Al cumplirse 30 años de la fundación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez
presentamos la reflexión de Sergio Apablaza Guerra, el Comandante “Salvador”, su último jefe,
con respecto del proceso desarrollado durante la dictadura militar. Su idea total, donde el accionar armado no puede estar desligado ni de una
concepción política ni de un contexto nacional e internacional, permite que sea
una valiosa contribución a la historia de lucha de nuestros pueblos.
En el ámbito político este texto pone las cosas en su justo lugar quien con
mayor autoridad puede hablar de la historia del FPMR porque conoce mejor su
génesis y más completos pormenores. No es de extrañar la persecución de que ha
sido objeto, la obstinación en encarcelarlo y la saña en humillarlo, tanto los
de los gobiernos de la Concertación como de la Alianza.
Este documento fue escrito con la idea de ser un aporte a la historia del
movimiento revolucionario chileno", dice el Portal Rodriguista con
motivo de cumplirse el 14 de diciembre el 30° aniversario de la creación del
Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
Derribando mitos:
Reflexiones acerca de la política militar del PCCH y el Frente Patriótico
Manuel Rodríguez
Por Sergio Apablaza Guerra “Salvador”
A la memoria de todos los combatientes que lucharon en contra de la dictadura y
en reconocimiento a quienes siguen soñando con un mundo mejor.
Durante los últimos años ha aparecido una serie de
reportajes acerca del FPMR, la mayoría de los cuales pretende reflejar aspectos
de la vida de la organización, pero consciente o inconscientemente, por
intereses políticos generalmente caen en una serie de especulaciones
periodísticas distorsionando la historia e impidiendo ver con cierta
objetividad su desarrollo y papel en la lucha junto a nuestro pueblo.
El origen del Frente se encuentra íntimamente vinculado a la situación política
nacional e internacional que, bajo la estrategia imperial de la Doctrina de
Seguridad Nacional, se orientó a impedir el desarrollo de todo proceso nacional,
popular y revolucionario en nuestra América.
Sin lugar a dudas, con el gobierno de la Unidad Popular y Salvador Allende a la
cabeza, nuestro país representaba un ejemplo para los pueblos del mundo. Al
mismo tiempo, se transformaba en la gran amenaza para todos aquellos sectores
que ostentaban el poder. En 1000 días, el gobierno popular llevó a cabo
profundas transformaciones —en todos los planos—que tuvieron como beneficiario
principal al pueblo. Pese a las grandes dificultades y obstáculos, el proceso
se abría camino y comenzaba a cambiar la historia. Los grandes protagonistas
eran los trabajadores, estudiantes, mujeres, pobladores, campesinos que veían
que un modelo de país más justo era posible. Pero los dueños del poder no se
resignaban a perder parte de sus enormes ganancias y beneficios y recurrieron a
sus fabulosos recursos a fin de impedir el avance del proceso chileno, incluso
sin ningún temor a arrasar con la misma institucionalidad democrática que por
años había salvaguardado sus intereses.
Desde el mismo día del triunfo de Allende en las urnas, la oligarquía y el
Imperio comenzaron a fraguar sus planes. Primero, para intentar impedir que
asumiera y después evitar que gobernara. Vieron que el estado democrático ya no
les servía y simplemente optaron por el terror: había que desestabilizar a
cualquier precio para detener el avance del “cáncer marxista”. Su último
recurso fue recurrir a las armas aprovechando el poder de fuego de unas Fuerzas
Armadas que, por su formación política e ideológica, preparación y
equipamiento, constituían el principal instrumento de exterminio.
El 11 de septiembre de 1973 fue el asalto final, abriendo una etapa desconocida
en nuestra historia. Sueños y esperanzas se transformaron en frustración e
impotencia ante la incapacidad de defender masivamente al gobierno popular, más
allá del valor testimonial de la gesta de los compañeros del GAP y de unos
pocos uniformados leales que jamás abandonaron al compañero Presidente que
había sido llevado a La Moneda por decisión de las grandes mayorías.
Se impuso el terrorismo de Estado como política oficial, destinado a perseguir
y aniquilar todo vestigio de un pensamiento diferente: asesinatos,
desapariciones, exoneraciones, tortura y exilio fueron los rasgos más
distintivos. El movimiento popular y revolucionario fue neutralizado, sus
principales dirigentes perseguidos, detenidos-desaparecidos o muertos, al mismo
tiempo que se empezaban a cimentar las bases del modelo neoliberal.
Pasaron largos años de reconstrucción y reflexión en la búsqueda de un camino
que permitiera derrotar a la dictadura. Con gran valentía y audacia, pequeños
grupos se fueron manifestando y movilizando en contra del tirano. Durante los
primeros años y con distintos grados de participación, las principales fuerzas
políticas ingenuamente creyeron en la posibilidad de un cambio desde dentro de
la dictadura, buscando inútilmente aprovechar supuestos espacios que
permitieran configurar un frente antifascista. Si bien es cierto esto
contribuyó a mantener viva la idea de la lucha, en su esencia no fue más que
una fantasía.
