Con la ayuda de Dios estaré dispuesto a dar mi vida por el Evangelio, pero no para defender estructuras capitalistas, aun cuando ellas estén en la Iglesia.
Carlos Mugica, “Dialogo
entre católicos y marxistas”, Buenos Aires, 1965.
En estos días se conmemora
el 90 aniversario del nacimiento del sacerdote mártir Carlos Mugica, y 55 años
desde que abrió con valentía la primera puerta al dialogo entre católicos y
marxistas en la Argentina.
Su precursora opción
por los pobres y la liberación nacional es la razón de odio del privilegio, que
empujó a su asesinato en 1974 por la Alianza Anticomunista Argentina, tal
como probó la justicia penal, dato que pretenden omitir algunos desertores del
peronismo o escribas pagos, hoy voceros de Juntos por el Cambio y el
neoliberalismo.
El 18 de octubre de
1965, una multitud colmó el Aula Magna de la entonces Facultad de Filosofía
y Letras de la UBA para escuchar las reflexiones de dos católicos y
dos marxistas, entre los primeros un joven sacerdote de 35 años y entre los
segundos mi propio padre.
Mugica Echague, casi
desconocido entonces, sería pionero del trabajo sacerdotal en las villas y,
pese a provenir de una familia aristocrática y conservadora, ya había abrazado la
causa de los humildes y con ella al peronismo.
Sin plena consciencia de su trascendencia, pude
presenciar ese potente intercambio, con apenas 13 años y en los primeros
tiempos pasos de la militancia política, inaugurada con mi expulsión del recién
iniciado colegio secundario por promover el repudio a la reciente invasión estadounidense
a Santo Domingo.
Entonces gobernaba
Arturo Illia, se respiraba mayor libertad luego de años de cárceles y torturas
para centenares de militantes peronistas y comunistas bajo el Plan CONINTES,
dictado por el presidente Frondizi, al que ambos habían apoyado electoralmente.
Desde marzo, cuando se realizaron elecciones legislativas nacionales, se
multiplicó el odio del privilegio por la victoria de la Unión Popular,
sigla con que el justicialismo y sus aliados burlaron nuevamente la proscripción
del régimen, que respondió meses después con un nuevo golpe cívico-militar, en
esta ocasión encabezado por el general Juan Carlos Onganía.
Habían pasado 10
años de otro golpe, el de la “Revolución Fusiladora”, y la proscripción
del PJ se extendió hasta las elecciones de 1973, mientras el PC
recuperó su legalidad recién en mayo de ese año, cuando el electo Congreso
Nacional derogó por unanimidad la abundante legislación represiva, entre ella
la llamada “Ley 17.401 de Represión del Comunismo”, mediante la cual se
persiguió penalmente a todo el movimiento popular combativo.
En la década que
siguió al golpe de 1955, y pese a su enfrentamiento electoral en 1945 y
represiones posteriores, obreros peronistas y comunistas resistieron el asalto de
los “comandos civiles” gorilas a las organizaciones gremiales. Juntos crearon en
1957 las “62 organizaciones”, y confluyeron en el histórico plenario de
delegados en que la CGT dio a conocer ese año el antimperialista y antioligárquico
Programa de La Falda, posteriormente ratificado con el de Huerta
Grande. También se unieron los delegados de ambas militancias en ese ícono
de los años de la Resistencia Peronista que fue la toma en 1959 del Frigorífico
Lisando de la Torre, donde 9.000 obreros con la solidaridad activa del barrio
obrero de Mataderos rechazaron su privatización y la represión conjunta de policías,
gendarmes y el propio Ejército, con el insólito apoyo de cuatro tanques de guerra.
Carlos Mugica fue
hijo de esos tiempos, esas persecuciones y esas luchas. Y aquella noche de
octubre, inició en estas tierras un camino que en Europa empezaron a transitar
católicos y marxistas en los campos de exterminio nazi y la resistencia
partisana antifascista. Un camino que en
América Latina se insinuaba rebelde al influjo de la Revolución Cubana y
la mirada puesta en los movimientos de liberación nacional en las colonias de Asia
y África, en la resistencia vietnamita a la invasión estadounidense.
En aquella justa
mitad de los 60, cuando dialogaron católicos y marxistas, aún no se había hecho
luz la cruz de madera de su hermano Camilo Torres, el sacerdote y sociólogo que
unió el evangelio con el marxismo, y cayó en una emboscada del ejército de
Colombia al destacamento guerrillero que integraba.
Juan XXIII ya había
puesto en marcha la renovación del Concilio Vaticano II que impactó a
Mugica, pero todavía no nacía la Teología de la Liberación ni el Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo, al que adhirió.
Tres años faltaban
para la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM)
en Medellín o la Opción preferencial por los Pobres, un compromiso con los
cambios sociales del continente, del trabajo de religiosos y laicos junto a las
mayorías desposeídas. De “Una iglesia pobre para los pobres”, como la
quería Monseñor Romero, el obispo de El Salvador asesinado en 1980, luego de
ser abandonado y humillado por el papa Wojtyla.
