martes, 12 de abril de 2011

Acerca de la Memoria Histórica


Ayer concluyeron en la Universidad Nacional de Mexico las Jornadas Internacionales "35 Aniversario del Golpe de Estado en Argentina", donde Norberto Emmerich, argentino, doctor en Ciencia Política y licenciado en Relaciones Internacionales presentó una ponencia vinculada a una lectura de las "Tesis sobre el concepto de historia" de Walter Benjamin y otros textos. En mi opinión, un material ineludible para fundamentar la lucha por la memoria, la verdad y la justicia, del que ofrecemos una síntesis.

Al mirar hacia el pasado no estamos haciendo una pregunta científica que busca saber la “verdad” de lo que ha sucedido, sino una pregunta cargada de angustia. Articular el pasado históricamente no significa descubrir ‘el modo en que fue’ (verdad científica) sino apropiarse de la memoria cuando ésta destella fugazmente en un momento de peligro (verdad política).

Le preguntamos al pasado con la intención de responder las urgencias del presente. “En el pasado hay promesas incumplidas, por lo tanto el pasado “nos habla de cosas que interesan al futuro”.

Necesitamos de la historia “para la vida y para la acción”… “para actuar contra y por encima de nuestro tiempo a favor de un tiempo futuro” (Nietzche, 1999: 38-39).

1. La memoria histórica es un recuerdo colectivo, una evocación volcada hacia el presente del valor simbólico de las acciones colectivas vividas por un pueblo en el pasado. Es una acción que preserva la identidad y la continuidad de un pueblo, es no olvidar lo aprendido, muchas veces con sangre, es el camino para no repetir errores pasados.

Es un ejercicio peligroso porque recordar que un día fuimos libres amenaza romper el dominio de quien hoy se aprovecha de nuestras cadenas. Solo las clases dominantes parecen tener memoria histórica, porque para ellos no es importante determinar los hechos históricos, solo necesitan que todos recuerden el resultado final: quien se enfrente con ellos terminará derrotado (García Bilbao, 2010).

Un pueblo con memoria histórica es dueño de su destino. Los que consideran necesario impedir que eso suceda cuentan con los recursos sociales, políticos y económicos para lograrlo. Basta con aniquilar los símbolos, el lenguaje, vaciar la educación y la vida colectiva de señas de identidad entroncadas con la realidad y la memoria común (García Bilbao, 2010).

Los problemas que ahora vivimos ya fueron vividos antes. Sin memoria histórica estamos condenados a vivir un eterno presente, la repetición constante del mismo sufrimiento, como Prometeo encadenado (García Bilbao, 2010). No es necesario que vivamos todo como si fuera la primera vez que sucede, la memoria histórica también actúa como un mecanismo de economía de esfuerzos.

El pasado que recordamos no es el pasado tal cual sucedió, sino el pasado tal cual lo actuamos en el presente. Antes de que podamos informar sobre lo acontecido, este pasado ha cambiado varias veces y siempre nos enteramos demasiado tarde de todo ello. Por eso es importante el rol de los militantes, que pueden predecir el presente porque lo contemplan en el medio de las fatalidades que ya han sucedido. Como en el Viejo Testamento son los profetas de un pasado ya vivido.

2. Por más difícil que sea, la memoria histórica siempre está consagrada a la memoria de “los sin nombre”. No se consagra a ellos sólo porque rescata del olvido sus nombres, sus trayectorias y sus datos, sino porque pone en tiempo presente “efectivamente” sus acciones. Recordar sus acciones significa querer y saber reproducirlas, saber para qué sirven, necesitar sus objetivos, participar de sus sueños.

Cuando un joven obrero se reúne casi clandestinamente para organizarse junto a sus compañeros, la memoria histórica lo liga con un pasado que quizás no conoce, pero que renace a través suyo, en un momento de urgencia, impulsado por la sensación de peligro. La memoria histórica necesita atrapar ese destello del pasado, puesto que en él se juega la verdad del presente, las clases oprimidas que son víctimas de la “fuerza de las cosas” han olvidado el pasado y su fuerza subversiva.

