No es la primera vez, ni será la última que rescatamos en este blog una nota de Oscar Taffetani, colega y amigo cada día más entrañable. Quizá, hoy, particularmente logra sacar los mejores recuerdos de mi infancia, y redoblar la apuesta al futuro, inspirado en el "heroe colectivo" de El Eternauta, con el rescate de Oesterheld, ese hombre, secuestrado/ asesinado, al igual que sus cuatro hijas durante la dictadura, y por cuya aparicion se difundiò en los '80 un cartel en Europa que acompaña, en la gráfica, a la cásica imagen del personaje-símbolo.
Voy a tratar de contar mi relación con Héctor Germán Oesterheld, que es la relación de un niño lector que va creciendo al tiempo que crecen en él los personajes de los libros que lee, y al tiempo que va creciendo en él la figura del autor, de ese amigo sin rostro y hasta sin nombre, que se queda detrás de la escena como esperando que el relato nos haga reir o llorar, o ambas cosas, y que podamos habitar sin límites ese mundo que ha podido construir especialmente para nosotros, nada más que con palabras.
Sé que la historieta –hermana menor y acomplejada del cine- está hecha de dibujos y palabras. Pero yo nunca necesité demasiados dibujos (perdón Solano López, perdón Alberto Breccia, perdón Hugo Pratt) para entender y disfrutar las historias de Oesterheld. Amaba y devoraba con fervor los libritos de Bull Rocket o Sargento Kirk, a principios de los ’60, con apenas una tapa color y el resto palabras, palabras, palabras. Justas, medidas, descriptivas y elocuentes palabras, salidas del genio de mi amigo invisible.
Oesterheld era generoso. A su manera, lo mismo que Borges, él me daba pistas, me mostraba sus fuentes, me dejaba viajar a los confines de su universo literario, para descubrir a Poe, a Stevenson, a Melville, a Salgari, a Jack London, a Joseph Conrad. Y a Homero. Y a John Reed. Y a Horacio Quiroga. Ésos eran sus grandes amigos, que podían también ser mis grandes amigos.
Dictadura y resistencia
Esta historia, como en un cut-up del cine o de la historieta, continúa a principios de los ’80, cuando un grupo de jóvenes ya crecidos (y golpeados) nos juntábamos en la trastienda de un kiosco platense, a conspirar contra una dictadura que ya estaba en retirada, desde el humilde espacio de una revista literaria.
Allí, en las paredes del kiosco, estaba el afiche compuesto por Saborido, enviado por un compañero desde Francia: “¿Dónde está Oesterheld?” Juan Salvo (el Eternauta), el sargento Kirk, Ticonderoga Flint, el corresponsal Ernie Pike, el viejo Mort Cinder, todos, todos esos héroes de tinta y papel, reclamando la aparición con vida de su autor. En la contratapa del número 3 de la revista, poco después de la derrota de Malvinas, aparecieron algunos cuadritos de El Eternauta. Era nuestra manera de resistir.
Nuevo cut-up y ya estamos en democracia. Las cosas le van bien a Cascioli y saca una revista de historieta y algo más, titulada Fierro, que pone bajo la dirección de Juan Sasturain. Recuerdo que escribí una carta de lector, a propósito de una tira de Trillo y Altuna y (para variar) se desató una polémica. Mi propuesta (un tanto ingenua) era volver a El Eternauta, volver a mirar “desde el Sur” y no comprar la decadencia y el quiebre moral del “Norte”.
Dos años después, en enero del ’86, trabajando como redactor del matutino La Razón, publiqué una columna de opinión titulada “De cómo invadieron los extraterrestres mientras la imaginación dormía”. Lo escribí a propósito de la serie norteamericana V. Invasión extraterrestre, pero en el final volvía a hacer la propuesta de rescatar nuestros propios tesoros: “En 1957, Héctor Oesterheld entregaba su primera versión de El Eternauta, historieta que quedará como una de las máximas obras de la ciencia ficción, como un alegato humanista de proyección universal formulado desde… Vicente López, Buenos Aires, Argentina. Es indudable que los guionistas de Invasión Extraterrestre leyeron a Oesterheld…”
Menemismo y resistencia
En 1989, cuando arrancaba el gobierno neocon argentino, publiqué en el diario Sur la nota “El Eternauta y sus amigos contra el vampiro negro”, contrastando al nuevo Batman llegado de Hollywood (de sesgo posmoderno) con la figura del héroe colectivo plasmada en El Eternauta.
