Peter Dale Scott es doctor en Ciencias Políticas,
profesor emérito de Literatura Inglesa de la Universidad de California
(Berkeley), poeta y ex diplomático canadiense. Su más reciente libro, “La
Machine de guerre américaine “[la Máquina de Guerra de Estados Unidos], fue
publicado en francés por Éditions Demi-Lune en octubre de 2012. En esta entrevista
responde al colaborador de “Rebelión”, de Nicaragua, Maxime Chaix, traductor de
sus trabajos al idioma francés.
Maxime Chaix: En su último libro, La Machine de guerre américaine,
usted estudia profundamente lo que usted llama la «conexión narcótica global».
¿Puede aclararnos esa noción?
Peter Dale Scott: Permítame, ante todo, definir lo que yo entiendo
por «conexión narcótica». Las drogas no entran en Estados Unidos por arte de
magia. Importantes cargamentos de droga son enviados a veces a ese país con el
consentimiento y/o la complicidad directa de la CIA. Le voy a poner un ejemplo
que yo mismo cito en La Machine de guerre
américaine. En ese libro yo menciono al general Ramón Guillén Dávila,
director de una unidad antidroga creada por la CIA en Venezuela, quien fue
inculpado en Miami por haber introducido clandestinamente una tonelada de
cocaína en Estados Unidos. Según el New York
Times, «la CIA, a pesar de las objeciones de la Drug Enforcement Administration [DEA], aprobó el envío de al menos
una tonelada de cocaína pura al aeropuerto internacional de Miami [,] para
obtener información sobre los cárteles colombianos de la droga». En total,
según el Wall Street Journal, el general Guillén posiblemente envió ilegalmente
más de 22 toneladas de droga a Estados Unidos. Sin embargo, las autoridades
estadounidenses nunca solicitaron a Venezuela la extradición de Guillén.
Incluso, en 2007, cuando [Guillén] fue arrestado en su país por haber
planificado un intento de asesinato contra [el presidente] Hugo Chávez, el acta
de acusación contra ese individuo todavía estaba sellada en Miami. Lo cual no
es sorprendente, sabiendo que se trataba de un aliado de la CIA.
Pero la conexión narcótica de la CIA no se limita a Estados Unidos y Venezuela
sino que, desde los tiempos de la postguerra, ha ido extendiéndose
progresivamente a través del mundo. En efecto, Estados Unidos ha tratado de
ejercer su influencia en ciertas partes del mundo pero, siendo una democracia,
no podía enviar el US Army a esas regiones. Así que desarrolló ejércitos de
apoyo (proxy armies) financiados por los traficantes de droga locales. Ese
modus operandi se convirtió poco a poco en una regla general. Ese es uno de los
principales temas de mi libro La Machine
de guerre américaine. En ese libro yo estudio específicamente la “operación
Paper”, que comenzó en 1950 con la utilización por parte de la CIA del ejército
del KMT en Birmania, [fuerza] que organizaba el tráfico de droga en la región.
Cuando resultó que aquel ejército era totalmente ineficaz, la CIA desarrolló su
propia fuerza en Tailandia (bajo el nombre de PARU). El oficial de inteligencia
a cargo de esa fuerza reconoció que el PARU financiaba sus operaciones con
importantes cantidades de droga.
Al restablecer el tráfico de droga en el sudeste asiático, el KMT –como
ejército de apoyo– fue el preludio de lo que se convertiría en una costumbre de
la CIA: colaborar en secreto con grupos financiados a través de la droga para
hacer la guerra, como sucedió en Indochina y en el Mar de China meridional
durante los años 1950, 60 y 70, en Afganistán y en Centroamérica en los años
1980, en Colombia en los años 1990, y nuevamente en Afganistán en 2001. Los
responsables son nuevamente los mismos sectores de la CIA, o sea los equipos
encargados de organizar las operaciones clandestinas. Se puede observar como
desde la época de la postguerra sus agentes, financiados con las ganancias que reportan
esas operaciones con narcóticos, se mueven de continente en continente
repitiendo el mismo esquema. Por eso es que podemos hablar de «conexión
narcótica global».
Maxime Chaix: En La Machine
de guerre américaine, usted señala además que la producción de droga se
desarrolla bruscamente en los lugares donde Estados Unidos interviene con su
ejército y/o sus servicios de inteligencia y que esa producción disminuye
cuando terminan esas intervenciones. En Afganistán, en momentos en que la OTAN
está retirando paulatinamente sus tropas, ¿piensa usted que la producción
disminuirá cuando termine la retirada?
