Las 36 bases militares de
Estados Unidos instaladas en América Latina y el Caribe son una amenaza para la
paz, las democracias, la soberana e independencia de nuestras patrias.
Si además,
cuenta con embajadas, con la Agencia de Seguridad Nacional con la CIA, DEA,
USAID y el Comando Sur como puntas de lanza para experimentar, usar y abusar de
una serie de estrategias y doctrinas para recuperar su dominio total en esta
parte del continente americano, se podrá deducir que sus objetivos de
dominación pretenden en el futuro inmediato, la explotación de los recursos
naturales y de las reservas de agua, oxígeno y biodiversidad que necesitará el
imperio para lanzarse a la dominación global.
Obama resultó un
espejismo o un fraude gigantesco para millares de seres humanos que en todo el
mundo creyeron que iba a ser el hombre que propiciaría cambios profundos en la
administración de Estados Unidos, y en sus relaciones con las demás naciones de
la tierra. Muchos creían que se avecinaba una era de paz fundamentada en el
respeto a los pueblos y naciones y sus derechos inalienables.
Pese al apuro en otorgarle el Premio Nobel de la Paz, Barack Obama,
pronto se convirtió en el Señor de la Guerra a pesar de haber reconocido el
descalabro en Irak y en Afganistán que coadyuvan a consolidar la conciencia de
la derrota en los círculos militares, financieros y políticos de las derechas
republicanas de Tea Party y de las
derechas liberaloides de los demócratas que claman por la recomposición del
imperio.
CISPAL decía:
“Con la pretensión de satisfacer a unos y otros, Obama ha desarrollado su
propia visión del sistema internacional que ya no domina como antes, al tiempo
que ha diseñado su política exterior junto a una doctrina para el uso de la
fuerza militar por parte de Estados Unidos bajo la teoría de la “guerra
limitada” y light footprint o pista
ligera para América Latina y el Caribe que ya fue probada con fracasos y éxitos
en Medio Oriente y África, se decía en un documento elaborado por el Tribunal
Dignidad, Soberanía, Paz contra la Guerra.
Agregaba que con
esa nueva estrategia, el Ministerio de la Guerra de Estados Unidos comúnmente
conocido como Pentágono, pretende involucrar directamente a las fuerzas armadas
y policiales de cada país o nación-Estado, para que hagan el trabajo sucio en
materia de represión de los movimientos sociales y populares con la
consiguiente violación de los derechos humanos y libertades públicas, todo en
defensa de los intereses económicos o políticos de la Casa Blanca. Se supone
que con el uso de esa estrategia, Washington podrá reducir los gastos
financieros que serían muy elevados si los intervencionismos guerreristas son
directos con el uso de la fuerza militar.
Para que “pista
ligera” funcione, el Pentágono, el South
Command, la CIA, la DEA y la totalidad de las agencias de la NSA, por sus
siglas en inglés, deberán penetrar profundamente en las fuerzas armadas y
policiales de cada nación a las que entregarán armas y equipos nada
sofisticados o en desuso para que, contentos con los nuevos juguetes bélicos,
los usen en contra de sus propios pueblos. Además, se incrementarán las ofertas
de becas, cursos, seminarios, visitas pagadas para oficiales y tropas. En otras
palabras, pista ligera es la reedición de la Escuela de Las Américas en cada
país. Recuérdese que en esa Escuela de las Américas “formaron” a los
dictadores, torturadores, a los expertos en desaparición forzada de personas y
en ejecuciones extrajudiciales.
La “cooperación”
eficaz de las fuerzas armadas nacionales y de los cuerpos policiales en la
ejecución de los planes del Pentágono se fundamenta en un largo y tradicional
servilismo de militares y policías que se convirtieron en ejércitos de
ocupación adentro de sus patrias. Las bases militares instaladas en suelo
latinoamericano y caribeño y las embajadas yanquis han sido y son sitios
seguros para la incubación de golpes de Estado y las consiguientes dictaduras
que han significado sangre, muerte y dolor para millares y millares de personas
y horrenda humillación y pérdida de soberanías para nuestras patrias.
El periodista y
analista David Brooks, en Contrainjerencia,
al referirse a un reciente informe del Pentágono, señalaba que ese documento
destaca que, como en casi todo rubro, el gobierno de Barack Obama ha favorecido
el empleo de Fuerzas de Operaciones Especiales en sus políticas de seguridad, y
que serán cada vez más empleadas en América Latina para capacitación y organizar
ejércitos.
