jueves, 29 de abril de 2010

Mayo de 1810: dos respuestas a J. P. Feinmann


El cientifico Israel Lotersztain y el periodista Norberto Colominas responden una nota de José Pablo Feinmann acerca de Mayo de 1810, publicada en contratapa de Página/12 el 18 de abril pasado. Se extiende, pero vale la pena.

La Columna de Feinmann

Cómo se conquistó el pacto neocolonial

Alguien tan inteligente como el marxista peruano José Carlos Mariátegui –un marxista como no hemos tenido ni uno aquí salvo Milcíades Peña, pero mucho después– jamás consideró que humillaba a su patria (Perú) ni a la entera América latina por considerar que: “Enfocada sobre el plano de la historia mundial, la independencia sudamericana se presenta decidida por las necesidades del desarrollo de la civilización occidental o, mejor dicho, capitalista” (José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Ediciones El Andariego, Buenos Aires, 2005, p. 16). Y añade: “Mr. Canning, traductor y ejecutor fiel del interés de Inglaterra, consagraba (...) el derecho de estos pueblos a separarse de España y, anexamente, a organizarse republicana y democráticamente. A Mr. Canning, de otro lado, se habían adelantado prácticamente los banqueros de Londres que, con sus préstamos –no por usurarios menos oportunos y eficaces–, habían financiado la fundación de las nuevas repúblicas” (Ibid., p. 17). Pero hay quienes afirman que la Revolución de Mayo (a diferencia de las otras de América) tomó el espíritu de las Juntas populares españoles que luchaban contra la España absolutista, hasta 1810. Luego los ejércitos de Bonaparte las borraron del mapa. Pero la Junta de Buenos Aires sería hija de ese espíritu que encarnaron las Juntas Populares. Incluso se llega a afirmar que Cornelio Saavedra (que es el villano de nuestra revolución) no se proponía, como Moreno y sus compañeros: que eran básicamente dos, Castelli y Belgrano, cambiar el orden social establecido, sino cambiar simplemente de virrey. Corrijamos esto: no se puede comparar a las Juntas Populares de la España rebelde, popular y antibonapartista con la mera, individual, Junta de Mayo, que proponía un Ejecutivo mínimo y quedó descalabrada no bien ese Ejecutivo se amplió. Por otra parte, la Junta de Mayo nunca fue popular ni tenía cómo serlo. Moreno, que deseaba ser Robespierre, carecía de una burguesía revolucionaria. Tenía a unos tenderos, a unos mercaderes del puerto que deseaban importar mercancías del exterior e introducirlas en el país. Y a unos terratenientes que buscaban mercados externos donde vender su trigo y sus vacas. De aquí que estuvieran en contra de España. Sólo porque no querían esclavizarse a un mercado único, sino vender a otros. Sobre todo al resto de Europa, que era, para ellos, la verdadera Europa. San Martín llega al país en una nave que lleva por nombre George Canning. Los brillantes intelectuales de la generación del ’37 proponen cambiar el español por el francés. Sarmiento en Recuerdos de provincia, escribe que 500 años de dominio “terrífico” de la Inquisición se teme que hayan achicado el cerebro español. En sus Viajes: “He estado en Europa y España”. Todo está claro: las revoluciones de América del Sur tuvieron como objeto salir del dominio español (algo que lograron con batallas tan heroicas como las de Maipú y Ayacucho) y tener la libertad de formar parte del desarrollo del occidente capitalista. Cito (para que no se enojen sólo conmigo los que imaginan a un Moreno y a un Castelli prefigurando a un Ernesto Guevara) a Milcíades Peña: “La llamada ‘revolución’ tuvo un carácter esencialmente político. Lo que Mariátegui observó en Perú vale para toda América latina: La revolución no representó el advenimiento de una nueva clase dirigente, no correspondió a una transformación de la estructura económica y social” (Milcíades Peña, Antes de Mayo, Ediciones Fichas, 1970, p. 76). Alberdi, José Luis Busaniche, el entrañable y riguroso Salvador Ferla, el biógrafo de Moreno Boleslao Lewin y muchos otros.