Esta tarea de reconstrucción de una memoria histórica perdida es difícil porque los dominadores de un determinado momento son los herederos de todos los que alguna vez vencieron en la historia. Quien haya alcanzado en el día de hoy la victoria en alguna de las mil batallas que conforman la historia tiene su parte del botín en el festín de los que dominan a los dominados. Esa pequeña reunión obrera es un evento mentalmente difícil porque el inventario que los vencedores muestran a los vencidos se llama cultura[1], y de esa cultura se alimenta diariamente el dominado. Con las palabras de esa cultura, el dominado percibe, entiende y explica la realidad en la que vive. Solo la memoria histórica le permite descorrer el velo de la cultura dominante y escapar de la ignorancia.

3. El pasado recreado en el presente por una resurrección y por motivos del presente, busca en el pasado argumentos que respondan las urgencias de este presente. Pero sólo puede utilizar este mecanismo redentor si los argumentos del pasado son ‘emergentes’, si atraviesan por el momento fugaz de volverse reconocibles.

El pasado re-creado no se alimenta de la búsqueda caprichosa de hechos inconexos, sino del descubrimiento de la significación social de hechos emergentes. No es una búsqueda ex nihilo, sino un buceo en la corriente general de pensamiento de la época, entre las esperanzas comunes compartidas, de un espíritu general que sobrevuela nuestras frustraciones. Por eso nada de lo que tuvo lugar alguna vez debe darse por perdido para la historia, hasta el más insignificante de nuestros comportamientos colectivos es un hecho histórico.

4. La verdadera imagen del pasado es fugaz, se vuelve reconocible solo por unos instantes y amenaza con desaparecer imprevistamente, nunca será vista otra vez. Pero ¿quién nos trae desde el pasado esa imagen olvidada y perdida? Los militantes, los portadores de la memoria histórica, los actores centrales de la praxis social. Los militantes son quienes hacen que la historia no sea una sucesión catastrófica de acontecimientos imprevisibles, sino una herramienta consciente de re-construcción del pasado. La represión establece la ruptura de los enlaces sociales que actúan como portadores de la memoria. Si la memoria histórica no transporta solo conceptos o “recuerdos” sino experiencias, la desaparición física de los “mensajeros” destruye las posibilidades de reproducción política de las experiencias colectivas. Los colectivos sociales desaprenden las conductas reactivas, los mecanismos de defensa, las consignas reinvindicativas, la importancia de sus organizaciones. Pasan de “ser” parte de un colectivo (ser peronista, ser socialista) a “ser” una parte que carece de totalidad, solo y apenas un sí mismo (consumidor, ciudadano, individuo). Nuevas experiencias se asientan y se construye una nueva memoria histórica, basada en el miedo, la desmovilizacion y la apatía. En términos de memoria histórica, aparece el “olvido”.

5. El peligro no amenaza solo a los portadores o a los receptores de la tradición, también amenaza al contenido de la memoria trasmitida. Y la amenaza siempre es la misma: convertirnos en instrumento de las clases dominantes. En cada época histórica es preciso arrancar la memoria de las manos del conformismo. Desde la vieja dicotomía filosófica griega, entre “el ser es y el no ser no es”, que afirmaba la estabilidad de la realidad, frente a la afirmación de que “entramos y no entramos en el mismo río, pues somos y no somos los mismos”, que afirmaba la perpetuidad del cambio, el contenido de la memoria transmitida está en eterna guerra entre quienes defienden la continuidad y quienes defienden el cambio.

6. Reconocer y reivindicar el pasado significa tener en cuenta todo lo que ha sucedido después de la derrota inicial, significa no tener empatía con el vencedor[2], significa comprender que todo pasado fue presente, que todo pasado fue futuro y que todo presente será pasado.

La empatía con el vencedor, la “idolatría de lo fáctico” –una metodología de análisis que se utiliza mucho para estudiar la actual situación mexicana- (Nietzche, 1999: 96), no se anima a adueñarse de la imagen histórica auténtica, que es la imagen del oprimido. En consecuencia la principal tarea del historiador es adueñarse de la tradición de los oprimidos. Nuestra historia es la historia de Tupac Amaru, José Martí, Emiliano Zapata, Augusto Sandino, el Che, nuestros 30 mil muertos. Es una historia de oprimidos, derrotados y muertos.

