Seguimos con nuestra selección dominical de Tres
mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, de Héctor
Zimmerman, Editorial Aguilar.
En nuestro país, donde los animales se crían a campo abierto,
resulta incongruente pensar en una vaca “estacionada”.
En esas condiciones sólo se trabaja cuando el tambero debe
ordeñarlas. Así quedó asociada la idea de sacar provecho de algo, como es el
caso de la leche, con las ventajas de contar con los medios y las condiciones
para ello.
El dicho, que nació en la época de nuestra mayor prosperidad
agrícola ganadera, también guarda relación con una costumbre que ciertas
familias practicaban en aquellos tiempos dorados.
En su libro Manucho, el
poeta y novelista Oscar Hermes Villalordo se refiere así a ella: “El viaje al
Vejo Mundo resultaba obligatorio en la vida de las familias tradicionales que,
hasta bien entrado el siglo, se trasladaban con sus hijos principalmente a
Francia (en algunos casos también con sus sirvientes, y aun con la vaca para la
leche de los chicos)”.
Esos traslados exigían tener al animal atado durante la travesía.
Y, además de asegurar la alimentación infantil, configuraban un símbolo de alto
prestigio.
La frase ha quedado como signo de omnipotencia. Quien tiene “la
vaca atada” está en mejor posición para ordeñar beneficios allí donde se
encuentre y en el momento en que se le antoje.
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