Pero deseo agregar un par de elementos fundamentales. Dejo de lado los pasajes del Plan de Operaciones en que Moreno sugiere entregar la isla de Martín García a Inglaterra para que nos proteja o sus exultaciones sanguinarias (típicamente jacobinas) o sus elogios a la delación. Vamos a otra cosa. Moreno no tenía lo que tuvo Robespierre: una burguesía revolucionaria. Por consiguiente, todas sus brillantes ideas revolucionarias (la expropiación de las grandes fortunas, por citar una) giraban en el vacío. Tampoco era heredero de las Juntas españolas porque su Junta era una y no tenía arraigo popular. Esta figura que dibuja Moreno (la del ideólogo revolucionario sin clase social que en que apoyarse) será también la de Lenin: el revolucionario socialista sin proletariado urbano. Lenin tenía un problema muy simple: si quería hacer la revolución siguiendo las indicaciones de El Capital tenía que esperar 50 años. Que la burguesía se desarrollara y diera origen al proletariado revolucionario. Jamás. Ideó la teoría de la vanguardia. Una élite de intelectuales (que conocían las leyes del desarrollo histórico) formarían un partido de vanguardia y entregarían al proletariado la “ideología revolucionaria” evitando así el pasaje por la etapa capitalista. Esa sería la “dictadura del proletariado”, pero dirigida por una vanguardia que ejercería una tutela ideológica sobre ese proletariado modelando su conciencia revolucionaria y ahorrándole el pasaje por el infierno de la etapa capitalista. Todo esto tenía que terminar mal. El Partido de Vanguardia se convierte en Partido de la Burocracia. La teoría revolucionaria en dogma. El Partido elige a un líder. El líder se transforma en dictador y da inicio a la etapa del culto a la personalidad. Lenin no vio esto porque se había muerto, pero el diagrama le pertenece. Moreno razonaba de un modo similar. No tenemos una clase social que nos apoye. No importa: la vanguardia hará la revolución. Escribe en el Plan de Operaciones: “Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice” (La cita está en Filosofía y Nación, difícil de conseguir en estos momentos pero en breve saldrá una edición nueva). Esta frase la ha dicho el numen, la deidad inaugural del periodismo argentino. Hoy, más que nunca, nuestro periodismo cree en ella y trata de ejercerla. (Cada vez, creo, con menos eficacia: las reiteraciones terminan por volverse cruelmente en contra de los reiteradores ante el aburrimiento de los que las reciben pasivamente hasta que advierten que si “mil repeticiones hacen una verdad”, como decía Goebbels, dos mil despiertan la sospecha del engaño.) Pero la ausencia de masas en su proyecto, la ausencia de una clase social poderosa que lo apoye determina su derrota. Cuando escribí el capítulo sobre La Razón Iluminista y la Revolución de Mayo en Filosofía y Nación corría el año 1975. Día a día, en medio de un reflujo de masas más que evidente, la Orga de los Montoneros se había trenzado en una lucha a muerte con las bandas de la Triple A. Fue escrito contra la práctica vanguardista y fierrera de los montos. Ese fue el disparador. Me apoyé centralmente en Ferla, pero esperaba –si en algún momento retornaba la posibilidad de discutir estos temas– exhibirle al vanguardismo montonero sus similitudes con la soberbia morenista. Me dediqué entonces a garabatear algunas consignas morenistas inspiradas en las de la Orga de Firmenich y los suyos. Algunas –además de divertidas– son seriamente conceptuales: Que se sepa/ Que se sepa/ Castelli se curó/ pa’ decirle a los gorilas/ la puta que los parió. O también: ¡Guillotina! ¡Guillotina!/ Para los hijos de puta/ que vendieron la Argentina. O si no: Con Moreno en el alma/ Castelli en el corazón/ Haremos de l’Argentina/ La gran patria jacobina. O por qué no: Si Moreno viviera/ Sería conducción/ Sería lucha armada/ Para la liberación. Aunque: ¿le cedería Firmenich la conducción a Moreno? Una más: Mayo argentino/ Mayo morenero/ Mayo argentino/ Mayo montonero. Otra: Liniers, Liniers/ Gallego y franchute/ Te quisiste rebelar/ Moreno y Castelli/ Te hicieron recagar. Y la última: Si Evita viviera/ sería morenera.


