Imprescindible nota de Oscar Taffetani
Con la instalación de un nuevo cartel, de
grandes dimensiones, sobre la ruta 33 conocida como La Carrindanga, en
Bahía Blanca, para señalizar los terrenos en donde alguna vez funcionó
el centro clandestino de detención llamado “La Escuelita”, ya suman 36
los espacios públicos del país afectados al programa de educación
democrática conocido como “Memoria, Verdad y Justicia”. No es poca cosa,
sobre todo si se tiene en cuenta que dicho programa va acompañado de
una acción inédita, sin precedentes a nivel mundial, para acelerar los
juicios y lograr que en la Argentina los delitos de lesa humanidad no
queden sin castigo..
¿Por qué se afirma en el encabezado que el mapa de la memoria
es el reverso de lo que fue el mapa del exterminio? Porque su trazado y
los puntos que se señalan van copiando, a casi cuatro décadas de los
hechos, el trazado y los puntos que eligieron los genocidas de la última
dictadura cívico militar para llevar adelante su plan.
Instructores galos y yanquisA
partir de una investigación del historiador Gabriel Peries que
trascendió el ámbito académico y que dio origen a un par de libros, no
es un secreto que los cursos y el entrenamiento en contrainsurgencia a
militares y policías argentinos comenzaron a mediados de los ’50,
coincidiendo con los años de la Libertadora y con el fin de la guerra
colonialista de los franceses en Argelia. Porque aunque ese país árabe
del África alcanzó su independencia en el albor de los ’60, la guerrilla
urbana del FLN fue aniquilada varios años antes en la “guerra sucia”
diseñada y ejecutada por los oficiales de la OAS francesa.
Tampoco
es un secreto que la otra gran academia de la represión ilegal y el
terrorismo de Estado fue la SOA (Escuela de las Américas) que funcionaba
en la zona norteamericana del Canal de Panamá en los años ’60 y ’70.
Según datos verificables, antes del año 1976 pasaron por esa escuela 600
oficiales de las fuerzas armadas argentinas. Once se graduaron en
“contrainsurgencia”; siete en “contrainsurgencia urbana”; trece en
“operaciones en el monte”; cinco en “inteligencia militar” y seis en
“interrogatorio militar”. Podría decirse que esos oficiales,
extraviados de la tradición sanmartiniana, se diplomaron en tortura.
El
cóctel pedagógico de la acción anticomunista mundial y la “guerra
antisubversiva” en la Argentina tuvo como aportes privilegiados la
misión de los paracaidistas franceses en el país (con oficinas en el
mismísimo Edificio Libertador, atendida por los generales Paul Aussarès
y Jean Nouguès) y los cursos anti guerrilla de los boinas verdes y
marines norteamericanos que actuaban en Vietnam y otros escenarios, al
compás de la Guerra Fría. De ambas vertientes se nutrieron los
represores argentinos, quienes no obstante, y como reconoce Peries,
hicieron sus propios aportes en materia de procedimientos para combatir
al “enemigo interno”.
El primer trabajo práctico para los alumnos
argentinos de esas oscuras escuelas llegó en los tiempos de Frondizi,
con la aprobación del plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado).
Militantes peronistas de la Resistencia, obreros huelguistas del puerto,
los ferrocarriles y los frigoríficos, más aquellos jóvenes que en 1959
sintieron el llamado de la revolución cubana, fueron el blanco y las
víctimas precisas del CONINTES. Entre 1960 y 1961, desfilaron por los
tribunales militares y fueron víctimas de los “interrogatorios” a las
maneras francesa y norteamericana, más de seis mil trabajadores y
estudiantes
argentinos.
“Fue a partir del Plan CONINTES
–opina el sociólogo Sebastián Chiarini, estudioso del tema-- cuando,
bajo la influencia de los franceses, la división territorial trasmutó.
El territorio ya no fue sólo un concepto geográfico, sino que se
extendió a la mente de la población, de todos los habitantes,
predominando desde entonces el aspecto político-ideológico”. Según
Charini, fue entonces cuando comenzó a imponerse el concepto de guerra
preventiva, “no sólo contra la resistencia peronista, sino contra el
conjunto del movimiento obrero”.
De la Escuela de las Américas a la Escuelita de FamailláLa
escuela rural tucumana “Diego de Rojas” (un gobernador genocida de
Charcas a principios del siglo XVI, quien había sido primero ayudante de
Hernán Cortés y luego de Francisco Pizarro) se hallaba todavía en
construcción en febrero de 1975, cuando el recién ascendido general de
Infantería Adel Edgardo Vilas –-que por su adscripción al peronismo
fascista se había ganado el favor de la presidenta Martínez de Perón y
de su consultor de cabecera, el comisario y ministro José López Rega--
tomó posesión de ella e instaló allí, a sólo cinco cuadras del COF
(Comando Táctico de Famaillá) el primer centro clandestino de detención y
tortura del país.
