Segunda parte de una sugestiva nota de Guillermo Rodríguez Rivera, que nos hace llegar Sivio Rodríguez.
El propio Rafael Correa ha
precisado con claridad que en Latinoamérica estamos viviendo no una
época de cambios, sino un cambio de época.
Todos estos
representantes de los nuevos gobiernos de la región, reconocen que el
antecedente de ese cambio es la Revolución Cubana de 1959, encabezada
por el comandante Fidel Castro.
El momento de la violencia
revolucionaria contra el imperialismo y las oligarquías no fructificó.
El continente lloró sus muertos, los muertos del pueblo. Es un rosario
de nombres: Fabricio Ojeda, Luis Augusto Turcios Lima, Javier Heraud,
Carlos Fonseca Amador, Camilo Torres, Jorge Ricardo Masetti, Francisco
Caamaño, Roque Dalton, y cuyo epítome es la figura de Ernesto Che
Guevara.
Esos muertos, los héroes de
aquellas luchas que parecían acabadas, han emergido en este nuevo
momento de la historia americana. Es curioso y es hermoso como se mueve
la historia. Tengo un amigo que dice, ironizando que, hoy por hoy, todos
estos nuevos gobernantes de izquierda se quitan el sombrero ante Cuba,
pero que ninguno se pone el sombrero de Cuba. Y es cierto. Ninguno ha
seguido el modelo socioeconómico del gobierno cubano.
El de la Revolución Cubana
fue el primer gobierno latinoamericano que logró iniciar una
transformación de la vida de su país a despecho de la voluntad del
poderoso vecino del norte.
Cuba empezó llevando a cabo
una radical reforma agraria que estaba estipulada en la Constitución de
1940 en la que un artículo establece que “se proscribe el latifundio”,
pero ningún gobierno se había atrevido a implementar la ley que
complementara el precepto constitucional, porque el principal
latifundista en Cuba eran los Estados Unidos. El gobierno del general
Eisenhower, el mismo bajo cuya égida la CIA, dirigida por Allen Dulles,
organizó el derrocamiento del gobierno reformista de Jacobo Árbenz en
Guatemala, hizo repetir minuciosamente aquel esquema contra Cuba. La
acusación de “comunista” que, en medio de la guerra fría se esgrimió
contra el presidente guatemalteco, fue esgrimida otra vez, ahora contra
una revolución popular que acababa de derrocar una dictadura militar y
en cuyo país subsistía plenamente el capitalismo.
No es este el sitio para
volver a contar la sabida historia de la invasión de Bahía de Cochinos,
derrotada en menos de 72 horas por los combatientes revolucionarios
cubanos.
Al año siguiente a la
invasión, Cuba fue expulsada de la OEA por desarrollar una alianza con
una potencia extracontinental, empezó a funcionar el llamado plan
“Mangosta”, la nueva alternativa violenta contra la Isla. Se decretó,
oficialmente, el embargo económico contra Cuba. Desde 1960, la burguesía
cubana había cerrado filas junto a los Estados Unidos contra el
gobierno de su país y lo abandonó, acaso confiando en que un gobierno
enfrentado por los norteamericanos, no podía sobrevivir en Cuba, como
nunca había sobrevivido en América Latina. A excepción de México, todos
los países de América Latina rompieron sus vínculos diplomáticos y
comerciales con Cuba.
Cuba no tuvo entonces, entidades como son hoy el ALBA o la CELAC en la que encontrar amparo político, económico y militar. Sólo la Unión Soviética decidió venderle el petróleo para que el país no se paralizara, y las armas con las que defenderse. Era la Unión Soviética que había sido regida por Stalin, que había dejado su huella en el modelo socialista que se conocía, pero era la única tabla a la que la Revolución Cubana consiguió aferrarse para salvarse.
Cuba no tuvo entonces, entidades como son hoy el ALBA o la CELAC en la que encontrar amparo político, económico y militar. Sólo la Unión Soviética decidió venderle el petróleo para que el país no se paralizara, y las armas con las que defenderse. Era la Unión Soviética que había sido regida por Stalin, que había dejado su huella en el modelo socialista que se conocía, pero era la única tabla a la que la Revolución Cubana consiguió aferrarse para salvarse.
Los gobiernos de la nueva
izquierda latinoamericana, no son en ningún caso regímenes que hayan
puesto fin al régimen de democracia representativa con que ascendieran
al poder.
Venezuela
había nacionalizado su petróleo bajo el gobierno de Carlos Andrés
Pérez, pero PDVSA, la entidad estatal que asumió su control y
administración, devino casi un coto privado. El gobierno de Chávez tuvo
que renacionalizar PDVSA, para convertirla en el poderoso instrumento
para el desarrollo de Venezuela. La oligarquía venezolana se resintió ante un gobierno que se apoyaba en los de abajo y creaba en ellos su gran masa sostenedora.