En suma, las “revoluciones” de América latina lo fueron –por completo– respecto de España. Había que expulsar a los godos de un continente que deseaba entrar en la modernidad capitalista. Desde esta perspectiva, la lucha fue a muerte y fue triunfal: el poder español se retiró. Fue derrotado –por el glorioso general Sucre en 1824 en la batalla de Ayacucho– el poder colonial al que estábamos sometidos. Se inicia, a partir de ahí, el pacto neocolonial. América latina se transforma en un continente de monocultivo para cubrir a bajos precios las necesidades de las industrias británicas. Inglaterra, taller del mundo, nos dará todas las mercancías que necesitemos. Pero esa es otra historia. Y no disminuye la grandeza de San Martín, que acaso vino al Plata en la corbeta George Canning para llevar a cabo esa y sólo esa tarea: echar a los godos, derrotar el atraso, abrir las puertas de la modernidad occidental. Acaso en Guayaquil –si Bolívar le confío sus sueños sobre la gran nación bolivariana– le dijo no, lo que yo vine a hacer a este continente ya está hecho. Y se fue. El resto es otra historia. La de la Revolución de Mayo es la que acabamos de narrar.


Respuesta de Israel Lotersztain

Master en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella / Ex Profesor de Física de la UBA, de la Universidad de Birmingham) / Ex Director de Investigaciones del INTI).

Feinmann: ¿Errores elementales para ver la historia o manipulación interpretativa?

El 18 de abril pasado, el filósofo, ensayista, guionista y conductor de televisión José Pablo Feinmann publicó en su habitual contratapa dominical de Página 12 un artículo titulado Cómo se conquistó el pacto neocolonial.

Resulta interesante comprobar cuántos errores casi elementales de información histórica básica comete Feinmann sobre historia argentina en la citada nota.

Para un intelectual que se precia de tal, resulta llamativo su nivel de improvisación y su desconocimiento, a menos que no se trate de ignorancia sino de intencionada manipulación interpretativa.

Veamos:

a) El centro de su interpretación sobre Mayo de 1810 es este: el reemplazo de una colonia, la española, por una nueva colonia: la dependiente de Inglaterra. Es que, según Feinmann, los terratenientes locales, los grandes poseedores de la riqueza, estaban ansiosos de exportar sus productos: trigo y carne, a todo el mundo, especialmente Inglaterra, y no vender (o comprar) al monopolio que imponía la corona española.

b) Claro que los hechos históricos se oponen tozudamente a esta interpretación. Los terratenientes argentinos en 1810 no exportaban "trigo y carne" como Feinmann indica. Trigo se importó hasta 1860, y se comenzó a exportar en serio recién en 1899, con la "revolución cerealera" que cambió la Argentina. Feinmann le erra por casi cien años, pequeño detalle.

b) Menos aún se exportaba carne, salvo a partir de 1830 una cantidad ínfima, por sumas insignificantes, en tasajo (carne seca y salada) para esclavos de Brasil. Para vender carne al exterior fue necesario transformar el ganado de criollo a las razas inglesas, esperar que aparecieran los barcos frigoríficos, implantar las pasturas como alimento... Otros cien años mal calculados por Feinmann.

