
Graciela tenía 23
años e iba a ser madre; Liliana, 20 recién cumplidos soñaba con lo que,
finalmente, sería una carrera de
cantante profesional. Con su hermana tocaban piano y guitarra, y
componían canciones. El 2 de octubre de 1975 una patota arrancó a la mayor de
las hermanas Pane de su casa en Sarandí y al día siguiente fue asesinada.
Aquel octubre
de 1975, en medio de un verdadero baño de sangre, de una multitud de crímenes,
secuestros y atentados con bombas de todo tipo, un grupo de tareas secuestró a
Graciela de las puertas de su casa en Sarandí, la torturó con saña a pesar de
su embarazo, la asesinó y la arrojó cerca de las piletas de
Ezeiza. Graciela era estudiante de ingeniería química de la Facultad
Regional Avellaneda de la Universidad Tecnológica Nacional, delegada de su curso,
militante del Centro de Estudiantes y de la Federación Juvenil Comunista.
Ese
mismo día, un jueves como hoy, la noticia cayó como una bomba en Agüero 833, el
edificio sede del Comité Central de la FJC. Casi 50 compañeros, en distintas tareas y
reuniones acatamos inmediatamente las indicaciones de los distintos
responsables para mover cielo y tierra, encontrar a Graciela y salvarla: viaje
a los princípiales regionales a movilizar a la Fede y al partido, teléfono para
avisar a todos los comités provinciales del país. Sabíamos que cada minuto
contaba. Lo habíamos logrado antes con
la movilización, a veces acompañada con informaciones reservadas de anónimos
miembros del partido o la Fede en los lugares más inverosímiles. También ya a
esa altura nos habían asesinado a muchos camaradas, muchos, demasiados para
nuestra paciencia juvenil. Creo que muy
poco tiempo atrás habían ametrallado el frente del local de la Fede en Devoto,
en la calle Bahía Blanca, pero la respuesta de los compañeros de la guardia,
anónimos cuidadores de nuestras reuniones y destinos, los obligó a llevarse, en
medio de un fuerte cruce, al menos uno de sus secuaces que había quedado
tendido al lado del vehículo que los transportaba.
Entonces
trabajaba como periodista y militaba en la Comisión de Relaciones Políticas, en
las Juventudes Políticas Argentinas (JPA), las que inmediatamente nos hicieron
llegar su solidaridad y apoyo: la JP, terriblemente castigada por secuestros y
asesinatos; la Juventud Radical, la Intransigente, socialista, democristiana.
Casi todos vinieron inmediatamente a dar su apoyo personalmente. Pero ese trabajo quedó en manos de Echegaray,
Enrique Dratman y otros. Internacionalmente Francisco “Cacho” Álvarez se
comunicaba con las organizaciones internacionales para que exijan al gobierno
su rápida acción. Lamentablemente, era una rutina memorizada por todos en
aquellos días.
Por mi profesión,
lo más indicado era redactar el
comunicado de condena y la exigencia de su aparición haciendo responsable al
gobierno, en particular al ministro del
Interior, entonces Ángel Robledo, y a la
propia Presidente, María Estela Martínez, alias “Isabel”. Me llevó pocos
minutos, las teclas subían y bajaban al latido de mi corazón, algunos datos
acerca de Graciela, su edad, la misma que la mía. Hablé personalmente con
algunos amigos en los medios, como siempre poco propensos a publicar “denuncias”,
y una decena de compañeros salieron en tres coches a repartir los comunicados
artesanales, en épocas en las que no existían mails, ni internet, ni fax, ni
siquiera fotocopias, mientras los gigantescos y negros teléfonos de línea respondían,
generalmente mal, según un humor incomprensible.
Ninguno
durmió esa noche en Agüero, y creo que pocos en todos los locales –muchos entonces—de
la zona sur del Gran Buenos Aires; delegaciones, entrevistas, reclamos,
recorridas por comisarías y oficinas públicas: miles de jóvenes comunistas
haciendo lo posible, desde pintadas a volantes, “habladas” en colegios y universidades.
