lunes, 28 de septiembre de 2020

Raúl Alfonsin, la UCR y el Neoliberalismo

    En la funesta década del 90, casi en soledad, Raúl Alfonsín enfrentó con firmeza y fundamento al neoliberalismo, cuando en el mundo campeaba la “revolución conservadora” de Thatcher y Reagan, cuyas semillas fueron sembradas en nuestra tierra por la dictadura, germinaron con el menemismo y florecieron con el macrismo.

    Me distinguió con su afecto, continuidad de la tumultuosa amistad que lo ligó a mi padre, y pese a la dura crítica que como político formulé durante su presidencia a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida o al giro económico de la economía de guerra.

    Ya en el llano, y hasta su muerte, siguieron muchas horas de reflexión política en su departamento de la calle Santa Fe, que también fueron de constructivo intercambio entre su krausismo con impronta socialdemócrata y mi marxismo.

        Era un período difícil para el ex presidente, cercado por los agravios del menemismo, al que la prensa hegemónica sumó un implacable silenciamiento, salvo para ofenderlo o calumniarlo.

    A ese coro se unieron -por oportunismo o convicción- no pocos dirigentes de la UCR que crecieron a su sombra, los que entonces contribuyeron a un lacerante aislamiento, y hoy malversan su legado desde las filas de Juntos por el Cambio (JxC), principal expresión de una ideología y una práctica que condenó explícitamente.

    Seguramente en ellos pensaba el fundador de Renovación y Cambio cuando en 1996, desde el prólogo de su libro “Democracia y consenso”, se propuso “…enaltecer la lucha de la UCR a favor de los principios del Estado de Bienestar y propiciar en su seno una actitud firme y sistemática contra las postulaciones del neoconservadorismo, evitando cualquier forma de seducción que la saque de su cauce”.

    En marzo de 2015, cuando la Convención Nacional aprobó en Gualeguaychú su alianza con la derecha del PRO, se concretó la temida seducción del régimen conservador. La UCR no se rompió entónces, se dobló y apartó del cauce reivindicado por Alfonsín, de su proclamado compromiso con los desposeídos.

    De este modo, el centenario partido dio base territorial e institucional a un núcleo municipal, para coprotagonizar un gobierno que, como dijera el ex presidente acerca de las administraciones neoliberales, son “la contrafigura de la democracia basada en la solidaridad, la participación y la búsqueda de la igualdad. Parte(n) de una filosofía del cinismo que genera resignación; propone(n) una democracia elitista que desalienta la participación y la búsqueda de la igualdad, se apoya(n) en una concepción del Estado mínimo, que solo debe ocuparse de la seguridad; se asienta(n) sobre una idea económica que confunde la libertad individual con el mercado libre; reprueba el gasto social, por injusto, fútil y peligroso; impulsa(n) una educación socialmente discriminatoria que conspira contra la movilidad social y, finalmente acepta(n) la manipulación de la opinión pública, como única forma de viabilizar políticas regresivas”.

    En los meses que lleva en la oposición, esa cúpula partidaria se muestra lejos de rectificar y tomar distancia de las peores expresiones de este pensamiento. Por el contrario, se ha impregnado de sus raíces ideológicas para fundamentar el bloqueo de todas las iniciativas gubernamentales.

    ¿Que tienen que ver las vacilaciones de la dirigencia radical frente al golpe en Bolivia, o el irracional temor que siembran en relación a Cuba, con la política exterior de Alfonsín, con su rechazo del bloqueo a la isla y la defensa de la autodeterminación de los pueblos? Mucho menos se inspiran en su respuesta al un ex presidente estadounidense en 1985, cuando en los jardines de la Casa Blanca dejó de lado su discurso para rechazar las políticas de ajuste y cualquier injerencia militar en el continente, luego que Regan (con similar lenguaje al que ahora usan Trump o Cambiemos para referirse a Venezuela) exigió una postura intervencionista contra “la tiranía comunista impuesta en Nicaragua”.

    Para la cúpula de la UCR el intento de salvataje de la cerealera Vicentin, cuyos dueños expropiaron a miles de productores y al Estado con su estafa, fue una violación de la propiedad privada. Una medida “confiscatoria” dijeron, el mismo término que usara Guillermo Alchourron, un 13 de agosto de 1988 en la Sociedad Rural, para condenar la política agropecuaria del ex presidente, quien les recordó a los que lo abucheaban que “se han quedado en silencio cuando han venido acá a hablar en representación de la dictadura. Y son también los que se han equivocado y han aplaudido a quienes han venido a destruir la producción agraria argentina. No son los productores agropecuarios”.

    La UCR se une al hipócrita y desestabilizador festival reaccionario acerca de la corrupción. Muta de víctima en victimaria, para reiterar el escenario montado contra la gestión radical en el inicio de la recuperación democrática. Entonces, en abril de 1987, Alfonsín le cerró la boca de monseñor Medina, el vicario castrense que acusó a su gobierno “coimas” y “negociados, imputación que sería retomada por la prensa hegemónica y el propio Carlos Menem: con su habitual descaro lo consideró “el gobierno más corrupto de la historia”.

        Esta conducción se suma genuflexa al rechazo corporativo a la declaración de servicio público esencial del sistema de comunicaciones digital, al proyecto de aporte extraordinario de las grandes fortunas, a cualquier control de precios o regulación estatal. Se pliegan a la cantinela neoliberal en lugar de compartir las definiciones del líder radical, para quien “…el mercado requiere ser regulado para evitar deformaciones tales como monopolios y oligopolios y que además el Estado no puede abandonar su papel redistribuidor, ya que el mercado aumenta la brecha entre el rico y el pobre”.

    Corren solícitos en defensa de los multimillonarios negocios del grupo Clarín, al que el ex presidente frenó temporalmente en su avanzada hegemónica y de cuyo diario insignia advertía que “…se especializa en titular de manera definida, como si realmente quisiera hacerle caer la fe y la esperanza al pueblo argentino”, o del que Cesar Jaroslavsky, añadiera que “ataca como partido político y, si uno le contesta, se defiende con la libertad de prensa”.

    La cúpula radical repite, con los monopolios mediáticos, que las regulaciones ponen en peligro la libertad a la que hacía referencia el ex jefe del bloque de diputados de la UCR, pero omiten que para Alfonsín eran necesarias para frenar la expansión de las posiciones dominantes en el sector: “…el correlato insustituible de la libertad de prensa es el igualmente importante derecho del pueblo a una correcta información y al acceso igualitario a todas las opiniones en los medios de comunicación. Dicho de otro modo, el fundamento de la libertad de prensa es doble: debe garantizar la libertad de expresión y resguardar el derecho a la información y el pluralismo”, prevenía.

    Poco tiene que ver la advertencia sobre “Una oposición que intentara la anulación del gobierno se alejaría de las reglas de juego del sistema democrático con el bloqueo de JxC al debate en Diputados, incluida su impugnación judicial a una sesión parlamentaria, nunca tan brutalmente expresada como por el senador Luis Naidenoff, quien directamente promovió la intromisión de la Corte Suprema en caso sancionarse un proyecto del poder Ejecutivo.

    Sus parlamentarios traban el proyecto de reformas al fuero federal con argumentos que van desde una búsqueda de impunidad (que no logran ubicar concretamente en ningún artículo) hasta lo “inoportuno” de reformas parciales “en momentos de crisis como la que atravesamos”, pasando por lamentar “nuevos temas de discrepancias y de divisiones entre los argentinos”. Sugerente, los entrecomillados pertenecen a (algunos de) los cuestionamientos formulados al pluralista Consejo de Consolidación de la Democracia que Alfonsín impulsó en 1985, con un objetivo mucho más ambicioso, y en tiempos aún más difíciles: la reforma de la Constitución Nacional.

   ¿Con que autoridad hablan de la democracia, la república y la libertad, dibujando una imagen recortada y pasteurizada del ideario de Raúl Alfonsín?

    Democracia -escribió el fallecido líder radical- es vigencia de la libertad y los derechos, pero también existencia de igualdad de oportunidades y distribución equitativa de la riqueza, los beneficios y las cargas sociales: tenemos libertad, pero nos falta la igualdad. Tenemos una democracia real, tangible, pero coja e incompleta y, por lo tanto, insatisfactoria: es una democracia que no ha cumplido aún con algunos de sus principios fundamentales, que no ha construido aun un piso sólido que albergue e incluya a los desamparados y excluidos”.

      Raúl Alfonsín jamás concibió la democracia, la república o la libertad en abstracto, sino que batalló con aciertos y errores por la República Democrática y la Democracia Social.

    Su convicción de que “Con la democracia se come, se cura, se educa” mantiene absoluta vigencia, a contramano de la prédica neoliberal, e incluso la de algunos que levantan de manera miope y excluyente las banderas de lo nacional y popular.

    Porque fueron y son tareas pendientes, porque todavía la República Argentina no es una República Democrática, porque no lo será mientras no coman, se curen y eduquen todos los argentinos.


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