Anoche, a las 20 horas de la Argentina, falleció Elsa
Sánchez, mujer ejemplar, luchadora sin
pausa, heroica ante la adversidad y el crimen brutal de su esposo, Héctor
Oesterheld, y sus cuatro hijas.
Hace casi 12 años tuve la enorme emoción de recibir
de sus manos el Premio Héctor Oesterheld
2003, de sentir la ternura de su abrazo, de quererla un poco más; de
imaginar que –tal vez—me compartía un instante junto a Héctor, Estela, Diana,
Beatriz y Marina.
Creo que cualquier texto que escriba, con la mejor intención,
le quedará chico, muy chico. Prefiero que hable ella, como lo hizo Daniel Enzetti, en una nota y reportaje
publicado en Tiempo Argentino, el 13
de febrero de 2011.
En un año los militares hicieron desaparecer a Héctor Oesterheld, su
compañero de toda la vida creador de El
Eternauta, y a sus cuatro hijas. Pero Elsa nunca contó la tragedia hasta
hoy, 35 años después, contagiada por “la fuerza de Cristina” y por la “esperanza
que me despierta este momento”.
Hace más de tres décadas que le cuesta referirse a sus hijas. En la
charla, cada vez que sale el tema las llama “las chicas”. A las cuatro, todas
secuestradas y asesinadas por la dictadura en el término de un año, en la época
en que también las bandas armadas hicieron desaparecer a su marido. El que
inventó a Juan Salvo, el mismo que hoy aparece en los afiches de la juventud
kirchnerista emulando a un “Néstor que vive”.
Los copos que matan en la historieta bien podrían ser hoy para Elsa la
oposición, plagada de “brutos e ignorantes”. A Elsa le gusta ese juego, y ahora
habla de todo lo que no habló en 35 años. De su acercamiento tardío –pero no
tanto– al peronismo, de Eva como la que “empezó la verdadera transformación”,
de Cristina como “la mujer increíble, y por la que tenemos que jugarnos para
que el proyecto continúe”, de los criminales viejitos y débiles que mendigan
prisión domiciliaria, de la fuerza de la juventud, de los dos nietos que le
robaron y que todavía busca.
Y de que, a pesar de haberse sentido muerta, hoy tiene esperanza, como dijo en el homenaje que le hicieron en la reciente Feria del Libro de Frankfurt.
Y de que, a pesar de haberse sentido muerta, hoy tiene esperanza, como dijo en el homenaje que le hicieron en la reciente Feria del Libro de Frankfurt.
Elsa habla de todo eso.
– ¿Por qué ahora?
–Porque el momento actual está lleno de dificultades a causa de la maldad
de la oposición, llena de brutos e ignorantes. Y entonces, frente a ese
panorama, hay que salir y recordar lo que pasó en la Argentina, y apoyarla a
Cristina en todo lo que podamos. Me preocupa el clima que se vive, pero tengo
confianza porque la gente que la acompaña es la misma que estaba con Néstor. Es
increíble que algunos no quieran reconocer lo que hizo ese hombre. Lo
menosprecian y le dicen “cabeza dura”. ¿Sabés lo que creo?, que presentía su
muerte, y quiso aprovechar hasta el último minuto de vida para hacer cosas valiosas
por el país. Estirar el tiempo que le quedaba, para darle al pueblo lo mejor. Y
hablo también porque tengo confianza en la reacción de la gente, en esos
millones que no tienen voz y que hoy saben que las cosas están cambiando para
mejor. Este país estaba destruido, destruido por la dictadura, por la
violencia, por los modelos que lo condenaron a la miseria, y en este tiempo
trata de salir adelante. Volviendo a la pregunta, no quise hablar durante
muchos años porque no me gustaba referirme a mi vida personal ni a la tragedia.
Ahora lo soporto más, pero durante los primeros tiempos fue todo muy difícil.
No creía en nada ni en nadie.
–La desaparición de
sus cuatro hijas, y después la de Héctor, fueron ocurriendo durante casi un
año. ¿De qué manera iba reaccionando? Era como que un nuevo golpe no permitía
nunca procesar el anterior.