Añadía que las
Fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos están presentes cada vez
más en América Latina para tareas de capacitación y de recaudación de
inteligencia y otras misiones militares que, con otros programas de asistencia
estadounidense a la región, se realizan bajo el rubro del viejo esquema de la
lucha antinarcóticos, a pesar de los llamados por un cambio en las políticas
antinarcóticos, concluye un nuevo informe sobre la asistencia de seguridad
estadounidense en el hemisferio.
El informe
publicado por tres centros de investigación y análisis –Grupo de Trabajo para
Asuntos Latinoamericanos (LAWGEF), Centro para políticas Internacionales (CIP)
y la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) que mantienen
un banco de datos conjunto sobre programas de asistencia estadounidense a
América Latina– registra que aunque el nivel de asistencia estadounidense se ha
reducido a uno de los más bajos en una década, lo preocupante es un mayor
énfasis en relaciones militares menos transparentes y la sordera ante el
creciente coro a favor de repensar las políticas prohibicionistas sobre las
drogas por todo el hemisferio.
En gran medida,
lo que viene ocurriendo no se refleja en los grandes presupuestos, sino que
bien encubierto por un velo de misterio, deslucidos informes ante el Congreso y
el público, y una migración del manejo de programas el Departamento de Estado
hacia el Departamento de Defensa, subraya el informe, Hora de escuchar:
tendencias en asistencia de seguridad de Estados Unidos hacia América Latina y
el Caribe.
Más aún, el
informe indica que a lo largo de los últimos años Estados Unidos ha ampliado su
participación directa en operaciones antidrogas en el hemisferio occidental,
sobre todo en América Central.
El informe destaca
que el gobierno de Barack Obama ha favorecido el empleo de Fuerzas de
Operaciones Especiales en sus políticas de seguridad, y que serán cada vez más
empleadas en América Latina para capacitar y organizar ejércitos. Tales
misiones cumplen funciones que van más allá de la mera provisión de
entrenamiento. Ellas permiten que las unidades de Fuerzas Especiales se
familiaricen con el terreno, la cultura y los oficiales claves en países donde
algún día podrían operar, indica el informe. Agrega que también permiten que el
personal estadounidense reúna información confidencial sobre sus países
anfitriones.
También hay
programas para establecer más unidades militares y policiales especializadas y
otras fuerzas de élite que son capacitadas y operan con la supervisión de
Estados Unidos y se vuelven un mecanismo de bajo costo para mantener la
presencia e influencia de Estados Unidos en la guerra contra las drogas, que
devino en un pretexto para mantener la presencia militar en la región.
Además hay otros
equipos, como las Unidades de Investigación Confidencial o SIU, grupos
ultrasecretos de agentes élite de la región bajo supervisión de la DEA y la
CIA, operando en varios países, incluyendo recientemente México. De hecho, la
DEA cuenta con más oficiales en México que en cualquiera de sus otros puestos
en el extranjero.
El informe
también destaca el papel cada vez más amplio de Colombia en la capacitación y
asistencia, así como la exportación de su modelo, a otros países
latinoamericanos en el contexto de la lucha antinarcóticos, incluido México,
donde Colombia ha participado en la capacitación de miles de policías
mexicanos.
Según David
Brooks, el informe también incluye datos por región y países de la asistencia
militar y policial estadounidense a América Latina y el Caribe desde 1996 a la
programada para 2014. México recibió 44.8 millones en 2006, cifra que se
multiplicó más de 10 veces para alcanzar 508 millones en 2010, 166 millones en
2012, 154 en 2013 y 127 millones en 2014.
El académico
colombiano Renán Vega Cantor, en un ensayo sobre la geopolítica de dominación
de Estados Unidos se refiere a la importancia geoestratégica de las bases
militares de Estados Unidos en el mundo y particularmente en nuestros
territorios.
Afirma que el
capitalismo de nuestros días requiere materiales y energía más que en cualquier
otro momento de su historia, como resultado del aumento del consumo a nivel
mundial, a medida que se extiende la lógica capitalista de producción y
derroche, porque la generalización del american
way of life requiere de un flujo constante de petróleo y materiales, para
asegurar la producción de mercancías que satisfagan los deseos hedonistas,
artificialmente creados, de cientos de millones de seres humanos en todo el
planeta.
