El miedo a la victoria es el miedo a enfrentar la realidad como ella es y no como nos gustaría que fuera o como un día fue. |
En estos tiempos donde se la dice izquierda tanto a la seudoizquierda de partidos profundamente perjudiciales para los intereses de los trabajadores, como el PO, o internacionalmente a la socialdemocracia, ahora descarnadamente neoliberal, que viene traicionando al ideal socialista desde la época de Marx y Lénin, es útil incorporar a estos aportes de Emir Sader, útiles aunque lejos de cerrar una reflexión, y un replanteo teórico que apenas comienza.
A lo largo de muchos años, la izquierda –en sus múltiples variantes– resistió a la avalancha aparentemente imparable del neoliberalismo. Defendió los derechos de las personas, denunció su expropiación por los gobiernos y movilizó a los afectados. Cumplió, a fin de cuentas, con el rol histórico de la resistencia popular como función clásica de la izquierda.Hasta que los fracasos del modelo económico neoliberal situó a la izquierda ante el dilema de atreverse a ganar o tener miedo a hacerlo. El rol de la izquierda testimonial es más cómodo: garante de los argumentos y de la coherencia, se duerme en los laureles. Se pierde, pero se mantiene en las posiciones históricas de la izquierda. Otra vez será. O nunca.
El miedo a la victoria es el miedo a enfrentar la realidad como ella es y no como nos gustaría que fuera o como un día fue. Es encarar las herencias dejadas por los gobiernos tradicionales —especialmente las más crueles, las de los gobiernos neoliberales—. Es no poder entregarse a la construcción inmediata de los sueños, sino rescatar a los sectores más olvidados, recomponer estructuras de gobiernos desechas y negociar acuerdos que permitan ser mayoría parlamentaria. En resumen, tener el coraje de agarrar la realidad por los pelos, manipularla para que derive en una sociedad menos injusta, más solidaria, democrática y pluralista.
Partir de esa herencia maldita y transformar los ejes que la articulan y que dieron lugar a la precarización de las relaciones de trabajo, el consumismo, el egoísmo, la lógica de los centros comerciales, la violencia, el narcotráfico y la intolerancia.
Los gobiernos posneoliberales en América Latina han tenido ese coraje de priorizar la atención a los olvidados socialmente, opción más que justa en el continente más desigual del mundo, en el continente que tuvo más gobiernos posneoliberales y los más radicales. Opción que probablemente tenga que ser hecha por todos los gobiernos que triunfen después de la devastación de derechos llevada a cabo por el neoliberalismo.
En Europa, continente que ha tenido el más generoso Estado de bienestar social y que sufre su final en manos de los gobiernos de la austeridad, las fuerzas —como ha sucedido en Grecia— que triunfen electoralmente, van a tener, además, que enfrentarse a toda la correlación europea de fuerzas, centradas en las políticas de ajuste, dispuestas a impedir cualquier alternativa. Van a tener que generar la correlación de fuerzas que cree sus espacios de maniobra para poder adquirir soberanía sobre sus destinos.
Se trata, como se ha hecho en América Latina, de establecer alianzas para producir mayorías institucionales que hagan posibles políticas sociales y no de ajuste fiscal; políticas que prioricen los tratados de integración regional frente a los de libre comercio con los EEUU y que antepongan el rescate del Estado frente a la centralidad del mercado; políticas que sean capaces de quebrar la hegemonía del capital especulativo, que democraticen los medios de comunicación y que pongan en marcha reformas tributarias socialmente justas.
Hay que tener el coraje de correr los riesgos de hacer la travesía entre la herencia neoliberal y los gobiernos antineoliberales. Esos son los desafíos de las izquierdas del siglo XXI. Ganar para transformar democraticamente a nuestras sociedades.
*Emir Sader. Nació en San Pablo en 1943. Estudió filosofía en la Universidad de San Pablo, donde es profesor en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas. Es además periodista y sociólogo, secretario general del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y coordinador general del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Río de Janeiro
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