Un casi inhallable
folleto de la época, ajado y sobreviviente de tantas huidas y allanamientos
policiales, contiene la desgrabación de lo que el padre Mugica anticipo aquel día
en el viejo edificio de la calle Independencia, del barrio porteño de Balvanera,
junto al dirigente universitario laico Guillermo Tedeschi, y a los comunistas
Juan Rosales y Fernando Nadra.
Algunas frases textuales,
que comparto más abajo, nos hablan de ese mundo, esa Latinoamérica y ese país.
Son una convocatoria
a honrar la memoria y construir un futuro que rescate esos sueños rebeldes de
una generación sacrificada, cruelmente segada.
Padre Carlos
Mugica
La Iglesia vive tiempos de renovación y siente
cada vez más la necesidad de abrirse a los hombres, de dialogar con ellos. Está
en estado de revolución permanente, en función de un ideal futuro y que ya se
está realizando ahora. Iniciado el diálogo con las otras religiones, ha llegado
el momento de hacerlo tambièn con los hombres no creyentes, especialmente con
aquellos que, como nosotros los cristianos, desean un mundo nuevo en que haya
verdadera paz y justicia para todos los hombres.
Por eso estamos aquí en esta aventura de
intentar algo juntos, católicos y marxistas, sin ocultar nada, sin dejar de
lado las profundas diferencias que doctrinariamente nos separan.
(…)
Así como nosotros los cristianos comprendemos
ahora los valores del marxismo y reconocemos en ellos elementos entrañables de
nuestro cristianismo que más de una vez hemos ignorado, yo le pido a nuestros amigos
marxistas que con toda honestidad revisen su actitud para con los religiosos
como ya lo están haciendo muchos despojados de todo sectarismo en las filas de
ustedes.
(…)
La religión no es entonces opio, siempre que
sea auténtica y comprometa al hombre por entero. Una religión burguesa
superficial, meramente cultural, ciertamente anula al hombre, pero si el hombre
es verdaderamente evangélico se siente metido en el drama del mundo y de la
historia.
(…)
Voy a decir algunas palabras que
quizá me puedan traer inconvenientes, pero no me importa porque yo quiero
servir a la verdad y al Evangelio, como creo que todos los que estamos aquí
queremos servir a la verdad, y por eso siento en mi conciencia que tengo que
decir que ha llegado el momento de que cortemos con una solidaridad que los
hombres de la iglesia repudiamos: la solidaridad con el capitalismo y con
cierta concepción de la propiedad privada. Con la ayuda de Dios estaré
dispuesto a dar mi vida por el Evangelio, pero no para defender estructuras
capitalistas, aun cuando ellas estén en la Iglesia.
(…)
A los amigos marxistas les digo finalmente. Es
cierto que, para cambiar las estructuras, para rehacer este mundo que todos queremos
renovar es necesaria la lucha, lucha que no necesariamente debe entrañar
violencia. Pienso que hay una fuerza más potente, una fuerza más fecunda que es
la fuerza del amor, amor que puede llevar a odiar las estructuras injustas,
pero respetando siempre al ser humano.
Fernando Nadra
Antes que nada, quiero decir, como el Padre
Mugica, que siento una profunda emoción.
Tengo dos razones para ello, que quiero exponer
previamente: soy, como ustedes, un estudiante, un viejo estudiante si
prefieren; he vivido en mis años universitarios las grandes jornadas de la
lucha antifascista y ahora me siento cómodo en medio de una juventud tan entusiasta
y valerosa; además –como signo de los tiempos—es la primera vez que ocupo la
tribuna con amigos católicos, juntos a tantos católicos como los que están
aquí, los que, como dijo el Padre Mugica, están dispuestos a tomar en serio el
Evangelio y a construir en la tierra ese cielo con el cual tanto han soñado.
(…)
Este mismo diálogo y la lucha en común, por
sobre las diferencias, forman parte de un vasto y profundo proceso que se ha
reiniciado. Y que tiene sus antecedentes. El Padre Mugica ha citado a Thorez. E
hizo bien. Porque el dirigente del Partido Comunista de Francia ya en 1936,
formulo la llamada política de “mano tendida”, dirigida a los católicos, con el
fin de luchar en común contra el fascismo y la invasión hitleriana.
(…)
Algunos se preguntan si esta unidad, en el
diálogo y en la lucha, es solo circunstancial o puede durar mucho tiempo.
Es claro que tenemos un largo período de
trabajo en común por delante. Debemos resolver juntos los problemas nacionales,
que no son pocos. Debemos contribuir a crear juntos un nuevo tipo de gobierno,
auténticamente democrático y popular. Debemos luchar juntos para terminar con
la carestía de la vida, la miseria, la superexplotación, la falta de libertades
democráticas para todos; en una palabra, debemos poner fin a las lacras sociales
de las que habla el Padre Mugica. Juntos tenemos que terminar con la
dependencia del imperialismo yanqui, con las garras asfixiantes del FMI. Es
decir, hay mucho que hacer juntos, y todo este trabajo que debemos realizar
luchando y dialogando nos ofrece una larga perspectiva de unidad.
Pero, luego, tenemos que construir juntos una
sociedad más avanzada y justa, que nosotros llamamos socialismo. Y debemos,
entonces, estar unidos. La experiencia nos irá diciendo cuáles son las ideas
mejores las que tienen mayor vigencia.
(Para la revista Mugica)
No hay comentarios:
Publicar un comentario