Vivimos tiempos de autoproclamadxs defensores de la República, que sin embargo la destruyen día a día, y no dudan en apoyar golpes de Estado; de supuestos izquierdistas que consideran iguales a Scioli/Macri, a Macri/Fernández, o a Evo y Jeanine Añez; incluso de peronistas que -al decir de mi entrañable compañero de la “gloriosa JP”, Lucio Aberastain Ponte- pretenden ser cruzados infalibles de la doctrina, y se escudan en ello para ningunear a cualquier otro luchador del campo nacional y popular.
Tal vez para aportar un poco de claridad, solo tal vez, rescato este tramo de mi relato de las conversaciones con Néstor Kirchner, entre 2003 y 2004, tal cual la publiqué años atrás en el libro “SECRETOS EN ROJO. Un militante entre dos siglos”, Ediciones Corregidor.“Ahora, el establishment se cree con derecho a discriminar sin vergüenza entre autoritarios y demócratas, para formar un ‘Partido de la República’, lo que en política suele simplificarse como ‘una nueva Unión Democrática’. Tenés algunos (malos) defensores que también creen que "polarizar" la contradicción es conveniente para afirmar el rumbo emprendido. Pero esa posición es funcional a la anterior. La izquierda de la que provengo históricamente ya cayó en esa trampa, y no cejaré en el empeño para impedir que muchos compañeros –que han probado largamente su pertenencia al campo popular– vuelvan a quedar atrapados, y del peor lado, en falsas antinomias”.
Sus respuestas (de NK), sus comentarios sobre la compleja relación con los “Barones del Conurbano” y su precisa caracterización de las dificultades para construir la ‘transversalidad’, las limitaciones propias y ajenas, fueron esclarecedoras, aunque el encuentro no estuvo exento de matices, incluso de claras diferencias, pero no seré yo quien ponga en boca de Kirchner las palabras que él dijo. Sí, con autoridad, puedo revelar, lo que yo consideré importante decirle en aquel momento.
“En 1946 –insistí– nos dividieron mal y no quiero que vuelvan a lograrlo. Preocupados por las libertades democráticas, y por la acción de sectores autoritarios que rodeaban a Perón, buena parte de la izquierda y de lo que hoy se conoce como progresismo perdió de vista que el centro de su llamado estaba en las banderas de justicia social, soberanía política e independencia económica. Y con esa posición no se abrió paso a la Democracia y a la República. Se ejerció una oposición sistemática que permitió que hegemonizaran el proceso los sectores más retrógrados, que terminaron masacrando al pueblo en el bombardeo a Plaza de Mayo y el golpe militar. No querían libertad –como no la quieren ahora sus sucesores– sino enfrentar el proceso de transformación y dignidad popular que se iniciaba. Y es nuestro deber contribuir a que esa historia no se repita”.
Kirchner me miraba entre sorprendido y, creo, satisfecho. Pero sentí, íntimamente, que descreía del camino o la posibilidad de concretarlo, al menos con la correlación de fuerzas que él evaluaba.
Como siempre, yo redoblaba la apuesta, con un tema poco confortable: “Pero tampoco aceptaremos ingenuamente que, agitando las banderas del pueblo peronista, vuelvan a vestirse con los ropajes del movimiento nacional los que entonces, y ahora, en realidad querían lo mismo que los liberales y los conservadores. No queremos de nuevo sus grupos de choque. Ni a la Alianza Libertadora Nacionalista de Juan Queraltó y Guillermo Patricio Kelly, en aquellos tiempos; ni la Triple A de José López Rega y Jorge Osinde en los ’70; como no queremos a los que manejan sus territorios como feudos donde vale todo, desde los desarmaderos hasta el paco asesino. Esos no querían ni quieren Justicia Social ni una mejor Argentina”.
“Por mi parte, te garantizo que no voy a cometer los mismos errores, pero debemos trabajar para que muchos compañeros, con sobradas muestras de pertenecer al campo nacional y popular, queden nuevamente del lado de la antipatria. Tenemos que lograr que la contradicción se manifieste a partir del debate de ideas y proyectos de país”.
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