU importa más de lo que exporta. Ese déficit acumulado es el responsable de un endeudamiento progresivo que ya llegó a los u$s 14,3 billones de dólares autorizados por el Congreso. Esa deuda va en aumento y está por alcanzar al PBI de u$s 15 billones, que apenas crece desde 2008. Pero aunque el Congreso aumentará el techo de la deuda, el déficit comercial continuará aumentando si la industria estadounidense no se recupera, y en consecuencia también lo hará la deuda, reproduciendo el cuadro actual en pocos años.
Para que el Parlamento pudiera resolver provisoriamente este problema los republicanos tuvieron que negociar dos gruesas diferencias que tienen con los demócratas. Pretendían que el aumento de la capacidad de endeudamiento salieran de los recursos de la seguridad social (es decir, del módico “welfare state” norteamericano) y no del aumento de impuestos. Lo lograron. Tampoco querían darle a Barak Obama un cheque en blanco de cara a las elecciones del año próximo, sino tenerlo sujeto a las decisiones del Congreso, con un poder presidencial muy limitado que terminara frustrando su reelección. En este punto tuvieron que ceder. El problema no fue resuelto; fue girado al 2013.
Más allá de los partidos políticos y de la vida parlamentaria, en Estados Unidos manda el triángulo de poder que conforman Wall Street (renta financiera), el Pentágono (aparato militar-industrial) y el polo petrolero. Y a los beneficiarios de esas rentas no les preocupa la evolución de la industria ni de la tecnología, salvo en el segmento específico de cada uno. Su peso en la estructura de poder es cada vez mayor. Una prueba es que Obama no pudo retirar las tropas de Irak ni de Afganistán, como había prometido durante la campaña. Otra es que no pudo extender la seguridad social más allá de ciertos límites, y ahora deberá reducirla para enjuagar un déficit que, como siempre, pagarán los más pobres.
Este cuadro económico y político, sumado a la crisis de las asimetrías de Europa (la mal llamada “crisis del euro”) muestra los límites que tiene la acumulación del capital cuando gobierna la renta financiera, que en un período de expansión económica debe ser un auxiliar de la renta industrial, vía créditos. Hoy la Europa menos desarrollada ve morir lentamente el estado bienestar. Ese es el precio que deberán pagar Grecia, Portugal, Irlanda, España (¿Italia?) para hacer frente a sus deudas. Y sin estado de bienestar la socialdemocracia no tiene razón de ser, como ya lo demostraron sucesivas derrotas electorales. El próximo fracaso del puño y la rosa se verá en España.
A varios años del Tratado de Maastrich, fundador del euro, se aprecia el despropósito que fue la moneda común europea. ¿Cómo pueden tener la misma moneda economías tan disímiles como Alemania y Grecia? Es algo tan absurdo como la convertibilidad de los 90, cuando Argentina (con un PBI de 300 mil millones de dólares) adoptó la divisa norteamericana (con un PBI cincuenta veces mayor).
El impacto de un default de la primera economía del mundo, o bien la salida del euro de Grecia, por ejemplo, se sentirían muy fuerte en todas partes. Un retroceso simultáneo del dólar y del euro (un escenario probable) provocaría una revaluación de las monedas de la periferia, en particular de China, Japón, los grandes del Mercosur ---que son potencias industriales exportadoras y/o se benefician con los altos precios de los agroalimentos-- y los países petroleros. Esta situación ya se está viendo en Brasil con la apreciación del real. Por eso el ministro de Economía, Guido Mantega, ha dicho que su país está dispuesto a librar "la batalla de las monedas".
En menor medida también se observan en la Argentina presiones cambiarias para una revaluación del peso, que el gobierno nacional trata de evitar para no facilitar las importaciones ni dificultar las ventas al exterior. La persistencia de la inflación le juega en contra porque debilita el consumo y pone en riesgo el empleo. Por lo tanto es necesario un aumento de la inversión y en consecuencia de la producción de bienes, para que una demanda estimulada no supere a una oferta insuficiente, reiniciando el ciclo inflacionario. Hasta ahora el gobierno ha manejado muy bien la aplicación de medidas contracíclicas. Todo indica que en lo que resta del año y en 2012 se reforzará la oferta de créditos blandos al conjunto de la industria nacional, como ya se hace con las pymes, y se avanzará con estímulos consistentes para la inversión extranjera, como ocurre en el sector automotriz.

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