En medio de la pandemia que azota al mundo, la disputa de la conciencia popular
en Argentina es descarnada, con una fuerte ofensiva anticomunista y
antiperonista, hoy bajo la forma de “antikirchnerismo”, impulsada políticamente
por la coalición Juntos para el Cambio, pero motorizada desde los
grandes grupos económicos y amplificada por los medios de prensa y comunicación
hegemónicos.
A la par, dentro del propio movimiento
nacional y popular, se agudiza un debate acerca de las decisiones, los tiempos y
la fuerza de sustentación que permita llevar adelante el rumbo de independencia económica, justicia social y soberanía política prometido por el presidente Alberto Fernández.
Dos ejes destacan del conjunto. Uno, para
definir si la catástrofe económico social en que sumió al país la administración
de Mauricio Macri, agravada ahora por la pandemia, la pagará nuevamente el pueblo
trabajador, o si lo hará el bloque dominante, que a su costa se enriqueció
brutalmente durante el dominio neoliberal. El otro, en torno a la orientación de
la política exterior frente a las presiones del imperio y sus socios nativos.
Para encarar y decidir en relación a estos
ejes, ¿hay que adaptarse a la actual relación de fuerzas o apelar al
protagonismo popular organizado para modificarla?
Algunos directamente anteponen sus
prevenciones al hecho de que quienes aportan criticas puntuales son parte
dinámica de quienes han votado al Frente de Todos (FdT) y apoyan la orientación
general del gobierno.
Hay también quienes distraídamente toman una
noción impuesta por los medios hegemónicos para socavar la base de sustentación
del gobierno, el concepto de “fuego amigo”.
Las sobresaltadas advertencias son todavía más
amplias, y van desde la convocatoria a “cerrar filas” para “bancar” o
“acompañar” pasivamente, hasta obvios llamados para “sumar y no restar”,
pasando por cuestionar el “narcisismo de las pequeñas diferencias” en las
propias filas, lo que entiendo consideran parte de una inadecuada
“autoafirmación” del yo, cuya búsqueda compulsiva pondría en peligro el
objetivo por todos deseado.
Siempre es aconsejable atender la cuota de
razón que pueden tener estas recomendaciones, pero a la vez precisar que no es
pequeño el erróneo supuesto que los disensos “dividen”, que poco y nada aportan
las propuestas alternativas dentro de las propias líneas, y en su lugar
proponen que esperemos confiados en una suerte de inteligencia superior
depositada en unos pocos que ejercen cargos.
No faltan quienes se alejaron por derecha
entre 2003/15 y ahora ocupan nuevamente posiciones destacadas, desde las cuales juzgan que
el disenso (el que se produce por izquierda, claro) es sinónimo de
“divisionismo”, o “canibalismo”, “le hace el juego al enemigo” o, dicho con mayor
delicadeza, es “funcional” al neoliberalismo, para colmo en estos difíciles momentos.
Con mayor o menor acuerdo con algunas propuestas
críticas, en principio las considero políticamente positivas si provienen
constructivamente de la militancia, la dirigencia o personalidades de los
distintos ámbitos del FdT.
En estos días se amplió el debate acerca de
qué hacer, y en mucho menor medida del cómo hacerlo, aunque
lamentablemente se reduce casi exclusivamente a las redes sociales, por razones
que van mucho más allá de la cuarentena o el entusiasta eco que encuentra para
la prédica desestabilizadora de la oposición y sus carapintadas mediáticos.
Lo cierto es que no hay canales
institucionales de participación de la militancia y que tampoco está institucionalizada
la intervención de partidos y movimientos que integran la alianza gobernante.
No lo están como necesidad, mucho menos
como objetivo, ubicándonos a la defensiva, limitando la iniciativa y aún la
respuesta ante una derecha que presiona, busca arrancar concesiones e incluso
comienza a disputar un terreno que siempre hemos considerado propio: la calle.
Parece que desde la cúpula no se escucha a
nadie que no posea una cuota de poder, y aun así todo indica que cuando lo
hacen es más por su capacidad de daño (como es el caso de la centroderecha
explícita dentro del gobierno) que por su representatividad o la justeza de las
reflexiones.
En política, ningún debate ni confrontación
con el adversario, externo u interno, se define a favor del movimiento popular
si no contribuye a modificar favorablemente la relación de fuerzas, así sea
parcial o temporalmente. La inmovilidad o el estancamiento llevan
irremediablemente al retroceso.
“Ellos” tienen todo el poder económico y
buena parte del estatal, así como el aparato de construcción de sentido común,
la fábrica de consenso antipopular que da la maquinaria cultural hegemónica, de
la cual forman parte esencial, aunque no única, los medios masivos de difusión.
“Nosotros”, si apelamos a él, disponemos principalmente
el poder de la militancia movilizada y su saldo organizativo, por lo que sería
un error reducir la disputa a los terrenos que ellos dominan, aunque igualmente
haya que dar la pelea allí.
No se trata, entonces, de “apoyar” callando,
ni de tan solo plantear la crítica desde el enojo, la frustración o la
impotencia, en ocasiones más que comprensible. Tampoco de pretender que los que
tienen responsabilidades institucionales son depositarios únicos de la
sabiduría popular, en realidad acumulada y transmitida con sacrificio por
generaciones de luchadores.
Hoy urge que la alianza gobernante supere la
etapa de coalición electoral para convertirse en un frente real, por lo que es
necesario institucionalizar la presencia y aporte plural de partidos,
movimientos y organizaciones que la integran o apoyan.
Los acuerdos superestructurales del FdT
se agotan si no van acompañados de la constitución de sus núcleos organizativos
de base, con participación y poder de decisión en los territorios, barrios,
casas de estudio y lugares de trabajo de la ciudad y el campo.
La historia argentina y de la patria
latinoamericana demuestra que la ofensiva del privilegio siempre busca voltear
a las administraciones que ponen en algún riesgo sus intereses; que desgastan y
desestabilizan mediante una fuerte campaña de desprestigio y presionan para
arrancar concesión tras concesión, con lo que logran unificar tanto a enemigos
como adversarios, a la vez que desgastar y minar la base de sustentación del
gobierno.
Ese es el juego de pinzas que desemboca en
los golpes de Estado, los desplazamientos seudoparlamentarios, o incluso la
creación de un consenso capaz de expresarse en lo electoral.
No es con buenos modales con el establishment,
y menos con la pasividad que le deja el campo libre a la presión revanchista,
que se mejoran las posibilidades para derrotar la oposición destituyente. No es
así que se evita una nueva frustración y se “banca” realmente un rumbo en favor
de las mayorías.
Se necesitan objetivos precisos,
transformar en patrimonio colectivo la comprensión del camino a seguir para
alcanzarlos, en tanto frente a la resistencia derechista hay oponerle el poder
de la calle, un fuerte protagonismo popular y la construcción de la fuerza
político-social organizada del pueblo.
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