¿Se
puede –hablo de “poder” física e intelectualmente—escribir acerca de Fidel en
estas horas urgentes y dolorosas luego de su muerte?
Si.
Sin duda.
Pero
no es mi caso, ni seguramente el de muchos de quienes integramos las
generaciones de los 60 y los 70, los que supimos en su momento, y luego leímos
o publicamos –aun en medio de las más férreas dictaduras y el odio visceral del
imperio- una y mil veces las fotos de la entrada triunfal de los “barbudos” en
la capital cubana. Para los que prácticamente memorizamos (y hasta nos animabamos a
intentar imitar) su voz potente y envolvente al leer la Segunda Declaración de la Habana, aquella que decía que sí, ahora, sí, “la
historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y
vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos
mismos, para siempre, su historia”.
Otros ya
lo recuerdan, analizan su tiempo y su legado, reivindican su lucha dentro y
fuera de Cuba. En el continente. En el mundo. Y es su pueblo el que mejor lo
hace con el llanto del amor, el agradecimiento, y el respeto de quién cambió su
historia, y demostró que era posible hacerlo, por primera vez en Nuestramerica.
Sabíamos por su relato y sus testimonios escritos de las largas charlas con Fidel, con el Che, con Carlos Rafael Rodríguez y otros líderes revolucionarios. Que a su vuelta defendió el proceso revolucionario pese a la resistencia de algunos muy importantes dirigentes de su propio partido y firmó de puño y letra páginas imborrables para reivindicarlo. Que, poco después, cursado yo 1º Superior (así se denominaba entonces el segundo grado de la escuela primaria pública) fue apresado durante años luego de un acto en solidaridad con Cuba, en la Facultad de Derecho de Buenos Aires, durante el “democrático” gobierno de Arturo Frondizi, un presidente de la Nación que frente a la mujer de un antiguo amigo encarcelado por su gobierno tuvo la caradurez de decir: “No puedo hacer nada Zulma, es un preso de la embajada y la CIA. Dicen que lo enviaron Fidel y Guevara para organizar la guerrilla en nuestro país”.
Personalmente,
lejos estaba de soñar siquiera que 16 años después, y durante toda la
dictadura, yo sería jefe de Redacción en Buenos Aires de la agencia Prensa Latina, fundada en la Habana turbulenta de 1959 por
argentinos legendarios como Rodolfo Walsh, Jorge Masetti, Rogelio “Pajarito” García
Lupo. Entonces el elegido fui yo: la CIA, en documentos de la época, pero desclasificados
pocos años atrás, me catalogó como un “oficial (militar) de Inteligencia de
Cuba”. Un honor sin duda, aunque no fue cierto.
Saludo (cifrado) de Fidel, luego de muchos meses de trabajo junto a su hermano Rodolfo, en el tema la Deuda Externa |
O que,
ya a mediados de los ’80, con mi hermano
Rodolfo, durante la crisis de la Deuda Externa, con la cual Fidel desenmascaró en
maratónicas jornadas el carácter depredador y mortal para nuestros pueblos del
capitalismo financiero y trató de enfrentarla sin éxito con una coalición de los
pueblos latinoamericanos, trabajaríamos
con él, la mayor parte del tiempo a la distancia, para finalmente escribir la intervención
que firmara el entonces secretario del PC local, bajo el tituló “FMI o Pueblo”, que instaló
en aquellos años en el imaginario popular esa histórica consigna junto a “Moratoria
ya”. De esos días recuerdo una valoraciòn especial de Fidel por nuestro trabajo,
dirigida al Comité Central del PC, perdida, o no en sus archivos, y una
dedicatoria/mensaje encubierto, que
atesoro y por primera vez hago pública.
Años después
aparecieron, y desaparecieron, en algunas de las tantas casas de las que huíamos
año tras año, las fotos de mi padre con
el Che, de sus distintos encuentros con Fidel.
Pero
no era todo.
Apenas
unos meses atrás, cuando la Biblioteca Nacional clasificó con el asesoramiento
de mi sobrino Javier la parte que sobrevivió a las persecuciones de su archivo
personal en el y activo “Fondo Fernando Nadra”, nos descubrimos con mis hermanos como “destinatarios”
(niños de 7, 11 y 12 años, respectivamente) de una saludo manuscrito de Raúl
Castro, para aquellos chicos argentinos, en una no menos insólita credencial –
tan oficial como artesanal, casi rustica, sin recursos, con más convicción que
infraestructura—de mi padre como miembro de la delegación argentina.
Son las tres fotos que comparto con este
recuerdo, íntimo sin duda, pero con fechas que atraviesan la historia de país y
el continente.
“Fraternalmente”, como me escribiste, Hasta la Victoria
Siempre Comandante.