Aguda reflexion de Norberto Colominas acerca de la batalla por la construccion del imaginario popular a través de los medios.
Amén de su materialidad, la realidad social es una construcción intelectual, es decir una visión o representación que las personas construyen a partir de los hechos diversos que se producen a su alrededor y de los que tienen noticia. Esto plantea la batalla por la comunicación, ya que los medios son los principales "traductores" de lo real en el imaginario colectivo (en rigor, de una determinada representación de lo real con pretensiones de realidad excluyente).
La deformación de la realidad política y social que hoy producen los medios opositores es el correlato de la deformación del pasado, que en nuestro país construyó una historia monopólica, de clase, y la difundió por todos los medios educativos y comunicacionales a su disposición. Hoy pocas cosas son tan importantes como releer y reescribir la historia en todos los niveles, desde el Billiken hasta la Academia. Nos habilitan doscientos años de mentiras, ocultamientos y deformaciones.
En efecto, la historia oficial es el producto de la política oligárquica de la historia. Del mismo modo, la práctica monopólica de los medios de comunicación vigente hasta ahora tiene su fundamento en aquella política de la historia y constituye, a su vez, una política de construcción de la realidad al servicio de esos intereses específicos, a la vez concentrados y minoritarios, que hoy definimos con la palabra establishment y en el pasado con la palabra oloigarquía. El instrumento para modificar este estado de cosas es la nueva Ley de Servicios Audiovisuales. Con esa herramienta podremos elaborar una comprensión alternativa del presente.
La Ley de Medios le sustrae poder global a la oligarquía bicentenaria. Esto también explica las informaciones falsas y las desinformaciones groseras utilizadas para invalidar lo que antes se neutralizaba o se acallaba con el fusil en la sien. Pero en 1983 los tanques de acero se volatizaron junto con el Partido Militar y desde entonces el establishment defiende su bolsillo con otros tanques, los de papel. Ya en democracia, la corporación mediática ha ocupado el lugar que dejaron vacante las fuerzas armadas. Desde 1983 se viene librando la batalla por la democracia, a secas, pero desde 2003 se viene librando, además, la batalla por la calidad y el alcance social de la democracia.
Porque tres de cada cinco empresas generadoras de empleo son industrias; porque cuatro de cada cinco empresas del país son pymes que sólo venden en el mercado interno; porque en la Argentina las pymes aportan el 75% del empleo. Este país inclusivo y para todos nunca entró en los planes del establishment, ese que derrocó a tantos gobiernos populares, que monopolizó hasta ahora los medios de comunicación y que contó la historia desde el riñón de sus intereses.
Sucesivos golpes de estado al servicio de los monopolios nacionales y extranjeros voltearon gobiernos populares (Yrigoyen, Perón, Frondizi, Illia) y persistentes presiones cargaron en los 80 sobre el gobierno de Alfonsín y ahora sobre los Kirchner, en ambos casos para imposibilitar su consolidación. Es oportuno recordar que, antes de ser derrotados por los tanques, aquellos gobiernos populares fueron debilitados ante la opinión pública por los medios de comunicación. Por eso, una vez puestos a buen recaudo los tanques de acero, el resultado de la batalla por los tanques de papel resultará decisivo. Porque la historia la escriben los vencedores, es cierto, pero la pueden reescribir los pueblos cuando recuperan la soberanía.
En efecto, la historia oficial es el producto de la política oligárquica de la historia. Del mismo modo, la práctica monopólica de los medios de comunicación vigente hasta ahora tiene su fundamento en aquella política de la historia y constituye, a su vez, una política de construcción de la realidad al servicio de esos intereses específicos, a la vez concentrados y minoritarios, que hoy definimos con la palabra establishment y en el pasado con la palabra oloigarquía. El instrumento para modificar este estado de cosas es la nueva Ley de Servicios Audiovisuales. Con esa herramienta podremos elaborar una comprensión alternativa del presente.
La Ley de Medios le sustrae poder global a la oligarquía bicentenaria. Esto también explica las informaciones falsas y las desinformaciones groseras utilizadas para invalidar lo que antes se neutralizaba o se acallaba con el fusil en la sien. Pero en 1983 los tanques de acero se volatizaron junto con el Partido Militar y desde entonces el establishment defiende su bolsillo con otros tanques, los de papel. Ya en democracia, la corporación mediática ha ocupado el lugar que dejaron vacante las fuerzas armadas. Desde 1983 se viene librando la batalla por la democracia, a secas, pero desde 2003 se viene librando, además, la batalla por la calidad y el alcance social de la democracia.
Porque tres de cada cinco empresas generadoras de empleo son industrias; porque cuatro de cada cinco empresas del país son pymes que sólo venden en el mercado interno; porque en la Argentina las pymes aportan el 75% del empleo. Este país inclusivo y para todos nunca entró en los planes del establishment, ese que derrocó a tantos gobiernos populares, que monopolizó hasta ahora los medios de comunicación y que contó la historia desde el riñón de sus intereses.
Sucesivos golpes de estado al servicio de los monopolios nacionales y extranjeros voltearon gobiernos populares (Yrigoyen, Perón, Frondizi, Illia) y persistentes presiones cargaron en los 80 sobre el gobierno de Alfonsín y ahora sobre los Kirchner, en ambos casos para imposibilitar su consolidación. Es oportuno recordar que, antes de ser derrotados por los tanques, aquellos gobiernos populares fueron debilitados ante la opinión pública por los medios de comunicación. Por eso, una vez puestos a buen recaudo los tanques de acero, el resultado de la batalla por los tanques de papel resultará decisivo. Porque la historia la escriben los vencedores, es cierto, pero la pueden reescribir los pueblos cuando recuperan la soberanía.
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