martes, 31 de agosto de 2010

El mito del viento de cola


Trascendente nota de los economistas, y amigos, Enrique Aschieri y Demián Dalle para desenmascarar los argumentos acerca del "viento de cola" como factor de crecimiento, y otras mentiras neoliberales, repetidas por supuestos representantes del pueblo acerca del papel del salario en la economía o los terminos de intercambio.

Hablar de “viento de cola” es un lugar común. Según el mito de la popa, la economía argentina creció desde 2003 gracias a los altos precios recibidos por su tradicional oferta exportable de materias primas agropecuarias. Dice incluso ese análisis que la mejora relativa de la distribución del ingreso fue merced al mercado mundial y a pesar de las políticas nacionales. Sin embargo, los datos de la realidad manifiestan exactamente lo opuesto: el crecimiento conseguido fue pese al mercado mundial y gracias a las decisiones políticas.

El punto requiere considerar el papel de los términos del intercambio con relación al desarrollo. El mundo se caracteriza por capitales en movimiento y gente inmóvil, por salarios altos en el centro y bajos en la periferia. Los salarios no se igualan y la ganancia sí. Esto deriva en una transferencia unilateral de valor -escondida en los precios internacionales- desde los países de bajos salarios hacia los países de altos salarios.

¿La transferencia de valor alienta y bloquea el desarrollo económico de unos de y otros? Ni lo uno ni lo otro. La transferencia no puede por sí misma detener o alentar el desarrollo por la muy sencilla razón de que la ganancia generada por un aumento de los salarios es absorbida por el consumo de los trabajadores. Y la pérdida, entonces, tampoco puede frenar el desarrollo porque resulta en una disminución del consumo de los trabajadores. Mucho menos aún cuando se trata de la renta de los recursos naturales.

La inversión se imbrica con la ganancia y no con los salarios. No obstante, la misma variación de salarios que opera sobre los términos de intercambio y provoca las transferencias de valor obra en paralelo sobre el ritmo de desarrollo, pero directamente y sin pasar por los términos de intercambio. La aceleración o retardo del desarrollo no son efecto de la desigualdad del comercio exterior sino que son efectos de la primera causa común: la disparidad de los salarios.

En los hechos, la exigüidad del mercado impide la llegada de capitales extranjeros a los países de bajos salarios e impulsa a los empresarios nacionales a expatriar capital. Capitales escasos acentúan la presión bajista sobre los salarios, lo que a su vez deja más exangües las oportunidades de inversión. Círculo vicioso: los bajos salarios ahuyentan a las máquinas y la falta de máquinas bloquea el aumento de los salarios.

Sólo una acción deliberada del Estado, por fuera de la rentabilidad de la empresa privada, puede romper el círculo y hacer que se instalen las máquinas. ¿Por qué el Estado y por qué no el empresario privado? Porque el empresario sólo ve el precio inmediato. El Estado, en la medida que exprese adecuadamente el interés social, toma en cuenta los precios a los que se quiere llegar. Y esto no tiene nada que ver con un “Estado empresario”.

¿Qué pasa cuando el Estado no expresa cabalmente el interés social? La experiencia mundial es aleccionadora. Al menos en las últimas tres décadas la desigualdad global ha sido explicada en términos de crecimiento económico, cambios demográficos, problemas con la democracia, dualismo. Estos enfoques ignoran que el diferencial de desarrollo entre las naciones está relacionado con, o tiene efectos sobre la distribución del ingreso en el interior de un país periférico.

Pero los datos confirman que si la periferia crece -producto, como ahora, de los altos precios internacionales- lo hace a costa de aumentar la desigualdad interna en los países que la conforman. Así, la desigualdad global impulsa la desigualdad entre las personas de un país o de los países pobres y hace crecer desigualmente a los países. El sistema global actúa como totalidad.

Esto quiere decir, nada más y nada menos, que en el caso argentino fue la mano visible del timonel la que corrigió a favor el rumbo de una tendencia mundial en contra. El viento de cola nos hubiera dejado en el desierto. Que éste tenga yuyos ricos y vaquitas gordas en lugar de arena, beduinos, camellos y mucho petróleo es apenas un detalle.

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