–Exacto, el drama no me daba margen. Estaba paralizada y sentía que mi
vida iba a terminar; o provocaba ese fin o me moría de tristeza. No quería
salir de mi casa, me costaba reunirme con gente, pero los que me dieron fuerza
fueron mis nietos, y acercarme a Abuelas
por consejo de Adolfo Pérez Esquivel. Para colmo, uno le tenía que sumar a sus
problemas lo que le pasaba a los demás: yo viví de cerca la desaparición de
Azucena (Villaflor), la de las monjas francesas, el secuestro de amigos
cercanos, de compañeros de las nenas…
Elsa con Cristina |
–¿Cuándo se
conocieron con Héctor?
–En 1945, yo tenía 17 años y él 24. Fue en el Club Arquitectura, de Vicente López. Era un libre pensador de
izquierda, con una inteligencia abrumadora, y venía de una familia de buena
situación, con un abuelo alemán ganadero dueño de una gran fortuna que después
perdió. Cuando terminó la Guerra Civil
Española, Héctor recibió acá a muchos amigos que habían escapado a la
Argentina corridos por los franquistas. En cambio, nosotros estábamos en “la
otra vereda”. Mis padres eran muy humildes, casi analfabetos, y encima mamá
tuvo que sobrellevar que mi hermana mayor muriera de una hepatitis infecciosa
cuando yo tenía 12 años. Los dos quedaron derrumbados, pero yo reaccioné
llevándome el mundo por delante, con un temperamento bastante fuerte y una
voluntad enorme. Me parece que ya se me notaba la capacidad para soportar los
golpes que después me dio la dictadura. Lo extraño fue que a pesar de su
condición social, mamá era una intelectual sin saberlo: ni siquiera teníamos
radio, y sin embargo tocaba el piano maravillosamente y escuchaba música
clásica todo el día.
–Se casaron en 1947,
cuando el peronismo arrancó con su período más próspero y transformador. ¿Qué
significó eso para ustedes?
–Mucho, porque se puede decir que los dos llegamos al peronismo después,
pero no tarde como para no darnos cuenta de lo importante que fue y es para la
historia de esta nación. Mi referente es Evita, no le veo contras. La
comprendo, porque esa mujer debe haber aguantado tanto sufrimiento por su
dignidad herida, que después hizo lo que hizo. Es mi reflejo, las mujeres somos
lo que somos gracias a ella. Lástima que lo supe tarde, porque cuando ella
apareció yo era grande, vivía en mi mundo, de casada, en mi casa, loca por las
nenas. Pero bueno, siempre hay tiempo para cambiar y replantearse cosas. Eva
fue la que empezó a cambiar este país, un cambio que estamos sintiendo ahora.
–Imagino que a
Oesterheld lo miraban de una manera extraña. Geólogo brillante que hablaba
varios idiomas, pero escritor de géneros “menores” como la historieta y los
cuentos para chicos.
–Es verdad, Héctor era un tipo raro, especial. Introvertido, leía las 24
horas, científico nato. Cuando me contó lo de las historietas le dije que me
divorciaba (sonríe), que cómo un hombre como él se iba a dedicar a “eso”, y
para colmo firmando con pseudónimo. Pero la verdad es que era tan bueno que las
editoriales más importantes, como Abril o el grupo de italianos de Alberto
Ongaro, por ejemplo, se lo disputaban permanentemente. Héctor para ellos era
una solución porque hacía todo bien: escribía, hacía guiones excelentes,
traducía. Fue la época de la revista Gatito,
cuando conocimos a María Elena Walsh. Lo de las miradas extrañas es así. La
gente debía pensar “pero este tipo no trabaja nunca, vive de rentas”. Estaba en
casa todo el día, con las nenas, paseando por el jardín. En el jardín creaba,
era como su musa.
–La famosa foto de la
familia sentada en el parque. ¿Dónde fue eso, y en qué momento?
–A principios de los ’60, fue la etapa más feliz de mi vida. Te cuento una anécdota: la casa está frente a la estación de Béccar, y el que la compró era un fanático de El Eternauta que nunca se había enterado de que allí vivíamos nosotros. No lo podía creer cuando se lo dijeron. También fue el lugar en donde las chicas empezaron a abrirse a toda la cuestión social.