La administración de la escuela fue utilizada
como oficinas de ingreso al CCD. Sus ocho aulas fueron convertidas en
calabozos para los detenidos. Frente a la última había una sala de
juegos que pasó a servir como sala de tortura. Alrededor de la Escuelita
se tendió un cerco de alambre. El predio contaba con vigilancia armada y
perros entrenados para detectar y eventualmente atacar a posibles
prófugos (tal como se estilaba en los “stalags” de los nazis)
En
su diario personal (que el Ejército nunca le permitió publicar, ya que
implicaba una confesión de los ilícitos), el general Vilas –quien
falleció demente en julio de 2010-- consignó que en la Escuelita de
Famaillá estuvieron detenidas 1.507 personas. La estimación de los
organismos de derechos humanos y de la comisión bicameral tucumana dice
que fueron 2.000. Al margen de las llamadas batallas y de las acciones
de combate en el monte, se comprobaron 123 secuestros de personas en las
ciudades, de las cuales 77 desaparecieron, 14 fueron asesinadas y sólo
32 liberadas.
Para combatir un foco insurgente rural (la
Compañía de Monte del ERP) que según diversas fuentes nunca contó con
más de un centenar de combatientes, el Estado utilizó una fuerza de
1.500 efectivos al mando de Vilas. Y participaron en la tarea de
“aniquilar” el foco guerrillero muchos hombres más, porque, como
señalan quienes reivindican todavía hoy ese ensayo general de la
represión que se ejecutaría en prácticamente todo el territorio nacional
a partir del golpe de marzo de 1976, la acción
del Estado involucró
“un efectivo cercano a los 6.000 hombres del EA, la GNA, la FAA, la ARA
y las policías Federal y Tucumana, y desplegaría tres fuerzas de tareas
y un escuadrón de Gendarmería adicionales: Las FT Cóndor, Águila e
Ibatín y el Escuadrón Villa María en San Javier” (cfr. “Aeromilitaria”,
blog hecho por veteranos de la Fuerza Aérea).
Comprobado que el
CCD “Escuelita de Famaillá” formó parte central del dispositivo
represivo del Operativo Independencia, resulta obvio que todas las
acciones del citado operativo militar pueden ser tipificadas como
Terrorismo de Estado.
De la Escuelita de Famaillá a la Escuelita de Bahía BlancaEl
18 de diciembre de 1975, Adel Vilas fue reemplazado por el general
Antonio Domingo Bussi en el frente de batalla tucumano. Su siguiente
misión sería comandar, como segundo comandante del V Cuerpo de Ejército
con sede en Bahía Blanca, las acciones contrainsurgentes
(antisubversivas) en esa ciudad del sur bonaerense, comprendida en la
subzona militar 51 y con influencia en toda la cabecera de la región
patagónica.
Vilas asumió el 16 de febrero de 1976 (cinco semanas
antes del golpe de Estado, valga la acotación) y de inmediato comenzó a
diseñar su “Operativo Independencia” bahiense. Al igual que había hecho
en Tucumán, estableció su comando no en una dependencia militar –que las
tenía-- en el centro de la ciudad, sino el Batallón 181 de
Comunicaciones y en el generoso predio del V Cuerpo de Ejército,
limitado por las calles Mariano Reynal, El Resero, Luis Vera y el camino
La Carrindanga, en las afueras del casco urbano de Bahía Blanca.
Si
bien ese predio del V Cuerpo ocupa –todavía hoy– casi 200 hectáreas, el
LRD (Lugar para Reunión de Detenidos, en la eufemística jerga del
Ejército) fue situado, lo mismo que en Famaillá, unos 500 metros afuera,
utilizando una casona con terrenos aledaños, que pronto fueron
alambrados y puestos bajo vigilancia armada.
¿Y cómo podía
bautizarse a aquel nuevo centro clandestino de detención y torturas,
construido como réplica de la Escuelita de Famaillá? Con el mismo
nombre, agregando así Bahía Blanca a las ciudades del país que
compartieron el dudoso honor de ser laboratorios del Terrorismo de
Estado.
El 12 de agosto de 1976, el diario La Nueva Provincia
dedicó un editorial, presuntamente escrito por Federico Massot, a
exaltar la figura del general Vilas y a elogiar su método fuera de la
ley para combatir al “marxismo”. Transcribimos un párrafo, elocuente: “Y
al enemigo, el vencedor de Tucumán lo comprende mejor que nadie, debe
tratárselo como tal. ¿O es que todavía vamos a creer que, mientras se
conspira para destruir a la Patria, los delincuentes subversivos merecen
acogerse al Tratado de Ginebra? Créanlo los cobardes, los cómplices...
No lo cree así, afortunadamente, quién venció en Tucumán y hoy se empeña
en limpiar a Bahía Blanca de elementos subversivos”.