c) Lo interesante para analizar desde un punto de vista económico a Mayo de 1810 es recordar que el Virreinato casi no exportaba nada, sino que vivía fiscal y comercialmente de la plata proveniente del Alto Perú, que representaba el 90% del presupuesto y del movimiento económico de Buenos Aires. Y con esa zona (lo que hoy es Bolivia) se comerciaba desde aquí, y era precisamente la fuente casi exclusiva de su provisión de metálico. Debido a esta dependencia, en 1810 la Junta de Mayo envía casi de inmediato una expedición al Norte para asegurar su integración y soporte del nuevo gobierno, expedición mal preparada y peor dirigida estratégicamente. Digamos que desde un comienzo sus chances eran reducidas ya que las elites locales no tenían el menor interés de seguir financiando a Buenos Aires; lo hacían antes por imposición de la Corona, pero si ésta había desaparecido para qué seguir pagando... Además Castelli y Monteagudo con sus concepciones anticlericales no ayudaron precisamente a que Buenos Aires les cayera simpática. Belgrano lo advirtió y quiso remediarlo pero ya era tarde, y por otra parte el aspecto militar no era justamente su fuerte.

d) Los comerciantes porteños estaban por entonces divididos: los que habían lucrado con el monopolio querían seguir igual, y los apoyados por los ingleses querían comprarles a éstos y vender en el interior y en el Alto Perú. La "burguesía nacional" - una designación demasiado ridícula para 1810- quería hacer, como siempre, el negocio que pudiera, en una ciudad (insistamos en la idea) de casi absoluta miseria como era esta. Pero cuando se les cerró el Alto Perú se vieron en problemas: ya no tenían la plata boliviana indispensable para comerciar con los ingleses. Se había acabado el negocio que conocían. Y empezaron con desesperación a buscar otro.


e) Y es por ello que alrededor de 1825 aparece el negocio, muy primitivo, de comprar tierras, implantar en ellas vacas y obtener de las mismas cueros (y muy poco de tasajo y sebo) para exportar. Allí aparecen los terratenientes, pero las dificultades que enfrentaban eran grandes. El rinde era paupérrimo: una vaca cada 25 ó 30 hectáreas, lo que implicaba un animal para faenar cada cien o más hectáreas. Y para producir era necesario juntarlas del campo abierto, carnearlas, sacarles el cuero, secarlo al sol, subirlo a una carreta, llevarlo a Ensenada, poner todo en un bote para llegar hasta un barco inglés, de allí a vela hasta Londres... Todo esto en medio de una dramática carencia de mano de obra. Por eso, el rinde económico era insignificante. Y por eso la tierra valía tan poco. En un testamento de 1874 (datos que los historiadores consultamos mucho ya que permite, al ver como se repartían los bienes, una excelente idea de precios relativos) una casa de inquilinato en Buenos Aires de unas 15 habitaciones equivale a cuatro ó 5000 hectáreas en lo que hoy sería la zona núcleo maicera. Y eso que en ese momento las ovejas -y de ellas la lana sucia- habían posibilitado un negocio un poco mejor desde el punto de vista de la rentabilidad.

La descripción del "pacto neocolonial" que Feinmann esgrime se complementa con la idea de que los banqueros ingleses nos prestarían a tasas usurarias y sobre todo que la oligarquía local impediría cualquier desarrollo industrial autónomo para seguir comprando a los británicos. Que nada de esto último realmente ocurrió -sino todo lo contrario- puede comprobarse simplemente leyendo los editoriales del Siglo XIX de La Prensa y La Nación y hasta de los Anales de la Sociedad Rural para darse cuenta: eran fanáticamente partidarios de la implantación de industrias. Resultaba obvio, entre otras razones, que querían también clientes locales para los alimentos que producían, y entendían que ese desarrollo industrial los posibilitaría.

Y la mejor evidencia de su apoyo la constituye el hecho de que los aranceles de importación que lograba cualquier industria que se establecía localmente para protegerse de una competencia externa eran altísimos, como lo denunciaba furiosamente tan solo... la izquierda marxista de entonces, ya que esos aranceles de importación y precios más elevados los pagaban desproporcionadamente a sus ingresos los más pobres. En cuanto a los banqueros y su usura el default argentino de 1890, el más grande de la historia financiera mundial hasta ese momento y que se mantuvo por más de16 años y resuelto en quitas tremendas para los acreedores, demuestra que la desconfianza de estos hacia los tomadores de crédito locales y las consiguientes altas tasas que les pedían no carecía de alguna justificación...


