viernes, 13 de marzo de 2009

EEUU o el keynesianismo inalcanzable


Nuevo, y generoso aporte del amigo Norberto Colominas a nuestro blog y la comprensión de la crisis financiera capitalista.

El economista italiano Giovanni Arrighi y el geógrafo y sociólogo estadounidense David Harvey coinciden en analizar la crisis económica internacional desde un concepto nuevo en economía: el movimiento de las placas tectónicas. En una concepción de onda larga (período de análisis que toma como unidad de medida 30 años o más) se producen “derivas” de recursos de un continente a otro. Tradicionalmente esa deriva llevó recursos del este (China, India, hoy Rusia) y del sur africano y sudamericano hacia Europa y el norte de América. Eso ocurrió particularmente desde 1945, cuando esa deriva favoreció netamente a los Estados Unidos, que emergió de la Segunda Guerra Mundial como la potencia hegemónica. En el capitalismo hay, entonces, placas tectónicas que se mueven y derivan en distintas direcciones, más lento o más rápido según el momento histórico. Cuando dos de esas placas chocan entre sí se produce una crisis de proporciones.

Desatada la crisis, casi todos los gobiernos del mundo aplican políticas keynesianas o neo keynesianas para estimular la actividad económica. Harvey sostiene que en Estados Unidos esas políticas no se pueden aplicar por razones de “reluctancia” ideológica, ya que en el país del norte cualquier forma de asistencialismo, promoción, auxilio público y (¡ni que hablar!) cualquier forma de avance del sector estatal sobre el privado es sinónimo de nacionalización, cuando no directamente de socialización, lo que hace poner los pelos de punta a los hombres del poder. Como es obvio, China no tiene esas barreras ideológicas.

Un segundo aspecto es que para que haya políticas keynesianas los gobiernos necesitan obtener apoyo político para convivir durante varios años con un déficit público en aumento, única manera de financiar programas de obras públicas, construcción de viviendas, reducción de impuestos y tasas de interés, y cualquier otra medida que apueste a reemplazar la inversión y el gasto privado, que se ha volatizado o que la crisis ha vuelto reticente, por inversión y gasto público.

Como Estados Unidos ya tiene un déficit enorme, tanto los republicanos como los demócratas son renuentes a seguir aprobando su ampliación indiscriminada. Por eso les cuesta tanto a los presidentes que el Congreso apruebe nuevas partidas anticrisis. Y se sabe que sin déficit no hay keynesianismo que valga. China tampoco tiene este problema.

En los últimos treinta años Estados Unidos ha financiado su abultado déficit mediante la colocación de Bonos del Tesoro, que han sido comprado principalmente por la propia China, Japón, India, las economías más chicas del Asia-Pacífico y los emiratos, todos países superavitarios y con ahorros abultados, producto de dos décadas de superávit comercial, y consecuencia, sobre todo, de su intercambio favorable con Estados Unidos. Es el perro que se muerde la cola.

Y China tampoco tiene los resquemores ideológicos que atan las manos de los dirigentes estadounidenses. Nacionalizar algo más o menos, socializar algo más o menos, redistribuir, sostener, alentar, promover, son todas herramientas contempladas en la Constitución de la República Popular China y forman parte de las obligaciones del gobernante Partido Comunista.

Así, con un enorme déficit y grandes anteojeras ideológicas, Estados Unidos no puede aplicar un programa keynesiano consistente, mientras que China, con un fuerte superávit y ninguna de esas barreras mentales, puede hacerlo a voluntad y de hecho ya lo hace. Mientras Estados Unidos ve cómo se reduce la capacidad de consumo de su mercado interno, China ve cómo aumenta la potencia del suyo.

El problema para el presidente Barak Obama es que, hasta hoy, el capitalismo no ha inventado otra manera de atacar las crisis periódicas que mediante políticas activas de corte keynesiano.

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