La Casa de ADIUNT, una bella pero humilde
“casita de Tucumán” (porque “casas de Tucumán son todas”, nos cargan
gentilmente los locales cuando los porteños preguntamos por “la Casa Histórica
de Tucumán”, omitiendo el adjetivo del medio) me recibió como a un amigo de
siempre, ofreciéndose generosa para presentar mi libro SECRETOS EN ROJO. Un militante entre dos siglos.
Un par de
horas después de haber entrado, estaría gozosamente empapado del cariño, e
identificado con el compromiso y los ideales de los luchadores populares que
desbordaron el Salón de Actos. Y todas estas sensaciones pese a que pocos de
esos luchadores habían recorrido la misma senda política que yo elegí a los
trece años, en 1965, y de la que me aparté –disgustado y desgarrado– en 1990:
pocos eran de la “Fede” o el Partido Comunista.
Otra confirmación de que son los ideales, el compromiso, la lucha, las
pérdidas –todo lo que en aquellos años nos acercaba aunque todos estuviéramos
más concentrados en lo que nos alejaba– aquello que perdura y puede ser la
semilla de algo nuevo y mejor.
Casi cuatro
décadas me separaban de mi última visita a la provincia que vio nacer a mi
padre, a esas calles que conocía de memoria cuando las recorría incansablemente
durante períodos de mi niñez y juventud: el Gymasium;
el Cerro; la Plaza Independencia y –en uno de sus laterales– el señorial cine Plaza, donde descubrí, no sin cierta
resistencia, “El discreto encanto de la Burguesía”, de Luis Buñuel. El edificio,
hoy intacto, pero perdido, en remodelación, hacia otro destino…
Saliendo del
hotel en Rivadavia 71 (que en algún homenaje religioso quedó desplazada por
“Nuestra Señora de la Merced”) y La Rioja 437, comencé el camino hacia ADIUNT en
medio de las calles conmocionadas por denuncias de crímenes de narcotráfico que
aparecían en carteles de antiguo diseño sobre las paredes. Mientras, los
titulares de los diarios gritaban el impacto de los escalofriantes testimonios de
la “Megacausa Arsenales”, por la que se juzgó y condenó a los criminales de
aquel siniestro Centro Clandestino de detención de la última dictadura
cívico-militar.
Al llegar
ADIUNT: algunos tímidos saludos, la mesa, una botella de agua en un día de
calor abrumador, la bienvenida a cargo Oscar Pavetti, secretario general de
la Asociación de Investigadores y Docentes de la Universidad Nacional de Tucumán
(ADIUNT- CONADU Histórica) y el mensaje, desde Chile, de Darío Crouchet
González, compañero, amigo y, actualmente, Coordinador del Comité Electoral de Independientes en la campaña de la
diputada del PC de Chile, Camila Vallejo.
La leyó –y
coordinó toda la presentación– mi sobrina Gaby Nadra: Presidente del Centro de
Estudiantes de Ciencias Naturales, e integrante de la rama combativa de mi
familia paterna, asentada en Tucumán desde la llegada de mis abuelos de Siria,
para abrir senderos con una colectividad que –junto a otras— dio a la provincia
y su nueva patria lo mejor de sí.
Ese 29 de
noviembre en que presentaba mi libro no era un día cualquiera. En otro 29/11,
pero de 1976, fueron secuestrados Héctor Alberto Pérez y Juan
Díaz. El primero era obrero en la fábrica de calefactores SAIAR, en la
provincia de Buenos Aires. El segundo, un joven sindicalista del Gremio
Gastronómico en el club de la YMCA en la entonces Capital Federal. Ambos eran
militantes del PC. Fueron los primeros a los que les rendí homenaje.
También ese 29
de noviembre, faltaban apenas cuatro días para que se cumplieran 25 años de la
muerte de Fredy Rojas, el valiente joven comunista que había
encabezado una marcha de repudio a la visita de Domingo Bussi a
Tafí Viejo, en su primer intento de postularse a
gobernador. Fredy fue acribillado por los esbirros del dictador. Fue la
primera de varias, víctimas comunistas en esta democracia reconquistada. Se
unió a una incontable lista de compañeros asesinados en períodos de intensas
luchas por un país mejor: desde la Semana Trágica a la Patagonia Rebelde; desde
la “década infame” al Cordobazo; durante la época de las Tres A; y tanto en
gobiernos civiles como en las dictaduras.
Fue otra de
las muchas y fuertes emociones que me sacudieron durante ese viaje que, luego
de recordar a Fredy, me informaran que el 3 de diciembre que venía, el Consejo
Deliberante de Tafí Viejo recordaría a Fredy con un homenaje: declarando "Día
de la Militancia Juvenil" el 27 de agosto, fecha en que fue baleado.
Mientras la
presentación continuaba su curso se mezclaban en el auditorio jóvenes que
habían participado hasta hace pocas semanas de la toma de 55 días de varias
facultades de Tucumán, ocultos parcialmente por el silencio de algunos medios y
la miopía de otros, se mezclaban en el auditorio con veteranos luchadores
tucumanos, con artistas, escritores y poetas amigos de mi padre.
También, con no pocos de mis primos y sobrinos.
Uno de ellos, estaba
sin estar: mí primo Eduardo Serrano Nadra, miembro del
PRT, brillante profesor, cuentista y poeta, de una familia de escritores y
poetas. Perseguido en Tucumán y secuestrado en Capital Federal el 26 de octubre
de 1976, por luchar por el socialismo en nuestra Patria.
Eduardo… por
un momento me pareció ver a “la Mecha” Nadra, una de las primeras Madres de
pañuelo blanco, con Manolo, tus padres, mis tíos... A tu compañera, Cristina Araoz,
tan cerca pero tan lejos, del otro lado del océano, y a tu hija, Carla,
sobrevivientes las dos. ¿No sonreían, acaso, en esas sillas al fondo del salón?
¿Podía separar
mi relato acerca de las Juventudes Políticas Argentinas (JPA) en los ’70 del
recuerdo a mis queridos y asesinados amigos de la JP de Tucumán?
Una canción de
“Los Chalcha” –precisamente una con “Dino” Saluzzi acompañando en el bandoneón–
me abrazó con Carlitos “Nalla” Salim, y la estrella roja de las
FAR me llevó con el imborrable “turco” Ismael Salame, jefe de la
regional Norte de la JP Regionales, y luego designado responsable nacional del
trabajo con las juventudes políticas, donde hilvanamos una amistad que no han
podido matar; que guardo intacta conmigo para ese momento en que, algún
día, en algún lugar, la retomemos juntos.
El auditorio
se me confundía con imágenes, con camaradas y compañeros caídos, en combate o
por la represión, cuando explicaba –con cierta sencillez– que el PC fue una
organización político-militar; su estrategia y preparación, incluyendo campos
de batalla reales; algunas de sus verdaderas
hazañas; la organización de la primera guerrilla en el Territorio Nacional de
El Chaco, cuando terminaba la década del ’30; o cómo fuimos tras las garras del
Cóndor, con el apoyo de las agencias de los entonces países socialistas, armando
la contrainteligencia para la operación de exterminio de las dictaduras del Cono
Sur.
Y luego: Che y
África, Che y Bolivia, el papel de los comunistas bolivianos y argentinos sobre lo que tanto se mintió, sin saber tal
vez, por lo menos hasta ahora. También la lucha popular contra la dictadura,
las Brigadas Internacionales a la España Republicana, “La Pampillón” al Chile de Allende; la “del
café” a Nicaragua.
Ayer, hoy,
mañana: ¿cómo será nuestra militancia en este siglo XXI, donde ya no hay
certezas, donde el mundo puede superar en algún punto este capitalismo injusto,
pero también sumirse en la más oscura de las pesadillas?
Hacía mucho
que no me pasaba que las imágenes se superpusieran tanto con mis palabras durante
una charla. O respondiendo cara a cara preguntas de la gente que –luego del
momento formal de “preguntas y respuestas”– se acercaba para dialogar, en un
intercambio que en el que el lenguaje de las palabras se mezclaba con el de los
abrazos, el cariño espontáneo… Y momentos que no podría haberme imaginado:
De repente, me
fundía en un abrazo con el hijo de mi camarada Medina, fundador de H.I.J.O.S de
Monteros...
Aparecieron Ricardo
y Susana Salame, los hermanos del “turco”. Y los ojos se me llenaron de
lágrimas con el recuerdo, la sensación de que la lucha aún nos unía como ayer;
que entrelazaba nuestras sangres y nuestros destinos. En ese momento vi otra vez su sonrisa amplia, o por momentos esa mirada
firme que cerraba senderos de diálogo; que sabía no podías transitar.
Oí el eco de tus carcajadas, Turco. Te
imaginé con una madurez a la que no te dejaron llegar, pero reflexivo, a veces
chicanero y preguntón… como eras; como siempre. Reviví instantes en que
teníamos varios años menos de todos los que pasaron desde que te abatieron en
lo que tus compañeros llamaron "El combate de la calle Corro", en
Villa Luro.
Fue breve el
encuentro con Ricardo y Susana en medio de aquella vorágine de personas,
recuerdos y sentimientos. Pero nos contamos historias que nunca repetiré, protagonizamos
una ceremonia tan íntima como pública por los treinta mil que nos
arrancaron Y, también, si me permiten por esa herida que nos desgarraron en el
pecho, y que sangrará hasta el último día.
El 29 de
noviembre presenté mi libro. Pero también me sumí en el remolino agridulce de
los recuerdos y las sensaciones; de las ausencias presentes; del cariño de los
compañeros –los de antes, los de ahora, los que se suman. Un inesperado bálsamo
para mis tantas heridas...
Los días
pasan. Avanzado diciembre es Ricardo el primero que me escribe en esa
maravillosa maldición del FCB. Luego Susana, herederos absolutos del inagotable
cariño por mi “paisano”:
Ricardo Salame Querido
Alberto muy interesante el libro y rico en datos. Felicitaciones. Fue un gusto
conocerte, lamento no haber podido conversar más contigo. Pero seguro habrá
otra oportunidad. Un abrazo.
PD: muchas
gracias por la dedicatoria
Alberto Nadra Para
mí no solo fue un gusto, sino revivir aquellos años, y recordar al combatiente
que jamás dejó de ser un ser humano excepcional. Claro que nos quedó corto
Ricardo, pero es un compromiso: si voy para Tucumán, si venís para Buenos
Aires, nos anticipamos la fecha y arreglamos. Un abrazo para toda la familia
Salame.
Susana Salame Alberto,
un placer haberte conocido, corto el encuentro pero muy rico en afectos. Gracias
por tus palabras. Mil gracias.
Ricardo Salame Un
gran abrazo y queda el compromiso firme.
Sin duda.
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