A las consignas, además de agitarlas en
nuestros carteles o cantos, hay que darles contenido concreto. De lo contrario,
el contenido se lo da el enemigo, o podemos estar diciendo cosas distintas. Es
el caso del ¡Vamos por más!, tan manoseado por el periodismo militante
opositor, y vaciada de contenido por algunos que dicen estar de este lado de la
vereda.
Este es un caso concreto, con dramática actualización
con el derrame de solución cinaurada por parte de la Barrick Gold en la
mina de Valadero, Jáchal, provincia de San
Juan. Fueron 1.000.000 (sí, un millón de
litros) y no 15.000, como dijo inicialmente. Nada menos que 66 veces más. La cifra fue admitida hace pocas horas por la
empresa de Canadá, país donde la modalidad de explotación que aquí realiza está
prohibida).
Rogelio Roldán, incansable, perseguido y sufrido luchador del
PC sanjuanino, a quien respeto, publicó los conceptos centrales de esta nota que
comparto en su muro, pero no puedo responsabilizarlo del total, ya que he realizado alguna adaptación de
matices y estilo, que corren por mi exclusiva responsabilidad.
Desde que en 1993 la siniestra dupla
Menem-Cavallo, por orden del Banco Mundial modificó el Código Minero, existe una estructura jurídica elaborada a la
medida de las trasnacionales para garantizar a los monopolios saquear, llevarse
todo y dejar solo ruinas.
La Constitución Nacional, reformada
en 1994, entregó en propiedad a los gobiernos
provinciales el patrimonio de todos los argentinos, como son las riquezas
naturales a los gobiernos provinciales. Ello, sumado a la trampa de los Tratados Bilaterales de Inversión -TBI-,
que nos dejan en manos del CIADI, tribunales al servicio de las empresas
extranjeras, permitieron la firma de contratos de concesión al tono de las
dictaduras más cipayas.
Un artículo clave del Código Minero prohíbe al Estado explotar
por sí solo cualquier yacimiento. También les concede estabilidad fiscal por 30
años. Sí, brutal.
Ese paquete de leyes respalda los contratos
leoninos, su implementación hace que la gran minería sea subsidiada totalmente
por el pueblo argentino.
Por eso
·
Tienen exención impositiva,
subsidio al combustible y la energía y otros privilegios.
·
Un irrisorio 3% de regalías,
medidas en boca de mina sobre el cascote en bruto, lo cual las rebaja
considerablemente
·
La cantidad de mineral a
exportar no tiene control fiscal, se basa en “declaraciones juradas” de la
propia empresa.
·
Producen un fuerte y
constante daño al ecosistema, especialmente a los glaciares y la zona
periglacial, es decir la fábrica de agua de Los Andes.
Por si todo esto fuera poco, quince
cámaras mineras del país piden al futuro gobierno que revise “las principales
herramientas de la política económica, entre ellas la paridad peso-dólar, el
cepo cambiario, las remesas de divisas y el aumento constante de la presión
tributaria''.
Ante
el derrame de agua contaminada, la Barrick
ocultó el problema y el gobierno provincial fue cómplice al minimizar el hecho
y sus secuelas. Un día después reconoció la contaminación, pidió a los vecinos
que no usen agua del Río Blanco y se cubrió con la denuncia penal contra la
empresa.
Esta es la cruda realidad, San Juan -y toda
la zona cordillerana- tiene a los monopolios extractivos extranjeros instalados
en el corazón, no solo de la economía, sino de todo el sistema de relaciones y
mediaciones políticas, sociales y culturales. Por eso es necesario denunciar la
política de saqueo y destrucción del ecosistema por parte de estas empresas.
También los tratados internacionales, ya sean bilaterales, como los TBI y
otros, que nos atan a la dependencia del FMI. Y reclamar la ruptura con el CIADI, la
anulación del actual Código Minero y de toda la maraña jurídica que permite la
entrega.
Hace falta una Ley que devuelva a la Nación
el dominio de los recursos naturales, que declare la propiedad popular
imprescriptible, inalienable e inenajenable del espacio aéreo, el suelo y el
subsuelo; que se complemente con una ley de nacionalización de las megamineras
para crear una empresa de propiedad pública, estatal y comunitaria, gestionada,
dirigida y controlada por representantes electos de sus trabajadores, de la
ciudadanía y del Estado nacional y provincial.
Junto a ello se debe prohibir explícita y
taxativamente –como en todo los países “avanzados” del mundo-- el método de
lixiviación (por el cual el oro se disuelve en un medio acuoso con
cianuro para separar la solución que contiene el metal de la que contiene residuos), y construir una refinería para desterrar el
empleo temporario y lograr la estabilidad laboral de todos los trabajadores.
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