Liquidado el sambenito de “comunista”, el nuevo mote lanzado contra el presidente fue el de “populista”. El “populismo” chavista consistió en usar los recursos de la nación para favorecer a los sectores venezolanos más humildes. Cuba le prestó una ayuda enorme en la conformación de un sistema de salud que favoreciera y amparara a esos sectores, y en la eliminación del analfabetismo.
Liquidado el sambenito de “comunista”, el nuevo mote lanzado contra el presidente fue el de “populista”. El “populismo” chavista consistió en usar los recursos de la nación para favorecer a los sectores venezolanos más humildes. Cuba le prestó una ayuda enorme en la conformación de un sistema de salud que favoreciera y amparara a esos sectores, y en la eliminación del analfabetismo.
Quizá aleccionada por la
experiencia de su homóloga cubana, la burguesía venezolana ha preferido
permanecer en su país y el impulso económico del estado coexiste con el
régimen capitalista venezolano, acaso moderado por las leyes
implementadas. Chávez ha ganado todas las elecciones que se han
efectuado desde su arribo a la presidencia, en 1999.
En Venezuela, como en otros
países de esta nueva izquierda, el descrédito de los partidos
tradicionales ha hecho que los periódicos burgueses y los grandes
canales de televisión privados, casi se convirtieran en los nuevos
partidos de oposición: hacían una agresiva campaña contra los nuevos
regímenes que, sin embargo, no lograba convencer a la mayoría que
apoyaba al gobierno.
Me parece importantísimo que, sustituyendo la idea leninista de dictadura del proletariado[1],
estos gobiernos de izquierda hayan preservado la existencia de la
democracia representativa, pero hayan acentuado el desarrollo de lo que
cabría llamar una “democracia participativa”, en la que otros mecanismos
complementan la voluntad expresada en las urnas. No es rasgo sin importancia de esta participación que,
cuando fuerzas de la reacción antidemocrática hayan actuado para
aplastar la voluntad popular, los propios ciudadanos que habían dado el
voto a sus gobernantes, salieran a las calles para motivar su regreso al
gobierno, como en el caso de Chávez, o la liberación del presidente,
como en el secuestro policial de Rafael Correa.
El pueblo no solo expresa su voluntad, sino que la defiende en las calles, si es necesario.
Venezuela ha introducido un elemento novedoso y esencial: el referendo revocatorio,
que a la mitad del mandato del dirigente electo puede traerlo
nuevamente a las urnas, si se considera que no debe seguir ocupando el
cargo para el que se le eligió.
No hay financiamientos
millonarios a las campañas electorales, que comprometen de antemano a
los políticos. Las elecciones son “observadas” como nunca lo han sido,
por ejemplo, las de México o de los propios Estados Unidos.
A mí me parece que esa
vigilante preservación de la democracia es un rasgo importantísimo del
que algunos líderes han llamado “socialismo del siglo XXI”, que es un
socialismo que coexiste con un capitalismo que en estos casos, ya no
avanza libremente por un camino depredador, sino que tiene el control
del estado popular.
De alguna manera, parece
empezar a conseguirse la definición que el notable pensador de la
izquierda brasileña, Buenaventura de Sousa Santos, da de la sociedad
socialista:
Una sociedad socialista no es aquella en la que
todos los mecanismos e instituciones que existen
son socialistas, sino en la que todos son
dirigidos a contribuir a los intereses socialistas
de la sociedad.
Acaso estos países de
nuestra América, estén llamados a conformar la posibilidad – no me gusta
llamarle “modelo”, porque da la idea de esquema, de receta – de una
renovada y más completa democracia.
Pena que haya arruinado un buen comienzo con propaganda barata. Cuba es una islita que, sin la Union Sovietica, hubiera seguido siendo insignifcante. Y Fidel, a quien conoci, es un Batista de izquierda.
ResponderEliminarLamentable don Bois de Murier, que --más allá de sus opiniones acerca de Castro-- no entienda que muy lejos del panfleto se está planteand una nueva perspectiva para Cuba.
ResponderEliminarLe recomiendo volver a leer lel último párrafo: más que claro, y escritas en La Habana:
Cuba fue el inicio de este “cambio de época”, de esta segunda independencia que está conmoviendo al continente. Cuba fue la que educó a muchos países de nuestra América y a sus líderes, cuando la realidad que hoy está ante nosotros parecía imposible de conseguir. Creo que está llegando el momento en que tengamos que aprender de ellos. Me parece que es ese el camino que se abre ante Cuba.