El neoliberalismo ya no le reza al dios mercado. Su ideología básica (los operadores privados pueden hacer cualquier cosa mejor que el estado) ha chocado contra la dura realidad de la crisis económica mundial, que se inició en 2008 y nadie sabe cuándo ni cómo terminará.
El propio FMI, la escuela económica de Chicago y varios premios Nóbel de Economía han coincidido en que los planes de ajuste que se aplican en Europa (sobre todo) y en EEUU empeoran las cosas y dificultan una salida aceptable de la crisis. No lo han dicho con estas palabras sino con su lenguaje habitual (melindroso, burocrático, escondedor), pero lo han dicho.
Esta historia empezó a escribirse a principios de la década del 80, cuando la dupla Reagan-Thatcher sentó las bases para que la renta financiera se enseñoreara y desplazara a la ganancia industrial y a las actividades productivas en general. Lo hicieron mediante la denominada desregulación, es decir, apartando al estado de la economía y dándole piedra libre al mercado, particularmente a las entidades financieras. También incluyeron la privatización de empresas públicas y el cercenamiento de derechos de los trabajadores.
Cuando la crisis llegó a Europa en 2009 los sectores dominantes reaccionaron como siempre, es decir, trataron de que la gran factura fuera pagada por el común de la gente y no por quienes la gestaron. Apostaron a eliminar el estado de bienestar, habida cuenta de que el comunismo (cuya amenaza justificó durante 50 años aquel oneroso gasto) había muerto hace 20 años, y a reducir a la mitad el salario real del trabajador europeo, ya que no pueden competir con los que se pagan en el Asia Pacífico y en los países emergentes.
La poda funcionó, pero los frutos del árbol de la ajuste fueron amargos: desocupación generalizada, recesión, desinversión, suicidios por desalojos, jóvenes sin futuro, nuevos emigrantes, etcétera. Esta receta no sólo no sacará a Europa de la crisis sino que seguirá hundiéndola, aunque una parte del objetivo se habrá cumplido: la pagarán los que menos tienen. Como antes, como siempre. Norberto Colominas
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