La
megacausa V Cuerpo, que ya está arribando a sentencia en el Tribunal
Oral Federal bahiense, termina de explicar y de poner en evidencia
cuáles eran los métodos del general Vilas, de sus jefes y sus
subordinados y de sus colaboradores civiles. Se trataba –como reconoce
el editorial de LNP— de combatir al enemigo por fuera de las leyes y
hasta de las convenciones de guerra vigentes.
La demostración
palmaria de que el mismo esquema de represión ilegal era aplicado en
todo el país, fue la creación (con innegable intervención del general
Vilas) de un tercer LRD (léase CCD) en la subzona 52, CCD que sería
conocido como “La Escuelita de Neuquén”.
Situada en las lindes
del Batallón de Construcciones 181, sobre la ruta 22 y a cuatro
kilómetros del aeropuerto, la Escuelita neuquina tenía las mismas
“comodidades” que los otros CCD: un área de admisión y administración,
baño con lavatorio chico, letrina y ducha, y celdas con cuchetas para
los detenidos. No faltaba, por supuesto, la sala para violación y
torturas (descripta en testimonios de la causa Escuelita II), ni tampoco
la senda, apenas separada por una tranquera, que comunicaba con la
citada unidad militar.
Las escuelas que mandó a construir el
general Manuel Belgrano en el Noroeste del país, con los sueldos y
premios otorgados por una batalla, todavía no habían sido construidas. Y
el Estado en manos de los golpistas utilizaba construcciones escolares y
civiles para la detención y tortura de ciudadanos.
Más semejanzas. Y diferenciasLos
helicópteros modelo UH1 Huey fabricados por la compañía Bell de los
Estados Unidos, comenzaron a ser utilizados en la guerra de Vietnam, en
1962. Diez años después, habían sido incorporados por la mayoría de los
ejércitos latinoamericanos para la lucha contra la “insurgencia”. En el
Operativo Independencia se utilizaron helicópteros UH1 Huey, tanto para
atacar posiciones terrestres y trasladar efectivos como para martirizar
detenidos, del mismo modo que los estadounidenses habían hecho hasta
hacia poco en Vietnam.
También a partir de 1962 fueron
utilizados, en ciudades de Vietnam del Sur y por el Ejército de los
Estados Unidos, automóviles Ford Falcon de color verde. Diez años
después, fabricados en la planta de Pacheco (hoy marcada como sitio de
memoria), los Falcon comenzaron a ser el vehículo preferido para
trasladar a grupos de tareas de la represión ilegal y para secuestrar
personas, por lo general, metiéndolas en el baúl.
Las semejanzas
no son casuales, sino causales, ya que el mismo centro mundial de la
lucha contra el “marxismo” era el que proveía la doctrina, los cursos de
entrenamiento, los helicópteros y hasta los automóviles.
Si se
examina el mapa de la represión ilegal en la Argentina, sus zonas y
subzonas, áreas y subáreas, se verá que coincide en gran medida con el
mapa de los sitios de memoria, ésos sitios que hoy trabajosamente se van
inaugurando en el país, con apoyo del Gobierno nacional y con la
participación militante de organizaciones populares.
Los ingenios
azucareros del NOA. Las fábricas automotrices del Conurbano bonaerense.
Las comisarías, las cárceles y los regimientos que alguna vez se
convirtieron en CCD. Las bases aéreas, navales y aeronavales. Las
estancias o chacras donde se torturó y se desapareció a detenidos. Las
veredas en donde se los secuestró. Las paredes contra las que se los
fusiló, pueden y deben convertirse en sitios de memoria.
De 1983 a
la fecha, mucho es lo que la sociedad civil ha tejido y construido para
afianzar la democracia y dar sentido a la palabra república. La
formalmente disuelta Escuela de las Américas fue oportunamente
denunciada y señalada como usina del terrorismo de Estado. Hoy, las
guerras internas provocadas por la Guerra Fría son materia de estudio y
discusión en las aulas.
A la fecha, las escuelas de todos los
distritos del país se encuentran abocadas a su función específica, que
es educar al soberano. Y sólo de manera excepcional sirven a otros
fines, siempre democráticos, como la recepción de evacuados de los
temporales, las campañas de salud pública o la habilitación de las mesas
de votación los días de comicio.
A la red de la memoria, la
conciencia ciudadana y la solidaridad, se opone otra red, menos
visible, que propone el olvido como sucedáneo de la justicia, y que
aspira a que la Argentina, como aquella esposa de Lot, quede atrapada
por un oscuro pasado.
El final de esta historia es tan previsible
como alentador: los dinosaurios van a perecer (algunos, debidamente
condenados) y en los sitios de memoria de la patria nuevas miradas y
nuevas voces construirán el futuro que soñaron nuestros mejores
próceres.