Peter Dale Scott: En el caso de Afganistán es interesante ver que
durante los años 1970, a medida que el tráfico de droga disminuía en el sudeste
asiático, la zona fronteriza pakistano-afgana se convertía poco a poco en punto
central del tráfico internacional de opio. Finalmente, en 1980, la CIA se
implicó de manera indirecta, pero masiva, contra la URSS en la guerra de
Afganistán. Por cierto, Zbigniew Brzezinski se jactó ante Carter de haber
organizado el Vietnam de los soviéticos. Pero también desató una epidemia de
heroína en Estados Unidos. Antes de 1979 sólo entraban a ese país muy pequeñas
cantidades de opio proveniente del Creciente de Oro. Pero en un solo año, el
60% de la heroína que entraba en Estados Unidos provenía de esa región, según
las estadísticas oficiales.
Como yo mismo recuerdo en La Machine de
guerre américaine, los costos sociales de aquella guerra alimentada por la
droga aún siguen afectándonos. Por ejemplo, sólo en Pakistán existen hoy, al
parecer, 5 millones de heroinómanos. Sin embargo, en 2001, Estados Unidos
reactivó, con ayuda de los traficantes, sus intentos de imponer un proceso de
edificación nacional a un cuasi-Estado que cuenta no menos de una docena de
grupos étnicos importantes que hablan diferentes lenguas. En esa época, estaba
perfectamente claro que la intención de Estados Unidos era utilizar a los
traficantes de droga para posicionarse en el terreno en Afganistán. En 2001, la
CIA creó su propia coalición para luchar contra los talibanes reclutando –e
incluso importando– traficantes de droga que ya había tenido como aliados en
los años 1980. Como en Laos –en 1959– y en Afganistán –en 1980–, la
intervención estadounidense fue una bendición para los cárteles internacionales
de la droga. Con la agravación del caos en las zonas rurales afganas y el
aumento del tráfico aéreo, la producción se multiplicó por más de 2 pasando de
3 276 toneladas en el año 2000 (y sobre todo de las 185 toneladas producidas en
2001, año en que los talibanes prohibieron la producción de opio) a 8 200
toneladas en 2007.
Hoy en día es imposible determinar cómo evolucionará la producción de droga en
Afganistán. Pero si Estados Unidos y la OTAN se limitan a retirarse dejando el
caos tras de sí, todo el mundo sufrirá las consecuencias –con excepción de los
traficantes de droga, que se aprovecharían entonces del desorden para
[desarrollar] sus actividades ilícitas. Sería por lo tanto indispensable
establecer una colaboración entre Afganistán y todos los países vecinos,
incluyendo China y Rusia (que puede ser considerada una nación vecina debido a
sus fronteras con los Estados del Asia Central). El Consejo Internacional sobre
la Seguridad y el Desarrollo (ICOS) ha sugerido comprar y transformar el opio
afgano para utilizarlo con fines médicos en los países del Tercer Mundo, que lo
necesitan con gran urgencia. Pero Washington se opone a esa medida, difícil de
poner en práctica sin un sistema de preservación del orden eficaz y sólido. En
todo caso, tenemos que dirigirnos hacia una solución multilateral en la que se
incluya Irán, país muy afectado por el tráfico de droga proveniente de
Afganistán. Se trata además del país más activo en la lucha contra la exportación
de estupefacientes afganos y el que más pérdidas humanas está sufriendo por
causa de ese tráfico. Por consiguiente, habría que reconocer a Irán como un
aliado fundamental en la lucha contra esa plaga. Pero, por numerosas razones,
ese país es considerado como un enemigo en el mundo occidental.
Maxime Chaix: En su último libro, La Machine de guerre américaine, usted demuestra que una parte
importante de los ingresos narcóticos [de la droga] alimenta el sistema
bancario internacional, incluyendo los bancos de Estados Unidos, creando así
una verdadera «narconomía». En ese contexto, ¿qué cree usted del caso HSBC?
Peter Dale Scott: Primeramente, el escándalo de lavado de dinero
del HSBC nos lleva a pensar que la manipulación de ingresos narcóticos por
parte de ese banco pudo contribuir al financiamiento del terrorismo –como ya
había revelado una subcomisión del Senado en julio de 2012. Además, un nuevo
informe senatorial ha estimado que «cada año, entre 300 000 millones y un
millón de millones de dólares de origen criminal son lavados por los bancos a
través del mundo y la mitad de esos fondos transitan por los bandos
estadounidenses». En ese contexto, las autoridades gubernamentales nos explican
que no se desmantelará HSBC porque es demasiado importante en la arquitectura
financiera occidental. Hay que recordar que Antonio María Costa, el director de
la Oficina de la ONU contra la Droga y el Crimen (ONUDC), recordó que en 2008
«los miles de millones de narcodólares impidieron el hundimiento del sistema en
el peor momento de la crisis [financiera] global».
