Seguimos con nuestra selección dominical de Tres
mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, de Héctor
Zimmerman, Editorial Aguilar.
Cuando algo muy deseado parece estar al alcance de una persona y
ésta no logra obtenerlo, la situación suele ser comparada con el suplicio de
Tántalo.
Por ser hijo de Zeus y de una ninfa, Tántalo, rey de Lidia, era
muy bien recibido en los banquetes que su padre presidía en el Olimpo. Allí,
junto con los dioses, Tántalo bebía el néctar y comía la ambrosia reservados
para aquellos. Envanecido por el privilegio, cierto día cometió una grave
imprudencia: robó parte de esos manjares y los dio a probar a los mortales.
Como castigo, Zeus lo condenó a permanecer sumergido en uno de los
ríos del infierno con el agua hasta la barbilla. Cada vez que se inclinaba a
beber, las aguas bajaban de nivel para volver a subir no bien intentaba
acercarse más. Sobre su cabeza pendía una rama cargada de fruta, pero cuando
Tántalo tendía el brazo, se la apartaba el viento.
“El suplicio de Tántalo” presenta hoy formas distintas. Consiste
en las postergaciones repetidas, en los trámites interminables, en las penas y
esperanzas puestas en un emprendimiento que no acierta a dar frutos.
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