La idea de abandonar una tarea que requiere constancia y esfuerzo se refleja en esta frase que denuncia, además, un momento de flaqueza. El sentido figurado que con frecuencia le damos actualmente se remonta a los romanos primitivos y a algunos pueblos bárbaros. Alude a una confrontación que tenía mucho de Juicio de Dios. Cuando dos individuos se disputaban un bien o un derecho, una ley no escrita establecía que los oponentes debían someterse a una prueba que consistía en pararse espalda contra espalda, con los brazos extendidos a la altura de los hombros. Perdía el pleito quien primero los bajaba. Algo similar ocurría entre aborígenes que poblaban las tierras de lo que hoy es Chile. En su epopeya La Araucana, el español Alonso de Ercilla cuenta que el aspirante a cacique debía sostener con hombros y brazos un pesado tronco todo el tiempo que pudiera. El poeta relata que Caupolicán fue así consagrado entre muchos otros al prolongar su hazaña a lo largo de un día y una noche. La frase ha dejado también huellas en el boxeo. Al vencedor del combate el juez le levanta el brazo. En cambio, quien lo deja caer queda en la lona.
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