7. ¿Cómo se transmite la memoria histórica si nuestro pasado sólo acumula muertos? Giorgio Agamben[3] nos recuerda que en latín hay dos palabras para referirse a testigo, una de ellas es testis, el que se sitúa como tercero en un litigio entre dos contendientes, adoptando una postura imparcial no participante; la segunda es superstes, se refiere a quien ha vivido personalmente un proceso, generalmente hasta el final y puede dar cuenta fiel de lo sucedido. De superstes deriva la palabra sobreviviente. Nuestros sobrevivientes han sido a la vez las dos cosas: han dado cuenta de lo sucedido y han sido testigos en los juicios contra los genocidas. El testigo sabe lo que los demás olvidan y se siente urgido a hablar porque el crimen una vez cometido, solo existe si se conserva en la memoria de los hombres. Su papel lo convierte en la puerta giratoria de toda mirada presente hacia el pasado y de toda vigencia del pasado en el presente. Los sobrevivientes argentinos no sólo nos recuerdan lo que pasó, también militaron para hacer justicia. Auschwitz, igual que la Esma, “no sólo fue una gigantesca fábrica de muerte, sino también un proyecto de olvido”, en el que todo estaba pensado para no dejar rastros[4].

8. El continuum de la historia es el continuum de los opresores, los que igualan todo al nivel del suelo, para quienes la continuidad de la historia es la garantía de la continuidad de sus intereses históricos. Porque hasta hoy la historia de las conquistas es la historia de los conquistadores, porque si “la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia”, como dice una conocida canción argentina.

La conciencia de una discontinuidad histórica es propia de las clases revolucionarias en el momento de su acción. Sin embargo prevalece una estrecha conexión entre la acción revolucionaria de una clase y el concepto que esta clase tiene de la historia pasada. La revolución francesa se remontó dos mil años hasta la república romana para encontrar un espejo donde reflejarse. Mientras la idea del continuum lo iguala todo al nivel más bajo, la idea del discontinuum es el fundamento de la tradición auténtica.

9. ¿Cuál es el punto de apoyo que nos dejan los 30 mil desaparecidos? No se trata sólo de que el pasado arroje luz sobre el presente, sino que el pasado se funda con el presente. Pero esa unión solo es posible en un momento de peligro. Son imágenes que vienen involuntariamente. El historiador debe tener la capacidad de percibir la crisis en la que ha entrado en ese momento el sujeto de la historia, es la clase oprimida luchando en su situación de mayor riesgo. En ese momento, el conocimiento histórico es solo para ella. Y solo es un instante: son los obreros en huelga contra el golpe el 24 de marzo de 1976 en Córdoba, son los trabajadores argentinos gritando contra la dictadura en la tarde del 27 de abril de 1979, es la multitud reunida en los alrededores del Congreso en la Semana Santa de 1987.

La gran historia no registra estos hechos, pero son los hechos imperceptibles que tienen importancia histórica, son el destello de odio en un momento de peligro, son un momento de ruptura con la continuidad histórica. Como resultado “nunca más” habrá un golpe de Estado en la Argentina, 30 mil muertos nos han dejado esa enseñanza para los momentos de peligro. La consigna del “Nunca más” es acumulativa en el concepto de memoria semántica, como simple recuerdo; pero es revolucionaria en el concepto de memoria histórica, como herramienta de lucha en los momentos de peligro.

10. La historia se construye en un tiempo que no es homogéneo y vacío sino en un tiempo donde lo actual da señas de estar “en la espesura del pasado”.

La revolución rompe el continuum de la historia, no interviene pasivamente en la cronología de la historia, no es un hecho que se suma a otros hechos, interrumpe el momento. Por eso es incómodo “relatar” a los revolucionarios. Como si dijéramos: todo marchaba cadenciosamente bien, hasta que apareció Fidel e interrumpió la historia.

Por eso las revoluciones lo primero que cambian es el calendario, mueven las rutinas, cambian las fechas, rompen el protocolo histórico. Los calendarios miden el tiempo de la conciencia histórica, no son relojes, son recordatorios de lo que somos porque nos recuerdan (con-memoran) el momento en el que “fuimos”. Los gobiernos revolucionarios insertan fechas, resaltan personajes, introducen símbolos y si pueden “crean” y “re-crean” la historia, incorporan personajes olvidados, ponen en primer plano acontecimientos perdidos, premian a personajes “malditos”.

El rol de los relojes en el capitalismo es marcar el tiempo del trabajo, unificar las rutinas humanas, convertir lo inaudito en normal, aislarnos de la totalidad y sumergirnos en las partes.