Respuesta de Norberto Colominas

Periodista

¿Revolución o chirinada?

Al leer la nota de JPF publicada en la contratapa de Página 12 el domingo 18/4, un lector desprevenido puedo llegar a la conclusión de que en mayo de 1810 no pasó nada, o mejor dicho, no pasó nada de lo que todos los historiadores, aún con sus diferencias, dicen que pasó.

Con un sorprendente malabar histórico, el autor nos induce a pensar que un grupo de individuos iluminados (vanguardistas sin clase social detrás de ellos, como Lenin... ¿y por qué no como Firmenich?) dio un golpe de estado en la paupérrima aldea que era entonces Buenos Aires, derrocó al virrey y liberó el comercio con Inglaterra. Punto. Ninguna referencia a las profundas diferencias ideológicas, culturales y políticas que existían entre el poder criollo emergente y la corona española. Y, menos aún, ni un solo párrafo referido al proyecto revolucionario expuesto por Mariano Moreno en el Plan de Operaciones, esa viga maestra de la revolución. En suma, en 1810 hubo un solo cambio: se pasó del colonialismo con España al neocolonialismo con Gran Bretaña, para beneficio de los comerciantes locales. Todo lo demás pertenece al Billiken de izquierda.

En el proyecto que llevaron adelante desde Moreno a Rosas, pasando por Belgrano, Castelli, San Martín, Güemes, Artigas, Guido, Manuel Moreno, Dorrego y Pueyrredón, entre tantos otros, la Revolución de Mayo impulsó la creación de un gran estado latinoamericano desde México hasta Tierra del Fuego, basado en los mil años del incario (de allí la propuesta de un rey de ese origen hecha por Belgrano) y en las tradiciones de mayas y aztecas, más el aporte de indios, negros y gauchos, minorías a las que el movimiento criollo reivindicó expresamente. Los patriotas de mayo superaron con holgura las miras de dos grandes revoluciones precedentes, la norteamericana de 1777 y la francesa de 1789, que sólo incluyeron a propietarios (la segunda) y excluyeron a los indios (la primera) y a los negros (ambas). La Revolución de Mayo fue el más profundo y esperanzador de todos los procesos políticos que tuvieron lugar en la América española, más que las revoluciones mexicana, cubana y nicaragüense, más que el intento socialista de Salvador Allende, y más que el peronismo, el varguismo y el aprismo, no obstante el respeto que esos movimientos merecen. Decir que una revolución de alcance continental --que incluyó líderes extraordinarios en cada país del área-- fue solamente un cambio de reglas comerciales es, por lo menos, un tropezón intelectual.

Porque puestos a cuestionar la representatividad de los movimientos revolucionarios de cualquier época, ninguno quedaría en pie. ¿A quiénes representaban Rómulo y Remo, fundadores simbólicos de un imperio que duró 700 años? ¿Y a quien Espartaco, que promovió el primer alboroto al mando de 20 gladiadores? ¿A quién representaban el joven abogado George Washington, el primer Ho Chi Min, que andaba descalzo; el Mao de los primeros kilómetros de la Larga Marcha o Fidel a bordo del Granma?

¿En qué concepto de clase social mal aprendido ancla esa descalificación de la Revolución de Mayo? Mal puede hablarse en esos términos de una ciudad que en 1810 tenía menos de 40 mil habitantes. Si entonces no había ni siquiera un país, y apenas una aldea, ¿cómo hablar de “clases” en el sentido contemporáneo del término? En ese momento sólo había intereses que con el tiempo serían ejes de la articulación de clases, pero no entonces. España al margen, esos intereses diferentes eran internos a la revolución. Ya estaba claro que Saavedra (terrateniente, encomendero, dueño de minas de plata en Potosí) no representaba los mismos ideales que Moreno, Belgrano o Castelli, intelectuales revolucionarios. Y sin embargo los cuatro integraron la Primera Junta, al lado de comerciantes nada revolucionarios como Matheu y Larrea, y al Deán Funes, que se habrá santiguado una docena de veces al leer el Plan de Operaciones. Como también estaba claro que no caminarían por la misma vereda política Rivadavia, antecesor de Mitre, y Dorrego, predecesor de Rosas, a quien San Martín le dejara su sable al marcharse al exilio. Unos hicieron una revolución; los otros una chirinada. El error de Feinmann es confundirlos y mezclarlos.

