Seguimos con nuestra selección dominical de Tres
mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, de Héctor
Zimmerman, Editorial Aguilar.
Hablamos de “ideas o proyectos quiméricos” para referirnos a
ilusiones desmedidas cercanas, en ocasiones, al delirio.
La expresión se popularizó particularmente a principio de este
siglo, a raíz de la afiebrada búsqueda de oro en Alaska y el norte de Canadá.
Se habló entonces de “la quimera del oro”, palabras que sirvieron de título a
un famoso filme de Charles Chaplin.
El adjetivo “quimérico” proviene de la Quimera de los griegos: un animal fabuloso nombrado por primera vez en La Ilíada.
Homero lo describe con cabeza de león, vientre de cabra
salvaje y cola de serpiente. Echaba fuego por la boca y fue muerto por un héroe
tan apuesto como valeroso llamado Belerofonte.
En su Manual de Zoología
Fantástica, Borges comenta que “Era demasiado heterogénea: el león, la
cabra y la serpiente (en algunos textos, el dragón) se resistían a formar un
solo animal”. De modo que el monstruo pasó al olvido para dejar el calificativo
de quimérico como una simple metáfora.
Como ocurre con las brujas, ya nadie cree en la Quimera con mayúscula.
Pero de las otras, no hay duda que las hay. Y siempre encuentran sitio en la
gente que se deja llevar por espejismos.
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