Para producir
automóviles, aviones, tanques de guerra, computadores, celulares, neveras,
televisores y miles de mercancías se precisa de una cantidad ingente de metales
y otros recursos minerales. Entre estos se incluyen los metales corrientes y
conocidos, así como los metales raros. Hierro, cobre, zinc, plata, cromo,
cobalto, berilio, manganeso, litio, molibdeno, platino titanio, tungsteno, son
algunos de los metales más importantes en la producción capitalista de hoy. Un
ejemplo ayuda a visualizar la importancia de esos metales: para producir el
turborreactor de un avión se usa un 39% de metales corrientes y el resto consta
de titanio (35%), cromo (13%), cobalto (11%), niobio (1%) y tántalo (1%)].
La
savia del capitalismo
Para mantener el nivel de producción y consumo del
capitalismo se requiere asegurar fuentes de abastecimiento de recursos
materiales y energéticos, los cuales se encuentran concentrados en unas pocas
zonas del planeta, y no precisamente en los Estados Unidos, Japón o la Unión
Europea, que tienen déficits estructurales tanto en petróleo como en minerales
estratégicos. En términos de minerales, algunos datos ilustran la dependencia
externa de los Estados Unidos: “Entre el 100 y el 90% del manganeso, cromo y
cobalto, 75% del estaño, y 61 % del cobre, níquel y zinc que consumen, 35% de
hierro y entre 16 y 12% de la bauxita y plomo que requieren. Europa depende en
un 99 a 85% de la importación de estos minerales, con excepción del zinc, del
que depende en un 74% de importaciones del extranjero”. Lo significativo
estriba en que en conjunto América Latina y el Caribe suministran a los Estados
Unidos el 66% de aluminio, el 40% del cobre, el 50% del níquel (Diez Canseco,
2007).
En el escenario
de esa guerra mundial por los recursos, América Latina es uno de los
principales campos de batalla, porque suministra el 25% de todos los recursos
naturales y energéticos que necesitan los Estados Unidos. Además, los pueblos
de la América Latina y caribeña habitan un territorio en el que se encuentra el
25% de los bosques y el 40% de la biodiversidad del globo. Casi un tercio de
las reservas mundiales de cobre, bauxita y plata son parte de sus riquezas, y
guarda en sus entrañas el 27% del carbón, el 24% del petróleo, el 8 % del gas y
el 5% del uranio. Y sus cuencas acuíferas contienen el 35% de la potencia
hidroenergética mundial.
En estos
momentos ha vuelto a cobrar importancia el esquema colonial de división
internacional del trabajo, que se basa en la explotación minera, de tipo
intensivo y depredador, de los países de América Latina. Esto ha implicado que
compañías multinacionales provenientes de Canadá, Europa, China, se hayan
apoderado, como en los viejos tiempos de la colonia, de grandes porciones
territoriales del continente, donde se encuentran yacimientos minerales. La
búsqueda insaciable de minerales metálicos y no metálicos ha llevado a que en
estos países se implanten multinacionales extractivas, lo que ha generado un
boom coyuntural que ha elevado los precios de esos minerales.
Incluso, se
están explotando minerales que no tienen mucha utilidad práctica en términos
productivos, como el oro, en torno al cual se ha desatado también otro boom
inesperado. Esto está relacionado con la inestabilidad del dólar y la búsqueda
de sucedáneos seguros, y qué mejor que el oro, aunque su explotación tenga
consecuencias funestas para los países de América Latina, que lo poseen en las
entrañas de sus cordilleras o de sus ríos.
El autor destaca
que cuando se habla de la importancia geopolítica y geoeconómica de Sudamérica,
no hay que perder de vista que el imperialismo estadounidense está pensando en
términos mundiales al considerar las reservas de recursos naturales y
energéticos. Así, en el 2003, el llamado Informe Cheney, o Política Nacional de
Energía (NEP),postuló la obligatoriedad de dominar las fuentes más importantes
de petróleo en todo el mundo y recalcó como prelación estratégica el control
del petróleo que se encuentra fuera del Golfo Pérsico, en particular en tres
zonas: la región andina (Colombia y Venezuela, en especial), la costa
occidental del continente africano (Angola, Guinea Ecuatorial, Malí y Nigeria)
y la cuenca del Mar Caspio (Azerbaiján y Kazajistán).
En la
actualidad, cuando Estados Unidos libra lo que denomina la “guerra contra el
terrorismo”, un eufemismo para ocultar la guerra mundial por los recursos,
existe una integración plena entre la política contrainsurgente y la protección
del petróleo, como sucede de manera concreta en Colombia. En 2002, el
Departamento de Estado había dicho al respecto:
La
pérdida de ganancias, debido a ataques guerrilleros, obstaculiza seriamente al
gobierno de Colombia en la satisfacción de las necesidades sociales, políticas
y de seguridad nacionales”. Por ello, determinó apoyar la seguridad de los
oleoductos, principalmente el de Caño Limón-Coveñas y para eso Estados Unidos
“fortalecerá al gobierno de Colombia en su capacidad para proteger una parte
vital de su infraestructura energética” (Klare, 2004).
