ROMÁN JAVIER MENTABERRY, 29 años, miembro de la Federación Juvenil Comunista (FJC), promoción 68 del Colegio Nacional Buenos Aires, redactor de los periódicos ilegalizados Informe e Imagen, asesinado en la redacción clandestina del primero.
Román Mentaberry apareció ahorcado con su propio cinturón en
el medio de la redacción del semanario comunista Informe la noche del 28 de
noviembre de 1979. Una vez por semana, Mentaberry tomaba un colectivo hasta el
barrio Crucecita, Avellaneda, para jugar al ajedrez con Joty, el padre de
Mariano Otero.
“Mi vieja me cuenta que no conversaban. Era un ritual
silencioso. La muerte de Román pegó muy fuerte en casa, era algo de lo que no
se hablaba: mi viejo también había sido militante del Partido Comunista. Yo
crecí con esos silencios. Una vez, como todo pibe, me metí en un placard y
descubrí el ajedrez. Era hermoso, las piezas de madera, la base de felpa
verde... Cuando mi viejo se enteró de que se lo había agarrado casi me mata. Yo
no entendí nada hasta que mi mamá me contó la historia de Román.”
De Página/12, “Avellaneda Jazz”, introducción a un reportaje
de Mariano del Mazo a su Otero, parte de
una camada que con 400 discos originales dio forma a lo que se conoció como
Nuevo Jazz Argentino”.
Fue el 28 de noviembre de 1979, cuando un grupo de tareas, lo
sorprendió solo trabajando en el cierre del semanario comunista Informe, en una redacción
semiclandestina que funcionaba en la calle Esmeralda al 900, Buenos Aires. Lo ahorcaron.
Su caso quedó registrado en el expediente 3007 de la Conadep, donde se sindica como uno de
los autores del hecho al capitán de Ejército Enrique Berthier, condenado el año pasado por la apropiación del
bebé de desaparecidos María
Eugenia Sampayo-Barragán, y que cumple condena hasta 2010 en el
penal de Marcos Paz.
En un aviso conmemorativo publicado en Página/12 por familiares y
amigos,al año siguiente sumó su firma por primera vez Julián, el hijo que Román no llegó a conocer, y a quien tuve
la suerte de conocer pues acudió a mí a partir de una nota de homenaje en mi
blog, que reproduzco parcialmente en este fragmento de mi libro “SECRETOS EN ROJO. Un militante entre dos
siglos”.
No fue un momento cualquiera: después de haber protagonizado las tremendas horas que siguieron a su asesinato, para mí significó el reencuentro del
hijo de Román con su historia, la de su padre, la de su lucha, y también con su
familia, pequeña epopeya en la que acompañé como orgulloso "presentador" a un bello grupo de sus ex
camaradas de “El Colegio”, pero aún más: sus amigos eternos.
Casi dos años después, el 28 de noviembre de 1979, un joven
periodista, Román Mentaberry, fue asesinado en la redacción clandestina del
semanario Informe (del Partido
Comunista). Román pertenecía a la Fede. Fue
literalmente ahorcado con su propio cinturón y dejado en condiciones que no
quiero recordar.
Luego de confirmar el crimen, coordinamos con Francisco
“Cacho” Álvarez (revista Imagen) y
Eduardo Duschatsky (semanario Informe)
para impedir que cualquiera de los nuestros volviera a las redacciones, que, ya
sabíamos, estaban bajo vigilancia policial.
Después, tuvimos la difícil tarea de lidiar con las
“preocupaciones” de una parte del aparato partidario por el tono de la denuncia
que redactamos para los semanarios del PC (Eduardo) y el quincenario de la FJC (yo mismo); “preocupaciones”
finalmente contenidas gracias al apoyo de mi padre en el primer caso, y –más
allá de las profundas diferencias que tuvimos después– Patricio Echegaray en el segundo.
Otro periodista, Arturo Marcos Lozza tuvo que “dar la cara”
para denunciar el crimen y rescatar el cuerpo de nuestro compañero, a raíz de
lo que fue encarcelado por mucho tiempo, y sufrió largos interrogatorios.
Román no era la primera víctima por la que salíamos a dar
pelea. Tampoco sería la última: sólo en el PC –sin contar a los compañeros que
militaban en otros partidos u organizaciones, o individuos que no tenían
militancia alguna–, hubo 1.500 compañeros detenidos y 500 secuestrados. Más de
100 de ellos permanecen “desaparecidos”.
Al igual que en los demás casos, en el de Román, hicimos la
denuncia judicial, redactamos el comunicado de prensa, lo entregamos –con
riesgo personal– en las redacciones.
Sin embargo, en este caso particular, estábamos ante el
ataque a dos medios de prensa y el asesinato de un periodista en su lugar de
trabajo. Pero ni la Asociación
de Empresas Periodísticas de la
Argentina (ADEPA), ni la –ahora tan sensible– Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)
tuvieron la dignidad de pronunciarse.
Tampoco lo hicieron con ninguno –salvo
puntuales casos aislados– de los 132 periodistas secuestrados y asesinados
durante la última dictadura militar.
Ni una línea en los
grandes medios del sistema.
Parece que, entonces, no había “hostigamiento”, ni
“presiones”, ni “peligro” para la libertad de prensa y expresión…