me entrevistó acerca de la militancia en aquellos y estos días. Aquí las preguntas y mis respuestas.
¿Qué diferencias ves entre la militancia de los ‘80 -con el regreso de
la democracia- y la de hoy en día?
Entre muchos factores para discutir, destaco una valoración mucho más
madura de la política como instrumento de transformación de la realidad, aunque
sin perder de vista que es en un proceso dificultoso, con avances y retrocesos
durante la democracia y teniendo que hacer frente a las heridas de la dictadura
que aún hoy hacen mella.
Después de la demonización de la militancia en los ’70, en los ’80
surgió la idea de que la vieja militancia había sido (para decirlo suavemente)
ingenua, y que la democracia sería una solución casi mágica a los problemas
heredados. Pero la situación era mucho más compleja: la “cadena de formación de
cuadros” había quedado destruida por el extermino de la dictadura. Después de
la breve fiesta del retorno a la democracia, se combinaron potenciales
militantes desorientados, primero y crecientemente desilusionados, después, por
el enfoque empresarial y clientelar de la política nacional, que hoy subsiste
en no pocos casos.
Comparando esto con hoy en día: se ha superado bastante la apatía
reinante en los ’90. También reaparecen una fuerte voluntad de participación y
la reconstrucción de una mística, aunque con cierta idealización de nuestra
experiencia, la de los “setentistas”, que tenemos la obligación de esclarecer.
Como militante político ¿de qué manera procesaste el descreimiento del
2001 fruto del fin del gobierno de la Alianza, materializado en la consigna
“que se vayan todos”?
Como un resultado natural de la sensación de vaciamiento e inutilidad de
las instituciones que tenía la población; pero también con la gran preocupación
de que esa sensación, basada en una realidad, paradójicamente “les hacía el
juego” a los “dueños de la argentina”: la militancia, la política y la misma
democracia que tantos dolores de cabeza les dieran en su momento estaban siendo
reemplazadas por un “que se vayan todos”, que les permitía camuflarse tras la
bronca popular y beneficiarse con la falta de política.
Algunos que posan de izquierdistas echaban fuego a la hoguera sumándose
a esa consigna, creyendo que era el anticipo de “su tiempo”, o el delirio que
vivíamos una “situación revolucionaria”.
Lo necesario no era que “se fueran todos” (algo imposible, en la
realidad), sino de sino de echar (ya que solos jamás se van) a los
responsables, cómplices y beneficiarios (que profundizaron) el modelo
dependiente y rentístico, del capitalismo argentino, hegemonizado por el sector
financiero, en desmedro del productivo.
¿Qué expectativas tenés hoy sobre la militancia política juvenil,
estimulada desde el gobierno con medidas como el voto a partir de los dieciséis
años?
Muchas. Es con la militancia organizada que se pueden profundizar los
pasos dados y, sobre todo, encarar medidas que ataquen al menos algunos
elementos de la matriz capitalista –entre otros: renta financiera, minera,
pesquera, petrolera– como parte de una drástica redistribución de los ingresos
hacia los sectores más desprotegidos en forma directa (salario y creación de
empleo) e indirecta (salud, vivienda, educación, asistencia).
Tras años de pérdidas profundas, parece atinado considerar que hemos
ganado una década. Sin embargo, para que esa ganancia no se revierta hacia una
nueva pérdida, es necesario consolidar lo alcanzado no vacilando en ir por más.
Y esto es casi imposible sin realizar una convocatoria concreta y viable, con
generosidad y convicción, para construir una fuerza político-social organizada
y plural. Una convocatoria que incluya a las distintas culturas políticas que
hoy están dispuestas a encarrilar la voluntad participativa de los jóvenes,
capaces de enfrentar la resistencia a los cambios de corte nacional y popular,
y ser la base movilizada que apoye su profundización. ¿Qué tarea más seductora
y movilizadora para convocar, y unir, a las “viejas” y nuevas generaciones de
militantes?
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