El analista
Michael Klare decía en forma premonitoria en el 2004 al comentar el
involucramiento petrolero militar de Estados Unidos en Colombia:
Se
supone que los instructores estadounidenses asignados a esta misión se atienen
a su papel de entrenamiento y apoyo. Pero hay indicios de que el personal
militar estadounidense ha acompañado a las tropas colombianas en operaciones de
combate contra las guerrillas. El entrenamiento ocurre “durante misiones
militares y de inteligencia reales”, reveló el US News and World Report en
febrero de 2003. Lentamente, Estados Unidos se convierte en parte de la
principal campaña contrainsurgente en Colombia, con todos los signos de una
guerra prolongada (ibíd.).
En ese mismo
sentido, el Plan Cheney enfatizaba la
importancia del petróleo de América Latina, puesto que Venezuela es el tercer
proveedor Mundial, México el cuarto y Colombia el séptimo, recomendando incluso
la ampliación del suministro de México y Venezuela (Klare, 2013).
Las
declaraciones de políticos, militares y empresarios de los Estados Unidos
sirven para sopesar la magnitud de la guerra por el control de los recursos.
Sólo a manera de ilustración, Ralph Peters, mayor retirado del ejército de los
Estados Unidos, afirmó en Armed Forces
Journal, (una revista mensual para oficiales y dirigentes de la comunidad
militar de EE.UU.) en agosto de 2006:
No
habrá paz. En cualquier momento dado durante el resto de nuestras vidas, habrá
múltiples conflictos en formas mutantes en todo el globo. Los conflictos
violentos dominarán los titulares, pero las luchas culturales y económicas
serán más constantes y, en última instancia, más decisivas. El rol de facto de
las fuerzas armadas de USA será mantener la seguridad del mundo para nuestra
economía y que se mantenga abierta a nuestro ataque cultural. Con esos
objetivos, mataremos una cantidad considerable de gente (Mosaddeq Ahmed, 2006).
En otra parte de su ensayo, el autor sostiene que los
estrategas del imperialismo estadounidense implementaron una visión del mundo
que se basa en determinar si los países son o no obedientes a los dictados de
Washington y a su proyecto de dominación mundial, presentado en público con el
nombre de globalización. Uno de estos estrategas, Thomas Barnett, diseñó el Nuevo Mapa del Pentágono, en el cual se
divide al mundo en tres regiones, aunque de ellas en verdad importen dos. Por
una parte está el centro, conformado por los países capitalistas desarrollados,
con Estados fuertes; luego están los países eslabón, que se constituyen en
zonas de amortiguamiento y de disciplinamiento del tercer grupo, los países
“brecha”, donde se encuentran los Estados fallidos y las zonas de peligro para
el nuevo orden mundial y sobre los cuales se debe desplegar una labor de
vigilancia y control por parte de los Estados Unidos, con el fin de consolidar
un sistema verdaderamente globalizado, incondicional y proclive a la dominación
y explotación abanderadas por Washington y sus compañías multinacionales (cf. Ceceña, 2004).
Dicho de otra
forma, el mundo está dividido en dos bandos: un sector crítico, conformado por
Estados fallidos que amenazan la seguridad internacional a la que se denomina
la “brecha no integrada”, la cual está conformada por países de Centro América
y el Caribe, la región andina de Sudamérica, que se extiende por casi todo
África (menos Sudáfrica), Europa oriental, el Medio Oriente (excluyendo a
Israel), Asia Central, Indochina, Indonesia y Filipinas; la otra zona, formada
por lo que se denomina el “núcleo operante de la globalización”, del que forman
parte Estados Unidos, Canadá, Chile, Europa Occidental, China, Japón, India,
Australia. Los territorios no enganchados se convierten en un peligro, deben
ser sujetos por los primeros, y ponen en cuestión la seguridad del Occidente.
Por ello, tienen que ser integrados a la fuerza, porque “si un país pierde ante
la globalización o si rechaza buena parte de los beneficios que esta ofrece,
existe una probabilidad considerablemente alta de que en algún momento los
Estados Unidos enviarán sus tropas a intervenir en este país” (Schmitt, 2009).
Llama la
atención que esta gran zona de conflictos y turbulencias corresponda a los
lugares donde se encuentran las mayores reservas de recursos materiales y
energéticos. La intervención de Estados Unidos en esta gran zona del mundo se
hace a nombre de mantener la gobernabilidad, con lo cual se oculta el interés
estratégico de asegurarse el dominio de esos recursos naturales,
imprescindibles para el funcionamiento del capitalismo, así como el
mantenimiento de la explotación de importantes contingentes de fuerza de
trabajo, a bajo costo o en términos casi gratuitos: una condición indispensable
para el mantenimiento y la reproducción del capitalismo a escala mundial. Adicionalmente,
esos territorios no solamente se deben dominar por sus recursos, sino también
porque allí también existen movimientos de resistencia y rebelión, donde se
esbozan otras propuestas alternativas al capitalismo, que en el “nuevo orden
mundial” no se pueden tolerar (cf.
Ceceña, 2004).
Al referirse a
la guerra de Estados Unidos contra América Latina y el Caribe, Vega Cantor
afirma que Estados Unidos, como un imperialismo en crisis, apuesta a la guerra
como una forma de mantener su debilitada hegemonía. Esa guerra combina las
acciones bélicas convencionales, como se ha mostrado en Iraq y Afganistán, con
el combate irregular, sobre todo en aquellos lugares donde su objetivo es
derribar a los que concibe como enemigos de su seguridad nacional, porque impulsan
proyectos independientes y porque poseen recursos estratégicos que necesita con
urgencia para mantener su despilfarrador modo de vida.
Un millar de bases militares estadounidenses
Para mantener el
dudoso poderío militar, Estados Unidos ha instalado alrededor de un millar de
bases militares en todo el mundo. Solo en América Latina y el Caribe posee 36
bases militares, pero con exactitud no se conoce la cantidad de bases que
posee, aunque según un inventario
oficial elaborado por el Pentágono, en el 2008, Estados Unidos tenía 865 bases
en 46 países, en los cuales desplegaba unos 200 mil soldados. Sin embargo,
algunos de los que han estudiado con detalle el asunto sostienen que el número total de bases es de unas 1.250,
distribuidas en más de 100 países del mundo. La dificultar para precisar su
número estriba en que en las cifras oficiales no se consideran las bases que se
han instalado en Afganistán e Iraq, territorios actualmente invadidos por los
Estados Unidos.
En América
Latina, Estados Unidos cuenta en estos momentos con un total de 36 bases
oficialmente reconocidas, incluyendo a las colombianas, y a las cuales deben
agregarse otras que nunca se mencionan, pero que en la práctica operan, como
tres que hay en el Perú. Esas bases son las siguientes: en América Central, se
encuentran la base de Comalapa en el Salvador, la de Soto-Cano (o Palmerola) en
Honduras, desde donde se planeó el golpe contra el presidente Zelalla, en Costa
Rica está la base de Liberia, que dejo de funcionar un tiempo pero que volvió a
operar recientemente. En América del Sur operan en Perú tres bases de las que
poco se habla; en Paraguay está la base militar Mariscal Estigarribia,
localizada en el Chaco, con capacidad para alojar a 20 mil soldados y se
encuentra situada en un lugar estratégico, cerca de la triple frontera y al
acuífero Guaraní, la reserva de agua dulce más grande del mundo; en el Caribe,
existen bases en Cuba, la de Guantánamo, usada como centro de tortura; en
Aruba, la base militar Reina Beatriz y en Curaçao la de Hatos. A este listado
deben agregarse las 7 bases reconocidas en Colombia, cifra que es mayor, y las
que se instalaran en Panamá (cf. Modak,
2009).
¿Cómo
podría definirse una base militar? De manera simple puede
decirse que es un lugar en donde un ejército entrena, prepara y almacena sus
maquinarías de guerra. Se puede hablar, según sus funciones específicas, de
cuatro tipos de bases militares: aéreas, terrestres, navales y de comunicación
y vigilancia. Como el imperialismo estadounidense ve a la superficie terrestre
como un inmenso campo de batalla, las bases o instalaciones militares de
diversa naturaleza están repartidas en una rejilla de mando dividida en cinco
unidades espaciales y cuatro unidades especiales (Comandos o Combatientes
Unificados). Cada unidad está situada bajo el mando de un general. La
superficie terrestre está entonces considerada como un vasto campo de batalla
que puede ser patrullado o vigilado constantemente a partir de estas bases (Dufour, 2007).
Chalmers Johnson
señaló que, durante el gobierno de Bush, se diseñó la estrategia de actuar
contra los “Estados Canalla”, que forman un arco de inestabilidad mundial que
va desde la zona andina (Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia), atraviesa el
norte de África, pasando por el oriente próximo hasta llegar a Filipinas e
Indonesia. Este arco de inestabilidad coincide con lo que se denomina el
“anillo del petróleo”, que se encuentra en gran medida en lo que antes se
conocía como Tercer Mundo. Según Johnson, “el militarismo y el imperialismo son
hermanos siameses unidos por la cadera… Cada uno se desarrolla con el otro. En
otro tiempo, se podía trazar la extensión del imperio contando las colonias. La
versión estadounidense de las colonias son las bases militares…” (Johnson, 2004).
El
establecimiento de bases militares en todo el mundo, en zonas vitales desde el
punto de vista económico y político, demuestra que se han ampliado las
estrategias, porque ya no se trata solamente de las clásicas intervenciones que
operan desde afuera para derrocar a un régimen considerado enemigo por parte de
los Estados Unidos, como ha sucedido en Iraq y Afganistán. Ahora se trata de
tomar posesión del territorio de un país de manera directa para contar con una
fuerza militar activa que funciona en forma autónoma y con una gran capacidad
operativa y en el ramo de la inteligencia. Para hacerlo posible, Estados Unidos
usa sofisticada tecnología y despliega una impresionante capacidad de hacer
daño a países y a territorios localizados en cualquier lugar del planeta (cf. Ruiz Tirado, 2009).
La difusión de
los intereses económicos y financieros del imperialismo hasta el último rincón
del planeta, requiere de un respaldo militar, que se expresa en poder de fuego
y en movilidad. Poder de fuego para doblegar brutalmente a sus oponentes, como
Estados Unidos lo viene haciendo desde la invasión a Panamá en diciembre de
1989, y a la que han seguido las apocalípticas guerras en el Golfo Pérsico, en
la antigua Yugoslavia, en Afganistán. No es casual el mismo nombre que se le ha
dado a algunas de esas campañas (Conmoción
y Pavor, Tormenta del Desierto) y
que los voceros más cínicos de los Estados Unidos hayan dicho que cada una de
esas guerras tenía la finalidad de hacer regresar a los países agredidos a la
edad de piedra. Movilidad para poderse desplazar de manera rápida de las bases
militares hacia los teatros de guerra, o en otros términos, desplegar la
potencia militar sin restricciones en cualquier lugar de la tierra.
En este sentido,
Estados Unidos dispone en la actualidad del más sofisticado y terrorífico
poderío militar que se ha erigido en la historia de la humanidad, que se
despliega por mar, aire y tierra. Tiene barcos de guerra, portaaviones y
submarinos en todos los océanos del mundo, desde donde despegan cientos de
aviones para bombardear objetivos situados a cientos e incluso miles de
kilómetros de distancia. Para que todo esto sea posible es indispensable contar
con una red mundial de bases militares, distribuida en todos los continentes.
Esas bases se encuentran desplegadas en zonas en las que hay ejes de transporte
rápido, en donde se recoge información mundial, para espiar y vigilar a sus
adversarios. Esto permite disponer de una red comunicacional interconectada con
aviones, ferrocarriles, carros de combate, barcos, submarinos, que cuentan con
una infraestructura física vital para su funcionamiento, mediante el control de
aeropuertos, puertos fluviales y marítimos, carreteras, autopistas y centrales
de telecomunicaciones.
De una
importancia similar a las bases militares son los portaaviones, desde donde se
realizan intervenciones rápidas. Estados Unidos cuenta en la actualidad con 12
portaaviones desplegados por todos los mares del mundo. En torno a cada
portaviones se constituye un grupo, esto es, una flota en la que van buques y
submarinos, que lo protegen de eventuales ataques aéreos y submarinos: “Los
portaviones forman la base de una enorme capacidad ofensiva aérea sin
equivalente. Cada portaviones transporta 50 aviones capaces de llevar a cabo
entre 90 y 170 ataques al día en función de la misión. Cada grupo contiene
también 2 cruceros lanza misiles. Para tener capacidad de ataque terrestre,
estos grupos son completados con tropas y vehículos anfibios” (McEjércitos, 2007).
