lunes, 22 de junio de 2015

Defendamos el Proceso, para ir por el Proyecto


"En estos tiempos de tanto panqueque (bienvenidos), obcecaciones varias, crudos desengaños y cándidos estupores, cuando no de 'pa pa' (papelones patéticos) como los de los revolucionarios amateurs (me dan hasta ternura) de 876 vale la pena recordar", me dice mi  hermano "del medio", Rodolfo, para alentarme a traer al presente lo que escribió hace 8 meses, el 30 de octubre de 2014. El "negro" es un militante de toda la vida, periodista desde hace 50 años y hoy consultor en imagen, y escribió este análisis para la página de la entonces  agrupación LA CHE, de la que yo era dirigente.  Análisis despojado de adjetivaciones inútiles, pero con el que no estuve muy de acuerdo. Ahora, coincido, vale la pena releerlo.
En 2015: DEFENDAMOS EL PROCESO PARA IR POR EL PROYECTO
por Rodolfo Nadra, especial para “LA CHE”

     En 2015 probablemente votaré por Scioli. Digo probablemente porque todavía no sé si será el candidato del kirchnerismo, que es lo que voy a apoyar. Pero me gustaría que sea, aunque no es santo de mi devoción. Lo que sí tengo claro es que en 2015 decidiremos la continuidad del proceso abierto en 2003 con Néstor Kirchner y después Cristina, y con el que avanzamos como nunca en nuestra historia, desde los primeros gobiernos de Perón.
Eso, que no es poco, no es una revolución, vale la pena aclararlo, ni tampoco implicó hasta ahora ningún cambio estructural de fondo, como en la Bolivia de Evo Morales, por ejemplo. Pero es un salto hacia adelante, coincidente con los nuevos vientos en el Continente; y no hacia atrás como el que pretenden dar TODOS los candidatos de la oposición, incluida la letanía confusa, difusa y obtusa de la “progresía” perfumada de UNEN y cierta “izquierda”, trotskista y no trotskista que lo apoya.
     ¿Por qué digo que Scioli es la expresión de la continuidad viable del actual “proceso”? Porque el “proyecto” es, o debe ser en mi opinión, otra cosa. El proceso es lo que tenemos y transcurrimos, y en buena hora. El proyecto en cambio es eso: un proyecto, una aspiración; lo que queremos conquistar y convertir en realidad a partir de consolidar el proceso y seguir avanzando, como hasta ahora, con aciertos y errores.

     Pero sobre todo reconociendo el devenir en permanente lucha que implica avances, pero también retrocesos. No hay otra forma.
     Cabría advertir que no reconocer los retrocesos es lo mismo que aceptarlos. En cambio, admitiéndolos sabremos qué corregir y en qué enemigos poner el acento. También nos permite saber quién y con quién podemos caminar en cada etapa, sumando y no restando. Y si en política la suma no es una operación aritmética y dos más dos pueden ser dos o tres o cinco-seis, una mala apreciación de lo que tenemos y a lo que aspiramos a partir de lo que tenemos, nos puede llevar a saltar etapas y caer en un precipicio.
     En otras palabras, al margen de los nombres, que podrían dar para hoy largos e inútiles debates, ¿qué base tendría en 2015 un candidato de lo que se ha dado en llamar el “kirchnerismo duro”? Muy poca, en mi opinión, aunque hubiera ganado ajustadamente la interna del Frente para la Victoria. No tendría, tampoco, ni una pizca del liderazgo y la imagen positiva que mantiene Cristina y le permite, aún así, sólo resistir, y no mucho más, el embate brutal de la canalla mediática y el revanchismo oligárquico.
     ¿Vamos apretaditos en 2015 tras ese candidato ideal, con las banderas bien altas pero renunciando, objetivamente, a los sueños, para que gane Macri, o lo que es peor (sí, peor, por muchas razones) Massa? Para esa necedad no habrá que contar conmigo. Yo quiero contribuir a que gane Scioli y, como hasta hoy, seguir avanzando pasito por pasito, en lucha, presionando, rodeando, obligando, peleando cada espacio, comprometiendo hacia delante. El atajo, por no decir la cobardía o pasividad del todo o nada o del cuanto peor mejor ya tiene una historia trágica en Argentina.
     Insisto: un proceso alentador es los que transitamos; el proyecto transformador es a lo que aspiramos.