Convencidos de que ese camino no tenía ninguna posibilidad y ante un pueblo que
no estaba dispuesto a someterse, se comenzaron a gestar nuevas formas de
movilización, llegando a alcanzar altos niveles de participación en torno a las
protestas populares, sobre todo en el terreno poblacional y estudiantil, en
medio de un país ocupado por tropas controlando cada punto del territorio y con
organismos de seguridad con todos los recursos del Estado imponiendo el terror
a través de sus grupos operativos, informantes y colaboradores. En esa tarea,
el régimen contó con la complicidad sin límites de los grandes medios de
comunicación, periodistas—lobbystas del establishment y ciertos dirigentes
políticos.
Así, se fue generando un clima que permitía vislumbrar un nuevo camino de
enfrentamiento a la dictadura. Frente a la represión indiscriminada se hacía
necesario preservar el movimiento y garantizar su continuidad y se fue
imponiendo la idea de que era posible luchar y tener éxitos. A pesar de los
golpes recibidos, cada día eran miles los hombres y mujeres que se iban
incorporando a esa gran gesta, donde a los sectores cristianos, laicos y
religiosos les cupo un rol estelar.
Los partidos de izquierda, desde la clandestinidad, fueron creando las
condiciones que les permitieran asegurar su conducción en esta nueva realidad.
En medio de ello, el Partido Comunista Chileno diseñó e implementó una nueva
estrategia, la “Rebelión Popular”, cuyo objetivo principal era terminar con la
tiranía, incorporando a la movilización del pueblo nuevas formas de
resistencia, conjugando acciones en el terreno de la autodefensa y acciones
ofensivas o audaces que en su conjunto permitieran avanzar en un proceso de
desestabilización e ingobernabilidad.
Como una forma de enfrentar los desafíos que iban apareciendo, el Partido
generó instrumentos acordes a su nueva estrategia. Los primeros pasos fueron
crear el Frente Cero que surgió para realizar acciones audaces,
fundamentalmente en el terreno de la propaganda.
Pero la dinámica de la lucha hacía necesario incorporar nuevos elementos que
contribuyeran a fortalecer la política de la Rebelión. En ese contexto, el
Partido reorganizó sus esfuerzos y estructuras haciendo asumir un rol de mayor
conducción y dirección a la Comisión Militar, la cual avanzó rápidamente en la
organización del Trabajo Militar del Partido que concentró todos los aspectos
que viabilizaban la incorporación de todas las formas de lucha, incluida la
violencia aguda.
Con anterioridad a estos hechos, en distintos lugares se venían desarrollando
una serie de discusiones relativas a la necesidad de configurar una política
militar que, con la Rebelión Popular, encontraba una base real y concreta de
sustentación política, ideológica y técnica.
En esta decisión se concentraron distintos esfuerzos y experiencias. La base,
sin lugar a dudas, estaba formada por aquellos que enfrentaban a la dictadura
en el interior, quienes en su gran mayoría fueron enviados a cursos de preparación
combativa a la Cuba solidaria e internacionalista.
LA FORMACION DE LOS CUADROS
De manera coincidente desde el año ‘75 se había dado inicio a la formación
militar regular en las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas, FAR, cuya
orientación no apuntaba en rigor a las necesidades de la lucha antidictatorial
la que, en el peor o mejor de los casos y de acuerdo a la experiencia
histórica, transcurría en un plano irregular.
Por su nivel profesional y político, dicha formación no estaba inscrita en una
estrategia bien definida, sino sólo en la idea más general de que contar con
una serie de profesionales en el arte de la guerra tendría una gran incidencia
en la participación o construcción de unas nuevas fuerzas armadas para Chile.
De ahí el hecho de que se diera la formación profesional en las más diversas
especialidades: tropas generales (infantería); Artillería; Blindados;
Ingeniería; Comunicaciones; Logística; Artillería antiaérea; Marina de guerra y
servicios médicos. De más está decir que por las características de esta
preparación —la cual se realizó en las escuelas regulares y no bajo un plan
especial— tanto objetivos como contenidos se orientaban a las necesidades de la
defensa de Cuba.
Para todos los efectos, esta formación estaba regida por las normas y
reglamentos de las FAR, no existiendo la más mínima diferencia por nuestra
nacionalidad o filiación política partidaria. Esto constituyó un hecho inédito
de la Revolución Cubana ya que la contribución internacionalista en el plano
militar y en el terreno regular hasta ese momento se había hecho con Estados y
no con organizaciones.
Si bien la lucha de nuestro pueblo estaba presente a cada instante, de una u
otra forma, éramos conscientes de que el camino elegido era un impedimento real
para incorporarnos a ella en el corto plazo. Vivíamos pensando en el retorno y
junto a nuestra preparación e incipiente experiencia en este nuevo terreno
tratábamos de aportar a la discusión y contribuir al diseño de una verdadera
política militar.
Inicialmente esta preparación incorporó a un numeroso grupo de compañeros que,
fruto de acuerdos entre Cuba y el gobierno de la Unidad Popular, al momento del
golpe de Estado estudiaban Medicina en La Habana. El grueso de ellos fue
destinado a formarse como oficiales en Tropas Generales, integrando un grupo
especial en un curso de superación de oficiales. El diseño (plan de estudios)
de este curso respondía a las necesidades propias de la Revolución con el
objetivo de elevar el nivel de sus propios cuadros, que fruto de la
contingencia no habían tenido la posibilidad de superarse en el terreno
teórico, pero con una vasta experiencia práctica al frente de medianas y
grandes unidades, tanto en la defensa de la Revolución como en distintas
misiones internacionalistas.
Una vez graduados, fuimos designados a distintas unidades militares, de acuerdo
a nuestra especialidad. El rigor de la vida en los cuarteles no fue nada fácil.
La amenaza latente a la Revolución Cubana por parte del enemigo más poderoso
que la humanidad jamás haya conocido, obligaba a estar a cada minuto en alerta.
Nuestra mentalidad y disciplina comunista nos permitieron cumplir estoicamente
y con éxito ese nuevo desafío. Por duro y difícil que fuera, sabíamos que era
más fácil que para aquellos que desde la trinchera de la clandestinidad día a
día arriesgaban su vida en un combate desigual con los genocidas chilenos.
EXPERIENCIA INTERNACIONALISTA
En este transcurso, el pueblo nicaragüense —conducido por el Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN)— ponía en jaque a la dictadura somocista y
comenzaba la Ofensiva Final. Más de un centenar de oficiales fuimos convocados
para colaborar en esa tarea internacionalista por el estado mayor de las FAR
por expresas indicaciones de Fidel.
Se acercaba la hora de poner a prueba nuestros conocimientos. Nuestra mística
era grandiosa. Nuestro colectivo, conformado por militantes con distintas
experiencias y responsabilidades, cerró filas como uno solo. Fuimos designados
para asumir el mando de una brigada internacionalista conformada por grupos de
combatientes que en esos instantes se preparaban en la lucha irregular:
nicaragüenses, guatemaltecos, salvadoreños, chilenos y uruguayos. De igual
manera, se incorporó un contingente de civiles del Partido que desarrollaban
diferentes actividades profesionales en la Isla. De inmediato conformamos la
organización partidaria con el fin de asegurar política, ideológica y
militarmente la misión planteada. Sólo uno de nuestros compañeros enfrentó una
severa crisis emocional, la cual nunca logró superar, a pesar de toda la
atención medica recibida.
El propio Fidel y el mismo día en que nos concentramos llegó a plantearnos la
misión a Nicaragua como una necesidad para la lucha de ese pueblo hermano. Con
este objetivo, había enviado un mensajero para hablar con la dirección del
Partido Comunista chileno en Moscú. De hecho, Fidel nos planteó con absoluta
claridad que nuestra participación dependía de la decisión final del PC.
Nuestras inquietudes fueron en aumento, pero al rato volvió Fidel y nos leyó
una comunicación enviada por el compañero Luis Corvalán, secretario general del
PCCh, donde nos ordenaba ponernos a la orden de la Revolución Cubana y nos
deseaba éxitos en al cumplimiento de la misión. Sólo quedaba esperar el
anhelado viaje.
Para ese colectivo, para nuestro pueblo y para el Partido, Nicaragua marcó
nuestras vidas. En los hechos, aprendimos de la hermandad y la fraternidad
combativa, de dolores y alegrías. Allí, reafirmamos nuestra convicción y
voluntad de luchar por una patria libre y justa. De igual modo, retomábamos las
banderas del internacionalismo de la misma forma que en su momento lo hicieran
los libertadores de nuestra América. Ahí estábamos juntos los hijos de Bolívar,
Artigas, San Martín, Farabundo Martí, O’Higgins, Sandino, Manuel Rodríguez
rompiendo fronteras geográficas y políticas.
El triunfo sandinista, de una u otra forma, nos acercaba a la patria y creíamos
habernos ganado un espacio en la lucha antidictatorial. Realizamos una serie de
trabajos que nos acercaban a una política militar para nuestro país y
participamos activamente en la creación del Ejército Popular Sandinista. El
partido orientaba y nos incorporó a la discusión, donde el papel fundamental lo
jugó quien era el encargado de nuestro trabajo en La Habana, el compañero
Jacinto Nazal. Al frente de seminarios, comenzó a organizar una serie de
actividades que viabilizaban encuentros directos con compañeros del
interior.
De este modo, nuestra formación profesional y experiencia guerrillera comenzaron
a nutrirse de los relatos de la lucha en la clandestinidad, tan distinta a los
métodos y formas en las cuales nos formamos. Estábamos convencidos de que
podríamos ser un aporte siempre y cuando fuéramos capaces de aplicar de manera
creadora aquellos conocimientos sobre la ciencia y el arte militar, luchando
intensamente en contra de las naturales tendencias a la absolutización y el
mecanicismo de las formas de lucha, teniendo presentes la realidad política,
social y militar del nuevo escenario, que nada tenía que ver con lo conocido.
RAUL PELLEGRIN FRIEDMAN, “RODRIGO”
Después de largas discusiones y de intentos fallidos, la dirección del Partido
tomó la decisión de enviar a un grupo de nuestros compañeros al interior. Como
colectivo propusimos los nombres de 10 compañeros, encabezando la lista nuestro
propio equipo de dirección. Finalmente, se decidió la incorporación de cinco de
ellos.
Desde Nicaragua salieron rumbo a Cuba, donde los esperaba un proceso de
preparación que les permitía dominar algunas técnicas del trabajo conspirativo,
ingresando a nuestro país por vía aérea pero por distintas rutas en los
primeros meses del año 83. Su asimilación fue rápida y las necesidades de la
lucha popular en el contexto de las protestas fueron cada vez mayores. Al
frente de este colectivo estaba Raúl Pellegrin Friedman, quien había ingresado
a las Juventudes Comunistas, siendo aún un estudiante secundario en la época
del gobierno popular. Sus padres, también militantes del Partido Comunista, se
habían visto obligados a partir al exilio en Alemania Federal, desde donde Raúl
viajó a prepararse a Cuba en la especialidad de Tropas Generales como oficial
político.
Formó parte del primer grupo que se integró a la guerra de liberación del
Frente Sandinista, asumiendo responsabilidades en una columna guerrillera que
operaba en el Frente Sur.
Hablar del comandante José Miguel, nuestro querido Rodrigo, es hablar de
luchadores, de hombres y mujeres, de combatientes superando los mitos y las
historias comunes que muchas veces no dejan ver la grandeza de una obra
revolucionaria. Conocí a Rodrigo al alero de la solidaridad incondicional del
hermano pueblo cubano. Pero fue en tierras de Sandino donde realmente comenzó a
forjarse nuestra relación, pues hasta entonces me era más conocida la figura de
su padre, Raúl Pellegrin Arias, quien desde otra óptica, contribuyó a la
preparación política de nuestro contingente internacionalista.
En Nicaragua, Rodrigo se destacó por su responsabilidad, consecuencia y aportes
políticos, llegando— a pesar de su corta edad— a formar parte del equipo de
dirección política partidaria. Pero fue principalmente en Chile, en la lucha
contra la dictadura, donde comenzó a proyectarse y destacar su figura, la cual
estuvo íntimamente relacionada a la construcción y surgimiento del Frente
Patriótico Manuel Rodríguez, tanto en sus aspectos políticos como operativos.
Juntos recorrimos tramo a tramo el camino de la lucha y de los sueños,
estableciendo lazos indisolubles de amistad y hermandad, los cuales jamás volví
a encontrar. Sin duda, su nombre constituye un ejemplo de consecuencia y
dignidad, como el de otros grandes luchadores y luchadoras como Salvador
Allende, Miguel Enríquez, Cecilia Magni y Víctor Díaz López.
EL FRENTE PATRIOTICO MANUEL RODRIGUEZ
Hablar de José Miguel es hablar del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y de la
política de la Rebelión Popular. Sin lugar a dudas, su incorporación a la lucha
antidictatorial, junto a un pequeño grupo de combatientes, contribuyó de manera
determinante en la organización e implementación de una política militar, como
complemento indispensable de la estrategia partidaria que se abría camino con
una serie de acciones audaces y en medio de las nacientes protestas populares.
La incorporación de este pequeño contingente al interior del país contribuyó a
los esfuerzos que se realizaban por crear las bases que permitieran implementar
la estrategia de la Rebelión Popular, en todos sus planos, y en particular, en
el militar. Por tanto, el Frente nació como una parte del Trabajo Militar del
Partido y junto al Trabajo Militar de Masas constituían la base de ese
quehacer.
En este sentido, el Trabajo Militar formó parte inseparable de la estrategia
política de la Rebelión Popular, cuyo objetivo principal era terminar con la
tiranía, elevando los niveles de resistencia, a través de la incorporación de
las más diversas formas de lucha en medio de una creciente movilización del
pueblo.
Para ello resultaba necesario crear los mecanismos que posibilitaran dicha
implementación y un 14 de diciembre del año 1983 surgió el Frente Patriótico
Manuel Rodríguez, como parte de las decisiones políticas de la dirección del
partido. Para el PC, el Frente no era otra cosa que un aparato militar, una
suerte de brazo armado que, desde un ámbito esencialmente operativo, estaba
llamado a implementar acciones de alto impacto y desestabilizadoras,
esencialmente en el terreno de la propaganda, y donde la acción armada quedaba
limitada a un instrumento de la acción política. En ese sentido, era inviable
hablar de que el Frente asumía la lucha armada como una estrategia de lucha.
Sobre todo si partimos del hecho de que ésta no puede separarse de una
estrategia de toma del poder y obviamente, la Rebelión Popular estaba muy lejos
de ello.
Por tanto, resulta inexacto hablar del Frente como una organización
político-militar, con una orgánica y un pensamiento propio, ya que nunca
—incluso en su corto periodo de vida independiente— logró superar su carácter
operativo. El Frente no discutía política, proponía, implementaba y ejecutaba
acciones en el plano operativo, pero la decisión recaía en la dirección del
Partido.
Lo cierto es que la idea de contar con una fuerza militar propia tendría que
transitar un difícil y complejo camino. Para expresarlo en términos políticos,
me refiero a los grandes prejuicios partidarios ante un tema que generaba más
temor y rechazo que aprobación, más allá de la decisiones políticas que
obligaban a dar este paso. Y en términos operativos resultaba un gran desafío
enfrentar al terrorismo de Estado, que durante años había logrado montar un
aparato criminal sin escatimar recursos para someter al pueblo y sus
organizaciones.
En medio de tal adversidad, Rodrigo asumió la responsabilidad de darle cuerpo y
alma a esta naciente organización con la cual surgía un nuevo actor en la lucha
antidictatorial. Al frente de la organización y como miembro de la comisión
militar del partido, Rodrigo fue parte activa de todas las discusiones
relativas al enriquecimiento e implementación de las nuevas formas de lucha,
así como de la dirección, consolidación política y técnica del propio Frente.
En esos años, no existió acción en la que él no estuviera en la primera línea.
Su pensamiento y acción generaron un nuevo fenómeno, una nueva alternativa de
lucha: el rodriguismo, que sobrepasó con creces a la propia orgánica y que aún
mantiene vigencia.
El rodriguismo se transformó en una opción de lucha clara y concreta, asumiendo
y proyectando la Rebelión Popular en la perspectiva de la Sublevación Nacional,
íntimamente vinculada a la movilización popular y contribuyendo en forma
decisiva a la desestabilización e ingobernabilidad del tirano.
EL ACCIONAR DEL FPMR
La política de la Rebelión Popular no fue una estrategia destinada a la toma
del poder, sino a derrocar la tiranía y buscar una salida lo más avanzada
posible que permitiera abrir cauces revolucionarios. Sin lugar a dudas, y a
pesar de no lograr en los hechos la salida más avanzada, contribuyó de forma
determinante al término de la dictadura. En esa misma dirección, el Trabajo
Militar del Partido —con más aciertos que errores— ayudó a tal éxito.
Si es bien cierto que dicha estrategia contemplaba acciones armadas, concebidas
como un instrumento de la acción política, y no reducida sólo a aspectos de
orden técnico o especial, estaba muy lejos de ser sinónimo de asumir la lucha
armada como el camino para derrotar la dictadura y constituir un nuevo orden
social. Es decir, de llamar a la revolución. Ello, por cierto, no niega el
profundo carácter popular y revolucionario de dicha política.
El Trabajo Militar del Partido, y por ende las acciones del Frente se
orientaban, desarrollaban e implementaban bajo ese pensamiento: es decir, hacia
la ingobernabilidad del régimen y la sublevación del pueblo. Para ello el
camino era el de la protesta popular, el sabotaje, la autodefensa de masas y
golpes que demostraran que era posible enfrentar al terrorismo de Estado.
De ahí se desprende el marco operativo de las acciones en el terreno militar:
no se intentaba derrotar a las FFAA sino contribuir desde ese terreno a su
desmoronamiento político y moral. Prueba de ello fue que, salvo contadas
excepciones, el contenido de las acciones en el terreno armado se llevaron a
cabo contra objetivos con un bajo nivel de protección, ya que no se buscaba el
enfrentamiento destinado a aniquilar las fuerzas principales de sustentación de
la tiranía, sino golpes sorpresivos y contundentes, entendiendo claramente que
su éxito operativo no necesariamente significaría un éxito político.
La estructura, organización y acciones se orientaron en esa dirección, aunque
hubo excepciones, como fueron la internación masiva de armas, conocido como el
Caso Arsenales, o el atentado al dictador.
En todas las acciones siempre existió una estrecha relación y coordinación con
el conjunto del Trabajo Militar del PC, en cuyos integrantes descansaba la
principal responsabilidad, sobre todo, en el contexto de la lucha territorial
porque las unidades combativas se organizaron desde la base del Partido.
Para cumplir sus misiones, el Frente se organizó en una fuerza central, con
grupos operativos, y una estructura de milicias rodriguistas en los principales
territorios llegando a contar con una significativa fuerza en las ciudades
grandes, en especial en la Región Metropolitana, Valparaíso, Concepción y el
territorio mapuche. Uno de los problemas a enfrentar era la imposibilidad de
que dichos grupos lograran una consolidación y estabilidad en el tiempo, porque
por el nivel de las acciones quedaban expuestos a la incesante labor de los
organismos de seguridad que veían en el Frente a su principal enemigo.
El accionar del trabajo militar y por ende del Frente logró alcanzar en los
años de dictadura un alto nivel de masividad. Se llevaron a cabo centenares de
acciones, la mayoría de ellas vinculadas al desarrollo del movimiento popular,
como demostraciones de resistencia que reflejaban la indignación e
interpretaban fielmente el sentir de amplios sectores de la población, que
veían con simpatía y esperanza como —en medio de un país controlado
militarmente— se sucedían una tras otra acciones y movilizaciones que
vislumbraban la decisión y voluntad de poner fin a la dictadura. En este
sentido, toda acción llevaba implícito el sello de la propaganda, como los grandes
apagones mediante el derribamiento de torres de alta tensión; las
interferencias del audio de la televisión con proclamas y llamados a la lucha;
la ocupación de emisoras de radio y todo un quehacer en el terreno de la
autodefensa de masas en los territorios mediante cortes de vías a través de
barricadas y con un incipiente desarrollo del armamento popular para la
defensa.
Dentro del accionar destacaron dos hechos que por su carácter, envergadura y
forma: el intento de tiranicidio y la internación de armas. Reflejaron la
capacidad y el nivel de desarrollo alcanzado. Si bien es cierto no lograron a
plenitud su éxito, desde el punto de vista operativo marcaron un hito político
en la historia de la lucha de nuestro pueblo. Además, resulta impredecible afirmar
qué tanto hubiera cambiado la situación con estas acciones operativamente
exitosas. Pero, sí demostraron la vulnerabilidad del régimen y en particular de
los organismos de seguridad que se vanagloriaban de que en Chile no se movía
una hoja sin que ellos lo supieran. Se les movió un bosque y no se
enteraron.
En el caso de los arsenales fueron centenares de compañeros los que
participaron, en una caleta perdida del desierto, donde cualquier extraño era
fácil de detectar. Así y todo, se internaron unas cuantas toneladas de armas en
el territorio. En la operación Siglo XX, nombre dado al intento de ajusticiar
al tirano, participó una gran cantidad compañeros entre combatientes y
aseguramientos, lográndose mantener el más absoluto secreto de la misma. Durante
el enfrentamiento fueron totalmente neutralizadas las fuerzas de la custodia y
por nuestra parte no existió ni una sola baja. Asimismo, la retirada se llevó
sin contratiempo alguno. La misión no cumplió su objetivo fundamentalmente por
una débil contención, que permitió —junto a la audacia del chofer del tirano—
abrir paso y emprender la huida.
En el aseguramiento de las acciones, un importante papel lo jugó la preparación
combativa y los aseguramientos. De manera masiva se prepararon escuelas en distintas
partes del país y sus contenidos dependían de las características del grupo,
teniendo como base métodos conspirativos, es decir todo aquello relativo a la
seguridad tanto personal, como de la organización y las operaciones, así como
el uso de armas cortas y armamento casero y explosivos. Dicha preparación se
llevaba adelante en casas de seguridad que a veces se alquilaban para ese
propósito y otras se utilizaban las que aportaba solidariamente una importante
red de colaboradores. Las comunicaciones tuvieron como base los contactos
personales que llegaban a ser frecuentes y cotidianos. Ante la eventualidad de
heridos llegamos a contar con un par de clínicas clandestinas con personal
especializado.
Un problema fundamental fue la documentación, que fruto de la labor de los
órganos de seguridad tenía que ser cambiada frecuentemente. Así, creamos un
centro documentación, destinado esencialmente a generar nuevas identidades, que
pudieran resistir cualquier registro en ese sentido. De gran ayuda fue la colaboración
de los compañeros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, quienes nos
entregaron gran cantidad de cédulas de identidad en blanco. Junto a ello
también nos hicieron llegar un scanner de comunicaciones, que nos permitía
rastrear y escuchar las principales comunicaciones de los órganos de seguridad,
sobre todo en cuanto a seguimientos y lugares de control. Nos ayudó
significativamente a tomar medidas oportunas y elevar nuestros niveles de
seguridad. Además las escuchas nos permitieron conocer la forma en la cual
operaban y en el caso particular de la Central Nacional de Informaciones, CNI,
cuyas formas de comunicación eran en lenguaje abierto, ver por un lado el temor
que tenían ante cada operativo y por otro, la vulgaridad de sus intercambios que
denotaba el origen lumpenezco de sus cuadros operativos.
RELACIONES INTERNACIONALES
La base de nuestras relaciones internacionales la constituyó la organización
partidaria, con el apoyo de militantes en el exilio y la ayuda de los partidos
hermanos.
Con otras fuerzas del movimiento revolucionario, especialmente de América
latina, pero también de otros continentes, las relaciones se dieron
exclusivamente en un ámbito operativo, de intercambio de experiencias tanto en
el terreno operativo como técnico. No existieron ni acuerdos ni compromisos de
orden político que apuntaran a configurar alguna orgánica de orden
internacional.
Mucho se ha hablado del rol y el papel de la Revolución Cubana: no es un
secreto para nadie el amplio apoyo internacionalista que Cuba ha brindado y
brinda a las causas de liberación nacional, las cuales por cierto están lejos
de reducirse a problemas técnico-militares. Es conocida la ayuda y cooperación
cubana en el ámbito de la salud y la educación. De ahí a inducir una suerte de
injerencia en las políticas y asuntos internos hay un mundo de distancia. Está
claro que quienes pregonan dichas posturas lo hacen trasladando lo que es su
propia experiencia que los ha transformado en verdaderos títeres al servicio
del Imperio y el gran capital. Sin ir más lejos, la desestabilización del
gobierno popular y la imposición a sangre y fuego de la dictadura, fue diseñada
y financiada desde el Departamento de Estado e implementada por sus socios
locales.
ALGUNAS CONCLUSIONES
La rebelión del pueblo ante la dictadura se profundizaba día a día y el nivel
de la confrontación se agudizaba. Como decíamos, tras cada acción se desataba
la más feroz de las persecuciones. Masivos allanamientos a poblaciones
populares y falsos enfrentamientos dejaban como saldo detenciones, torturas y
muerte. Sin embargo, cada vez eran más los que se sumaban a la lucha. Poco a
poco, el rodriguismo se fue transformando en un actor indiscutido de la
política antidictatorial. Sus acciones estaban íntimamente vinculadas a la
movilización del pueblo, despertando amplias simpatías y contribuyendo a
renovar las esperanzas en que la lucha frontal era posible para lograr el
ansiado retorno a la democracia. El Imperio y algunas fuerzas políticas al
interior de Chile veían como cierta la posibilidad de una salida radical, por
lo que comenzó una nueva fase política destinada a mediatizar y con ello
neutralizar el amplio movimiento popular. Reaccionaron rápido dando inicio a
las negociaciones destinadas a buscar una salida pactada, que abriera paso a la
democracia, dejando intacta la institucionalidad pinochetista que hasta hoy
gobierna en Chile.
La política de la Rebelión Popular comenzó a desdibujarse y mediante medidas
administrativas, el Partido dio los pasos para desarticular su trabajo militar.
Los esfuerzos del Partido por mantener un control del Trabajo Militar se
limitaban a una suerte de intervención por parte de “cuadros confiables”. De
hecho, la inversión política de la dirección del PC hacia el trabajo militar
fue prácticamente nula. Ningún dirigente se incorporó a la formación de
oficiales y la totalidad de los compañeros eran militantes de base y a lo más
dirigentes de un nivel local. Una situación similar ocurrió en el Frente
Patriótico. Ni mencionar el papel jugado en acciones de orden estratégico como
el atentado y los arsenales. Pero es justo reconocer sí que al frente de la
Comisión Militar se designó a un compañero, que sin titubear hizo posible los
grandes avances logrados.
En ese contexto, el Frente y parte del trabajo militar fueron arrastrados a
asumir una vida autónoma e independiente, intentando continuar bajo las mismas
banderas que le dieron origen proyectándola dentro de una estrategia de
poder.
El rodriguismo se fue transformando en una gran corriente revolucionaria y en
corto tiempo fue más allá del Frente, logrando avances importantes en un
incipiente trabajo de masas, a través del Movimiento Dignidad y Justicia, MDJ;
las Milicias Rodriguistas y la Juventud Patriótica.
Siempre tuvimos presente la idea de la transformación del Frente de un aparato
en una organización política integral y existieron propuestas destinadas a
crear las bases políticas e ideológicas de dicha transformación.