Si las revoluciones latinoamericanas del siglo XIX (americanistas, antiliberales, integradoras, inclusivas) se diluyeron en el tiempo, eso no le quita ni un ápice de gloria a quienes las iniciaron. Aunque la lista es muy larga, a modo de ejemplo citaremos a tres grandes protagonistas de esa época, ninguneados por la historiografía liberal, por razones fáciles de comprender, y curiosamente también por Feinmann. Me refiero al venezolano Francisco de Miranda, padre político de Simón Bolívar y primer articulador de la Logia Lautaro y al inteligente Tomás Guido, sucesivamente secretario de Moreno (a quien acompañó en el viaje a Londres, cuando este fue envenenado), de San Martín en toda la campaña libertadora, y de Rosas, con quien colaboró estrechamente. El tercer hombre es el extraordinario Bernardo de Monteagudo, redactor de las conclusiones de la asamblea del Año 13 y de las actas de la Declaración de la Independencia en 1816; quien fuera primera espada política de San Martín, y, después de Guayaquil, miembro del estado mayor de Bolívar hasta el día en que cayó asesinado por reaccionarios en Lima, por las mismas razones que los saavedristas porteños eliminaron a Moreno.

La paradoja sobre la que JPF debería reflexionar es que mientras el contrarrevolucionario Bernardino Rivadavia le dio su nombre a la principal avenida de Buenos Aires, el de Bernardo de Monteagudo, un revolucionario cabal, apenas sobrevive en una calle perdida de Parque de los Patricios. Y esa sí que es una cuestión de clase.


6 comentarios:

  1. Que lindo que escribe Colominas! también sería lindo que se ocupe de su hija discapacitada. A veces me pregunto: cómo se llevará con la almohada? No la visita, no aporta dinero, no llama para ver cómo está. Nadra: Porqué cobijás en tu blog a semejante basura?

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  2. Al margen de los olvidos de su vida personal, sería lindo que citara sus fuentes.
    Eduardo

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  3. Hola Eduardo. Eso no es olvido. Se llama abandono de persona, irresponsabilidad, desamor, desinterés y muchas cosas más.
    Debo recurrir a este método, porque hace 34 años que me hago cargo sola de mi hija que padece de parálisis cerebral y diabetes, y por las vías normales de reclamo no hay respuesta. Cambia de trabajo, se muda, si logro hablar o me miente o se enoja, etc.
    Mi nombre es Liliana Costanzo soy la mamá de Ana Victoria, y no entré en el comentario anterior con mi dirección de mail porque me tienen "bloqueada".
    Saludos
    Liliana

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  4. Liliana, no te conozco, pero como habrás visto he dejado sin tocar sus comentarios a la nota anterior y actual de Colominas. Pero me parece que es abusar de mi buena fe, y si queres mi inocencia por admitir un arrebato. No tomo posición en lo personal, pero este es el punto final EN EL BLOG, pues es un lugar para volcar, y aún debatir ideas contradictorias, y no para dirimir las conflictos, y aún dramas familiares como el vuestro, por cierto tremendamente doloroso y diicil. Espero respetes mi blog como yo he respetado, quizà en exceso tu libertad para expresarte en lo que no coresponde, y sin contraparte.

    Alberto Nadra

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  5. necesito seberlo es para el cole plisssssssssss

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  6. m dicen por favor las principals similitudes entre mariano moreno, bernardo de monteagudo y simon rodriguez..porfaaaaa!!!!

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