–A principios de los ’60, fue la etapa más feliz de mi vida. Te cuento una anécdota: la casa está frente a la estación de Béccar, y el que la compró era un fanático de El Eternauta que nunca se había enterado de que allí vivíamos nosotros. No lo podía creer cuando se lo dijeron. También fue el lugar en donde las chicas empezaron a abrirse a toda la cuestión social.
– ¿Por qué?
–Porque entraron a un colegio inglés donde tomaron contacto con otras
realidades del mundo, y eso les sirvió para formarse políticamente. Dejaron el
colegio cuando no pudimos seguir pagándolo, pero la cabeza ya les había
cambiado. Tomé bien el hecho de que empezaran a militar, porque coincidió con
mi acercamiento al peronismo. Pero lo que me daba miedo era que todo se estaba
haciendo muy violento. Y lo que vino después fue una canallada feroz. El mismo
Perón, con su final absurdo, terminó matando a todo el mundo. La Triple A, José López Rega, con el que
había estado en España, eso fue una barbaridad. Yo ya presentía lo de la
dictadura. Se sabía por todos los chicos que agarraban antes del golpe y me
daba terror cada vez que hablaban de “bolches” y “judíos”.
–¿Quiere hablar de las chicas?
Los personajes de Oesterheld reclaman por su aparición. Un grito que recorrió el mundo. |
–Es difícil porque nunca lo hice (Elsa queda algunos segundos callada).
Las nenas eran cuatro personajes excepcionales. Estela era la mayor, la que
conocí más grande. Al margen de su hermosura y sus ojos increíbles, me
resultaba impresionante lo que esa criatura transmitía con su presencia. Diana
era un calco mío. Se casó con un excelente muchacho de familia humilde y
decidieron ir a vivir a Tucumán, donde desapareció embarazada de su segundo
hijo. Tenía una entrega total, y era como que sabía el peligro que se venía.
Beatriz era alegre, siempre estaba haciendo cosas. El día que se la llevaron me
propuso encontrarnos en un bar de Martínez, para decirme que dejaría la
militancia y se dedicaría a la medicina, pero con una aclaración: “Mami, no
quiero ser una doctorcita de consultorio. Me voy a instalar en la selva, como
el Che, o en los barrios, donde la gente necesite ayuda de verdad.” Yo le
contesté que estaba bien, que eso la engrandecía. No estaba casada pero tampoco
vivía con nosotros, y no quería venir porque de esa manera corríamos peligro
todos. Yo estaba desesperada, morí en vida cuando empezaron los problemas, y
sabía que estaban decididos a liquidar a todo el mundo. Ese día la
secuestraron, y su cuerpo fue el único que recibí de los cuatro. Marina fue la
que menos conocí, introvertida como el padre, la más chica, la última que entró
a la militancia. A todo esto hay que agregar lo de Héctor, que cayó en el medio
de la tragedia. Estaba afuera del país y seguro esperaban matar a las chicas
para que él volviera. Los asesinos estaban interesados en él, les importaba más
que sus hijas, porque no tenía ni pies ni cabeza la manera en que las
asesinaron.
–¿Cómo se reacciona
frente a los criminales después de tanto tiempo?
–Con la tranquilidad de que nosotros somos los que reclamamos justicia y
ellos no tienen ni siquiera la valentía de mirarnos a los ojos. Encima, se
hacen los viejitos dolientes que piden prisión domiciliaria. Yo también soy
mayor, y ningún asesino sufrió lo que soporté en mi vida. Nada se parece a la
desaparición o a la muerte repentina de un hijo. Y sigo por ellas, por las
chicas, y por los dos nietos que todavía estoy buscando, de los embarazos de
Marina y de Diana. Pero hoy me siento bien, con ganas de dar una mano en este
proyecto nacional que encabeza Cristina, donde los jóvenes irrumpen con una
fuerza maravillosa. La juventud está dando vuelta este país; nosotros
acompañamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario