martes, 13 de octubre de 2020

El padre Mugica y el dialogo entre católicos y marxistas

 

Con la ayuda de Dios estaré dispuesto a dar mi vida por el Evangelio, pero no para defender estructuras capitalistas, aun cuando ellas estén en la Iglesia.

Carlos Mugica, “Dialogo entre católicos y marxistas”, Buenos Aires, 1965.

 

    En estos días se conmemora el 90 aniversario del nacimiento del sacerdote mártir Carlos Mugica, y 55 años desde que abrió con valentía la primera puerta al dialogo entre católicos y marxistas en la Argentina.

    Su precursora opción por los pobres y la liberación nacional es la razón de odio del privilegio, que empujó a su asesinato en 1974 por la Alianza Anticomunista Argentina, tal como probó la justicia penal, dato que pretenden omitir algunos desertores del peronismo o escribas pagos, hoy voceros de Juntos por el Cambio y el neoliberalismo.

    El 18 de octubre de 1965, una multitud colmó el Aula Magna de la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la UBA para escuchar las reflexiones de dos católicos y dos marxistas, entre los primeros un joven sacerdote de 35 años y entre los segundos mi propio padre.

    Mugica Echague, casi desconocido entonces, sería pionero del trabajo sacerdotal en las villas y, pese a provenir de una familia aristocrática y conservadora, ya había abrazado la causa de los humildes y con ella al peronismo.

    Sin plena consciencia de su trascendencia, pude presenciar ese potente intercambio, con apenas 13 años y en los primeros tiempos pasos de la militancia política, inaugurada con mi expulsión del recién iniciado colegio secundario por promover el repudio a la reciente invasión estadounidense a Santo Domingo.

    Entonces gobernaba Arturo Illia, se respiraba mayor libertad luego de años de cárceles y torturas para centenares de militantes peronistas y comunistas bajo el Plan CONINTES, dictado por el presidente Frondizi, al que ambos habían apoyado electoralmente. Desde marzo, cuando se realizaron elecciones legislativas nacionales, se multiplicó el odio del privilegio por la victoria de la Unión Popular, sigla con que el justicialismo y sus aliados burlaron nuevamente la proscripción del régimen, que respondió meses después con un nuevo golpe cívico-militar, en esta ocasión encabezado por el general Juan Carlos Onganía.

    Habían pasado 10 años de otro golpe, el de la “Revolución Fusiladora”, y la proscripción del PJ se extendió hasta las elecciones de 1973, mientras el PC recuperó su legalidad recién en mayo de ese año, cuando el electo Congreso Nacional derogó por unanimidad la abundante legislación represiva, entre ella la llamada “Ley 17.401 de Represión del Comunismo”, mediante la cual se persiguió penalmente a todo el movimiento popular combativo.

    En la década que siguió al golpe de 1955, y pese a su enfrentamiento electoral en 1945 y represiones posteriores, obreros peronistas y comunistas resistieron el asalto de los “comandos civiles” gorilas a las organizaciones gremiales. Juntos crearon en 1957 las “62 organizaciones”, y confluyeron en el histórico plenario de delegados en que la CGT dio a conocer ese año el antimperialista y antioligárquico Programa de La Falda, posteriormente ratificado con el de Huerta Grande. También se unieron los delegados de ambas militancias en ese ícono de los años de la Resistencia Peronista que fue la toma en 1959 del Frigorífico Lisando de la Torre, donde 9.000 obreros con la solidaridad activa del barrio obrero de Mataderos rechazaron su privatización y la represión conjunta de policías, gendarmes y el propio Ejército, con el insólito apoyo de cuatro tanques de guerra.

    Carlos Mugica fue hijo de esos tiempos, esas persecuciones y esas luchas. Y aquella noche de octubre, inició en estas tierras un camino que en Europa empezaron a transitar católicos y marxistas en los campos de exterminio nazi y la resistencia partisana antifascista.  Un camino que en América Latina se insinuaba rebelde al influjo de la Revolución Cubana y la mirada puesta en los movimientos de liberación nacional en las colonias de Asia y África, en la resistencia vietnamita a la invasión estadounidense.

    En aquella justa mitad de los 60, cuando dialogaron católicos y marxistas, aún no se había hecho luz la cruz de madera de su hermano Camilo Torres, el sacerdote y sociólogo que unió el evangelio con el marxismo, y cayó en una emboscada del ejército de Colombia al destacamento guerrillero que integraba.

    Juan XXIII ya había puesto en marcha la renovación del Concilio Vaticano II que impactó a Mugica, pero todavía no nacía la Teología de la Liberación ni el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, al que adhirió.

    Tres años faltaban para la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM) en Medellín o la Opción preferencial por los Pobres, un compromiso con los cambios sociales del continente, del trabajo de religiosos y laicos junto a las mayorías desposeídas. De “Una iglesia pobre para los pobres”, como la quería Monseñor Romero, el obispo de El Salvador asesinado en 1980, luego de ser abandonado y humillado por el papa Wojtyla.

    Un casi inhallable folleto de la época, ajado y sobreviviente de tantas huidas y allanamientos policiales, contiene la desgrabación de lo que el padre Mugica anticipo aquel día en el viejo edificio de la calle Independencia, del barrio porteño de Balvanera, junto al dirigente universitario laico Guillermo Tedeschi, y a los comunistas Juan Rosales y Fernando Nadra.

    Algunas frases textuales, que comparto más abajo, nos hablan de ese mundo, esa Latinoamérica y ese país.

    Son una convocatoria a honrar la memoria y construir un futuro que rescate esos sueños rebeldes de una generación sacrificada, cruelmente segada.

 

 Padre Carlos Mugica

Antes de comenzar a leer mi breve contribución, quiero decir que siento una gran emoción de estar aquí junto a todos los que me acompañan, así sea porque sencillamente ni son anticomunistas ni son anticristianos, sino que precisamente están luchando en favor de algo para bien de un mundo nuevo, un mundo que todos queremos cambiar para que cada persona realmente pueda vivir como un ser humano y tenga toda la dignidad que merece, precisamente por ser humano.

La Iglesia vive tiempos de renovación y siente cada vez más la necesidad de abrirse a los hombres, de dialogar con ellos. Está en estado de revolución permanente, en función de un ideal futuro y que ya se está realizando ahora. Iniciado el diálogo con las otras religiones, ha llegado el momento de hacerlo tambièn con los hombres no creyentes, especialmente con aquellos que, como nosotros los cristianos, desean un mundo nuevo en que haya verdadera paz y justicia para todos los hombres.

Por eso estamos aquí en esta aventura de intentar algo juntos, católicos y marxistas, sin ocultar nada, sin dejar de lado las profundas diferencias que doctrinariamente nos separan.

(…)

Así como nosotros los cristianos comprendemos ahora los valores del marxismo y reconocemos en ellos elementos entrañables de nuestro cristianismo que más de una vez hemos ignorado, yo le pido a nuestros amigos marxistas que con toda honestidad revisen su actitud para con los religiosos como ya lo están haciendo muchos despojados de todo sectarismo en las filas de ustedes.

(…)

La religión no es entonces opio, siempre que sea auténtica y comprometa al hombre por entero. Una religión burguesa superficial, meramente cultural, ciertamente anula al hombre, pero si el hombre es verdaderamente evangélico se siente metido en el drama del mundo y de la historia.

(…)

Voy a decir algunas palabras que quizá me puedan traer inconvenientes, pero no me importa porque yo quiero servir a la verdad y al Evangelio, como creo que todos los que estamos aquí queremos servir a la verdad, y por eso siento en mi conciencia que tengo que decir que ha llegado el momento de que cortemos con una solidaridad que los hombres de la iglesia repudiamos: la solidaridad con el capitalismo y con cierta concepción de la propiedad privada. Con la ayuda de Dios estaré dispuesto a dar mi vida por el Evangelio, pero no para defender estructuras capitalistas, aun cuando ellas estén en la Iglesia.

(…)

A los amigos marxistas les digo finalmente. Es cierto que, para cambiar las estructuras, para rehacer este mundo que todos queremos renovar es necesaria la lucha, lucha que no necesariamente debe entrañar violencia. Pienso que hay una fuerza más potente, una fuerza más fecunda que es la fuerza del amor, amor que puede llevar a odiar las estructuras injustas, pero respetando siempre al ser humano.

 

Fernando Nadra

Antes que nada, quiero decir, como el Padre Mugica, que siento una profunda emoción.

Tengo dos razones para ello, que quiero exponer previamente: soy, como ustedes, un estudiante, un viejo estudiante si prefieren; he vivido en mis años universitarios las grandes jornadas de la lucha antifascista y ahora me siento cómodo en medio de una juventud tan entusiasta y valerosa; además –como signo de los tiempos—es la primera vez que ocupo la tribuna con amigos católicos, juntos a tantos católicos como los que están aquí, los que, como dijo el Padre Mugica, están dispuestos a tomar en serio el Evangelio y a construir en la tierra ese cielo con el cual tanto han soñado.

(…)

Este mismo diálogo y la lucha en común, por sobre las diferencias, forman parte de un vasto y profundo proceso que se ha reiniciado. Y que tiene sus antecedentes. El Padre Mugica ha citado a Thorez. E hizo bien. Porque el dirigente del Partido Comunista de Francia ya en 1936, formulo la llamada política de “mano tendida”, dirigida a los católicos, con el fin de luchar en común contra el fascismo y la invasión hitleriana.

(…)

Algunos se preguntan si esta unidad, en el diálogo y en la lucha, es solo circunstancial o puede durar mucho tiempo.

Es claro que tenemos un largo período de trabajo en común por delante. Debemos resolver juntos los problemas nacionales, que no son pocos. Debemos contribuir a crear juntos un nuevo tipo de gobierno, auténticamente democrático y popular. Debemos luchar juntos para terminar con la carestía de la vida, la miseria, la superexplotación, la falta de libertades democráticas para todos; en una palabra, debemos poner fin a las lacras sociales de las que habla el Padre Mugica. Juntos tenemos que terminar con la dependencia del imperialismo yanqui, con las garras asfixiantes del FMI. Es decir, hay mucho que hacer juntos, y todo este trabajo que debemos realizar luchando y dialogando nos ofrece una larga perspectiva de unidad.

Pero, luego, tenemos que construir juntos una sociedad más avanzada y justa, que nosotros llamamos socialismo. Y debemos, entonces, estar unidos. La experiencia nos irá diciendo cuáles son las ideas mejores las que tienen mayor vigencia.

(Para la revista Mugica)

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