La revolución francesa introdujo el calendario republicano, abolido por Napoleón en 1806 pero reinstaurado brevemente por la revolucionaria Comuna de París, la revolución rusa abandonó el calendario bizantino, la Iglesia abandonó el calendario civil egipcio-romano de Julio César (juliano) y adoptó el calendario litúrgico gregoriano, que lo impuso a toda la humanidad. Los trabajadores parisinos destruyeron los relojes en la revolución de 1830, los indios brasileños rompieron los relojes de la cadena O Globo en la celebración del quinto centenario del descubrimiento de Brasil en el 2000[5]. Las revoluciones hacen visible la ruptura del continuum histórico, por eso a veces comienzan un nuevo recuento de los años, con la finalidad de acelerar el tiempo histórico e introducir un “nuevo comienzo”.

11. Si el tiempo perdiera su carácter homogéneo y vacío sabríamos que lo que hoy existe visiblemente no es la totalidad, no es la última palabra de la historia, hay algo más que esta fuerza destructora del capitalismo contemporáneo. La incapacidad de tomar distancia de la propia derrota termina por crear las condiciones de la traición a la propia causa. Por eso la máquina de represión siempre adquiere un carácter apabullante, urgente, histérico. La intención es no permitir “tomar distancia” del estado de excepción, no dejar comprender cuál es la norma inserta en el caos represivo, no pensar, solo sentir. El objetivo no es solo derrotar, también se busca lograr empatía con el vencedor. Si la derrota lo aleja de los suyos, la empatía lo acerca a los nuestros. Porque la empatía con lo que eternamente ha sido está en armonía con su reactualización. De este modo se elimina todo eco de lamento en ella, se elimina el dolor de las generaciones pasadas y el odio que ese dolor debería provocar y se solicita el beneplácito de un futuro incierto. La tortura rodea al torturado de “partes” y lo enajena del todo anterior, pero también propone la inclusión en una nueva totalidad, la aceptación de la autoridad excepcional. Por eso Massera era el represor más peligroso, porque buscaba crear nuevas totalidades, destruyendo e incorporando.

¿Cómo nace una nueva memoria histórica?

12. En la actualidad la experiencia no es percibida ni valorada como un tesoro, no goza de autoridad, no está ligada al pasado (Fernández, 1995: 109). Hablando sobre la primera guerra mundial Benjamin decía: “las gentes volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable”[6]. Su empobrecimiento consiste en la devaluación de los bienes de la educación, del aprendizaje, de la tradición, de la memoria, de la narración que ensanchan el horizonte e intensifican las posibilidades de nuestra existencia (Fernández, 1995: 110).

Pensar por sí mismo requiere sacudirse el peso de la tradición para que no hipoteque. Avanzar exige alejarse del pasado y seguir viajando, aprendiendo. Cierto grado de olvido es un recurso imprescindible de salud vital. Solo la memoria aligerada y selectiva tiene la soltura necesaria para tejer la propia historia.

En esa liberación se produce el empobrecimiento de la experiencia y una especie de nueva barbarie. Barbarie real pero positiva, que pone en evidencia que la experiencia no es mera acumulación, ni se hereda sin hacerla propia, ni impone la ley del pasado. De hecho su pobreza de experiencia lleva a estos “bárbaros” a comenzar desde el principio. Para inventar y crear, en un universo repleto de signos, costumbres, órdenes, es necesario vencer la tentación de quedarse en meros conservadores del patrimonio, olvidar, borrar huellas y experimentar (Fernández, 1995: 112).

La experimentación es la dimensión activa, positiva de la pobreza de la experiencia. Su lado negativo está en la pérdida de parte de la herencia de la humanidad, en el peligro de reducción y vaciamiento de la experiencia misma en la modernidad triunfante y asentada (Fernández, 1995: 113-114).

13. La estructura de la memoria es decisiva para la experiencia. Pero la memoria no es un registro exacto y completo de todos los acontecimientos. Es selectiva, rechaza o margina algunos hechos, privilegia y maquilla otros, asocia y separa. Tiene lagunas estructurales y no solo accidentales, se mueve acicateada por el peligro.

