sábado, 15 de febrero de 2014

De Enemigos y Adversarios


No pocas veces los actores políticos consolidan sus respectivos alineamientos por la posición de sus enemigos. Cada vez que José Alfredo Martínez de Hoz viajaba al exterior a tirar la manga, los portavoces del poder mundial elogiaban su lucidez y el programa político que llevaba adelante. Cuando regresaba, el coro de alcahuetes repicaba esos comentarios inspirados en los centros financieros internacionales. Pero los sectores populares desconfiaban de las zalamerías y sentían que sus bolsillos eran más flacos. 
El modelo de sustitución de importaciones reinstaurado por el kirchnerismo después de casi tres décadas de neoliberalismo atraviesa un momento crítico en el que se juega las mejoras logradas para los trabajadores. La crónica debilidad del sector externo, agudizada paradójicamente por el desarrollo industrial, permitió una corrida cambiaria que se llevó parte del ingreso ganado por los asalariados. Finalmente, en la semana que termina, el equipo económico, acusado intencionalmente de inexperto y de portar ignorancia técnica, logró parar la pelota: el dólar baja y las reservas tuvieron una leve recuperación.
Pero si el país no tuviera la solvencia macroeconómica lograda en diez años, los argentinos hubieran asistido, probablemente, a otra patética interrupción de un mandato presidencial.
Sin embargo, la influyente revista conservadora británica The Economist aprovechó la crisis producida por la falta de divisas para cargarle una vez más la decadencia nacional al odiado populismo, en una plañidera nota de tapa que recuerda los años dorados en los que la Argentina era el granero del mundo, tenía un PBI per cápita similar o superior a algunas naciones europeas, mientras en los conventillos se hacinaban inmigrantes y piojos. No se acordó en cambio el redactor de aquella Argentina de los '50, mucho más justa que la de principios del siglo XX, cuando la industria nacional producía hasta un avión a reacción.
La nota traspira el odio de los sectores conservadores contra un gobierno que nacionalizó el petróleo, estableció un control de capitales, limita las ganancias de los terratenientes y resiste las recetas del saber mundial, esas que, precisamente, llevaron a la Argentina a la decadencia.
The Economist dice que "Cristina Fernández no es más que la última sucesión de populistas económicamente analfabetos, que se remonta a Juan y Eva Perón". Por supuesto que ninguna de las tres personas mencionadas tiene felizmente la erudición económica de sabihondos como Martínez de Hoz, Domingo Cavallo o la recua de pitonisas ortodoxas que vienen sosteniendo que "se cae todo" desde hace diez años. No quisieron cortar la torta en favor de los sectores más concentrados, sino que prefirieron favorecer a las mayorías populares.
¿Era necesario haber estudiado en Harvard o pertenecer a la Escuela de Chicago para saber que si se remataban las empresas del Estado y se sustituía producción local por importaciones, miles de fábricas cerrarían sus persianas? ¿No sabían que la desindustrialización produciría un brutal desempleo, una enorme exclusión social y un estímulo a la delincuencia? ¿No fue el genocidio una condición sine qua non para aplicar el neoliberalismo? ¿Quiénes son entonces los eruditos y quiénes los ignorantes?
La Argentina fue el mejor alumno del saber mundial inspirado en el Consenso de Washington, en la receta despiadada que cree que las decisiones políticas perjudican el normal funcionamiento del mercado. Como si el desarrollo de la industria inglesa, a partir de la Revolución Industrial, no hubiese sido apoyado por decisiones políticas y hasta por la armada imperial para ganar mercados internacionales. La revista le achaca alegremente al populismo una decadencia que se produjo con el neoliberalismo, la dictadura y el menemismo. Desconoce que el kirchnerismo vino precisamente a pagar los platos rotos, la desocupación, la pobreza, la deuda externa y el saqueo a los ahorristas.
Pero una crítica tan conservadora le debe sonar a Cristina Fernández como un elogio, antes que como una condena. La presidenta debe pensar que algo debe estar haciendo bien para que semejantes reaccionarios la critiquen junto a Perón y a Evita.
Días antes de publicada la revista británica, Cristina recibió con agrado la opinión sincera de un economista adversario, que fue funcionario radical y tiene muchas diferencias con el gobierno, pero no parece tener dudas en defender intereses nacionales y a un gobierno democrático al que pretenden voltear, como le ocurrió a su correligionario Raúl Alfonsín. Miguel Bein consideró que el gobierno logró tener "la situación bajo control" luego de un intento de los mercados que "venían muy envalentonados de que iban a hacer volar a los mercados por los aires".
Los sabios del poder mundial, como el senador republicano ultraconservador de los Estados Unidos, Marco Rubio, creen que la Argentina se desbarranca en cambio hacia "una crisis financiera y un creciente autoritarismo". En coincidencia con The Economist, la derecha norteamericana culpa de autoritarismo a un gobierno democrático elegido con abrumadora mayoría y exculpa a las dictaduras de la crisis, especialmente a la última, que fue antidiluviana en lo político y neoliberal en lo económico.
Tras haber conjurado la corrida cambiaria, la batalla se libra hoy en las góndolas. Como siempre, las crisis ofrecen oportunidades. El gobierno está haciendo gestos fuertes para sostener el programa de Precios Cuidados y se apresta a impulsar un proyecto de ley en el Congreso para que las multas por las trapisondas sean pagadas inmediatamente por los supermercados. La presidenta llama por teléfono a los ciudadanos que denuncian violaciones en el programa para apoyarlos. El gobierno sabe que la clave del triunfo está en que los ciudadanos participen en defensa de sus bolsillos. Tal vez se vea más claro ahora que en la batalla contra la inflación que el gobierno está del lado de los intereses populares, que es víctima y no victimario.
Los ciudadanos de ingresos fijos que se nieguen a apoyar al gobierno en esta pulseada por diferencias políticas podrían obtener una victoria pírrica, que pagarían con menor poder adquisitivo y calidad de vida. Para denunciar la falta de un producto de precio limitado o la remarcación indebida, no hace falta ser kirchnerista. Una cosa es ser adversario político y otra muy distinta enemigo de los intereses nacionales, como Rubio o The Economist.
Si la ciudadanía se involucra y la militancia apela a la creatividad para frenar la especulación, se puede frenar el embate. Sin llegar a acciones punitivas severas, como los cierres de comercios en los '50 por “agio y especulación”, el gobierno puede organizar puestos en las esquinas de los supermercados, para ofrecer los mismos productos a precios inferiores. El Mercado Central anunció que sacaría sus ofertas a las calles. Los consumidores lo esperan para no tener que arrodillarse frente al chantaje de las poderosas cadenas de ventas de comestibles.
Rubio, The Economist y la claque de enemigos del interés nacional se rasgan las vestiduras cuando el estado interviene para moderar los excesos. Pero callan cuando la "mano invisible del mercado" azota los bolsillos populares y corroe sus eternas esperanzas. Sin embargo, sólo la política puede equilibrar una lucha eternamente desigual (Alberto Dearriba)

1 comentario:

  1. Me gusta el articulo se tendría que llamar la atención de la vigencia de la ley de abastecimiento, sancionada por el congreso nacional, poco antes del fallecimiento del entonces presidente Perón, luego dejada de lado, pero tiene plena vigencia... se debería intentar por ese lado y efectivizar un estricto control de la producción en el campo, y del comercio exterior... gracias

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