Con este nombre –el de mi
compañera de la vida y madre de mis hijas– y este fragmento de mi libro SECRETOS EN ROJO. Un militante entre dos
siglos (Ediciones Corregidor), rememoro la noche negra que se cernió sobre
Córdoba el 9 de octubre de 1974, cuando Leonor y otros camaradas fueron ilegalmente
detenidos y torturados en el D2 de la policía provincial. Tita Clelia Hidalgo, secuestrada
junto a Leonor, fue llevada agonizante al Hospital. Ya no había nada que hacer.
Un
solo tema me suscitaba dudas, me ponía meditabundo y, en ocasiones, nublaba ese
cielo despejado, sin vestigio de vacilación, de mi convicción y temeridad
militantes de la niñez y parte de la adolescencia. Aun a esas edades tan
tempranas, de cuando en cuando, me preguntaba: ¿Cómo respondería a la tortura?
¿Sería
como mis héroes, –aquellos de la literatura soviética, los luchadores por la República española, o
las historias de la resistencia antifascista europea (los maquis, los
partisanos), los barbudos cubanos– o arrastraría la vergüenza del quiebre?
Muchos
años después, la vida me enseñó que la respuesta lejos está de surgir de una
dicotomía tan sencilla.
Leonor
era la hija mayor del “flaco” Jorge Canelles, una de las leyendas del
Cordobazo. El 9 de octubre de 1974 el Navarrazo que derrocara a Obregón Cano y Atilio López
lanzó un operativo conjunto de fuerzas policiales junto al Comando Libertadores
de América: el equivalente cordobés a la Alianza Anticomunista
Argentina. Arrasaron los locales de Luz y Fuerza, del PST y, finalmente, del
PC.
Leonor
y “el flaco” –junto a unos cincuenta camaradas– fueron detenidos en Obispo
Trejo 364, sin haber opuesto resistencia: la orden en todo el país era sólo
usar armas si el operativo era de parapoliciales de civil, pero nunca si estaba
presente algún agente uniformado.
La
movilización por la libertad de los compañeros fue inmediata e intensa. Dos
días después, frente al “D2” (Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia , ubicado en el
edificio del Cabildo histórico), los militantes aún esperaban la salida de los
Canelles, que seguían sin ser liberados.
Estuvieron
entre los últimos en salir, y todos sabían que la hija del flaco había sido
torturada al lado de Tita Clelia Hidalgo, quien murió por el ensañamiento y el
tardío intento de hospitalizarla. Todos sabían que esa chica flaquita, bonita,
altiva pese a sus escasos 17 años había soportado los golpes, la picana, las
vejaciones, los simulacros de fusilamiento. Todo sin decir palabra.
Aun
así todos sufrieron un fuerte impacto cuando Leonor salió a la calle. Con la
frente alta, como siempre. Pero con la ropa rasgada y ensangrentada. Con los
ojos vacíos y gélidos…
En
1986, doce años después –ya mi esposa y madre de mis hijas, Yamilé y Giselle–
Leonor contaba, en una de esas raras ocasiones en las que hablaba de su pasado,
anécdotas de Alberto Caffaratti, de Tomás Ditofino, de su amiga, “la” Marina
Colman. Todos secuestrados y asesinados por la dictadura.
Escuché
sobre cómo su casa familiar se derrumbó casi hasta el borde de la cama de su
pieza por la explosión de una bomba. Sobre el vaquero Oxford, milagrosamente
agujereado en la botamanga, en una de las oportunidades en las que la balearon
desde un Falcon, en pleno centro de la Ciudad de Córdoba.
En alguna
otra ocasión me regalaría pantallazos de los días que acompañaba a sus padres a
la casa de Agustín Tosco. De las charlas con él y con su familia: Nelly, Héctor
y Malvina –la hija “del gringo”, cuyo cumpleaños festejaron juntas en el sur,
visitando a sus padres presos.
También
me enteré de los meses de hambre y desesperación cuando “el flaco” se fugó
porque lo buscaban para matarlo. Meses en los que Leonor fue el sostén, la
fortaleza de su madre, Cristina; y de sus pequeñas hermanas Betty y Silvia. El
sostén económico y emocional; siempre mirando por sobre el hombro para proteger
a las suyas; buscando un lugar donde dormir –aún durante unas escasas horas; un plato de comida, o un mate
con papas fritas… Leonor siempre fue “la fuerte”, enfrentándose no pocas veces
a puertas cerradas, y a los rostros de pánico de compañeros de no tan lejanas
veladas de charlas y risas.
Una
tarde, charlando casualmente, salió aquel tema que me perseguía de niño.
“No
sirve pensar en eso. Nadie puede decir que hará cuando lo torturen. Porque,
sencillamente, nadie lo sabe”.
Esa
fue la respuesta natural, sin vacilaciones –y, como siempre, práctica– de
Leonor. Para ella “la cuestión” nunca
llegó a existir…
Por
primera vez me había animado a
preguntar: ¿cómo aguantaste… la tortura?
“No
sé… Era como estar viviendo una película. Como si yo no estuviera ahí, sino
otra persona; con otra gente…extraña… Me acuerdo las cosas como en cámara
lenta. Sé que varias veces perdí el conocimiento y lo que viene antes de eso se
ve en amarillo fuerte. No sentía dolor. Creo que por momentos bronca, pero
tampoco estoy segura…”.
“Pero
no dijiste nada”, insistí, rozando con cuidado temas intocados.
La
mirada de “mi negra” volvía a perderse; quizás un poco como ese día, tantos
años atrás…
“No.
No dije nada”, respondió con lentitud y una voz inexpresiva.
“Pero
no hubiera podido. Recién me salieron palabras de la boca horas después de que
nos soltaran. Estaba llorando después de ver a mamá, después de los exámenes
médicos. No sé… Mi papá me abrazó… Estábamos afuera...”.
Estaba
afuera. Pero nunca volvió a ser verdaderamente libre…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUna memoria cordobesa. Una compañera digna. Sóbran las palabras. Respeto.
ResponderEliminarRespeto,
ResponderEliminarMe acuerdo de ese hecho porque mi madre me llevo a un medico alergista el Dr. Kahn, que tenia el consultorio justo frente a ese local, era del PC y me atendia gratis. Y fui dos días después de ese hecho. Mi padre lo conocía al Flaco Canelles, porque era pintor y habían trabajado juntos varias veces. Me acuerdo de ese lugar perfectamente, como también del Flaco Cordero, que se lo llevaron varios días después de haber estado en mi casa. Ademas trabajaba con mi viejo. Que días terribles.
ResponderEliminarMis respetos, cuanta fuerza. Abrazo
ResponderEliminarLeí el libro. Leí esta historia de Leonor. Conocí a Leonor, recordás? Un abrazo de cariño militante para los dos.
ResponderEliminar¡Gracias Maby!!! U/na fuerte para allá.
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