Pero la relación entre conciencia y memoria no es de colaboración sino de oposición. La conciencia no cuida de la conservación de la experiencia, sino que su tarea consiste en proteger contra los estímulos que pueden producir un shock traumático. Cumple una función vital, puesto que la defensa contra los estímulos es para los organismos vivos tan importante como la recepción de éstos, pero contraria a sus aspiraciones de conocimiento completo. La conciencia actúa contra la memoria histórica, entre lo conveniente y lo necesario, siempre elige lo posible intentando preservar la normalidad de la psiquis social.

La selección que realiza no responde a intereses de conocimiento sino a criterios de angustia soportables. Procura evitar las impresiones fuertes, desagradables, desestabilizadoras; y si no lo logra, se afana en borrar sus huellas. Cuando el dispositivo de defensa fracasa, aparece el trauma, el espanto (Fernández, 1995: 115). Cuando el dispositivo triunfa, aparece el olvido.

En virtud de esa función de vigilancia y alerta, la memoria consciente ordena temporalmente los acontecimientos y los retiene “a costa de la integridad de su contenido”. Ello significa que la memoria voluntaria es espontáneamente desmemoriada ya que constantemente alteramos nuestros recuerdos para que nuestro pasado no entre en conflicto con nuestro presente. Recordamos las cosas de otra manera o directamente las olvidamos. Así se entiende que durante mucho tiempo las Madres de Plaza de Mayo fueran llamadas las “locas” de la Plaza. Su conciencia trasvasaba toda angustia, su memoria voluntaria no era desmemoriada, se esforzaron por recordar las cosas tal cual fueron, contra toda conveniencia, contra toda lógica, contra todo interés.

14. La misma noción de tiempo dista mucho de gozar de orden interno, de ser consistente; al contrario, resulta manifiestamente paradójica. Se supone que el curso del tiempo es una flecha que va del pasado al futuro y así se ordena la historia y se afirma la prioridad de los antecedentes, el valor de lo antiguo y la autoridad de las fuentes, de los orígenes y de sus elementos (Fernández, 1995: 117).

En virtud de esto tomamos el tiempo como ordenador primario de los sucesos, operando también en las explicaciones correspondientes. Es un principio básico que la causa precede al efecto, derivando en un supuesto orden jerárquico: la causa es anterior y superior al efecto. De esa manera se desliza la idea de que los procesos causales son descendentes, se da primacía a la causa y se la considera independiente, mientras que los efectos son dependientes y están sometidos a su predominio, hasta el punto de excluir toda retroactividad. Termina pareciendo ridículo afirmar que los padres son tales en virtud de sus hijos. La causa sujeta a los efectos y termina resultando una condena para ellos (Fernández, 1995: 116). La historicidad de la memoria subvierte el orden cronológico del tiempo y en virtud de la praxis política logra que los hijos sean causa originaria de los padres, como lo demostraron las Madres de Plaza de Mayo, que transformaron la locura en norma.

15. Pero la primacía cronológica en el estudio del tiempo también afirma que el pasado resulta irrecuperable e irreversible. No se puede querer ni actuar hacia atrás, el curso de la vida y de la historia se asienta sobre la muerte de los muertos. Pero alguien dijo una vez: “nadie está muerto hasta que lo olvidan”, y la consigna de las Madres siempre fue: “aparición con vida”. Nuestros muertos que murieron no están muertos, no solo porque los recordamos, sino sobre todo porque seguimos luchando. Estamos actuando hacia atrás, estamos cambiando el pasado de la historia, seguimos destruyendo el orden temporal siniestro que constituyó nuestra experiencia del pasado.

16. La historia se detiene cuando es reducida a un cúmulo de acciones que se reiteran hasta el infinito. Es el fenómeno del déja vu, donde todo lo que sucede parece que ya ha sucedido antes. Aunque se asista a un cambio continuo, todo es igual, todo se repite (Virno, 2003: 41), es la tesis del fin de la historia.

En su trabajo titulado “Sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida”, Nietzche afirma que una sobreabundancia de memoria paraliza la acción (Virno, 2003: 50). Si la memoria es solo recuerdo practicamos una reverencia sumisa hacia el pasado, justificamos nuestro presente proyectándolo hacia atrás en el tiempo: “todo es indiferente, todo es vano, todo ya ha sido”. Los hombres se abandonan a un fatalismo impregnado de resignación en la época en que el presente percibido parece copiar al presente recordado (Virno, 2003: 52).