     La Asignación Universal por Hijo; las paritarias; la (tardía, por cierto) renacionalización de YPF; la firme posición frente a los buitres, la comunión con los procesos de Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, o Chile y Uruguay; la política de derechos humanos con la firme recuperación de la memoria y la justicia para las víctimas del genocidio; la igualdad de género y el matrimonio igualitario; el reajuste por ley de la asignación de los jubilados; la maravillosa y trascendental política científico-técnica por la que miles y miles de nuestros compatriotas han retornado a la Patria; etc., etc., etc., son, junto a muchas otras medidas de esta gestión de gobierno, que todos conocemos y disfrutamos, los hitos de un proceso que aspira a realizarse definitivamente en un proyecto nacional y popular. Es lo que apoyo y seguiré apoyando con firmeza.
     Por el contrario, lamento el inmenso equívoco que se generó con la 125, por el que debimos enfrentar y derrotar un plan destituyente montado sobre ella, pero que permitió a la vez una fabulosa transferencia de ingresos a los pools de siembra y los grandes acopiadores exportadores en detrimento de los pequeños y medianos productores agrarios.
      No apoyo el visto bueno al negocio criminal y extranjero de la minería a cielo abierto; tampoco los acuerdos secretos con Chevrón y la insólita y francamente entreguista Ley de Hidrocarburos que acaba de aprobar el Congreso. Me huele mal, en general, toda la política energética.
     No me gusta la subrepticia inclusión de la xenofobia y la vara otorgada al poder mediático para determinar casos de “conmoción social” en el proyecto (en general muy positivo) de nuevo Código Procesal Penal.
     No apoyo la intención de modificar la ley de medios a partir de otra que retrotrae al proyecto inicial (repudiado y modificado por el debate nacional) para alentar un nuevo monopolio de las telefónicas foráneas; ni el impulso discriminador, grotesco y represivo (Lear) del doctor-coronel Berni, la espada del Poder Ejecutivo para combatir la inseguridad; o el triste epílogo de un general Milani al frente del Ejército de la democracia en el gobierno de los derechos humanos.
     Tampoco respaldo, desde luego, la homologación de esas políticas nacionales por parte de Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires. No me gustan. Me hacen mucho ruido. No estoy de acuerdo. Claro que no levanto por eso tribuna, sino sólo por lo positivo, en ambos casos. Porque sé cuál es mi lugar en esta lucha. De igual manera, no admito la corrupción en MI gobierno, más allá de que exista en todos los países y al abyecto de Lanata se le ocurra vociferar falsedades o decir que es “mayor que la de Menem” (sic).
     Sin embargo, no creo que sea útil entre los militantes, en nuestros intercambios de ideas y propuestas, limitarse a callar todo y seguir con el ¡Viva Cristina Carajo! Me inclino más bien por un más reflexivo e igualmente comprometido ¡Carajo, Viva Cristina! No dejemos que siga avanzando el enemigo y admitamos que estamos perdiendo terreno (no la guerra, desde luego) en algunos aspectos de una Argentina en la que no hay ciertamente, ni por asomo, ninguna otra alternativa que no sea la continuidad (la posible, no la imaginaria o deseable) de esta gestión, de este proceso, del kirchnerismo o como quiera llamárselo.
Peguntémonos, entonces, ¿qué estamos haciendo para consolidar este proceso, además de vivar a los nuestros e insultar y ridiculizar a las basuras? ¿Interroguémonos por qué y con qué consecuencias NUESTRO gobierno no concreta la participación activa a la que nos convoca y la reduce a sólo movilizaciones y discursos de adhesión? 
     ¿Se entiende la trampa en que se nos pretende envolver? Se trata de que no asumamos la etapa. Que compremos sin beneficio de inventario la foto o la película que nos venden los medios hegemónicos. O sea, la de una país envuelto en una “grieta” en todos los planos, entre los partidarios de un gobierno cuasi socialista o comunista, títere de Venezuela o Cuba, etc.; versus una oposición moderada, que viene a restaurar la democracia frente al autoritarismo y el antiperiodismo, así como a “corregir” la economía enfrentando la inflación y los problemas “de la gente” (esa seudo categoría sin clase que inventó el Chacho Álvarez) acabando con la inseguridad.
     Ni lo uno ni lo otro. Este gobierno no es, ni de lejos, algo diferente a un capitalismo que intenta ser humano por su impronta peronista (y no termina de conseguirlo porque no deja de ser capitalismo) y renguea en consecuencia para el lado del pueblo (como ningún otro que lo precedió) y para el de la independencia y la justicia social.
     Tampoco las propuestas opositoras son inocentes, sino que vienen a reinstaurar el orden capitalista más feroz y explotador, a terminar en los hechos con la libertad de expresión y volver a la más absoluta y totalitaria libertad de empresa. No quieren acabar con la inflación sino con todo avance de este gobierno que implique ampliación de los derechos colectivos o individuales de las mayorías (no de unos pocos), o algún control sobre los monopolios e independencia de los poderes imperiales. Tienen, sí, cortita la bocha, una receta contra la inseguridad y es la represión indiscriminada, incluyendo la protesta social, y la paz de los cementerios. Se lo propongan o no, terminarán mandando a nuestros científicos, otra vez, a lavar los platos.
     Este y no otro es el contexto en el que marchamos a 2015. Para seguir manteniendo y profundizando los logros, como en Brasil, Uruguay o Bolivia, salvando las respectivas distancias, o a los fines de replegarse cerrando y ampliando filas para volver (sin tener que reconstruir todo) en 2019, como en Chile.
     No es ni será un camino fácil, aun ganando, y el candidato para esa etapa no es, en mi opinión, un dirigente del Movimiento Evita, de Nuevo Encuentro, La Cámpora o cualquier otro sector u organización que se precie, o sea, probadamente nacional y popular, como postula con más deseo que visión Carta Abierta. Al menos que optemos por una victoria testimonial, que sería una derrota al fin, y no es una disyuntiva que se plantee hoy en esos términos.
     La correlación de fuerzas actual no es otra cosa que el producto de la dramática batalla ideológico-política-cultural que se libra a través de los medios de comunicación, entre los que las redes sociales son una instancia no menor. Por eso apuro estas reflexiones. No para abrir un debate en si mismo sobre las mismas, valga la redundancia. Más bien para bajar en alguna medida los decibeles del griterío exitista, al que tendemos acaso por necesidad, y comenzar a elevar el tono de las propuestas y los análisis que nos permitan unificar toda la fuerza que tenemos, en el puño que tenemos, para enfrentar al enemigo que tenemos, en los tiempos que tenemos.
     De ahí que aspiro a votar al mejor candidato posible en 2015, aunando convicciones y esfuerzos, límites y objetivos, de forma tal de convertirlo, condicionarlo si se quiere, a ser continuador del proceso para bien del proyecto; y no en un mero mal menor “ajeno”. De nosotros depende, como todo.-
Buenos Aires, 30 de octubre de 2014.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario