Desgrabación -con pocas
correcciones de puntuación y subtitulados- de mi intervención en la presentación
de Democracia y Consenso, en la reciente Feria del Libro, en una mesa
integrada por Aldo Neri, Fabián Bosoer y el autor.
No es fácil
reflexionar acerca de un libro tan abarcativo y meduloso como el que generosamente
nos ha invitado a comentar y debatir el Dr. Alfonsín, ensayo que la prensa comenta
con superficialidad, omitiendo sugestivamente su eje central: el mayor voltaje político
producido hasta ahora por un político argentino en el debate con el neoconservadorismo
y el capitalismo salvaje.
El ensayo
abandona el facilismo de la imagen, la videopolítica y las frases marketineras,
para encarar un tema clave para el futuro de los argentinos.
¿Por qué?
Pues no estamos, como algunos
creen o simplifican, ante una versión trasnochada del reaganismo o el thatcherismo,
sino ante una verdadera Revolución Conservadora, un salto político ideológico encabezado
por preparados teóricos y cientìstas políticos con el objetivo de elevar la
tasa de ganancia del capital a costa de ahondar la brecha entre ricos y pobres,
entre países y continentes, lo cual pone en riesgo la legalidad y aún la
estabilidad democrática en algunas naciones.
En lo económico se va imponiendo
un verdadero fascismo de mercado, según la terminología de alguien insospechado
de marxista, el ex profesor del ministro Cavallo, Paul Samuelson, alarmado por
las cifras de pauperización de América Latina.
También se expresa en otros
aspectos, que no cabe analizar ahora, como el eficientismo, el individualismo y
el “sálvese quien pueda” en lo ideológico, o la seudocientífica tesis racista
desarrollada desde EE.UU. en el libro La Curva de la Campana, según la
cual los hispanos y negros seríamos irremediablemente inferiores. En
definitiva, se busca imponer a nivel mundial la supuesta inutilidad del gasto
social, o sea el “despilfarro” de ayudar a quien está condenado “genéticamente”
a ser inferior.
Por eso, frente a la dictadura
de datos macroeconómicos, la expropiación de la política por los tecnócratas, es
fundamental la reivindicación que el autor hace del rol del político y de la teoría
política. No como un recurso voluntarista ante su descrédito, sino porque nada sólido
de puede proponer sin ella, y solo desde la política podemos decir que la
democracia es participación.
Es hipócrita el llamado formal
a la participación ciudadana cuando los movimientos de la economía real la
marginan y excluyen, así como fracturan y fragmentan a la sociedad.
Frene a ello, la búsqueda del
Estado Legítimo, como una actualización del Estado de Bienestar, de la complementación
de libertad e igualdad, de la ética de la solidaridad frente a la exclusión y
el individualismo, es la base del debate que plantea el ex presidente.
Estamos ante una polémica vital
en un país donde pretenden naturalizar que es más importante la paridad
cambiaria que la paridad social. Que un peso vale igual que un dólar, pero un
argentino no vale igual que otro argentino, porque millones carecen de las
mismas posibilidades de acceder a la salud y a la educación, mucho menos a la
justicia y al trabajo.
Pacto Democrático, acuerdo de
Olivos y neoconservadorismo
La búsqueda del consenso, de
un Pacto Democrático y la propia concreción del llamado Pacto de Olivos, son
parte de esa confrontación global y multifacética con el neoconservadorismo.
Creo que el libro de Alfonsín
lo plantea con claridad, pues no es casual que el capitulo acerca del vapuleado
“pacto” continúe con otro en el que subraya que el acuerdo y la reforma constitucional
son la contracara de los criterios de gobernabilidad autoritarios que entraña
el neoconservadorismo.
El eficientísmo y el
neoconservadorismo han dado un paso desembozado para cuestionar la justicia
social como un bien deseado, pero sus cultores ya avanzan hacia el
cuestionamiento de la propia democracia como un sistema “eficiente” en términos
económicos.
