lunes, 23 de marzo de 2009

¿Qué se hace con la crisis mundial?




Nueva colaboración y más que útiles reflexiones de Norberto Colominas para nuestro blog.

La mayoría de los economistas sabe que está en marcha una depresión económica global. Aunque no saben cuánto durará, certifican, con los números a la vista, la caída de la ocupación, del crédito, del consumo y de la inversión, y ya no discuten por eso. Ahora la mayoría de ellos analiza cuáles serían las correcciones necesarias que requiere la estructura y el funcionamiento financiero para que no vuelva a generar un endeudamiento apalancado al infinito sobre bases virtuales, que fue la causa de esta crisis. Hagamos un repaso de las principales ideas en circulación.
Se sabe que la culpa no fue exclusivamente de los bancos sino de una dinámica capitalista que privilegió los beneficios fáciles que produce la renta financiera y no los que genera el trabajo. Los argentinos sabemos mucho de esto porque hace 200 años padecemos a una clase dominante que en los albores de la nacionalidad eligió la renta (agraria, financiera) como su fuente favorita de beneficios en detrimento de la ganancia industrial. Por eso su conflicto histórico con el peronismo, ayer y hoy. Sin ir más lejos, la disputa entre el Gobierno y los agronegocios está fogoneado por la financiarización de la renta agraria, que convirtió a los chacareros en rentistas y a los pooles de siembra en una nueva oligarquía. Al igual que en la atribulada historia argentina, la crisis mundial no es culpa de las chimeneas y de las manos con grasa sino de la timba y el guante blanco. Shylock is the winner.
Señales. El endeudamiento global de la economía española es del 120% del PBI, en tanto que el de la Argentina es del 40%, tres veces menos. La especulación inmobiliaria que llevó los precios de las propiedades a las nubes, el fácil acceso al crédito (porque ahí estaba el negocio financiero) y su consecuencia, el consumo desenfrenado provocaron esta situación que ahora angustia a La Moncloa. A la Argentina (que no por ello está a salvo de la crisis) la resguardó su relativo desenganche del mercado mundial del dinero;
Barak Obama no puede aplicar una política keynesiana coherente y sistemática por tres razones principales. La primera son las anteojeras ideológicas del establishmet estadounidense, que le impiden añ Gobierno nacionalizar lo que ya es del Estado (como la compañía de Seguros AIG, entre muchas otras, de la que ya tiene el 80 % del paquete accionario) y reemplazar a sus cúpulas privadas, corresponsables y beneficiarias de la crisis, por funcionarios públicos leales al contribuyente. La segunda es el peso ominoso del aparato militar-industrial, que explica el 80% del déficit público, en la economía y en la política exterior de los Estados Unidos. La aplicación de políticas keynesianas exige convivir durante muchos años con un déficit muy alto, pero Estados Unidos ya lo tiene altísimo; es el estado más endeudado del mundo. Difícilmente el Capitolio le apruebe al Presidente los sucesivos salvatajes que necesitará para recuperar un funcionamiento relativamente normal de la economía, porque los legisladores republicanos se oponen y los demócratas tienen muchas dudas. La tercer razón es que las políticas keynesianas que permitieron afrontar la crisis de 1929 no necesariamente darán resultado hoy, 80 años después, con el capitalismo globalizado y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), que permitieron la expansión del capital financiero en tiempo real. De hecho, por ahora las políticas keynesianas no están dando resultado.
Algunas ideas radicales, que hoy son mal vistas en Estados Unidos pero no en Inglaterra y Francia, surgieren colocar un corsé que limite severamente la capacidad de acción de bancos y financieras, empezando por un encaje del 100%, es decir la obligación de tener un dólar en la caja fuerte por cada dólar prestado o derivado a la compra de acciones, bonos, títulos, etcétera. Téngase en cuenta que en setiembre de 2007, al momento de estallar la crisis, el monto de la especulación financiera era 20 veces superior al Producto Bruto Mundial. Gráficamente, la diferencia entre una pelota de fútbol y una pelotita de golf. Ahora se trata de impedir que vuelva a florecer el crédito apalancado al infinito sobre la base de activos financieros y derivados que, en último análisis, no son más que papeles, valores nominales, cuando no ficticios.
Otra propuesta sugiere acabar con el secreto bancario y ya se ha avanzado mucho en ese camino, tanto que hasta la recalcitrante banca suiza admite ahora que es posible alguna indiscreción, aunque bajo ciertas condiciones.
Una tercer variante, complementaria pero de una gran importancia, es que los estados limiten voluntariamente su soberanía en lo que respcta al manejo del déficit público, de modo que este no pueda superar un porcentaje del PBI. Europa ya lo ha introducido y es el 3% del producto. Esto apunta directamente a neutralizar la fuente inagotable de dinero que --vía déficit-- abastece al aparato militar industrial estadounidense y en mayor o menor medida a la industria armamentista mundial. Eso provocaría una notable ganancia no sólo para la economía sino también para la paz.
Una cuarta iniciativa propone acabar con los paraísos fiscales, prohibir por ley que los bancos privados trabajen con ellos. Esto permitiría sellar las napas por donde se escurren u$s 3,5 billones de evasión impositiva global y u$s 1,5 billón de dinero lavado.
Entre otras de igual tenor, estas cuatro medidas apuntan a un objetivo común: reubicar a la ganancia industrial en el centro del sistema y enviar a las actividades financieras a la periferia, como corresponde a una actividad subordinada. Todo lo contrario de lo que en los años 80 hicieron Ronald Regan y Margaret Thatcher, y que duró tres décadas, con los resultados que están a la vista.

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