Liborio Justo fue un personaje heroico y novelesco, que como a tantos la historia oficial y el periodismo acomodaticio ocultó por su opción por el marxismo y el troskismo y su valiente militancia por la unidad latinoamericana antiimperialista, siendo, como era, hijo del nefasto Agustín P. Justo, general que usurpó la presidencia de
EL GRAN ESCÁNDALO DE 1936
“Y cuando llegó el día solemne de la inauguración de la extraordinaria conferencia, en el instante mismo que iba a decir su discurso el Presidente de los Estados Unidos, por mi voz condenatoria, que resonó con toda su fuerza desde la galería del Congreso nacional —donde se realizaba el acto— y se escuchó por radiotelefonía en todos los ámbitos del continente, sentí que se expresaban ciento cincuenta millones de latino americanos que algún día habrán de repetir el gesto por otros medios. Tres palabras bastaron entonces para expresarlo todo...”.
Liborio Justo -1965-
-¡Abajo el Imperialismo!
Así gritaste, como si aquello fuese el estadio de Boca Juniors—, escupió con rabia amarga el varón maduro y enjaquetado contra el otro lado de las rejas.
El hombre joven y en mangas de camisa asintió maquinalmente sentado en su catre carcelario.
-En cualquier estadio se juega más limpio que en tu Congreso Nacional. Además, lo que dije es la verdad, y la verdad hay que gritarla en cualquier parte. Purifica el ambiente...
-Te colaste como una lagartija para hacerme esto nada menos que a mí, delante de Franklin Delano Roosevelt. Nuestro mejor huésped en cincuenta años.
-Será el tuyo. Yo no lo invité. Ni los obreros de los frigoríficos. Ni los peones de campo. Ni los pibes que lustran botines por una moneda. Ni los desocupados con sus familias, que viven de las “ollas populares”. Ni los que buscan algo para comer en los cubos de la basura. Si los contamos a fondo, son muchos los que no lo invitaron. ¿No te parece?
-No estás en esa situación. Sos el hijo del presidente. El personaje más importante del país. Y vos ofendiste al gran estadista. Un hombre notable...
-¿De cuál de los dos hablás: del que compra la patria o del que la vende?
El otro enmudece unos instantes, como si estuviese redondeando números. A cierta distancia, una breve corte de guardaespaldas y funcionarios custodia en silencio una escena, que el parentesco hace dramática.
-Te lo di todo. Cultura. Medios. Viajes. Un porvenir. Es lo que hizo tu finado abuelo conmigo...
-Claro. Ustedes perpetúan la tradición. Es la marca de fábrica que los hizo libres y fuertes con la gente débil. Yo sigo otra huella. Tengo mis propias costumbres. Es lo que el liberalismo que enunciás con bombos y platillos cuando inaugurás cuarteles, tendría que respetar. ¿No creés?
-También inauguro carreteras, puentes, hospitales y parques nacionales. Desarrollo el país y reduzco el déficit, que buena falta hace.
-No el que tenés con los que no pueden votar libremente o comen salteado.
-Contentar a todos en esta vida es un sueño imposible. Vagos hay muchos y pobres habrá siempre
-Entre tus amigo de doble apellido hay muchos mas vagos que pobres y nadie se mete con ellos. Ni siquiera vos, que no estás para eso. Lo tuyo es la maestranza de lujo. El esplendor aparente. Un brillo de fondo abortado por la sumisión.
-Lo que te enloquece es esa maldita peste comunista propia de las estepas. Un régimen atrasado en el que se vive mal y poco. No hace mucho Saavedra Lamas me presentó un informe horroroso sobre las masacres que están haciendo tus comunistas en Rusia...
El joven se incorporó y dio tres pasos hacia los barrotes que parecían un salto a la barricada.
-¡¡Stalin no es más comunista que vos y Saavedra Lamas!! El comunismo que yo quiero es otra cosa...
-No existe otra cosa más que lo que existe. Lo ideal es una pesadilla de la mala digestión, ni más ni menos que cartón pintado. Y aquello no es mejor que esto, por bueno que lo pinten. Si lo fuera, yo mismo sería comunista. Soy un hombre práctico.
-A menudo, ser práctico justifica la falta de ideales y demasiadas veces una falta total de escrúpulos, señor Presidente...
El otro se alisó las cejas y entrecerró los ojos tras las gafas de montura metálica. En aquella jornada, la gloria del estadista había quedado tan empañada como sus cristales. Quitándoselas con lentitud, les dio aliento y pañuelo seco.
-A quién odiás no es ni al capitalismo, ni a mi gobierno, ni al comunismo de Stalin. Es a mí...
-Nunca más que a Stalin. Al menos vos no traicionás nada. Estás convencido de que el mundo es la porquería que cuenta Discépolo y tratás de ordenarla, como buen milico que sos. Tarea inútil, porque la bosta que no fecunda la tierra se descompone rápido, y encima huele fatal.
-Así hablás del décimo país mas rico del mundo. ¡Si te oyera tu madre!
Al decirlo se apoyó en los barrotes. Como si el agobio lo mareara.
-¿Si oyera qué, papá? ¿Lo que ya conoce de mis ideas sobre el sentido de la riqueza, o lo qué no sabe de tu sentido de la lujuria?
-¡¡¿Qué?!!
- Tu asunto con Leonor Hirsch...
Para el general llegó el momento tan temido. El que había tratado de evitar, tomando las precauciones grandes del secreto total. De los encuentros y fugas entre gallos y medianoche. En las citas laberínticas a las que acudía como un colegial, con las rosas cortadas de su propio jardín y las poesías de Bécquer asomándole en los labios, a falta de mayor audacia y envergadura romántica.
Él sabía poco de lances amorosos, besos robados y furtivas caricias. Esas cosas las había leído alguna vez y se quedaron allí, amarilleando papel en un rincón de su gran biblioteca. Dios sabe que hoy era un viejo soldado ingresado en la milicia a los once años, y casado pronto con la hija de un general —su novia de toda la vida—, siendo luego un marido fiel y oficial dedicado al estudio, la enseñanza y el Ejército.
En verdad, quería a su mujer con el alma. Pero las emociones del cuerpo no la acompañan siempre. Y menos, a cierta edad. Ahora, su semblante de padre severo se había encendido con la palidez de la vergüenza, y ésta le agitó el corazón, dejándolo sin aliento frente al hijo, que avanzó afilando las palabras contra la evidencia.
-Lo de esa chica no es ningún secreto, lo saben casi todos. Podría ser tu nieta, aunque sea la hija de un funcionario de “Bunge y Born”. Los gerentes del monopolio imperial más antiguo del país te la pasaron por delante para tenerte bien agarrado de las pelotas, y vos al final picaste, pobre viejo...
-Pero...¿cómo te atrevés... a...? —boqueó apenas.
-Alvear le comentó a tu amigo Botana, que sos un “tardío apetente de los placeres de la carne”. No te engañes, en el edificio de “Crítica”, pasa lo que en el país. El capitán del barco es tu cómplice, mientras en la redacción y los talleres, la muchachada de a bordo, enterada al minuto del romance que invadió tu otoño brinda por la mala salud de tus hojas caídas, para llamarlas de alguna manera...
Aguantó el castigo, apretando los dientes como si los quisiera quebrar. Era uno de sus sueños frecuentes de los últimos años. Cuando la fuerza de su mandíbula los desintegraba, despertaba sobresaltado y haciendo esfuerzos para no gritar.
-¡¡No!! ¡¡¡No, carajo!!! ¡¡¡Ese hijo de puta de Alvear, miente!!!
-En cualquier otra cosa, menos en esa. Conociéndote parecerá increíble, pero ése es el patético aspecto de algunas verdades. En el fondo, el problema es tuyo. Tuyo y de mamá.
La referencia lo sobresaltó con más fuerza que antes. Adoraba a Ana Encarnación.
-¡Vos no irás a....!
-A nada. En esto soy de palo, ahora y siempre. Y no es por protegerte, ni siquiera por ella, a la que quiero y compadezco tanto. Mi dignidad me impide usar estas cosas contra alguien. En eso, tampoco salgo a vos...
-¡¿De qué hablás?!
-De tus trucos para comprar voluntades a precios de saldo. De los amaños y trampas para someter o silenciar a los que se pueden rebelar contra tu poder. De como jodiste al viejo Yrigoyen usando las ambiciones de un loco y varios infelices. Del alzamiento militar que después alentaste en el interior del país, a través de tus laderos intrigantes en el Ejército para proscribir a los radicales, y de tu obra maestra, el repugnante pacto Roca-Runciman, del que te ufanás como si fueran a canonizarte.
Convencéte papá, tu “Concordancia”, la joya de tu corona de hojalata, no es más que un vulgar diccionario de usos y abusos del prójimo. Pronto será tu cruz, como ya fue para gusanos como De Tomaso y el general Rodríguez, los imposibles sucesores del próximo fraude...
El maduro ejemplar se recuperó en instantes, y al fruncir la nariz y bambolear el bigote blanco, jironeó el silencio.
-Estás loco y te saltaste la ley. Son dos buenos motivos para tenerte un tiempo a raya, m´hijo.
-Lo que de verdad enloquece a la gente es el poder. Yo carezco de poder, por eso estoy aquí. En cambio, a vos te sobra, aunque nada te alcance desde que el tipo que ahora se ríe de tu chochera te nombró su Ministro de Guerra en el ´23, y al fin pudiste llegar a casa gritando “¡¡Lo conseguí. Al final lo conseguí!!”... ¿Te acordás? Pues bien, para desgracia de los pobres, también conseguiste llegar a esto...
-Yo jamás me salté ni la ley, ni
-Mucho antes de enjaularme, te guardaste bien cerrada bajo llave
-¿De hambre?¿De qué hambre me estás hablando en
-Raro que no hayas mencionado
-¡¿Y a quién carajo querías que le vendiésemos la carne. A los que no tienen con qué pagar, cómo tus amigos, los rusos, o a los qué no nos quieren comprar porque compiten con nosotros y encima nos acogotan cuándo pueden desde el norte?!
-Acabás de enjaularme, por decir esto mismo con voz bien alta ante su representante...
-A veces hay que mantener la boca cerrada. ¡Qué joder, la diplomacia se inventó para eso! Yo no puedo hundir a mi país en nombre de la verdad, cuando sus intereses están por encima de ella. Para mí el progreso vale más que todo. Eso es, Mitre uniendo
-¿Ah sí . Y a vos, qué papel te tocó en la historia patria?...
-Sin duda el peor. Uno que el cagón de Alvear se cuidó bien de asumir, cuando lo que cuenta es apretarse el cinturón y negociar con el diablo para salir del infierno.
-Hablás en nombre de los tuyos y el nirvana. ¿Qué hay de los que seguirán viviendo en el infierno?
-No se puede repartir, sin antes acumular.
-Sobre todo acumular. Vuestra vieja manía, la gran obsesión que impone el instinto: el precioso verbo que empieza con el “Yo acumulo”, “Tú acumulas”, “Él acumula”; sigue con el “Nosotros...”, el “Vosotros...”; y se para en seco ahí, se detiene para siempre, porque “ellos”, los más alejados del perverso uso del verbo y del festín que montaron ustedes, no acumularán nunca. Sólo existen para trabajar y dar beneficios toda la vida. Éste es el estado de cosas que te gusta gobernar...
-La locura te llevó a una insensata fantasía, en la que la ética imaginaria está condenada a perecer frente a la realidad.
-Las credenciales de la cordura y la ética las dan ustedes cuándo les conviene. Cuándo no, meten bala, cómo tus pistoleros probaron con De
-¡¡¡No te permito, mocoso. La acusación es una infamia. Una calumnia de malos argentinos!!!
El gesto y la voz, le han estallado de nuevo con ira.
-No calumnio a nadie, papá. Defiendo ideas. Principios. Porqué, de verdad, sin eso no somos nada. Yo, desde muy pequeño odio la injusticia y no soporto las desigualdades. Nací privilegiado y en realidad lo soy, pero sólo en la medida que las combato. Vos en cambio, las asumís desde el comienzo de tu vida como una fatalidad existencial, cuando el único drama del hombre, es aceptar que unos vivan de otros con todo lo que eso significa. Por eso, tené presente de una vez por todas, que yo, hasta que me muera voy a ser enemigo de ese sistema, aunque se te ocurra mandarme de por vida a Usuhaia o algún pistolero de tus amigos me pegue un tiro...
El general se sobresalta, quizá por que ahora sí recuerde la sangre de Bordabehere, y la imposible indiferencia ante un crimen que algún descontrolado “guardia blanco” pueda perpetrar contra su hijo izquierdista. Tras el instante de angustia, su voz llega sin ecos de guerra...
-Tengo presente que cumpliste treinta y tres años, Liborio. Tu padre quiere que vivas cien. Pero para eso, hay que cambiar. Y yo quiero que cambies.
El hijo suspira hondo y baja la cabeza. También él ha enterrado su hacha de guerra...
-No puedo ni quiero... y vos tampoco, “viejo”. Los Justo somos tercos con nuestros amores. Los tuyos te llevaron a ser jefe del Ejército y del Estado. Me contentaré con que los míos duren toda mi vida, porque son nobles y llenan de dicha mi corazón. Los dos bien sabemos, que ni vos cambiarás por nada del mundo tu amor por la realidad, ni yo mi amor por la justicia. Para bien o para mal, somos así...
El preso se sentó de nuevo en el catre y se contemplaron en silencio. El general, pensó entonces que su hijo era un obstinadísimo vástago, libre o encarcelado, pero corajudo y honesto hasta en la terquedad del error. Una señal de familia que venía de lejos. Y que sin querer recordó, viéndose de pronto a sí mismo, con seis o siete añitos, visitando al padre en la cárcel, de la mano de su madre.
Al doctor Justo también lo habían encerrado, en 1890 y por revolucionario, al apoyar entonces el alzamiento provincial del gobernador Carlos Tejedor, acérrimo defensor de la autonomía de Buenos Aires ante el poder central.
Ahora, un retazo del pasado proscrito por la memoria se le plantaba en el recuerdo, como si aquel otro preso volviera a mirarlo muy serio y grave, por entre los barrotes que custodiaba el cabo de guardia.
Sí. Sin duda aquel padre, con principios acertados o no, tenía la dignidad del nieto, dentro y fuera de los barrotes de una prisión. Él, tan pequeño, le entregó aquel día una hojita de papel carta donde le había escrito unas líneas que todavía guardaba entre otras hojas olvidadas, de alguno de sus 40.000 libros. En este instante podía, sin embargo, recordarlas perfectamente. La memoria es un archivo que a golpe de circunstancias desentierra cualquier muerto...
“MI AMIGO, MUY ENOJADO ESTOY CON LOS QUE TE HAN PUESTO PRESO. CUANDO YO SEA GENERAL LES HE DE DAR A ESOS PÍCAROS...”.
El relámpago del orgullo brilló entonces en los ojos del doctor Justo, tan parecido al nieto en el arrebato, como distante de aquella frialdad de alma del hijo, hoy padre y en el poder.
-Cuándo yo sea general...
La memoria le agrandó la frase, y ésta le bailó una larga ronda infantil en la evocación. En ella, él, con ropitas de general confeccionadas para unos carnavales, hacía la venia al amadísimo general Mitre, entre los aplausos de la parentela.
Ahí mismo, empañó de nuevo los anteojos en la mirada última al hijo rebelde, y pensó que su propio sueño infantil se había cumplido. Pero no en el sentido que debió. El general más poderoso de la nación, hoy había encarcelado al nieto revolucionario de otro, al que escribió una promesa sepultada para siempre entre el polvo y los ácaros.
Una vez más, en la historia de los hombres que llegaron a la cumbre las ambiciones no terminaban como empezaron.
-La nuestra es herencia de familia, muchacho. Tu abuelo no quería que yo fuese militar. Estuvimos tres años sin hablarnos, hasta que aceptó mi rebeldía. Espero que yo..., quiero decir que vos...¡Bueno, qué carajo, mejor no digo ni espero nada!...
-Es mejor así, “viejo”. Siendo como soy, igual se cumple tu deseo...
En el ánimo del general se encendió por un instante la esperanza.
-¿El que te olvidés del comunismo ?
-No. El de vivir cien años...
La respuesta del hijo, le llevó a suspirar hondo y resignar el gesto. Por unos instantes, los dos gallos de pelea se miraron mansamente entre los barrotes. Y allí, en los ojos sinceros del joven, el viejo entrevió reflejado el encierro de un ser cada vez más alejado de los suyos.
¿Fue sensación o era realidad? Poco importa, cuando ni una ni otra mitigan la soledad del poder y la cárcel del espíritu que lo habita...
Empero, en aquel callejón sin salida la función debía continuar. Amparándola de nuevo en altivo gesto, el general giró sobre sus talones y avanzó, dejando atrás el pabellón de celdas en la seccional de policía. Adentro quedaba el hijo. Afuera, el sol de la última primavera amanecía en Buenos Aires.
A medida que ganaba la calle y avanzaba hacia el coche oficial seguido de su séquito, el Presidente de
Sólo él, supo entonces con qué clase de recursos pudo ir domeñando la enorme desesperación que se le encaramaba en la garganta, camino a labios encharcados por lágrimas invasoras, cerrados con obstinación, cómo para que ellas no pudieran fundirse con la carga del sofocado eincesante clamor, que acompañaba los fuertes latidos de su corazón.
-¡Hijo mío! ¡¡Hijo mío!! ¡¡¡Hijo mío!!!...
Sabés bién querido Alberto, la admiración que guardo por los Nadra, un apellido que hizo honor a la Historia Argentina y a los humildes de la Patria, auténtico pilar de su grandeza espiritual.Conozco al fundador de la estirpe por su obra; a vos y tu hermano Rodolfo los estoy catando ahora, para mi felicidad. Hacen honor al legado, y al brindarme su amistad me agrandan el corazón.
ResponderEliminarNunca es tarde para que los que compartimos ideales y emociones nos conozcamos cómo se merece.
Desde ya agradezco que en tu espacio resproduzcas un capítulo de mi Tomo I. Está entre los más sentidos y se entrevera con otras miradas a Justo y su crítica andadura.
Mis tratos con la crónica de cualquier época ponen el foco en el hombre y sus dramas de poder, no siempre yermos. La Historia la hacen los hombres, los de arriba y los de abajo. Cabe entonces darles vida en el relato. En el fondo de algún modo nos reflejan, en tanto que animales políticos sigamos siendo, pese a lo que dijo Fukuyama, y seguirán granzando los buitres agoreros.
Un abrazo a vos y a todos los tripulantes de vuestra Arca de Noé. Incluyo a los que te acompañan en la patriada.
Nano
Buenísimo, ¿no se puden conseguir los libros?.
ResponderEliminarAlejandra Medina Bello
Alejandra: Quizá el primer tomo te lo consiga el librero Pedro Sirera en la librería de la calle Corrientes. Si no, quizá a través de Internet.
ResponderEliminarEl segundo tomo es más difícil, pues no se exportó.
Un codial saludo.
Benavent
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un cordial saludo
Gracias Benavent. Vere el blog y cuando vaya por Cpital (estoy en Merlo) me hago una escapada por la calle Corrientes. ¿que altura?
ResponderEliminarSaludos, Alejandra
Pues creo que en la cuadra donde antes estaba El Lorraine. Pero si preguntás por Sirera, te lo van a decir.
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