Así que el HSBC se puso de acuerdo con el Departamento [estadounidense] de
Justicia para pagar una multa de unos 1 920 millones de dólares, con lo cual
evitará ser objeto de acciones penales. El gobierno de Estados Unidos nos da a
entender de esa manera que nadie será condenado por esos crímenes porque, como
ya señalé anteriormente, ese banco es parte integrante del sistema. Eso es una
confesión fundamental. En realidad, todos los grandes bancos de importancia sistémica
–no sólo el HSBC– han reconocido haber creado filiales (los privates banks)
concebidas especialmente para el lavado de dinero sucio. Algunos han pagado
fuertes multas, habitualmente mucho menos importantes que las ganancias
generadas por el lavado de dinero. Y mientras dure esa impunidad, el sistema
seguirá funcionando de esa manera.
Es un verdadero escándalo. Piense usted en un individuo cualquiera arrestado
con unos cuantos gramos de cocaína en el bolsillo. Lo más probable es que vaya
a la cárcel. Pero el banco HSBC puede haber lavado unos 7 000 millones de
dólares de ingresos narcóticos a través de su filial mexicana sin que nadie
vaya a la cárcel.
En realidad, la droga es uno de los principales factores que sostienen el
dólar, lo cual explica el uso de la expresión «narconomía». Los 3 productos que
más se intercambian en el comercio internacional son, en primer lugar, el
petróleo seguido por las armas y después la droga. Esos 3 elementos están
interconectados y alimentan los bancos de la misma manera. Es por eso que el
sistema bancario global absorbe la mayoría del dinero de la droga. Así que en La Machine de guerre américaine yo
estudio de qué manera una parte de esos ingresos narcóticos financia ciertas
operaciones clandestinas estadounidenses. Y analizo además las consecuencias
que se derivan.
Maxime Chaix: Hace 10 años, la administración Bush emprendía la
guerra contra Irak, sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Qué
balance hace usted de ese conflicto, sobre todo en relación con sus costos
humanos y financieros?
Peter Dale Scott: En mi opinión, ha habido dos grandes desastres en
la política exterior reciente de Estados Unidos: la guerra de Vietnam, que no
era necesaria, y la guerra de Irak, que lo era menos todavía. El objetivo aparente
de esa guerra era instaurar la democracia en ese país, lo cual era una
verdadera ilusión. Es el pueblo iraquí quien tiene que determinar si está hoy
en mejor situación que antes de esa guerra, pero yo dudo que su respuesta sea
afirmativa si se le consulta al respecto.
En cuanto a los costos humanos y financieros, ese conflicto fue un desastre,
tanto para Irak como para Estados Unidos. Pero el ex vicepresidente Dick Cheney
acaba de declarar en un documental que él haría lo mismo [que antes] «al minuto».
Sin embargo, el Financial Times
estimó recientemente que los contratistas habían firmado con el gobierno de
Estados Unidos contratos por más de 138 000 millones de dólares en el marco de
la reconstrucción de Irak. Sólo la empresa KBR, filial de Halliburton –firma
que dirigía el propio Dick Cheney antes de convertirse en vicepresidente [de
Estados Unidos]– firmó desde 2003 una serie de contratos federales por al menos
39 500 millones de dólares. Recordemos también que a finales del año 2000 –un
año antes del 11 de septiembre– Dick Cheney y Donald Rumsfeld firmaron juntos
un importante estudio elaborado por el PNAC (el grupo de presión neoconservador
conocido como Proyecto para el Nuevo Siglo Americano). Aquel estudio, titulado
«Reconstruir las Defensas de América» (Rebuilding
America’s Defenses), reclamaba sobre todo un fuerte aumento del presupuesto
de Defensa, el derrocamiento de Sadam Husein en Irak y mantener tropas
estadounidenses en la región del Golfo Pérsico, incluso después de la caída del
dictador iraquí. A pesar de los costos humanos y financieros de esa guerra,
ciertas empresas privadas sacaron cuantiosas ganancias de ese conflicto, como
yo mismo analizo en mi libro La Machine
de guerre américaine. Para terminar, cuando se ven las gravísimas tensiones
que hoy existen en el Medio Oriente entre los chiitas, respaldados por Irán, y
los sunnitas, que cuentan con el apoyo de Arabia Saudita y Qatar, tenemos que
recordar que la guerra contra Irak tuvo un impacto muy desestabilizador en toda
esa región…
Maxime Chaix: Precisamente, ¿cuál es su punto de vista sobre la
situación en Siria y las posibles soluciones?