Esa controversia ya está planteada
en Europa y Latinoamérica ante la experiencia de los “tigres asiáticos”, la
propia China, o el ensayo de Fujimori en Perú, regímenes cuyo autoritarismo plantean
como una virtud instrumental, otra “ventaja competitiva” para los adoradores del
eficientísmo.
El Pacto de Olivos puede cuestionarse,
pero no puede negarse que impidió una reforma autoritaria de nuestra Carta
Magna, con un contenido regresivo. En cambio, facilitó la conquista de una constitución
con indiscutibles avances, a contramano en lo ideológico-institucional de la
ola neoconservadora nacional y mundial, con el método de la democracia y el
progresismo: dialogo, consenso, participación.
Es lamentable escuchar la repetición
de críticas superficiales acerca de una “democracia de dos”, la "menemizacion
de la oposición", o una presunta “renuncia a los principios”, cuando el
libro demuestra con amplia documentación algo que podría deducirse sin esfuerzo
con un poco más de sentido común, pero menos mezquindad política.
En la vida política siempre
hay y habrá reuniones reservadas, y aún secretas, y podrían ratificarlo los
negociadores palestinos e israelíes, que lo hicieron durante meses, mientras no
solo disputaban diplomática sino militarmente.
O, con un ejemplo doméstico, las
muy reservadas y secretas reuniones de algunos críticos al Pacto, autodesignados
propietarios exclusivos de la oposición al menemismo, quienes han elegido el 90%
de sus autoridades partidarias y electivas entre las cuatro paredes de
despachos y confiterías, sin ninguna participación de la militancia.
Es que lo que importa de
cualquier reunión política, reservada o no, es si busca y contribuye a mejorar
las condiciones de vida del pueblo, y si en última instancia sus resultados serán
sometidos a su juicio y veredicto. Y en esto no caben dudas con el cuestionado
pacto, aprobado posteriormente por comités y convenciones partidarias, y finalmente
por el voto mayoritario de la ciudadanía.
Desde ya que la transparencia
y la supuesta falta de democracia no es la crítica del poder real. Lo señala el
autor, quien recuerda el inmediato rechazo editorial de La Nación,
escandalizado por el peligro en que el acuerdo sometía a las “bases liberales”
de la Constitución.
Es también, la condena previa,
y más aún después de la reforma, del ingeniero Alsogaray, quien la calificó de
“socializante”, adjetivo que gusta usar para cualquier tema relacionado a una
mayor participación popular o la recuperación y defensa de derechos, todo lo
cual considera, un inaceptable atentado a “libertad de mercado”.
Lo concreto es que el Senado,
mayoritariamente menemista, ya había aprobado un proyecto retrógrado de reforma
por vía legislativa de Leopoldo Bravo, al que la Comisión de Asuntos
Constitucionales de Diputados dio vía libre mediante un despacho (Durañona y
Vedia y otros) de “interpretación” del artículo 30 de la Constitución de 1953, con
lo cual se permitía la convocatoria a una asamblea por los 2/3 de los
presentes, y no del cuerpo legislativo.
Lo concreto es que íbamos a tener
que explicar, como todos los que nos consideramos progresistas lo tenemos que
hacer hoy, que tipo de oposición “firme y sin concesiones” es aquella que
permite que la provincia de Buenos Aires tenga una Constitución acordada entre
el oficialismo y Aldo Rico, que la proclama orgullosamente como propia.
Ahora, hay quienes reclaman
por una lista de puntos del Pacto de Olivos que no se cumplen.
Olvidan que la violación de
los acuerdos es una realidad objetiva que hay que enfrentar en lugar de
lamentar, desde los cotidianos hasta los políticos, sean estos nacionales o
internacionales. Que jamás desechamos presentar un habeas corpus porque
la dictadura no lo respetaba, y en muchos casos así se salvaron vidas. Que jamás
renegamos de la Constitución porque se la pisoteaba.
Omiten, sobre todo, que lo que
no se cumple, o se intenta tergiversar, lo que tenemos el derecho y el deber de
exigir que se cumpla no es el Pacto de Olivos, sino la Constitución de los
argentinos, aprobada por una Asamblea Constituyente elegida por el pueblo.
Economía de guerra y Estado de
Bienestar
El Dr., Alfonsín, quien encara
estos temas cuando trata La búsqueda del Pacto Democrático sabe que he
sido un duro opositor, incluso un duro opositor, a lo que llamó Economía de
Guerra.
Sigo convencido que las
medidas que se impulsaron en ese periodo fueron perniciosas, mientras otras necesarias
no se tomaron. Pero valoro diferente las relaciones de fuerza en ese momento excepcional
de la historia argentina, jaqueada por la crisis de la deuda externa y la presión
de los grupos económicos.
Entonces, buena parte del
progresismo seguía -seguíamos- casi en una oposición sistemática y planteando
como alternativa inmediata Liberación o Dependencia, plenamente vigente en los
años 70, pero ahora en un país y un mundo que mal que nos guste había cambiado
irreversiblemente, y requería creatividad y esfuerzo intelectual para encontrar
nuevos caminos y reagrupamientos para realizar los mismos sueños y utopías.
Espero que el autor, que anticipa
el tratamiento a fondo el Estado de Bienestar en próximos trabajos, pueda
ahondar en estos elementos, sobre todo en datos precisos sobre aquel periodo,
tan reveladores y documentados como los que nos brinda, en este, acerca del
Pacto de Olivos. Que la sociedad toda conozca de la letra de un protagonista
principal la presiones que llevaron al llamado “golpe blando”, a un nuevo tipo
de terrorismo económico.
Entonces, quizá nos enteremos
que algunos de aquellos victimarios son ahora víctimas de este modelo, quienes
sin perder bienestar personal dejaron de ser parte del poder económico, cada vez
más concentrado y voraz.
O que otros terminaron en la cárcel
por rebelarse militarmente, “denunciando” que hubo quien (o quienes) no
cumplieron las promesas que recibieron para -aprovechando la desesperación popular
ante la crisis- pintarles la cara a los asaltos de supermercados.
Derechos Humanos y leyes de “impunidad”
El Dr. Alfonsín sabe también que
en rechacé y rechazo las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida.
No puedo ignorar que su libro
me hizo y me hace reflexionar pues los argumentos son sólidos y sinceros, aunque
no alcanzan para modificar mi opinión crítica. Sin embargo, como en el caso anterior, espero
que el trabajo dedicado a ese tema nos permita conocer un poco más de la
trastienda de la fundamentación de lo que él llama “punto de convergencia
entre consideración de justicia y prudencia frente a un estado de necesidad”.
Es con esa autoridad que diferencio
la comprensible parcialidad que impone el dolor de los familiares de las víctimas
de la abierta e intencionada desinformación, a la vez que deploro la mezquindad
electoral que pone en un pie de igualdad la política de derechos humanos de su gobierno
y el indulto menemista.
En aquellos años difíciles, a horas
de asumir y sin haber derrotado a ningún ejército, se anuló la ley de Autoamnistía,
contrariando precedentes anteriores; se conformó la Conadep, que mostró a la
sociedad hasta donde había llegado el horro; se juzgó y condenó a las Juntas
Militares genocidas.
Mientras los demócratas chilenos
deben soportar aún hoy la afrenta diaria de sufrir como comandante en jefe al
criminal con cuyo nombre (pinochetismo) se rebautizó a los regímenes militares
asesinos de sus pueblos, aquí, de no ser por el indulto, los responsables
estaban y tendrían que estar por años tras los barrotes, para ejemplo de todas
las instituciones y la ciudadanía.
