miércoles, 4 de mayo de 2011

Ground Zero


Contundente postal de Oscar Taffetani

Un día como hoy, pero de 1626 –leemos en las Efemérides– los aborígenes del Norte vendieron las isla de Manhattan por 26 libras esterlinas. No es ingenua la mención. Sugiere que aquellos “originarios” no tenían idea del valor de lo que vendían. Miente la efemérides. Porque para lor originarios de América, los hombres somos hijos de la tierra y no al revés. Por eso la tierra nunca puede tener dueños, ni precio.

El poeta Walt Whitman, que nació por allí (su casa paterna, construida en 1810, es el único lugar histórico del distrito) gustaba llamarla Mannahatta (porque así se decía en la lengua original) y proponía que la ciudad entera fuera bautizada con ese nombre, puesto que Nueva York tenía reminiscencias del orden feudal y monárquico que los peregrinos del velero Mayflower habían dejado atrás.

Mannahatta era el nombre primitivo y el mejor para la ciudad. Hermosos poemas de Whitman están dedicados a aquel villorio que él conoció y que dista mucho de la reconstrucción que hizo Hollywood en el film Pandillas de Nueva York. Había muchas granjas. Y granjeros. Y menos sangre en las calles.

La juventud de los ’60 quizo recuperar un poco del viejo estilo de Nueva York, cosa que se advierte en el histórico documental rodado sobre el Festival de Woodstock, en 1969. El festival se realizó en una de las pocas granjas que quedaban en Bethel, por aquel tiempo: la de Max Yasgur.

Pero la Manhattan financiera y bursátil, aquélla que Whitman alcanzó a señalar y condenar (y ni hablar de Federico García Lorca, cuando pasó por ahí) prevaleció sobre el sueño de la juventud de los ’60.

Muy pronto el East Village y su folklore quedaron convertidos en artículos de consumo, en souvenir para turistas. La ciudad financiera, la ciudad centro del mundo, prevaleció.

Enormes artistas, como Frank Sinatra o Woody Allen le cantaron y la pintaron a su modo. Pero ellos eludieron (tal vez, por cariño a la infancia y a los recuerdos) aludir a la Nueva York de los bancos y las finanzas, esa Nueva York que era –y sigue siendo- emblema del capitalismo.

Sólo alcanzamos a atisbar esa humanidad perdida de Nueva York en momentos de grandes crisis y de conmoción, como fueron el jueves negro de Wall Street, en el año 29 (tan bien reflejado en las fotos que tomó Liborio Justo) o como fue el terrible y nefasto 11-S, en el 2001 (un acto terrorista donde la mayor parte de la gente que murió -empleados de limpieza y servicios, bomberos, socorristas- no tenía nada que ver con el poder financiero ni con los bancos).

Hasta al mismo Marshall Berman, autor de un hermoso ensayo titulado Lo sólido se desvanece en el aire, sobre las mutaciones del Bronx en la ciudad globalizada, cambió su cabeza después de los atentados. En un extenso reportaje que le hicieron en 2002, ya no era aquel incisivo crítico del capitalismo real, y se veía superado por el temor y la incertidumbre.

Ahora, el presidente norteamericano Barack Obama va al Ground Zero de Manhattan -el hueco donde alguna vez estuvo el World Trade Center y las Torres Gemelas- para agitar una vez más esos íconos y esos símbolos que tanto mueven a la opinión pública de su país.

Pero la historia que en este momento le interesa al poder empieza el 11 de septiembre de 2001 y vendría a terminar ahora, en 2011, con el cadáver del multiterrorista Bin Laden en las marquesinas y los televisores.

A quién diablos le puede importar, entonces, que un 4 de mayo de 1626 unos “indios” del Norte hayan vendido la isla de Mannahatta por 26 libras.

A quién le pueden importar hoy el tío Walt, los versos de Federico, las fotos de Liborio, los sueños psicodélicos de los jóvenes de Woodstock, la mágica Manhattan de Woody Allen o aquel Bronx mutante de Marshall Berman. Todo eso quedará en el subsuelo del mejor sueño americano, un sueño de justicia y democracia, de irreverencia ante el poder, que no es precisamente éste que hoy se le muestra al mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario