
Por Silvio Rodríguez
El Movimiento de la Nueva Trova (con mayúsculas) fue fundado por los participantes en el II Encuentro de Jóvenes Trovadores, que se celebró en la ciudad de Manzanillo, en diciembre de 1972. Por eso este año celebraremos el 40 aniversario de aquella agrupación, posible por la masividad que llegó a alcanzar la trova en nuestro país. Viendo la cantidad de muchachos con guitarras que surgía en todas partes, la Unión de Jóvenes Comunistas decidió apadrinar aquella suerte de comunidad que, si bien sus componentes eran guitarreros, también tuvo colaboración de poetas, escritores, artistas plásticos, periodistas, dirigentes, filósofos, directores de televisión y de cine.
Aquella explosión de trova juvenil no  carecía de antecedentes. Uno de los más luminosos --para mi--, fue una  canción que sonó mucho en la radio, a mediados de la década del 60. Su  poética era un canto a la existencia (después supimos que también a  Dios), marcada por los acentos de un género musical que por entonces  parecía obsoleto: la guajira. Su autora era Teresita Fernández, una  maestra de Santa Clara que Bola de Nieve había traído a la capital. La  canción se llamaba “Cuando el sol”, y la vibrante voz de Luisa María  Güell la convirtió en suceso.
Otra autora femenina, en este caso  habanera, venía describiendo una órbita de gran singularidad: Marta  Valdés, que antes del 59 había sido cantada por famosos intérpretes y  después trascendió la intimidad del feeling con una de las canciones más importantes (y menos reconocidas) de la posrevolución: “Canción para otro mundo”.
Por entonces algunos jóvenes autores  coincidían en clubes nocturnos y tertulias privadas. Sus primeros  quehaceres partían del movimiento del feeling,  con armonías de vanguardia y letras de corte coloquial. Entre ellos se  destacaban Luis Adolfo, Martin Rojas, Eduardo Ramos, Rey Montesinos,  Pablo Milanés. Los dos últimos también compusieron guajiras memorables,  aunque de ellas la más trascendente fue la de Pablo (“Mis 22 años”), que  marcó un hito, a pesar de ser poco divulgada.
Por aquellos tiempos Noel Nicola componía  sus primeros temas en las Tropas Coheteriles Antiaéreas; el estudiante  de Física del Instituto Pedagógico, Vicente Feliú, se acercaba a la  guitarra de su padre; Belinda Romeu hacía sus pinitos en 17 y C, fiel al  signo musical de su familia. Yo cargaba con un saco de libros y una  maltrecha guitarra por las unidades del Ejército de Occidente.
Una fuerte evidencia pública del  surgimiento de una joven corriente en la canción (la nueva trova con  minúsculas) ocurrió en septiembre de 1967, y fue el programa de  televisión “Mientras Tanto”. Desde su lanzamiento empezaron a trazarse  curiosos hilos comunicantes, porque entre los primeros invitados  figuraba Teresita Fernández, a quien el Caimán Barbudo le había hecho un  homenaje. Poco después de empezado Mientras Tanto, me estaba haciendo  acompañar por Sonorama 6,  grupo que dirigía Martín Rojas, y Eduardo Ramos integraba. Para colmo,  una de las razones por las que aquel programa fue “sacado de  circulación” fue mi promesa de presentar a Pablo Milanés, y mi posterior  disculpa por no haberlo logrado, “por razones ajenas a nuestras  voluntades”.
Todo esto quiere decir que en 1967 ya nos  conocíamos e interactuábamos los que, a principios del año siguiente,  participaríamos en el concierto que marcó un antes y un después en la  trova cubana. Me refiero al que ocurrió en Casa de las Américas, el 18  de febrero de 1968. Pablo, Noel y yo fuimos los anunciados. Pero aquella  noche en el público estaban Martín, Eduardo, Belinda y Vicente, y  algunos de ellos se sumaron al concierto, y lo completaron.
Por todo esto en 2012 se celebran dos  fechas: Los 40 años de la organización oficial, el MNT, la Nueva Trova  con mayúsculas. Y los 45 de aquellas otras fechas de los orígenes,  cuando el futuro era incierto y varios trovadores con distinta madurez y  procedencia empezamos a juntarnos, a simpatizar y a intercambiar  canciones. 
En aquel toma y daca generacional yo tenía  mucho que aprender y poco que aportar. Había hecho muchas canciones,  pero pocas tenían la solidez musical de las de Eduardo, Martín,  Montesinos o Pablo. Ellos, a pesar de ser casi tan jóvenes como yo,  acumulaban ricas experiencias profesionales y habían estado en contacto  con los mejores autores e intérpretes del país. Yo había pasado aquellos  años haciendo mi servicio militar, leyendo mucho en mis horas libres,  pero sin la más mínima confrontación musical.
Yo empecé a crecer musicalmente cuando les conocí. Y aquí quiero dejarles, una vez más, mi gratitud.
 
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