En estas
condiciones, la importancia militar de las bases instaladas en Colombia –de
hecho, todo su territorio– está relacionada con la estrategia de movilidad de
las fuerzas armadas de los Estados Unidos en el centro, el sur de América y en
el Caribe. De manera un poco más precisa, el imperialismo estadounidense ha
propuesto cuatro modelos de posicionamiento militar en nuestro continente:
bases de gran tamaño, tipo Guantánamo, en donde hay instalaciones militares
completas, ocupadas en forma permanente por efectivos militares y sus familias;
bases de tamaño medio, como la de Palmerola, que cuenta con amplias
instalaciones que están ocupadas por un personal que se renueva cada semestre;
bases pequeñas, bautizadas con el eufemismo de Cooperative Security Locations (CSL), “localidades de seguridad
cooperativa”, como las de Curazao o Comalapa, en donde hay poco personal, pero
tienen una importante capacidad operativa en materia de telecomunicaciones y de
información, la cual es transmitida a territorio de los Estados Unidos; las
bases micro, son sitios de transito que se usan para permitir el
avituallamiento de los aviones, los que luego despegan hacia sus objetivos,
como ejemplo de lo cual puede mencionarse la base de Iquitos, en el Perú (cf. Herren, 2009)
(…)
Gobiernos
surgidos de esa manera son incondicionales a sus políticas, sumisos aceptan la
instalación de bases militares en nuestros países, sin importarles que sean
violatorias de la soberanía nacional y sirvan para agredir a los vecinos o a
pueblos de otros continentes.
Los primeros en
sufrir la humillación fueron Puerto Rico y Cuba, esta última con la base de
Guantánamo, que hoy en día sirve de cárcel para los prisioneros acusados de
terrorismo y que han sido secuestrados en diversos países. Quienes tienen la
desgracia de llegar allí reciben trato de enemigo y no tienen derecho alguno,
ni siquiera el de la legítima defensa. La tortura es ejercida abiertamente, sin
que muchos gobiernos y organismos internacionales se atrevan a condenarla
públicamente. Es una afrenta a la comunidad internacional y una mancha
indeleble que jamás podrá borrar la “injusticia Norteamericana”.
Ante el avance
de los procesos democráticos y la unidad latino-americana y caribeña al tiempo
que se consolidan procesos como: MERCOSUR, UNASUR, CARICOM, ALBA Y LA CELAC, el
imperio prosigue sin pausa la ocupación militar.
El caso colombiano
Así, en la
actualidad se encuentran 36 bases militares diseminadas por todo el continente, ocupando posiciones estratégicas
en la región. El pretexto: la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo.
El caso
colombiano es muy esclarecedor. El presidente Álvaro Uribe Vélez (2008-2010),
le entregó todo el territorio nacional a los halcones de la guerra. Se reconoce
la existencia de 7 bases militares, pero en realidad hay doce y los Estados
Unidos disponen de permiso para usar, en caso “necesario” todos los puertos y
aeropuertos del país con fines bélicos.
Colombia quedó
cubierta militarmente, pero las operaciones militares no son solo para
Colombia. La base de Palanquero ha sido modernizada para recibir aviones de
guerra de última generación, con capacidad de operar en toda la parte sur del
continente, controlar el océano Atlántico e intervenir en países africanos.
A lo anterior
hay que sumarle el despliegue de la Cuarta Flota y entonces nos encontramos con
que los EE.UU. actúan amenazadoramente para disuadir o intervenir en cualquier
nación del continente con una supremacía absoluta y con una velocidad
asombrosa. En minutos pueden desembarcar miles de soldados en cualquiera de las
bases en Colombia. Sus avanzadas están en posición. Disponen de inteligencia
estratégica táctica y sobre objetivos militares a ser aniquilados o
neutralizados.
Colombia tiene
la fuerza militar más numerosa de América del Sur, 500 mil soldados hombres y
mujeres entrenados para la guerra, con armamento moderno, aviones de combate,
Drones equipados con mecanismos de espionaje de la más alta tecnología,
satélites con sensores que detectan luz, calor, humo y presencia de seres
humanos; disponen de equipos de fotografía que pueden captar a una persona a
muchos de kilómetros de distancia. Con la particularidad que esta tecnología es
manejada directamente por personal estadounidense y en muchas de esas bases hay
lugares en los que está restringido el acceso al personal de nacionalidad
colombiana.
En Colombia la
vida civil se ha militarizado. Los gerentes, administradores, funcionarios
públicos, profesionales independientes, han recibido formación militar y grados
militares, que los acreditan como capitanes, mayores o coroneles de la reserva
que en un momento dado pueden entrar a dar órdenes a militares de menor rango.
En muchas áreas
del país los asesores y personal militar estadounidense, circula libremente. Es
indigno y antipatriótico ver como militares colombianos se acostumbran a
realizar operaciones bajo sus órdenes. Son varios los casos reportados de
pilotos norteamericanos que han muerto en accidentes o al ser derribados sus
aviones por la guerrilla.
Ninguna de estas
noticias trasciende a la prensa por el cerco informativo que se ejerce sobre el
tema.
Igual está
pasando por todo el continente. Las oligarquías en el poder alineados con esta
política ni se molestan, ni critican, ni denuncian la instalación de bases en
Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá, Perú, Paraguay, Chile, Haití, Puerto
Rico, Bolivia, Brasil y otras.
Ha sido un
trabajo lento, pero seguro; ningún país está en capacidad de responder
militarmente al imperio, pero sí de obligarlo a salir de su territorio como lo
hizo Rafael Correa con la Base de Manta, en el Ecuador. Esto demuestra que
mientras haya gobiernos democráticos y pueblos erguidos, el imperio no las
tiene todas consigo.
El despertar de
nuestra América es innegable, hoy contamos con gobiernos patrióticos que
levantan las banderas de la dignidad y el antiimperialismo, la movilización y
la protesta social crecen cada vez más y entre sus consignas aparece la lucha
contra el Imperio, el capitalismo, el neoliberalismo; por la autodeterminación
de los pueblos, la defensa de la soberanía nacional y el repudio a la presencia
militar yanqui en el continente; consignas que todos los revolucionarios,
demócratas y patriotas estamos obligados a agitar para que prendan en la
conciencia popular y así hacer abortar los planes de dominación continental
Tarea urgente y
necesaria es organizar una campaña simultánea en todos los países de América
Latina y el Caribe contra las base norteamericanas. ¡Fuera las bases militares
estadounidenses de nuestro continente!
Por otra parte
cabe reiterar que Estados Unidos ha sido fiel a la divisa imperial y
maquiavélica: “Divide y reinarás”. Boicoteó, con la ayuda y colaboración cipaya
del colombiano general Santander, el Congreso Anfictiónico de Panamá convocado
por el Libertador Simón Bolívar con el propósito de unir a las repúblicas
latinoamericanas en una sola patria grande y fuerte que sea capaz de enfrentar
al monstruo del norte.
Históricamente
la práctica del divisionismo ha sido eficaz para los intereses geopolíticos de
Estados Unidos, razón suficiente para que los procesos integracionistas sean el
blanco de la Casa Blanca, que bien sabe aprovechar las múltiples dificultades y
contradicciones internas de los gobernantes provenientes generalmente de las derechas
oligárquicas aliadas incondicionales del imperio y usufructuarias del sistema
capitalista que permite la extrema explotación del capital sobre el trabajo.
Golpes de Estado
como los casos de Honduras y el Paraguay han sido propiciados por Estados Unidos
para impedir la vinculación efectiva de Honduras al ALBA y del Paraguay para
provocar fisuras en la Unasur.
“En ese
propósito de torpedear dicha integración, en la que participan países de la
zona andina como Venezuela, Ecuador y Bolivia, el régimen colombiano juega un
papel de primer orden, como ya lo ha demostrado fehacientemente.
La implantación
de las bases militares en Colombia también está relacionada de manera directa
con la decisión del gobierno de los Estados Unidos, y de sus lacayos de América
del Sur, de oponerse a los gobiernos nacionalistas que han surgido en varios
países de la región en los últimos años. Sobre el particular, un documento de
mayo de 2009 de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos enfatiza la importancia
de la base de Palanquero, en el centro de Colombia, al recalcar que nos da una
oportunidad única para las operaciones de espectro completo en una subregión
crítica en nuestro hemisferio, donde la seguridad y estabilidad están bajo
amenaza constante por las insurgencias terroristas financiadas con el
narcotráfico, los gobiernos antiestadounidenses, la pobreza endémica y los
frecuentes desastres naturales (Blair,
s/a).
Ante el avance
de los procesos democráticos y la unidad latinoamericana y caribeña al tiempo
que se consolidan procesos como: MERCOSUR, UNASUR, CARICOM, ALBA Y LA CELAC, el
imperio prosigue sin pausa la ocupación militar.
Todos los
pueblos de América Latina y el Caribe podrían marchar junto ante el imperativo
histórico que demanda la expulsión de las 36 bases militares diseminadas por el
continente, ocupando posiciones estratégicas en la región.
No hay comentarios:
Publicar un comentario