Desgraciadamente, estos esfuerzos chocaron con una lectura errónea del nuevo
escenario que se comenzaba a configurar a partir de una salida negociada. En
ello contribuyó el peso de una mentalidad estrecha en nuestras propias filas
que sobredimensionó los aspectos subjetivos como la voluntad, la decisión, la
incondicionalidad, todos elementos que por cierto jugaron un rol fundamental en
la lucha en contra de la dictadura, pero que no eran válidos ni suficientes por
sí solos en esta nueva realidad. Son muchos los rodriguistas y las rodriguistas
que contribuyeron con su esfuerzo a abrir las grandes alamedas, y que lo
dejaron todo por un mundo mejor.
Si bien es cierto resultaron altamente valorables las decisiones políticas que
la dirección del Partido tomó, incluso antes de plantearse la Rebelión Popular,
como fue la formación de cuadros regulares en Cuba o todo lo concerniente a
implementar las más diversas formas de lucha, los prejuicios y fantasmas sobre
el quehacer militar constituyeron una gran limitante. Es probable que su
análisis haya estado influido por lo que históricamente había sucedido con
distintos partidos comunistas que, al tomar decisiones similares, se habían
visto enfrentados a fracturas y divisiones. Esto derivó en que la política
militar se concibiera como un mero condimento de la política y no parte inseparable
de ella.
En todos estos años han aparecido una serie de “analistas” y reportajes
periodísticos que han especulado respecto de nuestra historia. En su gran
mayoría, pretenden desvirtuar el aporte realizado en todo el proceso de lucha
antidictatorial. Las fuentes siempre son las mismas: los organismos de
inteligencia; informantes anónimos o supuestos ex militantes.
Su objetivo es demostrar vanamente la tesis de una guerra interna en el país y
con ello —de una u otra forma— justificar el terrorismo de Estado y el papel
jugado por las Fuerzas Armadas con el apoyo incondicional de dirigentes
políticos; empresarios; el Poder Judicial; la corporación mediática y por
cierto, con el aval y financiamiento del Departamento de Estado. Aspiran a dar
por sentado que la violencia generada fue obra del movimiento popular, pero
nuestro camino no fue otra cosa que la respuesta más digna ante un régimen
criminal.
En función de reforzar ciertos argumentos han tenido la necesidad de demostrar
la existencia de dos bandos en el “supuesto conflicto armado” en nuestra patria
y para ello es preciso demonizar a quienes consideran su principal enemigo.
Incluso en algunos casos llegan a plantear que ciertas acciones fueron
inducidas por terceros. El caso más evidente fue el secuestro en Santiago y
posterior liberación en Brasil del coronel Carlos Carreño, quien en esos
momentos estaba al frente de Famae, principal industria de material de guerra
del Ejército.
Sostienen que esa acción estaba vinculada a la información que el coronel tenía
respecto de los sucios negocios de ventas de armas de la dictadura a Irán, los
cuales pasaban por un mal momento debido a graves fallas del material enviado.
Especulación nada más alejada de la realidad, puesto que descubrimos la
importancia del coronel mientras se desarrollaba la acción. Lo más probable es
que los organismos de inteligencia lo único que deseaban era callar
definitivamente al coronel. De hecho, en ese contexto secuestraron a cinco
compañeros del Frente no para negociar un canje, sino que simplemente los
asesinaron y desaparecieron para hacernos montar en ira. De la misma forma,
realizaban rastrillajes indiscriminados, casa por casa en diversos puntos de la
capital y no parece que su intención hubiese sido rescatar con vida del coronel,
sino al contrario. Incluso, luego de su liberación sano y salvo por parte del
FPMR, el Ejército y el mismísimo Pinochet lo consideraron un traidor y pusieron
fin a su carrera militar.
La estrategia de la Rebelión Popular constituyó el camino más justo para
enfrentar y derrotar a la dictadura. De ahí los intentos de una clase política
que, aferrada a mantener privilegios y protagonismo, intenta en vano olvidar
estos años y falsear la historia. Desde la institucionalidad que tejieron a su
medida, incluso los propios cómplices de Pinochet pretenden erguirse como
verdaderos demócratas. Pero es imposible borrar la historia y definitivamente
ellos tienen las manos manchadas de sangre, por lo cual sólo una nueva
institucionalidad podrá poner fin a tanta impunidad.
La ejemplar resistencia del movimiento juvenil, al modelo diseñado a fines de
los años 70 y consagrado en los 90 bajo los gobiernos de la Concertación,
permite vislumbrar un camino de construcción de una nueva alternativa política
que represente las aspiraciones por un orden constitucional generado bajo la
más amplia democracia y con un real protagonismo popular.