Peter Dale Scott: Dado lo complejo de la situación no existe una
respuesta simple sobre lo que habría que hacer en Siria, al menos a nivel local.
Sin embargo, como ex diplomático, estoy convencido de que necesitamos un
consenso entre las grandes potencias. Rusia sigue insistiendo en la necesidad
de remitirse a los acuerdos de Ginebra. No es ese el caso de Estados Unidos,
que efectivamente fue en Libia más allá del mandato concedido por el Consejo de
Seguridad [de la ONU] y que está violando un consenso potencial en Siria. No es
ese el camino a seguir ya que, en mi opinión, es necesario un consenso
internacional. Si no, es posible que la guerra a través de intermediarios entre
chiitas y sunnitas en el Medio Oriente acabe por arrastrar a Arabia Saudita e
Irán a participar directamente en el conflicto sirio. Habría entonces un riesgo
de guerra entre Estados Unidos y Rusia. Así estalló la Primera Guerra Mundial,
desencadenada por un acontecimiento local en Bosnia. Y la Segunda Guerra
Mundial comenzó con una guerra por intermediarios en España, donde Rusia y
Alemania se enfrentaban indirectamente. Tenemos y podemos evitar que se repita
ese tipo de tragedia.
Maxime Chaix: ¿Pero no piensa usted que, por el contrario, Estados
Unidos está tratando hoy de ponerse de acuerdo con Rusia, esencialmente a
través de la diplomacia de John Kerry?
Peter Dale Scott: Para responder a esa pregunta, permítame hacer
una analogía en el Afganistán y en el Asia Central de los años 1990, después de
la retirada soviética. El problema recurrente en Estados Unidos es que resulta
difícil lograr un consenso en el seno del gobierno porque existe una multitud
de agencias que a veces tienen objetivos antagónicos. Lo cual se traduce en la
imposibilidad de obtener una política unificada y coherente. Eso es
precisamente lo que pudimos observar en Afganistán en 1990. El Departamento de
Estado quería llegar obligatoriamente a un acuerdo con Rusia. Pero la CIA
seguía trabajando con sus aliados narcóticos y/o yihadistas en Afganistán. En
aquella época Strobe Talbott –un amigo muy cercano del presidente Clinton, a
quien representaba con mucha influencia dentro del Departamento de Estado–
declaró con toda razón que Estados Unidos tenía que llegar a un arreglo con
Rusia en Asia Central, en vez de considerar esa región como un «gran tablero»
donde manipular los acontecimientos para obtener ventajas (para retomar el
concepto de Zbigniew Brzezinski). Pero, al mismo tiempo, la CIA y el Pentágono
estaban haciendo acuerdos secretos con Uzbekistán, [acuerdos] que neutralizaron
totalmente lo que Strobe Talbott estaba tratando de hacer. Yo dudo que hayan desaparecido
hoy en día ese tipo de divisiones internas en el seno del aparato diplomático y
de seguridad de Estados Unidos.
En todo caso, desde 1992, la doctrina de Wolfowitz que aplicaron los
neoconservadores de la administración Bush a partir de 2001 llama a la
dominación global y unilateral de Estados Unidos. Paralelamente, elementos más
moderados del Departamento de Estado tratan de negociar soluciones pacíficas a
los diferentes conflictos en el marco de la ONU. Pero es imposible negociar la
paz a la vez que se exhorta a dominar el mundo a través de la fuerza militar.
Desgraciadamente, los halcones intransigentes se imponen más a menudo, por la
simple razón de que disponen de presupuestos más elevados –los presupuestos que
alimentan La Máquina de guerra estadounidense. Así que si usted logra
compromisos diplomáticos, esos halcones tendrán menos presupuesto, lo cual
explica por qué son las peores soluciones las que tienen tendencia a prevalecer
en la política exterior de Estados Unidos. Y eso es precisamente lo que pudiera
impedir un consenso diplomático entre Estados Unidos y Rusia en el caso del
conflicto sirio.
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