Dos años después, colaborando con un artículo para el libro El Menemato (Letrabuena, 1992), asocié el héroe colectivo de Walsh con el héroe colectivo de Oesterheld. La cita es larga, pero vale la pena:
“Para hacer un poco de memoria, señalemos en principio que la analogía con la traición de la estética del tango, ya fue trazada, a la caída de Perón, por el escritor peronista Leónidas Lamborghini, en su perdurable poema Las patas en las fuentes (esa mujer, única, que nos abandona; ese delantero que nunca patea al arco; ese gran Conductor que ya no conduce, etcétera)”
“Quienes dan una magnífica vuelta de tuerca sobre la cuestión, unos años más tarde, son los escritores Héctor Germán Oesterheld y Rodolfo Walsh, ambos de militancia montonera y desaparecidos luego bajo el Proceso. Oesterheld da pie, con la primera versión de El Eternauta, para pensar en el héroe colectivo, el único capaz de llevar a cabo la tarea sin traicionar ni traicionarse. En las reescrituras posteriores, se hará explícita esa idea. Walsh, con su hermoso relato Un oscuro día de justicia (incluido en la serie de los irlandeses), habla de lo mismo: el líder es abatido, el pueblo comprende que está solo, y que solo debera llevar adelante la tarea”.
“Es sintomático que Pino Solanas, quien se ocupó del héroe colectivo en filmes decisivos como La hora de los hornos y Los hijos de Fierro, haya caído nuevamente en la tentación de confiar en un “líder” (Menem) para hallar al poquísimo tiempo que el líder –nuevamente- ha traicionado”. (Así lo escribimos en ese momento, y sería deshonesto omitirlo hoy).
Volver es la consigna
A través de Eduardo Guibourg, magnífico editor periodístico y amigo, recientemente desaparecido, tomé contacto en 1997 con Francisco Solano López (primer dibujante de El Eternauta) y con Elsa y Martín, viuda y nieto de Héctor Germán Oesterheld. El pretexto fue el lanzamiento, a través de la revista Nueva, de una pequeña historia que podía incluirse en la saga (tal como había hecho George Lucas con La guerra de las galaxias). El título para el dossier inaugural –salido de la imaginación de Guibourg- fue “La guerra gaucha de las galaxias”.
Pero la tira en color (concesión que hizo Solano, aunque después se arrepintió) y el guión muy fantástico (pero, a la vez, muy despolitizado) de Pol Maiztegui, pasaron sin pena ni gloria. El Eternauta estaba atravesada por la historia del país. Ya no era posible cambiarla.
Nuevo cut-up y estamos en la Argentina de la crisis, la de los patacones y lecops. Un amigo bahiense, remando contra la corriente, organiza la muestra Fancomix, en Costa Salguero, y me propone generar “contenidos”.
Aprovechando la intención de Solano López de continuar por su cuenta la saga (trayendo al Eternauta hasta nuestros días), organicé un panel de lujo con el mismo Solano, el escritor Germán Cáceres y esa leyenda viva de la ciencia ficción que es Pablo Capanna. Allí, en primera fila, estaba Elsa, cómo olvidarlo. Todos lloramos un poco cuando evocamos a Héctor y a mí se me ocurrió, sensiblero, decir que él, como Juan Salvo, acaso había aceptado convertirse en eternauta (es decir, en inmortal) para poder encontrarse con su esposa, sus hijas y sus compañeros, en algún vórtice del tiempo.
Mucho agua (y mucha tinta) ha corrido bajo los puentes. La tira El Eternauta, tal como salió en 1957, es reeditada en las contratapas de un matutino. Desde hace tiempo existe una agrupación que se llama, no casualmente, “La Oesterheld”. La nueva militancia se encuentra en 2010 con la figura del Eternauta y la vuelve a poner en los afiches, en la red y en las paredes, asociándola con Néstor y Cristina Kirchner, los líderes de esta hora política argentina.
Sin embargo, para mí (lo digo respetando cualquier otra opinión), el Eternauta es uno solo. Se llamaba Juan Salvo y era un argentino común, inadvertido, hasta que una invasión extraterrestre lo convirtió en líder de la resistencia humana en el cosmos.
Metafóricamente, con esa marca clara que nos dejaron Oesterheld, Rodolfo Walsh y tantos otros compañeros- el Eternauta encarna al héroe colectivo. Nos encarna a todos. El Eternauta somos nosotros.