Por la
mañana del viernes 3 de octubre, mi indignación fue inmensa cuando los principales
matutinos no publicaron una línea del secuestro de Graciela.
La
noticia de la muerte, y en qué condiciones me la dieron Jorge Pereyra y
Patricio Echegaray, entonces, respectivamente, secretario de la Fede y responsable
del trabajo con las JPA. La inmediata convocatoria
era previsible, como tantas otras veces mi “oficio” me condenaba a no llorar y
escribir. Escribir el repudio por el asesinato de Graciela, la condena a las
bandas parapoliciales, la condena a los que impulsaban ese clima de terror para
paralizar a los luchadores, y preparar un baño de sangre mediante un nuevo
golpe de Estado. A muchos amigos de otras fuerzas les parecía exagerado,
algunos incluso creían que “el golpe ya se dio” con Isabel y las bandas.
Ahora sí, el morbo
de la mano de la política, la foto de su cuerpo torturado, hallado en los
bosques de Ezeiza fue publicada por los diarios, y el rector de la Universidad
Tecnológica Nacional (UTN), a la que concurría Graciela, hizo un discurso en el
que exaltó la acción “pacificadora” de la “Misión Ivanissevich” (el fascista interventor universitario designado
por “Isabel” Martínez) y alertó que los estudiantes que no lo comprendieran así
“sufrirán las consecuencias”.
Graciela
estudiaba Biología en la UTN, era dirigente estudiantil y militaba en la
Federación Juvenil Comunista. Había recibido amenazas de muerte por parte de
los matones del decanato, al igual que su hermana, que trabajaba en un quiosco
del centro de estudiantes. En su denuncia judicial, impulsada por la Liga
Argentina por los Derechos del Hombre, su hermana, hoy la cantante Lina
Avellaneda, explicó que tanto ella como su hermana recibieron “amenazas de
muerte en los días anteriores al 2 de octubre de 1975, de parte de un individuo
conocido como Carlos Alberto Polo, quien presumiblemente se desempeñaba como
jefe de Seguridad de la UTN de Avellaneda, y también por parte del propio
rector de la referida universidad, Agustín Monteagudo, y su colaborador Raúl
Bronzzini”.
Estos
fueron denunciados penalmente ante la policía provincial y el Juzgado de
Instrucción Nº 5 de Lomas de Zamora, a cargo del doctor Mario Moldes, quedó en
la nada. Por entonces, también se abrió una causa federal contra los
responsables de la Triple A, pero tampoco prosperó. Luego vino la dictadura y
recién al retirarse los militares, alguien se acordó de que López Rega estaba
en un exilio dorado en los EE.UU. y lo trajeron, pero al morir éste, la causa
volvió al sueño de la injusticia. Por la vinculación entre esas intimidaciones
y el posterior secuestro y asesinato de Graciela Pane declararon Florentino
Narváez, dirigente del centro de estudiantes que fue detenido junto con
Graciela por la policía bonaerense días antes de su asesinato, y el actual
decano de la UTN de Avellaneda, Jorge Omar Del Gener. Por esos días, las
noticias sobre los asesinatos de la Triple A aparecían en los medios, por lo que
este hecho tuvo repercusión nacional y a nivel local, en Avellaneda, donde el
Concejo Deliberante se solidarizó con la familia Pane.

Gracias por compartir sus conocimientos estimado Sr. Nadra
ResponderEliminarGracias a usted Anamaría. Todos las mujeres y los hombres de bien debemos defender la memoria y buscar la justicia.
ResponderEliminarTu hermana Lina me hizo conocerte.
ResponderEliminarGracias por el recuerdo Alberto y permito sumar en él, a mis compañeros de la Fede de Arquitectura, Hernán Nuguer, Pablo Galarcep y José Flores. Siempre presentes!
ResponderEliminarGracias por recordar a los que FUERON ASESINADOS!!!
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