Aquella fue una auténtica
política de derechos humanos, aún con los retrocesos que remarcamos, mientras que,
en tiempos más calmos, el indulto es una afrenta que algún día deberá ser revisada,
porque es quizá el mayor agravio que sufre la causa de los derechos humanos en la
Argentina.
Búsqueda del consenso y Pacto Democrático
El libro reseña buena parte de
la búsqueda del consenso y el Pacto Democrático, antes, durante y después del
gobierno del Dr. Alfonsín, y muestra clara coherencia en la conducta del autor.
Considero particularmente valioso
el documentado rescate del pluralista Consejo para la Consolidación de la
Democracia, que convocó durante su gestión, y de su ignorada contribución para
la reforma constitucional. Era una deuda de la bibliografía política argentina,
con un organismo casi olvidado pero, en mi opinión, con una trascendencia similar
a la propia Conadep, aunque en el ámbito institucional y de la transición democrática.
La búsqueda de acuerdos entre
partidos y sectores sociales nunca ha sido fácil en nuestro país, y casi no existen
ejemplos constructivos.
En general surgieron dificultosamente
de necesidades extremas, como las que rodearon al Pacto de Olivos y, anteriormente,
en el enfrentamiento a las dictaduras. Y en el caso de los regímenes militares
me permitiría afirmar que solo para asegurar su final y la salida electoral, jamás
para intentar de inmediato una acción opositora coordinada del campo popular.
Fue el caso de la Hora del Pueblo en la década del 70 y de la Multipartidaria que
marchó en 1982, pese a la exclusión de alguno de sus principales impulsores.
El Dr. Alfonsín marca algunos
hitos hacia ese Pacto Democrático, a los que entiendo debería añadirse el
dialogo de los ocho partidos de oposición con el ex presidente Juan Perón, en un
arco que abarcó desde la UCR a la izquierda democrática. Por dos razones: porque
es parte de la búsqueda que reseña y rescata el autor, y porque intentó lograr acuerdos
alrededor de temas económicos, sociales e incluso la posibilidad de coronar en
un Consejo de Estado, lamentablemente frustrada con la muerte del ex presidente
y el ascenso de lo que se llamó el lopezreguismo.
La búsqueda de consensos
constructivos esenciales para la continuidad de la vida democrática del país,
del Pacto Democrático que implica la Constitución, son parte esencial de una teoría
y práctica progresista alternativa al neoconservadorismo.
Sin embargo, siempre fue conflictiva
esta comprensión para las fuerzas que se definen como de avanzada. Y no solo en
Argentina: así lo vemos en Brasil, Uruguay, Chile y otros países, en algunos casos
muy dolorosamente.
Tampoco fue fácil algo que se
percibe como en apariencia más simple: unirnos los que nos proclamamos
progresistas para impulsar nuestros propios proyectos., Menos fácil, aún, fue
plantear gobiernos de coalición, y de amplia concertación con los sectores sociales.
Sin ir más lejos, la convocatoria
de Raúl Alfonsín y otros dirigentes para constituir un Foro Multisectorial, a
fines de 1994, fue rechazada por varios de sus necesarios componentes, más
preocupados por posicionarse frente a las elecciones presidenciales de 1995, que
en comenzar a construir una alternativa seria y creíble al modelo neoconservador.
Sin embargo, estoy convencido que
solo con esta búsqueda, casi de una nueva cultura, podremos lograr una confluencia
de fuerzas políticas -también sindicales y de la producción- que construyan el
consenso para un gobierno que se plantee un país integrado frente a su creciente
fragmentación, sin marginación ni exclusión. Un país moderno que, en este mundo
tan conmovido y cambiante, bregue y promueva la justicia social, con una distribución
más equitativa de la riqueza.
No planteo una receta, es un desafío,
que a mi juicio debe enfrentar el peligro del continuismo neoconservador, o de otro
ensayo que nos lleve a una nueva frustración.
Es el desafío que -sin dudas
con otras palabras- plantea y rescato de Democracia y Consenso, este
valioso aporte del Dr. Alfonsín.