Yo fui de la Fede durante los años duros de la dictadura. Yo estudiaba en la facultad más politizada en la era más despolitizada de nuestra historia: la facultad de Filosofía y Letras a finales de los 70. Yo me crucé, antes de afiliarme, con escasos militantes que se atrevían a hablar: el primero que me encaró tuvo mi fidelidad y mi militancia. Fue un chico alto, rubio y de rulos. En ese entonces, antes de entrar a la Fede, seguía atenta lo que sucedía en el país a través de la lectura del Buenos Aires Herald. No tenía una familia que hubiese militado, ni amigos ni amigas ni vecinos. Mi entorno más bien se inclinaba por “el algo habrán hecho”.
La resistencia universitaria estuvo compuesta por un sólido tronco comunista, sí nosotros los de la Fede, los troskos, algunos tapados de la jotapé y nada más. No había radicales, el PI llegó sobre el fin de la guerra de Malvinas junto a todos los demás, cuando ya no había peligro. Yo los consideré cobardes y oportunistas. En las trincheras del miedo estábamos nosotros, el secreto mejor guardado de los años K, nosotros hicimos nuestra propia década ganada en la lucha oscura mientras los compañeros de todos los partidos que habían resistido eran chupados en centros clandestinos. Secretos en rojo viene a contar ese agujero negro por el que injustamente se ocultan mis años más intensos de militancia. Yo le gané a la dictadura, lo puedo decir. Le gané desde la Federación Juvenil Comunista que se hizo presente en cada acto de resistencia concreta. Me recuerdo atacando ingenuamente con bombas de mal olor a Kissinger, asistiendo en primera fila con una remera a rayas a la primera marcha estudiantil contra la dictadura que salió de la Facultad de Ciencias Económicas y llegó al Palacio Pizurno y fue reventada a palos por la cana. No había nadie más. Ninguna otra alma que no fuese roja.
Desde dentro me opuse a la alianza cívico militar, al apoyo a la guerra de Malvinas, a legalizar el partido dando mi nombre para que pudiera ir a elecciones en 1983. A mí me echaron de la Fede apenas empezó la democracia porque sospechaban que era una infiltrada y por todo lo demás. Los rojos se volvieron rosados. Les perdí el respeto y empecé a predicar que la patria es mi cuerpo. Sin embargo y con todo, considero que es tiempo de revelar que allí estuvimos los rojos, los comunistas defensores absurdos de la URSS y de Cuba, nosotros solos con unos pocos otros. Yo lo sé porque estuve y me echaron a patadas en el culo. Alberto Nadra jamás dejó de saludarme y apreciarme aún en nuestras diferencias.
Destaco su libro porque pone en valor mis años de juventud y resistencia, los míos y los de una generación que sobrevivió y luchó cantando la internacional y pintando martillos y hoces cuando era un delito.
Secretos en rojo sangre, no secretos en rojo vergüenza. La vergüenza es el silencio sin adjetivos, un sustantivo oprobioso que no quiero permitir.
Cristina Civale, periodista, guionista y directora cinematográfica, y escritora (Chica fácil, Hijos de mala madre, Adiós América, Perra Virtual, entre otros).
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