Si ya todo ha sido, todo evento actual repite otro evento previo y está destinado a ser repetido en el no-futuro que es el futuro. Es terrible una vida en que todo lo nuevo es viejo, en que todo futuro es pasado. En las sociedades imperialistas, donde mañana será la repetición de hoy, las tasas de suicidio son muy altas, porque el orden repetitivo asfixia.

Pero el hechizo que considera la acción en curso como duplicación de una acción precedente, decae cuando se pregunta cuál es la acción central. En el déja vu parece que repetimos algo, pero no podemos decir qué estamos repitiendo. Esto es porque el contenido de la repetición se establece solo por la experiencia actual, le corresponde al presente determinar retroactivamente lo ya sucedido (Virno, 2003: 53).

Toda la vida actuada ahora es actuada por primera vez, aunque dentro de esa experiencia a veces se siente algo extraño y oscuro, como que se ha experimentado en otro momento. Pero ¿qué cosa retornará desde el pasado? Aquello que ocurrirá por primera vez en el instante siguiente[7] (Virno, 2003: 54).

Conclusión: un poco más atrás, para ir un poco más adelante

En la década de 1930 llega a la Argentina un ciudadano español, Juan Avellaneda, militante anarquista que por su actividad sindical y política estuvo detenido 36 meses en los años posteriores al golpe de Uriburu.

Unos 40 años después, un 15 de abril de 1976 (se conmemoran 35 años dentro de pocos días) un grupo de tareas busca infructuosamente en Munro a su hijo Floreal, militante comunista y delegado textil de la fábrica Tensa. Al no poder capturarlo, ingresan violentamente a la casa de la familia y secuestran al hijo adolescente del mismo nombre, de apenas 15 años, Floreal Avellaneda. El cuerpo del joven Floreal apareció en las costas uruguayas, con señales de haber sido salvajemente torturado y de haber muerto por empalamiento. La madre de Floreal, Iris, también fue secuestrada, detenida y torturada durante los dos años siguientes.

33 años después, en el año 2009, fueron acusados, juzgados y condenados por la comisión de delitos de lesa humanidad: el general Santiago Omar Riveros, a prisión perpetua; el general Fernando Ezequiel Verplaetsen, a 25 años; el general Julio Horacio García, a 18 años; los capitanes Raúl Jarcich y Cesar Fragni, a 8 años de prisión y el comisario Alberto Aneto a 14 años de prisión.

El padre del adolescente Floreal Avellaneda, falleció al año siguiente, el 23 de junio de 2010, 34 años después del golpe. Los militares nunca pudieron saber dónde estaba Floreal Avellaneda aquella noche de abril de 1976. Ni su hijo adolescente ni su esposa jamás revelaron su paradero. Con su muerte, un largo ciclo de impunidad que había comenzado en los años 30, se cerró.

Pero la historia no se detuvo…

El 19 de marzo de 2011, pocos días antes de conmemorarse los 35 años del Golpe militar de 1976, el dirigente de las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Mario Llambías, dijo en un acto en la ciudad de Junín, provincia de Buenos Aires: “hay muchos que quieren remplazar nuestra bandera nacional por un sucio trapo rojo”.

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“Dejaría de hablar del pasado, si no estuviera tan presente”.

Barthélemy Boganda,

héroe de la independencia de la República Centroafricana.


[1] “Las Pirámides de Egipto, construidas por los esclavos hebreos, o el Palacio de Cortés en Cuernavaca, por los indios sometidos” (Löwy, 2007: 2).

[2] Löwy señala que las celebraciones del quinto centenario del Descubrimiento de América fueron manifestaciones típicas de la “empatía con los vencedores” (Löwy, 2007: 3).

[3] Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo, Valencia, Pretextos, 2005, págs. 15-16. Citado por Erice Sebares, 2008: 92.

[4] Baer, A., Holocausto. Recuerdo y representación, Madrid, Losada, 2006, págs. 38-43. Citado por Erice Sebares, 2008: 91.

[5] Citado por Michael Löwy, 2007: 7.

[6] Walter Benjamin, Experiencia y pobreza, en Discursos Interrumpidos, Taurus, Madrid, pág. 168.

[7] Heidegger, Nietzche, Tomo 1, pág. 332.

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