Peronista ella,
comunista yo, nos vimos por última vez a principios de 1974, en una marcha de
las Juventudes Políticas contra aquellas reformas represivas al Código Penal.
Entonces, apenas
cruzamos una mirada, un gesto de reconocimiento en medio de las corridas y los
gases lacrimógenos descargados en la represión policial.
Hoy, una foto carnet, típica de los primeros DNI, publicada por el compañero
Alejandro Ángel Salvagno Olmedo me devuelve, distorsionada, su imagen con la
escueta información:
“María Ángela Elena Gassmann de Crea. 31 años.
Secuestrada-desaparecida el 30 de mayo de 1978 conjuntamente con Marta Alicia Caneda
en la localidad de florida, zona norte del GBA. Integrante de la columna oeste
de Montoneros en la provincia de Buenos Aires”.
Una y otra vez busco
relatos, fotos, cualquier testimonio que supere la frialdad de esos datos, algo
que rescate algo de su vitalidad y compromiso.
No los encuentro, aunque logro un inesperado encuentro virtual con su hermano Augusto, quien me revela su alias, "Mara", Jefa de Subunidad del Ejército Montonero, apresada violentamente en la casa de Marta Caneda, entonces compañera de Augusto, y me estremece al relatar que el secuestro incluyó a la hija de Mimí, de apenas cuatro años, que apareció a los dos meses en San Martin, y hoy es médica como lo fue su madre.
Luego, para el y para mí, apenas la
abrumadora certeza de su asesinato en el Centro Clandestino de Detención que funcionó
en la Unidad Penitenciaria N.º 9 de La Plata.
Se juntan piezas del tenebroso rompecabezas, pero me encuentro muy lejos de la imagen que guardo de ella en mi memoria, de aquellos años de amores y
pasiones urgentes: una bella médica de 24 años, en un febrero de 1971 en el
Chile de Salvador Allende.
En mi caso, apenas
en primer año de Sociología, había partido de Buenos Aires al frente del
segundo contingente de la Brigada Santiago Pampillón, convocada por la Federación
Universitaria Argentina (FUA) para realizar trabajos voluntarios, solidarios
con el proceso iniciado en noviembre de 1970.
Cientos de jóvenes
de todas las geografías del país, conformábamos un inédito arcoíris de matices políticos e
ideológicos: formidables seres humanos con claras convicciones y, en ese
momento, la decisión de aportar al “camino chileno al socialismo”.
Corría el mes de febrero, y apenas unas
semanas antes, la llegada del primer contingente de la brigada había logrado un
fuerte impacto de ese lado de la cordillera, en una experiencia de inmensa
riqueza, furiosamente atacada por la derecha entonces, pero todavía ignorada totalmente
en la historia escrita de aquellos años.
Mimí -siempre
para mí fue Mimí- no viajó con nosotros, sino que se incorporó al grupo de
la mano de “Luba”, el inolvidable encargado de cuidar la seguridad de la
Brigada por parte de los camaradas chilenos.
Pasamos unos pocos días en Santiago y el contingente
que yo coordinaba se repartió en cinco “minibrigadas” que partieron a distintos
puntos del país hermano. Con Mimí y dos socialistas nos incorporamos a
una a cargo de “Lucho”, con quien viajamos a Gualleco, un pequeño pueblito en
la Región de Maule. Nos acompañaban jóvenes chilenos de varias de las fuerzas
de la Unidad Popular y también dos bolivianos vinculados al Ejército de
Liberación Nacional (ELN).
Única mujer en este grupo, la voluntad de “la
doctora” dejó en el camino a varios en los trabajos de alfabetización o construcción
y salió (literalmente) mucho mejor parada que yo del viaje que juntos realizamos a una
localidad campesina perdida en los cerros, situada a un día de viaje a caballo.
En medio de una “trilla
a yegua suelta” nos esperaban la desconfianza de los pobladores, entre los
cuales el Partido Nacional –y la derecha de la DC– había sembrado el terror pues,
decían, veníamos a “socializar tierra y propiedades”, incluidos (¡nada menos!)
los animales.
Allí “Mimí” se arremangó para separar
la paja del grano de cereal. Juntos afrontamos un aluvión de todo tipo de
guisos, carbonaras, pantrucas y caldillos, con sopaipillas a modo de pan, y en
la fiesta de cierre, que también fue de despedida, fue ella el que salvó el
honor argentino al animarse a la cueca, pañuelo en mano.
Fue la gracia y la sonrisa de esa
bonaerense de 9 de Julio, la que despejó el camino, enterró sospechas, abrió oídos
-y corazones- a nuestro trabajo.
Semanas después volvimos a Santiago, una
corta visita a Valparaíso, esa multicolor “ciudad colgada de los cerros” y surcada
por escaleras para, en mi caso, emprender el regreso a Buenos Aires.
El relato de la experiencia de quienes
fuimos brigadistas hace casi 50 años, sigue siendo una asignatura pendiente en
la reconstrucción de la memoria histórica de una generación y de la Patria
Grande.
Hoy, en estas líneas es, también la reivindicación
de una vida, pues por la vida luchó María Ángela Elena Gassman, Mimí, generoso legado para los pueblos de
ambos países en la lucha por Memoria, Verdad y Justicia.